Canción Élfica (5 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Danilo estaba tan absorto en sus pensamientos que apenas prestaba atención al resto de personas que abarrotaban las calles, pero al doblar una esquina se topó de frente con un cuerpo sólido y sintió que dos manos fuertes lo sujetaban por los hombros y lo apartaban un poco para observarlo. Al centrar la vista se encontró con el rostro sonriente de su noble amigo Caladorn Cassalanter. El hombre era unos años mayor que Danilo, que tenía veintiocho, y también más alto y corpulento. Llevaba el pelo rojizo oscuro muy corto y tenía las manos callosas propias de un guerrero. Durante años, Caladorn había ganado todos los concursos de artes marciales y de equitación de la ciudad, pero últimamente se había lanzado a aventuras en el mar e incluso había renegado de su apellido hasta que «hubiese hecho algo que demostrase que realmente merecía llevarlo». No sin dificultad, Danilo esbozó la sonrisa fatua y superficial que su amigo esperaba de él.

—Me alegro de verte, Caladorn. Esto sí que es toparse con alguien.

El noble chasqueó la lengua y lo soltó.

—Vigila al andar, Dan. Las tabernas han abierto hace poco y caminas ya como si necesitaras un soplo de aire fresco. —Caladorn entrecerró los ojos—. ¿Estás enfermo? No pareces tú.

—Lamento decir que todo lo que me sucede es que me duele la cabeza —mintió Dan mientras se masajeaba un poco las sienes—. Se da uno cuenta de que envejece cuando se siente así la mañana siguiente de una noche de juerga en la que no se ha divertido —se interrumpió, un poco aturdido por su propio comentario—. O algo así.

Caladorn soltó una carcajada y palmeó a Danilo en el hombro.

—Éste es el chico que yo recordaba. Te presento a lady Thione, ¿la conoces? Lucía, cariño, soy muy despistado. Permíteme que te presente a mi viejo amigo Danilo Thann. A pesar de las apariencias, ¡es totalmente inofensivo! —dijo Caladorn.

Danilo volvió la vista hacia la mujer que había junto a Caladorn. Menuda y delgada, iba vestida con una túnica elegante de color púrpura y coronaba su cabeza una reluciente mata de pelo castaño cuyos rizos espesos enmarcaban su bien proporcionado rostro. Los ojos oscuros observaban a Dan con un deje de ironía y sus facciones, suavemente aguileñas, lucían el sello inconfundible de las gentes del sur. Dan ahogó un suspiro: no iba a poder librarse de sus recuerdos de Tethyr aquella noche porque Lucía Thione era un miembro destacado de la sociedad de Aguas Profundas y, como familia lejana de la expulsada familia real de Tethyr, a menudo lucía el tono tradicional púrpura para exaltar su exotismo y su parentesco real. A Danilo no le agradaba aquel tipo de comportamiento, pero conocía las reglas de conducta de la nobleza y podía seguirlas tan bien como ninguno, así que cogió a Lucía Thione de la mano e hizo una profunda reverencia.

—Caladorn está loco, querida dama. Ante una mujer hermosa, ningún hombre debería considerarse inofensivo. —Dedicó una sonrisa a su amigo para quitarle todo el tono de amenaza que pudiese haber en su comentario, dejando así sólo el cumplido.

—En ese caso, me consideraré avisado y nos marcharemos de aquí —replicó Caladorn en tono alegre, antes de rodear los hombros de Lucía Thione con uno de sus corpulentos brazos.

Dan los vio marcharse, captando la actitud solícita del noble Caladorn al inclinarse sobre la mujer menuda. Así que por eso Caladorn se demoraba en Aguas Profundas en vez de ir en busca de aventuras. Aunque Danilo no sentía envidia por él, no estaba de humor para enfrentarse a la felicidad de los demás; de pronto se sintió muy solo y con deseos de echar un trago, así que se fue hacia la taberna más cercana.

Lamentó de inmediato su elección porque al entrar lo asaltó un olor a humedad y vio que el techo de la estancia había sido elevado al menos cinco pisos para poder disponer los árboles vivos que crecían por doquier en la sala. Suaves motas de luz azul flotaban entre la clientela, compuesta casi en exclusiva por elfos. La razón era bastante obvia: un par de centinelas elfos dorados bien armados custodiaban la puerta como si fueran un par de relucientes sujetalibros. Se quedaron observándolo.

—Te conozco —dijo finalmente uno de ellos—, tú eres ese… mago que provocó un destrozo en la última reunión de la Cofradía de Posaderos.

Dan les dedicó su sonrisa más seductora.

—Seguramente te debes de referir a aquel desafortunado incidente que ocurrió en La Jarra Ardiente, pero te puedo asegurar que pagué todos los gastos, salvo la barba del enano, por supuesto…, era difícil cuantificar su valor, ya sabes; además, podía volver a crecerle en, digamos, un par de décadas. No creas que ese hechizo pueda afectar a ninguno de tus clientes, por supuesto. Nadie aquí parece llevar barba, así que si de repente la cerveza se volviese fuego no provocaría ningún incendio. Eso en el improbable caso de que lanzara ese hechizo, cosa que te prometo que no voy a hacer.

Los guardias elfos alzaron a Danilo por los codos y sin contemplaciones lo arrastraron hacia la puerta. Por el rabillo del ojo, el Arpista alcanzó a ver que un elfo de edad alzaba un dedo en gesto perentorio y, de inmediato, los guardias se detuvieron. El elfo, cuya elegante túnica blanca y toca de platino lo identificaban como personaje de cierta importancia, murmuró unas palabras a su anfitriona, Yaereene Ilbaereth. El delicado rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa de genuino placer mientras salía a recibir a Danilo Thann con los brazos extendidos. Los centinelas elfos de la puerta se desvanecieron ante su presencia mientras Dan asistía a la escena con gran estupor. Esperaba ser expulsado sin contemplaciones de la taberna, y, además, tampoco sentía ningún deseo de quedarse, pero no podía dejar de prestar atención a la regia dama que se aproximaba a saludarlo.

Yaereene era alta y esbelta, con el cabello y los ojos plateados propios de los elfos de la luna. Llevaba una túnica centelleante que alternaba los tonos azules y verdes para combinarlos con el color del caprichoso y diminuto dragón de ensueño que llevaba colgado del hombro. La criatura sonrió y agitó sus alas de gasa mientras se aproximaba, y sus escamas de joyas resonaron en eco en el fino topacio azul que la elfa llevaba entretejido en la intrincada malla de plata del collar.

—Bienvenido a la taberna de la Piedra Elfa —lo saludó Yaereene, alargando las dos manos para recibir a Danilo al modo de las damas de la corte de Aguas Profundas. El querer recibir al hombre según sus propias costumbres era un gesto amable. Danilo le cogió las manos y le besó los dedos, antes de responder al saludo a su manera. Volvió ambas manos de la dama para dejar las palmas hacia arriba, ante sí, e hizo una profunda reverencia en un gesto propiamente elfo de respeto. La sonrisa de Yaereene Ilbaereth se ensanchó todavía más y se convirtió en una ligera carcajada cuando Danilo se dirigió al dragón encantado en su propia lengua. Como respuesta, la diminuta criatura desvió la enjoyada cabeza hacia un lado para permitir que le rascara el cuello como hubiese hecho con cualquier gato doméstico.

Yaereene se colgó del brazo de Danilo y lo introdujo en la bodega.

—Esta noche sois el invitado de Evindal Duirsar, sacerdote patriarca de Corellion Lathanian —anunció, indicando con un gesto al elfo de más edad que había intercedido por Dan—. ¿Podemos hacerle una visita más tarde, una vez haya cenado y tomado algo?

—Por supuesto —respondió Danilo con amabilidad, aunque no tenía la más remota idea de por qué quería verlo.

El sacerdote elfo se puso de pie cuando el Arpista se aproximó, y tras el intercambio de saludos rituales, los dos se sentaron ante un escanciador de cristal.

—¿Bebe elverquisst? —preguntó el sacerdote.

—Sólo cuando va barato —respondió Danilo en tono jocoso.

Evindal Duirsar sonrió mientras le señalaba con un gesto otra copa que acababa de traer un sirviente elfo, pero su buen humor se desvaneció de repente cuando se inclinó hacia adelante para hablar con voz queda.

—Mi hijo es Erlan Duirsar, Señor de Evereska, y me ha contado tu contribución al servicio de la gente elfa.

—Ya veo. —Dan se reclinó en su asiento, sin saber muy bien cómo proceder. Dos años atrás había ayudado a salvaguardar Siempre Unidos, la isla natal y último refugio de todos los elfos, trasladando un portal mágico desde una ubicación elfa conocida como Evereska a un lugar más seguro y secreto. No tenía ni la más remota idea de cómo se había divulgado aquello pero, a juzgar por la recepción de Yaereene y la cantidad de gestos de asentimiento que le habían dedicado los demás clientes del local, era un secreto a voces—. Supongo que eso explica el recibimiento que he tenido —concluyó Danilo.

—En absoluto. —Evindal Duirsar sacudió la cabeza con gesto firme—. Pocos saben lo que ocurrió realmente en Evereska. Habéis sido bien recibido aquí por motivos más evidentes.

—Defina «evidentes» —pidió Dan.

El sacerdote elfo chasqueó la lengua e hizo un gesto en dirección al centro de la bodega, donde una doncella elfa de cabellos rubios cantaba y tocaba un arpa dorada. Danilo reconoció la tonada como
La doncella de la niebla gris
, un aria que él mismo había escrito. La canción hablaba de una niebla mágica que rodeaba y protegía Evereska de un amante esquivo, y aunque era popular entre la nobleza de Aguas Profundas, para Dan aquellas palabras eran vulgares y excesivamente sentimentales, aunque la había hecho así a propósito. ¿Por qué entonces se dedicaban a cantar una cosa así los elfos, tan amantes de la buena música, e incluso la traducían a su idioma?

—Es una canción muy bonita —murmuró Evindal en tono de admiración.

—Debe de haber ganado algo con la traducción —murmuró Dan.

Evindal sonrió.

—Tanta modestia en boca de un bardo es reconfortante. —Se levantó—. Me temo que mis deberes me reclaman en el templo, pero, por favor, quedaos tanto tiempo como os plazca. Llamadme en alguna otra ocasión, porque nuestra gente tiene una gran deuda con vos.

Danilo alzó la copa.

—Al precio que va el elverquisst, lo haré antes de que finalice la noche.

El sacerdote chasqueó la lengua mientras salía de la taberna. Danilo lo vio salir con una expresión de confusión en el rostro.

—¿Qué estás haciendo aquí, aparte de macerar en caldos élficos?

Danilo dio un brinco y, al alzar la vista, se topó con el severo rostro de Khelben Arunsun. Como de costumbre, el archimago iba vestido con ropa sencilla, oscura, y se resguardaba, con un abrigo forrado de piel, de las gélidas brisas que asolaban las noches de Aguas Profundas incluso en verano. El cabello salpicado de canas de Khelben estaba inusualmente alborotado y su barbudo rostro lucía una expresión más ceñuda de lo habitual. Danilo era una de las pocas personas en Aguas Profundas que no se acobardaban en presencia del poderoso mago, y le dio la bienvenida con la copa llena.

—Siéntate, tío. Te invitaría a compartir mi vaso…

—Pero dudas que cupiésemos los dos en un solo vaso —completó la broma el archimago en tono sombrío—. Ahórrate las tonterías, Dan. Tengo asuntos importantes que tratar contigo.

—Por supuesto. —El Arpista respondió con voz suave, sin apartar la vista de los ojos de Báculo Oscuro—. Podríamos empezar por el más importante, ¿no crees?: ¿dónde está Arilyn?

El archimago se quedó en silencio un instante, y luego hizo un gesto de asentimiento en dirección al escanciador de elverquisst.

—Un mago de tu potencial no puede beber algo tan fuerte. La magia exige el ingenio despierto y la mente clara. ¿O acaso has olvidado lo que sucedió la última vez que bebiste con ligereza? Tengo entendido que el mayordomo del club de los Valientes se asemeja todavía a una criatura del Abismo.

Danilo entrecerró los ojos.

—Estoy en plena posesión de mis sentidos, y también lo estaba esa noche en Cormyr. Lamento haber cambiado la apariencia de aquel mayordomo de forma tan drástica, pero ¿acaso tengo que recordarte que eso sucedió durante la Época de Tumultos? El mío no fue el único hechizo que salió mal en aquellos días.

—Así que defiendes tu arte. —Khelben se echó hacia atrás en la silla e hizo un gesto de aprobación—. Eso es buena señal. ¿Puedo deducir que te tomarás tus estudios de magia más en serio, o eso es mucho pedir?

La mandíbula del joven mago se puso tensa mientras se mesaba la espesa mata de cabellos rubios.

—Mientras estaba en Tethyr, memoricé los hechizos del libro que me prestaste, así como varios más de un volumen de magia del sur que compré allí. Además de cumplir con mis deberes de Arpista, he asimilado veinte nuevos hechizos e investigado otros de cosecha propia. Que estudie en secreto no significa que me falte voluntad —concluyó en un tono de voz conciso y tranquilo—. Así que, aunque me haga el loco, no voy tan distraído como crees. Dejé a mi compañera sola y en peligro, y exijo saber dónde está y cómo se encuentra.

—Es justo —admitió Khelben, con un matiz de disculpa en la voz—. Arilyn está a salvo y va de camino a cumplir su nueva misión.

—¿Dónde está? ¿Y por qué va sola?

—La misión requiere una persona que pueda hacerse pasar por elfo. Al lugar adonde Arilyn se dirige, tu presencia destacaría demasiado. No puedo contarte más —le contestó su tío.

Danilo escuchó en silencio. Aunque se sentía aliviado al saber que Arilyn estaba a salvo, temía que su misteriosa tarea la situara fuera de su alcance. Como siempre se había sentido más elfa que humana, Arilyn no estaría tan dispuesta a considerar un amante humano cuando regresara de su estancia entre elfos.

—Y yo soy humano —concluyó Danilo en voz alta.

—No te adules a ti mismo —respondió su tío ásperamente—. Por fortuna, el dragón en cuestión no te conoce tanto como yo.

De improviso, las palabras de Khelben hicieron que Danilo recuperara toda su atención.

—¿Un dragón, has dicho?

Una vez más el archimago hizo una pausa mientras examinaba el muro que tenía enfrente.

—Estudiaste música, si no me equivoco, y a fondo.

—Hace muchos años —contestó Dan con aire distraído, un poco confuso por el cariz que había tomado la conversación—. ¿Por qué?

—Los Arpistas requieren los servicios de un bardo. De momento, no parece haber ninguno disponible.

—No me gusta a donde quieres ir a parar. Se supone que tengo que hacerme pasar por un bardo, ¿no? ¿Hasta qué punto?

Khelben asintió dirigiéndose a la cantante elfa.

—Como ella, por ejemplo.

Danilo intentó despejar sus embotados sentidos para concentrarse en la balada. Era una melodía encantadora, vagamente familiar, y conocía lo suficiente el idioma elfo para saber que hablaba de la dama de Khelben, la maga Laeral, y el poder curativo del amor.

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