Cartas de la conquista de México (6 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Con estos nuestros procuradores que a vuestras altezas enviamos, entre otras cosas que en nuestra instrucción llevan, es una que de nuestra parte supliquen a vuestras majestades que en ninguna manera den ni hagan merced en estas partes a Diego Velázquez, teniente de almirante en la isla de Fernandina, de adelantamiento ni gobernación perpetua ni de otra manera, ni de cargos de justicia, y si alguna se tuviere hecha, la manden revocar, porque no conviene al servicio de su corona real que el dicho Diego Velázquez ni otra persona alguna tenga señoría ni merced otra alguna perpetua ni de otra manera salvo, por cuanto fue la voluntad de vuestras majestades en esta tierra de vuestras reales altezas, por ser, como es, a lo que ahora alcanzamos y a lo que se espera, muy rica; y aun allende de convenir al servicio de vuestras majestades que el dicho Diego Velázquez sea proveído de oficio alguno, esperamos, si lo fuese, que los vasallos de vuestras reales altezas que en esta tierra hemos comenzado a poblar y vivimos seríamos muy maltratados por él, porque creemos que lo que ahora se ha hecho en servicio de vuestras majestades en les enviar este servicio de oro y plata y joyas que les enviamos, que en esta tierra hemos podido haber, no será su voluntad que ansí se hiciera, según ha aparecido claramente por cuatro criados suyo que acá pasaron, los cuales desque vieron la voluntad que teníamos de lo enviar todo, como lo enviamos, a vuestras reales altezas, publicaron y dijeron que fuera mejor enviarlo a Diego Velázquez, y otras cosas que hablaron perturbando que no se llevase a vuestras majestades, por lo cual los mandamos prender, y quedan presos para se hacer dellos justicia, y después de hecha se hará relación a vuestras majestades de lo que en ello hiciéremos. Y porque lo que hemos visto que el dicho Diego Velázquez ha hecho, y por la experiencia que dello tenemos, tenemos temor que si con cargo a esta tierra viniese, nos trataría mal, como lo ha hecho en la isla Fernandina el tiempo que ha tenido cargo de la gobernación, no haciendo justicia a nadie mas de por su voluntad y contra quien a él se antojaba por enojo y pasión, y no por justicia ni razón, y desta manera ha destruido a muchos buenos, trayéndolos a mucha pobreza, no les queriendo dar indios, y tomándoselos a todos para sí, y tomando él todo oro que han cogido, sin les dar parte dello, teniendo, como tiene, compañías desaforadas con todos los más muy a su propósito; y por el hecho como sea gobernador y repartidor, con pensamiento y miedo que los ha de destruir, no osan hacer más de lo que él quiere; y desto no tienen vuestras majestades noticia ni se les ha hecho jamás relación dello, porque los procuradores que a su corte han ido de la dicha isla son hechos por su mano y sus criados, y tiénenlos bien contentos dándoles indios a su voluntad, y los procuradores que van al de las villas para negociar lo que toca a las comunidades cúmpleles hacer lo que él quiere, porque les da indios a su contento, y cuando los tales procuradores vuelven a sus villas y les mandan cuenta de lo que ha hecho dicen y responden que no envíen personas pobres, porque por un cacique que Diego Velázquez les da hacen todo lo que él quiere, y porque los regidores y alcaldes que tienen indios no se los quite el dicho Diego Velázquez, no osan hablar ni reprender a los procuradores que han hecho lo que no debían complaciendo a Diego Velázquez; y para esto y para otras cosas tiene él muy buenas, por donde vuestras altezas pueden ver que todas las relaciones que la isla Fernandina por Diego Velázquez hizo y las mercedes que para él piden son por indios que da a los procuradores, no porque las comunidades son dello contentas ni tal cosa desean: antes querrían que los tales procuradores fuesen castigados; y siendo a todos los vecinos y moradores desta villa de la Veracruz notorio lo susodicho, se juntaron con el procurador deste concejo y nos pidieron y requirieron por su requerimiento, firmado de sus nombres, que en su nombre de todos suplicásemos a vuestras majestades que no proveyesen de los dichos cargos ni de alguno dellos al dicho Diego Velázquez, antes le mandasen tomar residencia y le quitasen el cargo que la isla Fernandina tiene, pues que lo susodicho, tomándole residencia, se sabría que es verdad y muy notorio; por lo cual a vuestras majestades suplicamos manden dar un pesquisidor para que haga la pesquisa de todo esto.

Hánnos ansimismo pedido el procurador y vecinos y moradores desta villa, en el dicho pedimento, que en su nombre supliquemos a vuestra majestad que provean y manden dar su cédola o provisión real para Fernando Cortés, capitán y justicia mayor de vuestras reales altezas, para que él nos tenga en justicia y gobernación hasta tanto que esta tierra esté conquistada y pacífica, y por el tiempo que más a vuestra majestad le pareciere y fuere servido, por conocer ser tal persona que conviene para ello; el cual pedimento y requerimiento enviamos con estos nuestros procuradores a vuestra majestad, y humildemente suplicamos a vuestras reales altezas que ansí en esto como en todas las otras mercedes en nombre deste concejo y villa les fueron suplicadas por parte de los dichos procuradores, nos las hagan y manden conceder, y que nos tengan por sus muy leales vasallos, como lo hemos sido y seremos siempre.

Y el oro y plata y joyas y rodelas y ropa que a vuestras reales altezas enviamos con los procuradores, demás del quinto que a vuestra majestad pertenece, de que suplica Fernando Cortés y este concejo les hacen servicio, va en esta memoria firmada de los dichos procuradores, como por ella vuestras reales altezas podrán ver. —
De la rica villa de la Veracruz, a 10 de julio de 1519.

CARTA SEGUNDA

ENVIADA A SU SACRA MAJESTAD DEL EMPERADOR NUESTRO SEÑOR POR EL CAPITAN GENERAL DE LA NUEVA ESPAÑA, LLAMADO DON FERNANDO CORTES

En la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán del año de 19 a esta parte y ha sometido a la corona real de su majestad. En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa, en la cual hay muy grandes ciudades, y de maravillosos edificios, y de grandes tratos y riquezas; entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas, llamada Temixtitán, que está por maravillosa arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteczuma; donde le acaecieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente del grandísimo señorito del dicho Muteczuma, y de sus ritos y ceremonias y de cómo se sirve.

Muy alto y poderoso y muy católico príncipe, invictísimo emperador y señor nuestro: En una nao que de esta Nueva España de vuestra sacra alteza majestad despaché a 16 de julio del año de 1519, envié a vuestra alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas. La cual elación llevaron Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, procuradores de la rica villa de la Veracruz, que yo en nombre de vuestra alteza fundé. Y después acá, por no haber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación desta tierra, como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a vuestra majestad lo que después se ha hecho; de que Dios sabe la pena que he tenido. Porque he deseado que vuestra alteza supiese las cosas desta tierra; que son tantas y tales, que como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo emperador della, y con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee. E porque querer de todas las cosas destas partes y nuevos reinos de vuestra alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decir se debían sería casi proceder a infinito, si de todo a vuestra alteza no quiere tan larga cuenta como debo, a vuestra sacra majestad suplico me mande perdonar; porque ni mi habilidad, ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo, para ello me ayudan. Mas que todo, me esforzaré a decir a vuestra alteza lo menos mal que yo pudiere la verdad y lo que al presente es necesario que vuestra majestad sepa. E asimismo suplico a vuestra alteza me mande perdonar si todo lo necesario no contare, el cuánto y cómo muy cierto, y si no acertare algunos nombres así de ciudades y villas como de señoríos dellas, que a vuestra majestad han ofrecido su servicio y dándose por sus súbditos y vasallos. Porque en cierto infortunio agora nuevamente acaecido, de que adelante en el proceso a vuestra alteza daré entera cuanta, se me perdieron todas las escrituras y autos que con los naturales destas tierras y he hecho, y otras muchas cosas.

En la otra relación, muy excelentísimo príncipe, dije a vuestra majestad las ciudades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía sujetas y conquistadas. Y dije asimesmo que tenía noticia de una gran señor que se llamaba Muteczuma, que los naturales desta tierra me habían dicho que en ella había que estaba según ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o cien leguas de la casta y puerto donde yo desembarqué. Y que confiando en la grandeza de Dios, y con el esfuerzo del real nombre de vuestra alteza pensaba irle a ver doquiera que estuviese; y aun me acuerdo que me ofrecí, en cuanto a la demanda deste señor, a mucho más de lo a mi posible. Porque certifiqué a vuestra alteza que lo habría, preso o muerto, o súbdito a la corona real de vuestra majestad; y con este propósito y demanda me partí de la ciudad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a 16 de agosto, con quince a caballo y trescientos peones lo mejor aderezados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar; y dejé en la villa de la Veracruz ciento y ciencuenta hombres con dos de a caballo, haciendo una fortaleza, que ya casi tengo acabada, y dejé toda aquella provincia de Cempoal y toda la sierra comarcana en la dicha villa, que serán hasta cincuenta mil hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallo de vuestra majestad, como hasta agora lo han estado y están; porque ellos eran súbditos de aquel señor Muteczuma, y según fui informado, lo eran por fuerza y de poco tiempo acá; y como por mi tuvieron noticia de vuestra alteza y de su muy real y gran poder, dijeron que querían ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel gran señor, que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus ídolos, y me dijeron otras muchas quejas dél; e con esto han estado y están muy ciertos y leales en el servicio di vuestra alteza. E creo lo estarán siempre por ser libres de la tiranía de aquél y porque de mí han sido siempre bien tratados y favorecidos. E para más seguridad de los que en la villa quedaban, traje conmigo algunas personas y principales dellos, con alguna gente, que no poco provechosos me fueron en mi camino. Y porque, como ya creo en la primer relación escribí a vuestra majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo que yo en servicio de vuestra alteza hacía e aun algunos dellos se me quisieron alzar y írseme de la tierra, en especial cuatro españoles, que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, asimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, según lo confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto con cierto pan y tocinos, y matar al maestro dél, y irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo enviaba la nao que a vuestra alteza envié, y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar, para que el dicho Diego Velázquez pusiese en guarda para que la tomasen, como después que lo puso lo supo por obra; que según he sido informado, envió tras la dicha nao una carabela, y si no fuera pasada, la tomara. E asimismo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez. E vistas las confesiones destos delincuentes, los castigué conforme a justicia y a lo que según el tiempo me pareció que había necesidad y al servicio de vuestra alteza complía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez, tenía voluntad de salir de la tierra había otros que por verla tan grande y de tanta gente, y tal, y ver los pocos españoles que éramos, estaban, del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase se me alcanzarían con ellos, y yéndose todos los que desta voluntad estaban yo quedaría casi solo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a vuestra alteza en esta tierra se ha hecho, tuve manera como so color que los dichos navíos que estaban para navegar, los eché a la costa; por donde todos perdieron la esperanza de salir dela tierra y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha que vueltas las espaldas no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar.

Ocho o diez días después de haber dado con los navíos en la costa, y siendo ya salido de la Veracruz hasta la ciudad de Cempoal, que está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido a ellos con una barca, y les habían dicho que eran de Francisco de Garay, teniente y gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir. Y que dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de vuestra alteza tenía poblada esta tierra y hecho una villa allí a una legua de donde los dichos navíos andaban, y que allí podía ir con ellos y me farían saber de su venida, e si alguna necesidad trajesen, se podían reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló dónde era; y que ellos le habían respondido que ya habían visto el puerto, porque pasaron por frente dél, y que así lo farían como él se lo decía. E que se había vuelto con la dicha barca, y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto, y que todavía andaban por la costa, y que no sabía qué era su propósito, pues no habían venido al puerto: e visto lo que el dicho capitán me fizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban sumos tres leguas la costa abajo y que ninguno no había saltado en tierra. E de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos, encontré tres hombres de los dichos navíos, entre los cuales venía uno que decía ser escribano, y los dos traía, según me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación que diz que el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requerimiento que allí traía, en el cual se contempla que me hacía saber cómo él había descubierto aquella fiera y quería poblar en ella; por tanto, que me requería que partiese con él los términos, porque su asiento quería hacer cinco leguas la costa abajo después de pasada Nautecal, que es una ciudad que es doce leguas de la dicha villa que agora se llama Almería. A los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de Veracruz, que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venía. E si sus navíos y gente trajesen alguna necesidad, los socorrería con lo que yo pudiese. E que pues él decía venir en servicio de vuestra sacra majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en que sirviese a vuestra alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni otra gente venía a tierra ni adonde yo estuviese. E creyendo que debían haber hecho algún daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche me puse muy secretamente junto a la costa de la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban sumos, y allí estuve encubierto fasta otro día casi a mediodía, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra, para saber dellos lo que habían hecho o por qué parte habían andado, y si algún daño en la tierra hubiesen hecho, enviárselos a vuestra sacra majestad, y jamás salieron ellos ni otra persona; e visto que no salían, e fice quitar los vestidos a aquellos que venían a facerme el requerimiento y se los vistiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales fice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos; e visto por ellos, salió a tierra una barca con fasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca, como que se iban a la sombra dellas. E así saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros; los cuales, como estaban cercados de la gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno de ellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta, y matara a aquel capitán que yo tenía en la Veracruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no dio fuego. E los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes de que llegasen a los navíos ya se iban a la vela, sin aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna. E de los que conmigo quedaron me informé cómo habían llegado a un río que está treinta leguas de la costa abajo después de pasar Almería, y que allí había habido buen acogimiento de los naturales, y que por rescate les habían dado de comer, e que habían visto algún oro que traían los indios, aunque poco. E que habían rescatado fasta tres mil castellanos de oro. E que no habían saltado en tierra, mas que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca, que de los navíos los podían bien ver. E que no había edificios de piedra, sino que todas las casas eran de paja, excepto que los suelos dellas tenían algo altos y hechos a mano. Lo cual todo después supe más por entero de aquel gran señor Muteczuma y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo; a los cuales, y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río, que también yo les tomé, envié con otros mensajeros del dicho Muteczuma para que hablasen al señor de aquel río, que se dice Panuco, para le atraer al servicio de vuestra sacra majestad. Y él que envió con ellos una persona principal, y aun, según decían, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes. E me dijo que él y toda su tierra eran muy contentos de ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos. E yo les di otras cosas de las de España, con que fue muy contento, y tanto, que cuando los vieron otros navíos del dicho Francisco de Garay (de quien adelante a vuestra alteza faré relación), me envió a decir el dicho Panuco cómo los dichos navíos estaban en otra río lejos de allí hasta cinco o seis jornadas. E que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían, porque les darían lo que hubiesen menester; e que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer.

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