Cartas Marruecas (23 page)

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Authors: José Cadalso

Tags: #Ensayo,Clásico

Aun cuando vuestro sistema arbitrario y vacío de todo fundamento de razón o de autoridad fuese evidente con todo el rigor geométrico, debiera guardarse oculto entre pocos individuos de cada república. Éste debiera ser un secreto de estado, guardado misteriosamente entre muy pocos, con la condición de severo castigo a quien lo violase.

A la verdad, amigo Ben-Beley, esta última razón de Nuño me parece sin réplica. O lo que los libertinos se han esmerado en predicar y extender es verdadero, o es falso. Si es falso, como yo lo creo, son reprensibles por querer contradecir a la creencia de tantos siglos y pueblos. Y si es verdadero, este descubrimiento es al mismo tiempo más importante que el de la piedra filosofal y más peligroso que el de la magia negra; y por consiguiente no debe llegar a oídos del vulgo.

Carta LXXXVIII

Ben-Beley a Gazel.

Veo y apruebo lo que me dices sobre los varios trámites por donde pasan las naciones desde su formación hasta su ruina total. Si cabe algún remedio para evitar la encadenación de cosas que han de suceder a los hombres y a sus comunidades, no creo que lo haya para prevenir los daños de la época del lujo. Éste tiene demasiado atractivo para dar lugar a otra cualquiera persuasión; y así, los que nacen en semejantes eras se cansan en balde si pretenden contrarrestar la fuerza de tan furioso torrente. Un pueblo acostumbrado a delicadas mesas, blandos lechos, ropas finas, modales afeminados, conversaciones amorosas, pasatiempos frívolos, estudios dirigidos a refinar las delicias y lo restante del lujo, no es capaz de oír la voz de los que quieran demostrarle lo próximo de su ruina. Ha de precipitarse en ella como el río en el mar. Ni las leyes suntuarias, ni las ideas militares, ni los trabajos públicos, ni las guerras, ni las conquistas, ni el ejemplo de un soberano parco, austero y sobrio, bastan a resarcir el daño que se introdujo insensiblemente.

Reiráse semejante nación del magistrado que, queriendo resucitar las antiguas leyes y austeridad de costumbres, castigue a los que las quebranten; del filósofo que declame contra la relajación; del general que hable alguna vez de guerras; del poeta que canta los héroes de la patria. Nada de esto se entiende ni se oye; lo que se escucha con respeto y se ejecuta con general esmero, es cuanto puede completar la ruina universal. La invención de un sorbete, de un peinado, de un vestido y de un baile, es tenido por prueba matemática de los progresos del entendimiento humano. Una composición nueva de una música deliciosa, de una poesía afeminada, de un drama amoroso, se cuentan entre las invenciones más útiles del siglo. A esto reduce la nación todo el esfuerzo del entendimiento humano; a un nuevo muelle de coche, toda la matemática; a una fuente extraña y un teatro agradable, toda la física; a más olores fragantes, toda la química; a modos de hacernos más capaces de disfrutar los placeres, toda la medicina; y a romper los vínculos de parentesco, matrimonio, lealtad, amistad y amor de la patria, toda la moral y filosofía.

Buen recibimiento tendría el que se llegase a un joven de dieciocho años, diciéndole: «Amigo, ya estás en edad de empezar a ser útil a tu patria; quítate esos vestidos, ponte uno de lana del país; deja esos manjares deliciosos y conténtate con un poco de pan, vino, hierbas, vaca y carnero; no pases siquiera por teatros y tertulias; vete al campo, salta, corre, tira la barra, monta a caballo, pasa el río a nado, mata un jabalí o un oso, cásate con una mujer honrada, robusta y trabajadora».

Poco mejor le iría al que llegase a la mujer y le dijese: «¿Tienes ya quince años? Pues ya no debes pensar en ser niña: tocador, gabinete, coche, mesas, cortejos, máscaras, teatros, nuditos, encaje, cintas, parches, blondas, aguas de olor, batas, desabillés, al fuego desde hoy. ¿Quién se ha de casar contigo, si te empleas en estos pasatiempos? ¿Qué marido ha de tener la que no cría sus hijos a sus pechos, la que no sabe hacerle las camisas, cuidarle en una enfermedad, gobernar la casa y seguirle si es menester a la guerra?».

El pobre que fuese con estos sermones recibiría en pago mucha mofa y burla. Esta especie de discursos, aunque muy ciertos y verdaderos en un siglo, apenas se entienden en otro. Sucede al pie de la letra a quien los profiere como sucedería al que resucitase hoy en París hablando galo, o en Madrid hablando el lenguaje de la antigua Numancia; y si al estilo añadía el traje y ademanes competentes, todos los desocupados, que son la mayor parte de los habitantes de las cortes, irían a verle por curiosidad, como quien va a oír a un pájaro o un monstruo venido de lejanas tierras.

Si como me hallo en África, apartado de la corte del emperador, separado del bullicio, y en una edad ya decrépita, me viese en cualquiera corte de las principales de Europa, con pocos años, algunas introducciones y mediana fortuna, aunque me hallase con este conocimiento filosófico, no creas que yo me pusiese a declamar contra este desarreglo ni a ponderar sus consecuencias. Me parecería tan infructuosa empresa como la de querer detener el flujo y reflujo del mar o el oriente y ocaso de los astros.

Carta LXXXIX

Nuño a Gazel.

Las cartas familiares que no tratan sino de la salud y negocios domésticos de amigos y conocidos son las composiciones más frías e insulsas del mundo. Debieran venderse impresas y tener los blancos necesarios para la firma y la fecha, con distinción de cartas de padres a hijos, de hijos a padres, de amos a criados, de criados a amos, de los que viven en la corte a los que viven en la aldea, de los que viven en la aldea a los que viven en la corte. Con este surtido, que pudiera venderse en cualquiera librería a precio hecho, se quitaría uno el trabajo de escribir una resma de papel llena de insulseces todos los años y de leer otras tantas de la misma calidad, dedicando el tiempo a cosas más útiles.

Si son de esta especie las contenidas en el paquete que te remito y que me han enviado desde Cádiz para ti, no puedo menos de compadecerte. Pero creo que entre ellas habrá muchas del viejo Ben-Beley, en las cuales no puede menos de hallarse cosas más dignas de tu lectura.

Te remitiré en breve un extracto de cierta obra de un amigo mío que está haciendo un paralelo entre el sistema de las ciencias en varios siglos y países. Es increíble que, habiéndose adelantado tan poco en lo esencial, haya sido tanta la variedad de los dictámenes en diferentes épocas.

Hay nación en Europa (y no es la española) que pocos siglos ha prohibió la imprenta, después todos los teatros, luego toda la filosofía opuesta al peripateticismo, y sucesivamente el uso de la quina; y luego ha dado en el extremo opuesto. Quiso la misma hacer salir de la cáscara, en su propio país frío y húmedo, los pájaros traídos dentro de sus huevos desde su clima natural que es caliente y seco. Otros de sus sabios se empeñaron en sostener que los animales pueden procrearse sin ser producidos del semen. Otros apuraron el sistema de la atracción neutoniana, hasta atribuir a dicha atracción la formación de los fetos dentro de las madres. Otros dijeron que los montes se habían formado de la mar. Esta libertad ha trascendido de la física a la moral. Han defendido algunos que lo de tuyo y mío eran delitos formales; que en la igualdad natural de los hombres es vicioso el establecimiento de las jerarquías entre ellos; que el estado natural del hombre es la soledad, como la de la fiera en el monte. Los que no ahondamos tanto en las especulaciones, no podemos determinarnos a dejar las ciudades de Europa y pasar a vivir con los hotentotes, patagones, araucos, iroqueses, apalaches y otros tales pueblos, que parece más conforme a la naturaleza, según el sistema de estos filósofos, o lo que sean.

Carta XC

Gazel a Nuño.

En la última carta de Ben-Beley que me acabas de remitir, según tu escrupulosa costumbre de no abrir las que vienen selladas, me hallo con noticias que me llaman con toda prontitud a la corte de mi patria. Mi familia acaba de renovar con otra ciertas disensiones antiguas, en las que debo tomar partido, muy contra mi genio, naturalmente opuesto a todo lo que es facción, bando y parcialidad. Un tío que pudiera manejar aquellos negocios está lejos de la corte, empleado en un gobierno sobre las fronteras de los bárbaros, y no es costumbre entre nosotros dejar las ocupaciones del carácter público por las del interés particular. Ben-Beley, sobre ser muy anciano, se ha apartado totalmente de las cosas del mundo, aunque yo me veo indispensablemente precisado a acudir a ellos. En este puerto se halla un navío holandés, cuyo capitán se obliga a llevarme hasta Ceuta, y de allí me será muy fácil y barato el tránsito hasta la corte. Es natural que toquemos en Málaga; dirígeme a aquella ciudad las cartas que me escribas, y encarga a algún amigo que tengas en ella que las remita al de Cádiz, en caso que en todo el mes que empieza hoy no me vea. Te aseguro que el pensamiento solo de que voy a la corte a pretender con los poderosos me desanima increíblemente.

Te escribiré desde Málaga y Ceuta, y a mi llegada. Siento dejar tan pronto tu tierra y tu trato. Ambos habían empezado a inspirarme ciertas ideas nuevas para mí hasta ahora, de las cuales me había privado mi nacimiento y educación, influyéndome otras que ya me parecen absurdas, desde que medito sobre el objeto de las conversaciones que tantas veces hemos tenido. Grande debe de ser la fuerza de la verdad, cuando basta a contrastar dos tan grandes esfuerzos. ¡Dichoso amanezca el día feliz cuyas divinas luces acaben de disipar las pocas tinieblas que aún oscurecen lo oculto de mi corazón! No me ha parecido jamás tan hermoso el sol después de una borrasca, ni el mar tranquilo después de una furiosa agitación, ni el soplo blando del céfiro después del horroroso son del norte, como me pareciera el estado de mi corazón cuando llegué a gozar la quietud que me prometiste y empecé a experimentar en tus discursos. La privación sola de tan grande bien me hace intolerable la distancia de las costas de África a la de Europa. Trataré en mi tierra con tedio los negocios que me llaman, dejando en la tuya el único que merece mi cuidado, y al punto volveré a concluirlo, no sólo a costa de tan corto viaje, pero aunque fuese preciso el de la nave española La Victoria, que fue la primera que dio la vuelta al globo.

Hago ánimo de tocar estas especies a Ben-Beley. ¿Qué me aconsejas? Tengo cierto recelo de ofender su rigor, y cierto impulso interior a iluminarle, si aún está ciego, o a que su corazón, si ya ha recibido esta luz, la comunique al mío, y unidas ambas, formen mayor claridad. Sobre esto espero tu respuesta, aun más que sobre los negocios de pretensión, corte y fortuna.

FIN DE LAS CARTAS MARRUECAS.

Nota

El manuscrito contenía otro tanto como lo impreso, pero parte tan considerable quedará siempre inédita, por ser tan mala la letra que no es posible entenderla. Esto me ha sido tanto más sensible, cuanto me movió a mayor curiosidad el índice de las cartas, así impresas como inéditas, hasta el número de ciento y cincuenta. Algunos fragmentos de las últimas que tienen la letra algo más inteligible, aunque a costa de mucho trabajo, me aumentan el dolor de no poder publicar la obra completa. Los incluiría de buena gana aquí con los asuntos de las restantes, deseando ser tenido por editor exacto y escrupuloso, tanto por hacer este obsequio al público, cuanto por no faltar a la fidelidad respecto de mi difunto amigo; pero son tan inconexos los unos con los otros y tan cortos los trozos legibles, que en nada quedaría satisfecho el deseo del lector. Y así, nos contentaremos uno y otro con decir que, así por los fragmentos como por los títulos, se infiere que la mayor parte se reducía a cartas de Gazel a Nuño, dándole noticia de su llegada a la capital de Marruecos, su viaje a encontrar a Ben-Beley, las conversaciones de los dos sobre las cosas de Europa, relaciones de Gazel y reflexiones de Ben-Beley, regreso de Gazel a la corte, su introducción en ella, lances que en ella le acaecen, cartas de Nuño sobre ellos, consejos del mismo a Gazel, muerte de Ben-Beley.

Asuntos todos que prometían ocasión de ostentar Gazel su ingenuidad y su imparcialidad Nuño, y muchas noticias del venerable anciano Ben-Beley. Pero tal es el mundo y tal los hombres, que pocas veces vemos sus obras completas.

Protesta literaria del editor de las Cartas Marruecas

Oh tempora! Oh mores! —exclamarán con mucho juicio algunos al ver tantas páginas de tantos renglones cada una—. ¡Obra tan voluminosa!, ¡pensamientos morales!, ¡observaciones críticas!, ¡reflexiones pausadas! ¿Y esto en nuestros días? ¡A nuestra vista!, ¡a nuestras barbas! ¿Cómo te atreves, malvado editor, o autor, o lo que seas, a darnos un libro tan pesado, tan grueso, y sobre todo tan fastidioso? ¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra benignidad? Ni tu edad, que aún no es madura, ni la nuestra, que aún es tierna, ni la del mundo, que nunca ha sido más niño, te pueden apartar de tan pesado trabajo. Pesado para ti, que has de concluirlo, para nosotros, que lo hemos de leer, y para la prensa, que ahora habrá de gemir. ¿No te espanta la suerte de tanto libro en folio, que yace entre el polvo de las librerías, ni te estimula la fortuna de tanto libro pequeño, que se reimprime millares de veces, sin bastar su número a tanto tocador y chimenea que toma por desaire el verse sin ellos? Satirilla mordaz y superficial, aunque sea contra nosotros mismos, suplemento o segunda parte de ella, versos amorosos y otras producciones de igual ligereza, pasen en buena hora de mano en mano, su estilo de boca en boca, y sus ideas de cabeza en cabeza; pasen, vuelvo a decir, una y mil veces enhorabuena: nos agrada nuestra figura vista en este espejo, aunque el cristal no sea lisonjero; nos gusta el ver nuestros retratos pasar a la posteridad, aunque el pincel no nos adule. Pero cosas serias, como patriotismo, vasallaje, crítica de la vanidad, progresos de la filosofía, ventajas o inconvenientes del lujo, y otros artículos semejantes, no, en nuestros días; ni tú debes escribirlas ni nosotros leerlas. Por poco que permitiésemos semejantes ridiculeces, por poco estímulo que te diésemos, te pondrías en breve a trabajar sobre cosas totalmente graves. El estilo jocoso en ti es artificio; tu naturaleza es tétrica y adusta. Conocemos tu verdadero rostro y te arrancaremos la máscara con que has querido ocultarla. No falta entre nosotros quien te conozca. De este conocimiento inferimos que desde la oscuridad de tu estudio no has querido subir de un vuelo a lo lucido de la literatura, sino que has primero rastreado, después elevado un poco más las alas, y ahora no sabemos hasta dónde te quieres remontar. Alguno de los nuestros sabe que preparas al público, con estos papelillos, para cosas mayores. Tememos que, manifestándote favor, imprimas luego algún día Los elementos del patriotismo, ¡pesadísima obra! Quieres reducir a sistema las obligaciones de cada individuo del estado, de su clase, y las de cada clase al conjunto. Si tal hicieras, esparcirías una densísima nube sobre todo lo brillante de nuestras conversaciones e ideas; lograrías apartarnos de la sociedad frívola, del pasatiempo libre y de la vida ligera, señalando a cada uno la parte que le tocaría de tan gran fábrica, y haciendo odiosos los que no se esmerasen en su trabajo. No, Vázquez, no lograrías este fin, si como eficaz medio para él esperas congraciarte con nosotros. Vamos a cortar la raíz del árbol que puede dar tan malos frutos. Has de saber que nos vamos a juntar todos en plena asamblea, y prohibir a nosotros mismos, a nuestros hijos, mujeres y criados, tan odiosa lectura; y aun si así logras que alguno te lea, también lograremos darte otras pesadumbres. Nos dividiremos en varias tropas; cada una te atacará por distinta parte: unos dirán que eres malísimo cristiano en suponer que un moro como Ben-Beley dé tan buenos consejos a su discípulo; otros gritarán que eres más bárbaro que todos los africanos en decir que nuestro siglo no es tan feliz como decimos nosotros, como si no bastara que nosotros lo dijéramos; y así los otros asuntos de tus cartas africanas, escritas en el centro de Castilla la Vieja, provincia seca y desabrida que no produce sino buen trigo y leales vasallos.

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