Categoría 7 (37 page)

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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

El presidente sobreviviría, sin duda. La capital de la nación ya empezaba a notar la lejana pero innegable presencia de la furia de
Simone
, y el presidente y su familia ya habían sido trasladados a un lugar seguro. También el vicepresidente, el gabinete y la mayor parte del Congreso. La población sería la más perjudicada.

Carter observó la oscura silueta de los edificios y trató de encauzar su furia. Él prevalecería. Los meteorólogos ya estaban fascinados con su criatura. Ella había crecido mucho más rápido de lo que Carter había previsto, considerando, sobre todo, que Raoul había fracasado al ejecutar la operación tal como se le había ordenado. Sin embargo, como si apoyara los planes de Carter,
Simone
había pasado a categoría 5
motu proprio
. La añadida descarga del láser, cuando tuviese lugar —y lo tendría—, incrementaría más allá de cualquier expectativa lo que ya crecía de forma natural. Tal vez fuera preciso crear nuevas categorías. Quizás categoría 6 o incluso categoría 7.

La intensificación natural que había sufrido
Simone
sólo serviría para disimular sus actividades.

Se alejó de la ventana, dejando vagar su mente. Durante años le había dicho a todo aquel que había querido escucharle que todo lo que el mundo necesitaba era un accidente nuclear para que la vida en la tierra, tal como se la conocía, fuera un recuerdo, reemplazado por un lento, horripilante y omnipresente escenario de muerte. Pocos le habían prestado atención. Winslow Benson lo había hecho, y había utilizado y modificado la información corrompiéndola hasta dejarla irreconocible, y la había echado a la arena pública arremetiendo contra la reputación de Carter de tal forma que lo había quemado con radiactivo fervor. Como el propio tema, el retorcido argumento de Winslow Benson, poseía una vida duradera y perniciosa, y había sido presentado como «contrapunto» en todas las discusiones desde entonces. Seguía siendo corrosivo hasta la fecha. Pero no por mucho tiempo.

Carter iba a triunfar muy pronto. En menos de una semana todos verían los resultados de lo que Winslow Benson apoyaba: la energía nuclear. La destrucción del medio ambiente sería tan terrible que no existirían palabras para describirla. La contaminación radiactiva mortal duraría más que lo que le quedara de vida a la humanidad sobre la tierra.

Tras mirar su reloj, Carter se dirigió a la ducha. Terminaría los asuntos pendientes con Davis Lee y Kate, y luego volvería a Iowa, en donde permanecería, rodeado de su familia, hasta que el holocausto se pusiera en marcha. Cuando el cuerpo de Richard Carlisie fuera descubierto, si es que sucedía, Carter ya se habría marchado.

Domingo, 22 de julio, 6:00 h, DUMBO, Brooklyn.

A Kate nunca le habían gustado las sorpresas, y oír la voz de Jake Baxter al otro lado de la línea de su móvil a las seis de la mañana de un domingo no auguraba nada bueno. El hecho de que la estuviera llamando desde su coche en la calle, delante de su piso, era todavía más sospechoso.

Ella lo hizo entrar. Había aprovechado los escasos minutos que Jake tardó en subir al cuarto piso para vestirse y cepillarse los dientes. Su cabello tendría que esperar.

Cuando abrió la puerta, allí estaba él. Tenía tan mal aspecto como ella, pero parecía aún más cansado.

—Hola.

La expresión de Kate no era precisamente de bienvenida, aunque la de él parecía de todo menos compungida.

—Supongo que no traerás flores en tu mochila.

Él frunció el ceño confundido.

—No. Mi ordenador, un cepillo de dientes y ropa interior limpia.

Ella se apartó y le hizo un gesto invitándolo a entrar en el apartamento.

—Voy a preparar un poco de café. ¿Quieres un poco o ya has tenido suficiente?

—Si tienes el mismo que…

—No es el café del supermercado. Se lo compro a un pequeño etíope en el Lower East Side, que tuesta su propio café.

—Entonces tomaré un poco —replicó, dejando su mochila en el suelo y mirando a su alrededor—. Bonito lugar.

—Gracias. —Kate cerró la puerta y recorrió la breve distancia hasta su minúscula cocina—. ¿Qué tal el viaje?

—Duró algo más de cinco horas. Washington y la costa este de Maryland están siendo evacuadas obligatoriamente. Malos conductores, lluvias intensas y una generalizada sensación de pánico han provocado que el viaje hacia el norte se haya hecho eterno. Creo que todos los hoteles desde el puente Delaware Memorial hasta el George Washington se han quedado sin habitaciones libres.

—Bueno, todos tendrán que salir de Dodge. ¿Has oído las últimas noticias?

—No. Necesitaba un descanso y he venido escuchando música estas últimas horas.

—No tocó tierra como todos predijeron. Dio media vuelta en las costas de Carolina del Norte y se dirigió directamente hacia la Corriente del Golfo. Ha alcanzado la categoría 5 y está aumentando la velocidad de su desplazamiento.

Jake miró a Kate con el ceño fruncido.

—¿Cómo lo sabes? ¿Estabas despierta cuando te llamé?

Ella terminó de echar el café en la cafetera y lo miró.

—No. Me levanté hace unas horas un momento. Mi hermana vive en Los Ángeles y trabaja en el tercer turno. A veces se olvida de que la gente normal suele dormir en ese horario. Estuve mirando en Internet antes de volver a acostarme. ¿Qué es tan urgente para interrumpir mi sueño?

—Sí, ah, lo siento.

—Eso dices —replicó secamente—. ¿Entonces?

—Terminé de leer tu trabajo y me di cuenta de que al final había una nota de agradecimiento a Richard Carlisle.

Ella lo miró por encima de su hombro y observó cómo se reclinaba sobre la minúscula encimera.

—Fue uno de mis profesores en Cornell. Seguimos en contacto. El es el meteorólogo de AM/USA.

—Sé quién es. —Hizo una pausa—. Si no te molesta la pregunta, ¿hasta qué punto sois amigos?

«¿Qué les pasa a todos los hombres?». Ella guardó el pequeño paquete de café en la nevera y apoyó las manos en sus caderas.

—¿Disculpa? Por supuesto que me importa. ¿Qué clase de pregunta es ésa? Acabamos de conocernos. ¿Apenas te conozco y ya me preguntas por mi vida privada?

Él tuvo la suficiente cortesía de parecer algo avergonzado.

—Lo siento. No te lo pregunto porque quiera meterme en tu vida, Kate. Él trabajaba para el gobierno, realizando investigaciones meteorológicas, antes de empezar a dar clases. Pensé que te podía haber comentado algo sobre las tormentas.

—Sé que trabajó para la NO A A cuando comenzó, pero nunca habla del asunto —respondió alzando un hombro—. Su único comentario con respecto a mi ponencia fue para decirme que no la escribiera.

—¿Por qué?

—Me dijo que me convertiría en modelo de los dementes del mundo. Desgraciadamente, creo que tiene razón. El resumen del trabajo apareció en la página del congreso en Internet hace unas pocas semanas, y ya he recibido docenas de solicitudes del texto completo. Y para que te quede suficientemente claro, muy pocas direcciones de correo terminan en «.edu». —Ella terminó de echar agua en la cafetera y la encendió, dándose luego la vuelta para mirarle de frente—. ¿Por qué no me dices por qué has venido hasta aquí, Jake? Me podrías haber preguntado sobre Richard por teléfono.

Él la miró a los ojos durante varios minutos. Después se encogió de hombros, por lo que ella se preparó para una mentira.

—Tienes razón. Tengo otras preguntas que no quería hacer por teléfono. —Dudó unos segundos—. Estuve trabajando ayer todo el día hasta la hora de salir para aquí. ¿Podría darme una ducha antes de que hablemos?

Veinte minutos más tarde, él estaba duchado y ella vestida y estaban dando los primeros pasos entre chaparrones por el puente de Brooklyn para observar qué sucedía en Lower Manhattan cuando hay una orden de evacuación obligatoria. Había sido idea de Jake. Decididamente, aquel hombre estaba loco.

—¿Por qué no hay nadie en las calles?

—Son las seis y media de la mañana del domingo. Acaban de llegar a casa —masculló.

—Existe una orden de evacuación.

Ella no miró.

—No para todos, sólo para los que viven en la costa, como mis padres.

—¿Por qué no los estás ayudando a que evacuen?

—Porque todavía no se han levantado. Después tienen que ir a misa. Y quizás entonces empiecen a pensar en el asunto. —Se encogió de hombros—. Esto es Nueva York. La gente no se asusta por los grandes acontecimientos. ¿No ha abierto todavía la pastelería de la esquina? Eso sí podría dar inicio a un revuelta social.

—Se aproxima un huracán de categoría 5.

Ella se encogió de hombros y tomó un trago de su café. Nunca sabía tan bien en un vaso térmico como en una taza de verdad.

—Ya basta de cháchara. Quiero saber qué sucede —dijo Kate secamente.

—No te lo puedo decir todo… —comenzó.

—¿Por qué no? —exigió.

Él la miró sorprendido.

—Iba a empezar a explicarte, ¿vale? Déjame hablar.

Ella hizo un gesto exasperado con los ojos y tomó otro sorbo de café.

—No puedo contártelo todo porque no lo sé. Eso es lo que intentaba decirte. Trabajo para una agencia gubernamental como meteorólogo forense. Mi interés por las tormentas sobre las que hablamos tiene que ver con investigaciones meteorológicas actuales.

«No sabe mentir». Ella lo miró.

—Ya hemos hablado de esto el otro día, Jake. ¿Qué tipo de investigaciones?

Él empezaba a parecer irritado, aunque quizás sólo estuviera molesto por haber dormido poco.

—¿Podrías dejar de interrumpirme?

—Bueno, ve al grano. Comenzaste a hacerme preguntas extrañas sobre las tormentas cuando terminé mi exposición. Y ahora apareces en mi casa con un puñado de preguntas. Si estuvieras intentando liarte conmigo, me imagino que tu estrategia sería diferente. Entonces, ¿de qué se trata? Y no quiero más mentiras. Eres un pésimo mentiroso —concluyó con dureza.

Él se atragantó con el café, y cuando por fin pudo hablar su voz le salió algo entrecortada.

—Quiero saber todo lo que puedas contarme sobre Carter Thompson y Richard Carlisle.

Ella frunció el ceño.

—No puedo contarte nada.

—No me jodas.

—Eh, que no soy yo quien está pidiendo favores. Y un cambio de actitud tal vez funcionaría mejor —replicó irritada.

—¿Tú crees quejo tengo que cambiar de actitud?

—¿De verdad has venido hasta aquí para hablar de Carter y de Richard? —Sacudió la cabeza—. Bueno, está bien. Lo cierto es que sé sobre Carter lo mismo que sabe el resto. Es una figura pública que he visto de lejos unas cuantas veces en actividades de la empresa. Nunca he hablado con él.

—¿Nunca?

—No. Sí. Quiero decir, nunca. Sé que me conoce porque estaba enfadado cuando me equivoqué al no predecir esas tormentas. Y le envié una copia de mi trabajo…

—¿Cuándo? —quiso saber Jake.

—¿Qué te ocurre? Se lo envié la noche antes de salir para la conferencia.

—¿Se ha puesto en contacto contigo desde entonces?

—No lo sé. No he estado en casa el tiempo suficiente para mirar mi correo electrónico desde que regresé de Washington.

—Vayamos a verlo.

—Por supuesto que no. —Ella se cruzó de brazos y se negó a cambiar de idea—. Quiero saber de qué va esto o llamo a la policía.

El abrió los ojos desmesuradamente.

—¿A la policía? ¿Por qué demonios ibas a llamar a la policía? ¿Crees que soy…?

—Lo que creo es que te conocí el viernes en un congreso. Allí me asustaste, y ahora llegas a la puerta de mi casa a las seis de la mañana del domingo hablando con tanta coherencia como uno de los dementes que me envían correos con direcciones como el [email protected]. Dices que trabajas para una agencia gubernamental como meteorólogo forense. Pues bien, tal vez sea cierto, ¿pero cómo sé que dices la verdad? Podría ser la Oficina Federal de Investigaciones de las Cloacas. —Se encogió de hombros—. Y ahora estamos en un puente elevado sobre aguas profundas, supuestamente porque crees que hay micrófonos en mi apartamento o algo así. Dime tú qué se supone que debo pensar, Jake. Mejor aún, dime qué demonios está sucediendo.

Él la miró en parte mortificado y en parte irritado, pero, sobre todo, la miró como si se hubiera quedado sin palabras. Y Kate no parecía dispuesta a ser indulgente. Finalmente, dejó escapar un hondo suspiro.

—He estado investigando minuciosamente esas tormentas que has analizado, Kate, así como muchas otras. Hay una marca en cada una de ellas que sugiere que su intensificación no fue natural, tal como insinúas en tu trabajo.

Algo en su mente hizo que frunciera el ceño.

—¿Qué tipo de marca?

Él dudó, lo cual no la tranquilizó.

—Un estallido de calor.

—Yo no encontré nada de eso. ¿Qué tipo de estallido?

—No puedo decirte nada más sobre ellos. Al menos no todavía. Pero me tropecé con lo mismo en unos antiguos experimentos que sugieren que Carlisle podría saber algo sobre tormentas con similares patrones de intensificación.

—Nunca me dijo nada al respecto.

—No me sorprende. Las investigaciones que llevaba a cabo no eran del dominio público.

Todo lo que estaba oyendo le generaba más preguntas en la cabeza y mayores retortijones en el estómago.

—¿Qué relación tiene esto con Carter Thompson?

—Trabajaron juntos en la investigación.

Kate frunció el ceño.

—¿Estás seguro?

—Afirmativo. Ambos nombres aparecen en los informes.

—Eso es muy extraño.

—¿Por qué?

Ella tomó un largo trago de café, sin estar muy segura de lo que iba a decir sin hablar primero con Richard.

—He visto muchas veces a Richard desde que me trasladé a Nueva York hace unos diez años —dijo con lentitud—. Nos reunimos, por lo menos, una vez al mes, nos mandamos correos electrónicos y hablamos por teléfono con mucha frecuencia, y nunca mencionó que conocía a Carter. Podría ser otro…

—Kate —la interrumpió suavemente Jake—, son éste Richard y éste Carter. Lo he confirmado. Necesito hablar con Richard. ¿Podrías arreglarlo?

Ella asintió lentamente.

—¿Y qué sucede con Carter?

—Tengo que hablar también con él, pero creo que lo haré más tarde.

—¿Qué hay de los estallidos de calor para incrementar la temperatura?

—No puedo hablar de eso.

Ella se apartó el pelo con el que el viento jugueteaba.

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