Caza de conejos (3 page)

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Authors: Mario Levrero

Tags: #Relato, #Humor, #Cuentos

XL

Cuando, al cabo de muchos años, Evaristo el plomero logró atrapar al fin un conejo, se llevó una profunda desilusión. Le había tocado un conejo vacío, sin mecanismos de relojería como los que soñaba y sin ninguna otra cosa en su interior.

Cuando, poco tiempo después de formalizado su noviazgo con Laura, la hermana gemela del idiota, Evaristo el plomero descubrió la compleja red de relaciones hetero y homosexuales entre Laura y el idiota y las dos primitas, recuperó su confianza en los conejos y siguió tratando de cazarlos.

Cuando, mucho tiempo después, Evaristo el plomero logró cazar un segundo conejo, y comprobó excitado que era mucho más pesado y sólido que el otro y que por lo tanto algo debería tener adentro, lo llevó a su pieza y se encerró con su instrumental para desarmarlo. Fue entonces cuando el conejo, una variante genética especial preparada por los terroristas, le explotó en la cara.

XLI

Hay un refrán muy usual en boca de nosotros, cazadores de conejos: «Donde menos se piensa, salta la liebre». Interpretamos la palabra «liebre» como una forma velada y poética de referirse al conejo, y cuando alguien dice este refrán, y se dice a menudo, los demás nos miramos con gestos de complicidad y de astucia.

XLII

La fuerza de los conejos radica en que todo el mundo cree en su existencia.

XLIII

Para las civilizaciones acostumbradas desde largo tiempo a los números arábigos, los números romanos tienen un no sé qué de misterioso y sólido, de dificultoso y terrorífico.

XLIV

Hay quienes se unen a nuestro equipo de caza no por interés en los conejos, sino en los pájaros. En efecto: quien ame el canto de los pájaros, encontrará en el bosque una tal variedad y una tal especial calidad en los cantos que quedará maravillado. Son estas personas las que más sufren cuando se enteran, tarde o temprano, de que hay poquísimos pájaros en este bosque, y los que hay casi no cantan o cantan mal o sin ganas; un canto opaco, sin brillo ni energía. Quienes cantan son las arañas, esa clase de arañas enormes y peligrosas que hacen sus nidos en las copas de los árboles y se valen de su canto para atraer víctimas. El amante del canto de los pájaros, hombre de sangre dulce, es la víctima favorita de estas arañas.

XLV

El bosque acicateado, profanado y devastado por generaciones y generaciones de guardabosques, se ha convertido hoy en una triste ciudad. Los conejos han pasado a residir en el inmundo sistema de alcantarillas, y el cazador se ha visto obligado a cambiar sus sistemas de caza, su indumentaria y su sentido del humor.

XLVI

Tardamos infinidad de veranos en descubrir que los conejos, en verano, emigran del bosque a la playa. Usan trajes de baño de vistosos colores, anteojos para el sol y sombrillas, y nos resulta prácticamente imposible distinguirlos de los otros turistas. Como, además, nosotros, la gente del castillo, no somos afectos a la playa, hemos finalmente decidido suspender la caza de conejos en el verano, y jugamos, en vez, a la lotería de cartones.

XLVII

Esteban, el hijo menor de Laura, es el vivo retrato de su padre (el casi legendario conejo Archibaldo). Cuando viene de caza con nosotros es prácticamente imposible distinguirlo de los otros conejos, y es así como ha recibido, varias veces, peligrosas heridas. Ahora optamos por colocarle un par de cartones redondos, uno en el pecho y otro en la espalda. Estos cartones tienen dibujados varios círculos concéntricos de distintos colores, como los cartones que suelen utilizarse para la práctica del tiro al blanco. De este modo confiamos en que la próxima vez no habremos de errar el tiro.

XLVIII

Las fatigosas marchas dominicales, al rayo del sol y con la carga de nuestro absurdo ropaje y nuestras armas, nos decidieron por fin a trasladar el bosque al interior del castillo. Lo hicimos en una tarde, ocupando a estos efectos todas las macetas y tachos que poseíamos.

En poco tiempo el bosque se secó. Al principio quedamos disgustados y desconcertados, pero luego recuperamos nuestra alegría al descubrir que en el desierto que dejamos en lugar del bosque, los conejos eran mucho más visibles y es por lo tanto mucho más fácil cazarlos.

XLIX

Si hay algo tal vez más apasionante que la caza de conejos, es la pesca. Aunque el ejercicio es menos violento, la espera no es por ello menos tensa. Y no hay emoción comparable a la de ver moverse de pronto la pequeña boya de corcho pintado de rojo, y sentir en la línea los nerviosos tirones, y recoger el hilo de nailon con el ril, comprobando en el otro extremo la resistencia del conejo que, desde el fondo del río, hacemos finalmente emerger con el paladar atravesado por el enorme anzuelo, la zanahoria de cebo casi intacta.

L

La mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador más avezado, es poder distinguir a primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan más que los conejos, y en una proporción realmente alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo los detestables caldos de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina, en lugar de los sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra razón de vivir.

El cazador se engaña casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de unos y otras, de las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de las alas y ese tono apagado de los enormes colmillos de marfil. En cambio es muy fácil distinguirlos en el laboratorio: la reacción al papel tornasol muestra que la saliva de la gallina tiene un pH mucho más elevado que la saliva del conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo que un laboratorio, y seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la vida.

LI

Si usted quiere venir con nosotros a la caza de conejos, desde ya le prevengo que más le conviene abandonar la idea. En primer lugar, le será muy difícil, si no imposible, localizar nuestro castillo. Ex profeso he dado referencias muy vagas, cuando no mentirosas, en mis textos. En segundo lugar, localizado el castillo, no podrá eludir las innumerables trampas mortales que hemos diseminado a su alrededor, justamente para librarnos de los extraños como usted. En tercer lugar, eludidas las trampas, le será imposible vadear el foso repleto de cocodrilos. En cuarto lugar, vadeado el foso, será incapaz de salvar el enorme portón de altísimas rejas, de hierro, terminadas en puntas de lanza. En quinto lugar, salvado el portón, la frialdad de nuestro recibimiento le provocará semejante desánimo que decidirá volver sobre sus pasos. Pero si usted es capaz de vencer todas estas dificultades, si bien no podrá venir de caza con nosotros porque el reglamento establecido por el idiota lo prohíbe expresa y terminantemente, obtendrá en cambio la mano de la hija del Rey, esa hermosísima mujer que desde tiempo inmemorial espera al hombre capaz de merecerla.

LII

El idiota confundió al oso amaestrado disfrazado de conejo, que siempre llevamos como señuelo en nuestras cacerías, con su primita Beatriz. El oso permitió que le babeara la espalda pero, aunque irredento imbécil, destrozó al idiota de un zarpazo cuando intentó acariciarle las nalgas.

LIII

Evaristo, el plomero, cazaba conejos con el soplete.

LIV

Quien use los conejos con fines afrodisíacos debe cuidarse especialmente de una variedad de conejos que son sedosos al tacto cuando están tranquilos, pero que a la menor presunción de cualquier tipo de peligro erizan sus pelos, que se vuelven duros y afilados como las púas de un puercoespín.

LV

Los cachorros de tigre que han perdido prematuramente a la madre son por lo general recogidos por conejas que han perdido a sus crías; de la simbiosis que se establece con el tiempo resultan esos ejemplares de conejas feroces y carniceras, y de tigres temerosos, saltarines y más bien amariconados.

LVI

Evaristo el plomero creía cuando era joven, debido a nuestra pronunciación rioplatense de la zeta, que íbamos a casar conejos, y en su primera cacería junto a nosotros fue con un sacerdote. En adelante tomamos el cuidado de pronunciar la zeta al estilo castizo, lo cual favoreció en nosotros el desarrollo de una notable afición por las cosas españolas, y en especial la música. Es así que ahora, los domingos, en lugar de ir de caza nos quedamos en el castillo escuchando discos y hablando de toros.

LVII

No llevamos a nuestros niños a las cacerías para evitarles el bochornoso espectáculo de las conejas que se dedican a la prostitución.

LVIII

Era la primera y última vez que íbamos a cazar conejos. Nuestra filosofía, que nos mantiene unidos, coherentes, nos prohíbe repetir una experiencia determinada, cualquiera que ella sea. Éste es el secreto de nuestra eterna juventud, de nuestra alegría constante y de esa llama de bondad suprema que siempre ilumina nuestros ojos.

LIX

Hicimos un alto en la marcha; ese día estábamos agotados y no podíamos encontrar el bosque. Aproveché la pausa para sentarme sobre una piedra y desenvolver el paquete de papel de estraza que me había dado mi madre; pero en lugar de las habituales milanesas, encontré un par de viejas alpargatas.

LX

Poniendo un conejo contra el oído, se oye el ruido del mar.

LXI

Atravesado arteramente por un conejo, las últimas palabras del idiota fueron: «Estoy cansado de combatir, nuestros jefes están todos muertos… Aquel que ha conducido a los jóvenes está muerto… Hace frío y no tenemos frazadas ni alimentos. Los niños pequeños se están helando hasta morir… ¡Escuchadme! Mis jefes: estoy cansado; mi corazón está enfermo y triste. Desde el punto en que el sol se encuentra ahora, ya no combatiré jamás». Muy pocos lograron identificar la cita.

LXII

Cuando un conejo sufre de polución nocturna, una gran calma se extiende sobre el bosque.

LXIII

El conejo con tendencias paranoides se cree perseguido por multitud de cazadores que quieren hacerle daño; es retraído y desconfiado, y se pasa la vida imaginando que va a ser víctima de complejas maquinaciones y de terribles trampas. En la etapa aguda de delirio, sus movimientos son torpes y descoordinados y pierde toda capacidad de raciocinio. Éste es el momento más apropiado para que el cazador lo atrape con facilidad.

LXIV

Cuando cayó el idiota, atravesado por una certera flecha del guardabosques, sus últimas palabras fueron: «La liberación de la energía encerrada en el átomo lo ha cambiado todo, salvo nuestra manera de pensar, y por esta razón avanzamos incesantemente hacia una catástrofe sin precedentes. Para que la humanidad sobreviva debe cambiar sus maneras de pensar. Una de las necesidades más urgentes de nuestro tiempo es la de disipar esta terrible amenaza».

LXV

La música favorita de los conejos es el Concierto en Re menor opus póstumo «La Muerte y la Niña», de Schubert. Se identifican con su violencia interior, con su drama sombrío, con su sentido agónico. Como no saben leer la tapa del long-play, en su lenguaje particular llaman entre ellos a esta obra «La Muerte y la Niña».

LXVI

Huberto, el sociólogo, trabajó varios años en el estudio de la organización socio-económica de los conejos. Sintetizó su investigación en una sola frase: «Dignidad arriba y regocijo abajo». Curiosamente, trabajando en forma separada, paralela a la de Huberto, llegó a la misma síntesis, expresada en la misma frase, Federico el sexólogo.

LXVII

Se dice, de los textos aquí presentados bajo el título de «Caza de conejos», que se trata en realidad de una fina alegoría que describe paso a paso el penoso procedimiento para la obtención de la Piedra filosofal; que, ordenados de una manera diferente a la que aquí se expone, resultan una novela romántica, de argumento lineal y contenido intrascendente; que es un texto didáctico, sin otra finalidad que la de inculcar a los niños en forma subliminal el interés por los números romanos; que no es otra cosa que la recopilación desordenada de textos de diversos autores de todos los tiempos, acerca de los conejos; que es un trabajo político, de carácter subversivo, donde las instrucciones para los conspiradores son dadas veladamente, mediante una clave preestablecida; que el autor sólo busca autobiografiarse a través de símbolos; que los nombres de los personajes son anagramas de los integrantes de una secta misteriosa; que ordenando convenientemente los fragmentos, con la primera sílaba de cada párrafo se forma una frase de dudoso gusto, dirigida contra el clero; que leído en voz alta y grabado en una cinta magnetofónica, al pasar esta cinta al revés se obtiene la versión original de la Biblia; que traducida al sánscrito, el sonido musical de esta obra coincide notablemente con un cuarteto de Vivaldi; que pasando sus hojas por una máquina de picar carne se obtiene un fino polvillo, como el de las alas de las mariposas; que son instrucciones secretas para hacer pajaritas de papel con forma de conejo; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal para atrapar conejos; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los hombres. Etcétera.

LXVIII

Nunca como aquel domingo habíamos visto que la cosquilla de los yuyos provocara en Laura tal alocada excitación. Dejó de gatear y se irguió de un brinco, saltaba y giraba sobre sí misma, se frotaba los pechos y el vientre, se abrazaba a los árboles, gritaba y daba inusitadas cabriolas. Todos nos quedamos perplejos, pero el idiota nos explicó, en dos palabras, mientras se acariciaba el bigote, la mirada ausente: «Bichos colorados», dijo.

LXIX

—Capitán —le dije al idiota—, los hombres están agotados.

El idiota se secó el sudor de la frente y me miró con cansancio esbozando una sonrisa triste.

—Lo sé —respondió.

Me mandó dar la orden de descanso. Los hombres se dispersaron, se sentaron en troncos o en el suelo, se quitaron las botas, se frotaban y acariciaban los pies llagados y cuarteados.

—Capitán —le dije, en nuevo aparte—, ¿no sería mejor abandonar la lucha? ¿Volver al castillo? ¿Cuánto tiempo hace que estamos aquí, dando vueltas sin sentido?

—Hace tiempo —respondió—, hace mucho tiempo que he abandonado la lucha. Hace mucho tiempo que lo único que busco es la forma de salir.

—¿La brújula?

—Enloquecida. Señala cualquier dirección. Todas las direcciones.

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