Caza de conejos (5 page)

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Authors: Mario Levrero

Tags: #Relato, #Humor, #Cuentos

Pero parece que en los últimos tiempos los conejos han aprendido esta artimaña, y se ha vuelto peligrosa para el propio cazador. En efecto: hay conejos que fabrican otras salidas para su madriguera, lejanas e invisibles, y cuando sienten el humo se escapan por ellas. Dan un largo rodeo y trepan al árbol que está detrás del cazador agazapado —abanicando o accionando el fuelle con fruición—, y desde allá arriba le dejan caer en la cabeza una pesada bocha o una roca, o una bala de cañón.

XCIV

La madriguera favorita de una variedad especialmente pequeña de conejos es Águeda, la prima del idiota. Ella está casi siempre tendida en la alfombra, junto a la chimenea, con las piernas ligeramente entreabiertas. Uno puede sentarse a prudente distancia, y si tiene paciencia y no hace ruido observará al cabo de un tiempo la blanca y nerviosa cabecita orejuda que se asoma y mira. Águeda odia a los cazadores y protege a sus conejitos. Siempre tiene a mano un balde de agua para apagar las fogatas que hacen algunos cazadores fanáticos. Los conejitos, sabiéndose protegidos, se acodan a veces en la puerta de la madriguera y nos miran con desprecio, con una tremenda expresión de complacencia malvada en sus ojitos redondos.

XCV

«En una época —me decía un viejo conejo— este bosque estaba repleto de guardabosques. Daba gusto verlos retozar en el pasto, vestidos con sus brillantes uniformes. Ahora los tiempos han cambiado. Esté seguro de que no hallará un solo guardabosques, así se liase la vida buscándolo». El disfraz de conejo era perfecto, pero de todos modos no logró engañarme. «Vamos, guardabosques —le dije, con aire de superioridad protectora—, te invito a tomar unas cañas en el boliche».

XCVI

Como ejemplo aleccionante para los cuervos y las hienas del bosque, colgamos a veces los esqueletos de nuestros niños en unas horcas siniestras.

XCVII

Laura prefiere los hombres a los conejos. Cuando vamos al bosque, de caza, ella se tiende en el pasto y espera que vengan hombres a poseerla. Los hombres salvajes que habitan el bosque son de inusual virilidad y muy hábiles para el abrazo, muy al contrario de los cazadores de conejos, a quienes la vida sedentaria en el castillo nos ha vuelto pálidos, débiles, gordos, torpes y más bien afeminados.

XCVIII

Amaestramos a un conejo y lo disfrazamos de oso bailarín. Se lo vendimos a un circo. Nos dieron mucho dinero, pases gratuitos para todas las funciones y una mujer gorda y barbuda que tenían repetida.

XCIX

Yo sentía pinchazos en las piernas. Al principio no les daba importancia, pensando en los darditos inofensivos de las arañas con ropas de cazador y sombrero rojo. Pero cuando el dolor y el marco me hicieron vacilar y caer, y antes de que la vista se me nublara definitivamente, vi a las pequeñas enfermeras, de túnica blanca, con sonrisas diabólicas llenas de colmillos, acribillándome con esas agujas hipodérmicas llenas de un veneno amarillento, dolorosísimo y fatal.

Epílogo

En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes. Había cazadores solitarios y había grupos de dos, de tres o de quince. Todos los detalles habían sido previstos. Teníamos un plan completo. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Laura iba desnuda. Otros llevaban las manos vacías. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Teníamos sombreros rojos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Fuimos a cazar conejos.

Anexos:
Ilustraciones, por Sonia Pulido

[1]

MARIO LEVRERO, escritor, librero, fotógrafo, humorista, director de revistas de ingenio y de talleres literarios. Jorge Mario Varlotta Levrero publicó en 1970 su primera novela,
La ciudad
. No quiso firmarla con su nombre habitual: «Sabía que había algo ahí que me era ajeno, que Jorge Varlotta no podía escribir eso… Mi segundo nombre y mi segundo apellido fueron una solución perfecta». Sus dos novelas siguientes (
El lugar
, 1982;
París
, 1979), completan la llamada «trilogía involuntaria», intensa aventura kafkiana nacida de su lado más inconsciente y nocturno. A mediados de los ochenta, instalado en Buenos Aires y atado a un trabajo rutinario que le permitía vivir con comodidad pero le impedía crear, confiesa su vergonzoso abandono de toda pretensión espiritual en «Diario de un canalla», anticipo de la técnica que usaría en
El discurso vacío
(1994) y
La novela luminosa
(2005), minuciosos y magistrales registros autobiográficos de su posterior experiencia en Colonia y Montevideo. Escritor de culto durante muchos años, sólo después de su muerte fue reconocido como uno de los grandes autores latinoamericanos.
Caza de conejos
, escrita en 1973, representa un salto liberador en la obra de Levrero: incorpora el humor que el autor prodigaba (protegido por varios seudónimos) en revistas satíricas de la época y borra los límites de sus fronteras creativas.

Notas

[1]
Las ilustraciones pertenecen a la edición de
Caza de conejos
publicada en el 2012 por la editorial
Libros del zorro rojo
. Las he tomado del
blog
de la editorial.
<<
.

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