Cazadores de Dune (14 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

El silencio y la estática fueron la única respuesta.

—Vamos a abordaros. Lo ordeno en calidad de Gran Honorada Matre. —Hizo avanzar a sus naves, aunque seguía sin recibir respuesta.

Finalmente, una mujer ojerosa y de aspecto severo apareció en la pantalla de comunicaciones, con una expresión afilada como cristal roto.

—Muy bien, Honorada Matre. No abriremos fuego… todavía.


Gran
Honorada Matre —la corrigió Murbella.

—Eso aún está por ver.

Avanzando con cautela, con sus sistemas de ataque activados y listos para responder, las veinte naves de la Nueva Hermandad rodearon aquella carcasa. Por un canal privado, Doria comentó:

—Podríamos colarnos fácilmente por uno de los boquetes del casco.

—Prefiero que no nos vean como agresoras —replicó Murbella, y luego transmitió por un canal abierto a la capitana sin nombre de la nave—: ¿Están operativas aún vuestras cubiertas de aterrizaje? ¿Son graves los daños?

—Una de las cubiertas aún sirve. —La capitana les dio instrucciones.

Murbella ordenó a la bashar Aztin y a la mitad de sus naves que se quedaran fuera vigilando, y entró al frente de las otras diez para enfrentarse a aquellas supervivientes de la que seguramente había sido una terrible batalla.

Cuando ella y las suyas desembarcaron en la cubierta de aterrizaje, Murbella se encontró con trece mujeres de aspecto magullado, todas ellas ataviadas con mallas de colores. Muchas tenían hematomas, heridas mal curadas y emplastes.

La mujer con la expresión de cristal roto llevaba la mano liada en un vendaje. Murbella, siempre tan desconfiada, pensó enseguida que escondía un arma, aunque no era probable. Las Honoradas Matres veían sus propios cuerpos como armas. Aquella en particular miró con ira a Murbella y las suyas, algunas de las cuales vestían como Bene Gesserit, mientras que otras llevaban los arreos propios de las Honoradas Matres.

—Pareces diferente… extraña —dijo la capitana. En sus ojos aparecieron motas naranjas.

—Tú pareces derrotada —espetó Murbella. Las Honoradas Matres respondían a la fuerza, no a las palabras conciliadoras—. ¿Quién os ha hecho esto?

La mujer contestó con desprecio.

—El Enemigo, por supuesto. El Enemigo, que ha estado persiguiéndonos durante siglos, extendiendo plagas, destruyendo nuestros mundos. —Su rostro delataba escepticismo—. Si no sabes esto, es que no eres una Honorada Matre.

—Conocemos la existencia del Enemigo, pero llevamos mucho tiempo en el Imperio Antiguo. Muchas cosas han cambiado.

—¡Y por lo visto muchas han sido olvidadas! Parece que os habéis vuelto blandas y débiles, pero sabemos que el Enemigo ha estado en este sector. Hemos explorado lo mejor que hemos podido con esta nave. Y hemos encontrado varios planetas carbonizados, con destructores, sin duda.

Murbella no la corrigió, ni le dijo que esos planetas —mundos tleilaxu o Bene Gesserit, sin duda— habían sido destruidos por otras Honoradas Matres, no por el Enemigo Exterior.

Murbella se adelantó con hastío, preguntándose si aquellas trece Honoradas Matres eran las únicas que quedaban en toda la nave.

—Decidnos lo que sabéis de nuestro mutuo enemigo. Cualquier información nos ayudará a defendernos.

—¿Defenderos? No es posible defenderse contra un enemigo invisible.

—Aun así, lo intentaremos.

—¡Nadie puede plantarles cara! Debemos huir, coger lo que podamos para nuestra supervivencia y ser más rápidos que Él. Tú ya deberías saberlo. —Sus ojos amoratados se entrecerraron; el cristal roto de su expresión pareció más cortante—. A menos que no seas realmente una Honorada Matre. No reconozco a estas mujeres que te acompañan, ni su extraño atuendo, y tú tienes algo extraño… —Miró como si estuviera a punto de escupir—. Todos sabemos que el Enemigo tiene muchos rostros. ¿Es el tuyo uno de ellos?

Aquellas Honoradas Matres desconocidas se pusieron en tensión y saltaron sobre Murbella y las suyas. No conocían las superiores habilidades en combate de la Nueva Hermandad unificada, y estaban cansadas, heridas. Aun así, la desesperación dio alas a su agresividad.

Cuando el baño de sangre acabó, antes de que sometieran y mataran a las rebeldes, con la excepción de su capitana, había cuatro camaradas de Murbella muertas en el suelo.

Cuando quedó claro que sus compañeras iban a morir, la líder de las Honoradas Matres huyó por el muelle de amarre hacia un ascensor. Las Bene Gesserit que había con Murbella estaban perplejas.

—¡Es una cobarde!

Murbella ya había echado a correr hacia el ascensor.

—No, no es una cobarde. Se dirige hacia el puente. Destruirá la nave antes que permitir que caiga en nuestras manos.

El ascensor más próximo estaba dañado y no funcionaba. Murbella y varias hermanas corrieron hasta que encontraron un segundo ascensor que las llevó a toda velocidad hasta la cubierta de mando. La capitana podía destruir todos los registros de navegación y hacer estallar los motores (si es que seguían lo bastante operativos para responder a la orden de autodestrucción). No tenía ni idea de cuántos de los sistemas de la nave seguirían funcionando.

Cuando Murbella, Doria y otras tres bajaron en la cubierta de mando, los dedos de la capitana repiqueteaban con tanta fuerza sobre los diferentes paneles que las yemas le sangraban. Los paneles de control estaban cortocircuitados, y despedían chispas y humo. Murbella la alcanzó en un instante, la agarró por los hombros y la apartó de los mandos. La mujer se arrojó contra ellas, pero con un único golpe, la madre comandante le partió el cuello. No había tiempo para interrogatorios pausados.

Doria llegó la primera al panel y con impetuosidad arrancó los paneles con las manos y desconectó así la consola. Después, se los quedó mirando, incapaz de detener el daño que ya se había iniciado. Los extintores sofocaron los fuegos eléctricos.

Expertas Bene Gesserit examinaron los sistemas de control mientras Murbella esperaba, preocupada por la posibilidad de que la nave estallara. Una de las hermanas levantó la vista de uno de los puestos de navegación.

—Secuencia de autodestrucción interrumpida con éxito. La capitana ha destruido la mayoría de registros, pero he podido recuperar un grupo de coordenadas del exterior del Imperio Antiguo… el último lugar adonde viajó esta nave antes de huir hasta aquí.

Murbella tomó una decisión.

—Debemos averiguar lo que podamos sobre lo que ha pasado allí. —Aquel misterio llevaba años carcomiéndola—. Mandaré naves de reconocimiento a que exploren las coordenadas. Después de lo que ha pasado aquí, no quiero que nadie vuelva a insinuar que son imaginaciones mías cuando digo que un Enemigo viene a por nosotras. Si el Enemigo se ha puesto por fin en marcha, tenemos que saberlo.

18

Ingenuamente, las Honoradas Matres creen tener la lealtad de sus tleilaxu perdidos esclavizados. En realidad, muchos de estos tleilaxu procedentes de la Dispersión tienen sus propios planes. Como Danzarines Rostro, nuestra misión es arruinar las maquinaciones de todos ellos.

K
HRONE
, mensaje a los Danzarines Rostro

Incluso para los estándares de un tleilaxu perdido, el laboratorio construido sobre las cenizas de Bandalong era primitivo. Uxtal solo contaba con el material más básico, sustraído de instalaciones abandonadas utilizadas en otro tiempo por antiguos maestros, y era la primera vez que le encargaban un proyecto tan complejo. No podía dejar que las Honoradas Matres o los Danzarines Rostro sospecharan que la tarea tal vez le superaba.

Le asignaron a algunos ayudantes inútiles, en su mayoría varones de casta inferior con poca voluntad que habían sido subyugados por aquellas terribles mujeres. Ninguno de ellos poseía ningún conocimiento ni capacidad que pudiera ayudar. Debido a un supuesto desaire, las volubles Honoradas Matres ya habían asesinado a uno de aquellos patéticos hombrecitos y su sustituto no parecía mucho más capacitado.

Uxtal trataba de no demostrar su inquietud, de parecer enterado, aunque había muchas cosas que le confundían. Khrone le había ordenado que obedeciera a los Danzarines Rostro, y estos le decían que hiciera todo lo que ordenaran las Honoradas Matres. Ojalá supiera qué estaba pasando verdaderamente. ¿Estaban los Danzarines Rostro en realidad aliados con las violentas rameras? ¿O no era más que un truco astutamente arropado por otro truco? Meneó la cabeza dolorida con desazón. Las antiguas escrituras advertían sobre la imposibilidad de servir a dos amos, y ahora entendía por qué.

Por las noches, Uxtal apenas dormía unas horas, y estaba demasiado angustiado para descansar de verdad. Tenía que engañar a las rameras y a los Danzarines Rostro. Crearía el ghola que Khrone quería —¡eso podía hacerlo!— y trataría de fabricar la especia alternativa con base de adrenalina que las Honoradas Matres necesitaban. Sin embargo, la creación de especia auténtica estaba mucho más allá incluso de sus capacidades imaginarias.

En un gesto de magnanimidad, Hellica le había proporcionado gran cantidad de cuerpos femeninos para que los utilizara como tanques axlotl, y él ya había hecho las modificaciones necesarias en uno (después de hacer una chapuza con los tres anteriores). De momento, todo bien. Aparte del material que tenía en su primitivo laboratorio, en principio con el tanque tenía que bastar para lograr su objetivo. Ahora solo tenía que crear el ghola y entregarlo, y Khrone le recompensaría (eso esperaba).

Por desgracia, eso significaba que su suplicio se prolongaría al menos nueve meses. Y no sabía si podría soportarlo.

Sospechando de la presencia de Danzarines Rostro por todas partes, Uxtal empezó a cultivar un niño a partir de las misteriosas células extraídas de la cápsula de nulentropía extraída del maestro tleilaxu muerto. Entretanto, día sí y día también, la Madre Superiora le hacía saber de su impaciencia por tener su suministro del sustituto de la melange. Estaba celosa de cada segundo que dedicaba a algo que no fueran sus necesidades. Y él, asustado y agotado, se veía obligado a cumplir con los dos encargos, aunque no tenía experiencia en ninguna de las dos cosas.

En cuanto el bebé ghola sin identificar estuvo implantado en el primer tanque axlotl funcional, Uxtal volcó sus esfuerzos en crear la alternativa de la especia. Las rameras ya sabían cómo crearla, así que no tenía que hacer ningún descubrimiento ni tener flashes de ingenio en ese campo. Solo tenía que fabricar el producto en grandes cantidades. Las Honoradas Matres no querían malgastar su tiempo en semejantes menesteres.

Por un momento miró por una ventana de seguridad de un sentido al cielo gris. El paisaje de su alma era como las colinas carbonizadas y sin vida que veía a lo lejos. No quería estar allí. Y algún día buscaría la forma de escapar.

Uxtal, que había nacido en un círculo religioso aislado, se sentía muy incómodo rodeado de mujeres dominantes. En la raza tleilaxu, las hembras se criaban y en cuanto alcanzaban la madurez sexual se las convertía en matrices sin cerebro. Ese era su único propósito. Las Honoradas Matres eran lo contrario de lo que Uxtal consideraba adecuado y lógico. Nadie conocía el origen de las rameras, pero la propensión a la violencia parecía algo innato en ellas.

Y se preguntó si algún maestro tleilaxu renegado no las habría creado para que eliminaran a las Bene Gesserit, igual que los futar, que supuestamente habían sido creados para eliminar a las Honoradas Matres. ¿Y si aquellas monstruosidades femeninas habían escapado al control de su creador y el resultado fue la destrucción de todos los mundos sagrados y la esclavización de un puñado de tleilaxu perdidos, si todo había salido mal?

En aquellos momentos, Uxtal andaba arriba y abajo, tratando de dar la imagen de un administrador al mando, observando a dos ayudantes de laboratorio con batas blancas que se ocupaban de vigilar el tanque ghola especial.

Acababan de agregar un nuevo módulo al edificio mediante un mecanismo suspensor. Esta nueva sección tenía tres veces el tamaño de la antigua y para acomodarla hubo que retirar las vallas de la granja de sligs y expropiar una parte de las tierras. Uxtal esperaba que el granjero se quejara e incurriera de ese modo en la ira de las Honoradas Matres, pero el hombre —¿cómo era, Gaxhar?— se limitó a trasladar dócilmente a sus sligs a otra zona de la granja. Las mujeres también le exigieron un suministro continuado de carne de slig, y él obedeció. Para Uxtal era un consuelo ver a alguien tan sumiso, saber que no era el único que estaba indefenso en Bandalong.

En la parte más antigua del laboratorio, sometían a las prisioneras a lobotomías de carácter químico y las convertían en simples recipientes de cría. Y, desde ciertas partes separadas de la nueva ala, a Uxtal le llegaban los gritos de otras mujeres, porque el dolor (técnicamente, la adrenalina, las endorfinas y otras sustancias que el organismo produce como respuesta al dolor) era el principal ingrediente de la especia especial que tanto anhelaban las Honoradas Matres.

Hellica, la Madre Superiora, ya había visitado las nuevas cámaras para supervisar los detalles.

—Nuestras instalaciones estarán listas en cuanto tengan un bautizo apropiado.

La mujer llevaba puestas unas mallas de color oro y plata que mostraban las generosas curvas de su cuerpo, una capa a juego y un turbante enjoyado que parecía una corona montada sobre sus cabellos rubios.

Uxtal no estaba particularmente interesado en saber lo que quería decir. Cada vez que veía a la Madre Superiora, tenía que hacer un gran esfuerzo para no demostrar su desprecio, aunque seguramente ella se lo veía escrito en la cara cenicienta. Por su propio bien, intentaba demostrar solo la cantidad justa de miedo en su presencia, pero no demasiado. No se mostraba servil… o al menos eso creía.

Tras una tanda particularmente larga de gritos procedentes de la nueva ala del edificio, Hellica entró en aquella parte del laboratorio, donde el tanque axlotl fecundado descansaba sobre una mesa cromada. La mujer disfrutaba contemplando aquel montón de carne sudorosa y olorosa. Y le dio a Uxtal un codazo tan fuerte que le hizo perder el equilibrio, como si fueran compañeros de armas.

—Es una forma muy interesante de tratar el cuerpo humano, ¿no crees? Solo apta para mujeres que no son dignas de más.

Uxtal no había querido preguntar de dónde procedían las donantes. No era asunto suyo, y no quería saberlo. Pero tenía la sospecha de que las Honoradas Matres habían capturado a varias de sus odiadas rivales Bene Gesserit en otros planetas. Bueno ¡eso sí que habría valido la pena verlo! Así, como tanques axlotl hinchados, aquellas mujeres al menos ocupaban el lugar que les correspondía, se habían convertido en receptáculos para la cría. El ideal tleilaxu de la mujer…

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