Cazadores de Dune (10 page)

Read Cazadores de Dune Online

Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

—Todo está preparado, madre comandante.

—Tendríamos que empezar enseguida —apuntó Doria, muy cerca, detrás de la otra.

Rinya levantó la cabeza a pesar de las ataduras y miró a su gemela, luego a su madre, y luego dedicó a Janess una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy lista. Tú también lo estarás, hermana mía. —Volvió a recostarse, se concentró en su prueba y siguió musitando la Letanía.

Afrontaré mis miedos…

Sin decir palabra, Murbella se acercó a Janess, que estaba visiblemente alterada y apenas podía contenerse. La sujetó por el antebrazo, pero ella no se inmutó. ¿Qué sabía que no supiera ella? ¿Qué dudas se habían contado las gemelas entre ellas en sus búngalos de acólitas por la noche?

Una de las supervisoras sujetó una jeringa oral, la colocó en posición y abrió la boca de Rinya ayudándose con los dedos. La joven dejó la boca flácida.

Murbella sintió ganas de gritar, de decirle a su hija que no tenía que demostrar nada. No hasta que estuviera preparada. Pero, incluso si tenía dudas, Rinya no cambiaría jamás de opinión. Era tozuda, y estaba decidida a pasar por aquello. No podía intervenir. En aquellos momentos no era una simple madre, era la madre comandante.

Rinya cerró los ojos en un gesto de aceptación, atrapada en aquella dura prueba. La línea de su mandíbula era firme, desafiante. Murbella había visto aquella expresión en el rostro de Duncan muchas veces.

De pronto Janess saltó, incapaz de seguir conteniéndose.

—¡No está preparada! ¿Es que no lo veis? Ella me lo dijo. Sabe que no puede…

Sobresaltada por la interrupción, Rinya volvió la cabeza, pero las supervisoras ya habían activado las bombas. Un fuerte olor a productos químicos impregnó el aire cuando Janess trató de sacar la jeringa de la boca de su hermana.

Con una rapidez sorprendente teniendo en cuenta su volumen, Bellonda empujó a Janess con el cuerpo y la derribó.

—¡Janess, basta ya! —exclamó Murbella con tanta autoridad como pudo. Al ver que su hija seguía debatiéndose, utilizó la Voz—. ¡Basta! —­

Y con esto, involuntariamente los músculos de la joven quedaron paralizados.

—Estáis desaprovechando el potencial de una hermana insuficientemente preparada —gritó Janess—. ¡Mi hermana!

Con voz mordaz, Murbella dijo:

—No debes interferir en la Agonía. Estás distrayendo a Rinya en un momento vital.

Una de las supervisoras anunció.

—Hemos logrado el objetivo, a pesar de las interferencias. Rinya ha tomado el Agua de Vida.

El veneno empezó a actuar.

— o O o —

Una euforia mortífera le quemaba en las venas, desafiando su capacidad celular. Rinya veía su propio futuro. Como Navegadora de la Cofradía, su mente podía negociar un camino seguro a través de los velos del tiempo, evitando obstáculos y cortinas que tapaban la vista. Se veía a sí misma en la mesa, y a su madre y su hermana, que no podían disimular la preocupación. Era como mirar a través de una lente borrosa.

Permitiré que pase sobre mí, a través de mí…

Luego, de forma incontestable, como si hubieran abierto unas cortinas para dejar paso a una luz cegadora, Rinya contempló su propia muerte… y no pudo hacer nada para evitarla. Tampoco Janess, que gritó. Y Murbella se dio cuenta: Ella lo sabía.

Atrapada en su cuerpo, Rinya sintió una punzada de dolor que iba de lo más hondo de su cuerpo hasta el cerebro.

Y cuando haya pasado de largo, volveré mi ojo interior para ver su camino. Cuando el miedo haya pasado ya no habrá nada. Solo yo permaneceré.

Rinya había recordado la Letanía entera. Y después ya no sintió nada.

Rinya se sacudía en la mesa, tratando de liberarse de las ataduras. El rostro de la adolescente se había convertido en una máscara convulsa de dolor, terror. Sus ojos estaban vidriosos… casi se había ido.

Murbella no podía gritar, no podía hablar. Estaba totalmente inmóvil, mientras en su interior una tormenta la sacudía. ¡Janess lo sabía! ¿O era ella quien lo había provocado?

Por un momento, Rinya se apaciguó, sus párpados aletearon, y entonces profirió un grito terrible que atravesó la sala como un cuchillo.

Con movimientos muy lentos, Murbella se acercó a su hija muerta y tocó su mejilla aún caliente. En un segundo plano, oyó el grito angustiado de Janess, junto con el suyo propio.

12

Solo a través de la práctica constante y diligente podemos realizar el potencial de nuestras vidas, la perfección. Aquellos que hemos tenido más de una vida hemos tenido más oportunidades para practicar.

D
UNCAN
I
DAHO
,
Un millar de vidas

Duncan estaba ante su oponente en la cámara insonorizada, con una espada corta en una mano y una daga kindjal en la otra. Miles Teg miraba con expresión inflexible, sin pestañear. El acolchado y el aislante absorbían la mayoría de los sonidos.

No debía ver a aquel joven como un simple joven. Los reflejos y la rapidez de Teg podían igualar o incluso superar los de cualquier guerrero… y Duncan intuía algo más, una capacidad misteriosa que el joven Bashar ocultaba.

Pero claro,
pensó Duncan,
todos hacemos lo mismo.

—Activa tu escudo, Miles. Debes estar siempre preparado. Para cualquier cosa.

Los dos hombres se llevaron la mano al cinto y activaron el interruptor energético. Al instante apareció un pequeño medio escudo que vibraba, un borrón rectangular que se ajustaba a los movimientos de su portador y protegía sus zonas vulnerables.

Aquellas paredes, el duro suelo, tenían grabados muchos de sus recuerdos, como manchas imborrables. Él y Murbella habían utilizado aquella sala para sus prácticas, para mejorar en el combate… aunque sus enfrentamientos acababan con frecuencia en un revolcón. Duncan era un mentat, y eso significaba que estos recuerdos individuales jamás se desvanecerían y lo mantendrían siempre unido a Murbella, como si llevara un anzuelo clavado en el pecho.

Duncan se adelantó y tocó con su escudo el de Teg. Enseguida oyeron el chisporroteo de los campos polarizados y un intenso olor a ozono. Los dos recularon, alzaron sus armas en un gesto de saludo. Y empezaron.

—Repasaremos las antiguas disciplinas de Ginaz —dijo Duncan.

El joven sesgó el aire con su daga. Teg le recordaba mucho al duque Leto… algo por otra parte deliberado, conseguido gracias a generaciones de selección genética Bene Gesserit.

Esperando una finta, Duncan levantó la hoja para parar el golpe, pero el Bashar adolescente cambió la finta y la convirtió en un ataque real, lanzando la hoja contra el medio escudo. Pero se había movido demasiado rápido. Teg aún no estaba acostumbrado a aquel antiguo método de lucha y el escudo Holtzman repelió la daga.

Duncan saltó, penetró ligeramente el escudo de Teg con su espada corta para demostrar que podía hacerlo, y retrocedió un paso.

—Es un método de combate arcaico, Miles, pero tiene muchos matices. Aunque fue desarrollado mucho antes de los tiempos de Muad’Dib, algunos dirían que procede de una época más civilizada.

—Ya nadie estudia los métodos de los maestros de armas.

—¡Exacto! Por tanto, en tu repertorio tendrás capacidades que nadie más posee. —Volvieron a colisionar, haciendo sonar espada contra espada, daga contra daga—. Y si el tubo de nulentropía de Scytale contiene realmente lo que él dice, es posible que pronto haya otros familiarizados con aquellos viejos tiempos.

Aquella reciente e inesperada revelación del maestro tleilaxu cautivo había despertado en él una avalancha de recuerdos de sus vidas pasadas. Una pequeña cápsula de nulentropía implantada… ¡muestras celulares perfectamente conservadas de grandes figuras de la historia y la leyenda! Sheeana y las doctoras suk Bene Gesserit habían estado analizando las células, clasificándolas, determinando qué tesoros genéticos les había dado el tleilaxu a cambio de un ghola propio.

En teoría, Thufir Hawat estaba allí, y Gurney Halleck, junto con una serie de camaradas que Duncan había perdido hacía tiempo. El duque Leto el Justo, dama Jessica, Paul Atreides, y Alia, la «abominación», quien fuera amante y consorte de Duncan. Sus figuras le acosaban, le hacían sentirse dolorosamente solo, y sin embargo, también estaba lleno de esperanza. ¿Existía realmente el futuro, o todo era siempre el mismo pasado, que se repetía una y otra vez?

Su vida —vidas— siempre había parecido ir en una dirección muy determinada. Era el legendario Duncan Idaho, paradigma de la lealtad. Pero últimamente se sentía más perdido que nunca. ¿Había hecho lo correcto al huir de Casa Capitular? ¿Quiénes eran el anciano y la anciana, qué querían? ¿Eran ellos realmente el Gran Enemigo Exterior, o se trataba de una amenaza totalmente distinta?

Ni siquiera él sabía adónde iba el
Ítaca
. ¿Encontrarían él y sus compañeros algún día un destino, o se limitarían a vagar hasta el final de sus días? La sola idea de huir y esconderse le dolía.

Duncan sabía lo que es sentirse acosado más que nadie de a bordo; había aprendido lo que era aquello de una manera visceral hacía mucho tiempo. Cuando era niño, durante su primera vida, bajo el yugo de los Harkonnen, lo habían utilizado como presa en las cacerías de La Bestia Rabban. Rabban y sus secuaces lo dejaron libre por una reserva forestal, pero el joven fue más listo que sus perseguidores y al final encontró a un piloto que lo sacó de allí y lo puso a salvo. Janess… ese era su nombre. Recordaba haberle hablado a Murbella de su huida hacía años, cuando estaban tendidos entre las sábanas húmedas, cubiertos de sudor.

Intuyendo que estaba distraído, Teg cortó, empujó y deslizó su kindjal en parte hasta el interior del escudo antes de que Duncan reculara, sonriendo de satisfacción.

—¡Bien! Estás aprendiendo a controlarte.

La expresión de Teg no varió. La falta de control no era uno de los puntos débiles del Bashar.

—Parecías distraído, así que he aprovechado la oportunidad.

Mientras miraba al joven que tenía ante él, con la frente sudorosa, Duncan vio una imagen extrañamente duplicada. Como anciano, el Bashar originario había criado y entrenado al niño-ghola de Duncan; luego, después de la muerte de Teg en Rakis, el ghola ya maduro de Duncan Idaho había criado al joven renacido. ¿Se repetiría el ciclo eternamente? Duncan Idaho y Miles Teg como compañeros eternos, alternándose en el papel de mentor y alumno, desempeñando cada uno el mismo papel en diferentes momentos de sus vidas.

—Recuerdo cuando el joven Paul Atreides me instruyó en las técnicas de los maestros de armas. En el castillo de Caladan teníamos un mek de adiestramiento, y Paul aprendió a derrotarle en los diferentes modos. Aunque seguía luchando mejor contra un oponente vivo.

Duncan rió.

Él y Teg siguieron luchando durante casi una hora. Pero el pensamiento de Duncan estaba en sesiones de entrenamiento de tiempos pasados. Si lo que el maestro tleilaxu decía era cierto y podían recuperar gholas de los compañeros más importantes de su pasado, aquellas ensoñaciones ya no tendrían por qué seguir siendo tediosos recuerdos. Podían volver a ser reales.

13

Lo ilusorio, Miles. Su método es crear ilusiones. Crear falsas impresiones para conseguir objetivos reales. Así es como actúan los tleilaxu.

J
ANET
R
OXBROUGH
-T
EG
, madre de Miles Teg

Quebrantado por los Danzarines Rostro, obligado a hacer exactamente lo que le mandaban por miedo, un inquieto Uxtal fue enviado a Tleilax para una «importante misión». Khrone le había explicado la situación con gesto inexpresivo.

—Las Honoradas Matres han encontrado algo que nos interesa entre las ruinas de Bandalong. Necesitamos de tus conocimientos.

¡El sagrado Bandalong! Por un momento, la emoción eclipsó el miedo. Uxtal había oído las leyendas sobre aquella extraordinaria ciudad, la cuna de los suyos, pero jamás había estado allí. Entre los tleilaxu perdidos, muy pocos habían sido bien recibidos por los maestros originales, siempre tan recelosos. Uxtal siempre había tenido la esperanza de poder hacer un
haj
, un peregrinaje, en algún momento de su vida. Pero así no…

—¿Q-qué puedo hacer? —El investigador tleilaxu se estremeció solo de pensar lo que aquellos Danzarines Rostro volubles podían pedirle. Habían asesinado al anciano Burah ante sus propios ojos. ¡A aquellas alturas hasta es posible que ya hubieran reemplazado a todos los miembros del Consejo de Ancianos! Cada instante era una pesadilla para él; sabía que cada una de las personas que le rodeaban podía ser otro cambiador de forma oculto. Cualquier sonido le sobresaltaba, cualquier movimiento repentino. No confiaba en nadie.

Pero al menos estoy vivo.
Se aferró a eso.
¡Estoy vivo!

—Sabes trabajar con los tanques axlotl, ¿verdad? ¿Tienes los conocimientos necesarios para crear un ghola si nos hace falta?

Uxtal sabía que si daba una contestación equivocada le matarían.

—Se necesita un cuerpo femenino, adaptado para que su útero se convierta en una fábrica. —Tragó con dificultad, preguntándose cómo podía parecer más inteligente, más seguro. ¿Un ghola? Los tleilaxu de las castas más bajas no conocían el Lenguaje de Dios necesario para crear un cuerpo, pero como miembro de una de las castas superiores, Uxtal tendría que haber sabido hacerlo. Si no, prescindirían de él. Quizá si los Danzarines Rostro le conseguían un poco de ayuda, alguien con unos conocimientos adicionales…

Uxtal aún se encogía al recordar la sangre saliendo de los ojos destrozados del anciano Burah, el sonido enfermizo que se oyó cuando los Danzarines Rostro le partieron el cuello.

—Haré lo que ordenáis.

—Bien. Eres el único tleilaxu con los suficientes conocimientos que sigue con vida.

¿El único…? Uxtal tragó. ¿Qué habían encontrado las Honoradas Matres en Bandalong? ¿Y para qué lo querían los Danzarines Rostro? Pero no se había atrevido a preguntarle nada más a Khrone. No quería saberlo. Saber demasiado podía costarle la vida.

Las Honoradas Matres le daban casi tanto miedo como los Danzarines Rostro. Los tleilaxu perdidos se habían aliado con las rameras contra los maestros originales, y ahora Uxtal veía que Khrone y sus compañeros cambiadores de forma habían hecho sus propios tratos. No tenía ni idea de a quién servían aquellos nuevos Danzarines Rostro. ¿Es posible que fueran… independientes? ¡Inconcebible!

Other books

For my Master('s) by May, Linnea
Girl in Love by Caisey Quinn
The Reckless Engineer by Wright, Jac
The Librarian by Mikhail Elizarov
Love Hurts by Brenda Grate
Not to Disturb by Muriel Spark
I, Robot by Cory Doctorow