Cerulean Sins

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

 

Anita Blake está intentando volver a la normalidad después de su ruptura con su amante hombre lobo. Se ha acomodado a la vida doméstica, lo que significa que el nuevo hombre en su vida, el hombre leopardo Micah, no tiene ningún problema en compartirla con Jean-Claude, Maestro Vampiro de la ciudad. Las cosas se encontraban tranquilas como nunca antes para alguien que levanta a los muertos, cuando Jean-Claude recibe a una inesperada e indeseada visitante: Musette, la preciosa y malévola representante del Consejo vampírico europeo. Anita, pronto se encontrará atrapada en un peligroso juego de poderes políticos vampíricos.

Por si no tenía pocos problemas, es requerida como consultora en una serie de brutales muertes, que parecen ser el trabajo de algo no humano.La investigación la llevará al Cerulean sins, un establecimiento vampírico que comercia con vídeos eróticos, vídeos que satisfacen gustos muy específicos. Anita conoce una criatura de la noche que tiene ese tipo de gustos… la visitante de Jean-Claude. Pero si Anita abate a Musette, las consecuencias podrían costarle todo lo que ella considera importante.

La que una vez fue la enemiga jurada de todos los monstruos, Anita, es ahora la consorte del Maestro Vampiro Jean-Claude y del hombre-leopardo Micah, y cuando un vampiro centenario golpea San Luis, necesitanrá todas las fuerzas oscuras que su pasión pueda reunir para salvar a los que ama.

Anita Blake se vuelve a encontrar con eso de “No hay en el infierno una ira tal como la de un vampiro despreciado.

Laurell K. Hamilton

Cerulean Sins

Anita Blake, cazavampiros-11

ePUB v1.0

fenikz
20.06.13

Título original:
Cerulean Sins

©Laurell K. Hamilton, abril 2002

Traducción «NO OFICIAL»

Editor original: fenikz (v1.0)

ePub base v2.1

UNO

Era a principios de septiembre, un tiempo muy ocupado en el año para los que levantamos a los muertos. Halloween parecía empezar más temprano cada año. Cada reanimador de Animadores Inc. se preparaba. Yo no era ninguna excepción, de hecho, me habían ofrecido más trabajo del que mi capacidad para no dormir me podía proporcionar.

El Sr. Leo Harlan debería haberse mostrado más agradable al conseguir la cita. No parecía agradecido. A decir verdad, no tenía aspecto de nada. Harlan era un tipo normal. De altura media, cabello oscuro, pero ni demasiado oscuro ni demasiado claro. De ojos marrones, pero con una sombra indistinguible de color café. De hecho, la cosa más notable sobre el señor Harlan era que no había nada trascendental en él. Incluso su traje era oscuro, conservador. Un traje de empresario del estilo de los últimos veinte años, y probablemente todavía estaría de moda dentro de veinte años más. Tenía la camisa blanca, corbata perfectamente anudada. Sus manos tampoco eran ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas, pero, estaban bien cuidadas.

Su aspecto me dijo tan poco, que eso en sí era interesante, y vagamente inquietante.

Tomé un sorbo de mi taza de café con el lema: «Si te tomas mi descafeinado, te arranco la cabeza». Me la llevé al trabajo cuando nuestro jefe, Bert, nos había puesto café descafeinado en la cafetera sin decírselo a nadie, pensando que no nos daríamos cuenta. La mitad de la oficina pensaba que tendríamos mono en una semana, hasta que descubrimos la trama del vil de Bert.

El café que nuestra secretaria, María, había traído al señor Harlan estaba en el borde de mi escritorio. Su taza era una con el logo de Animadores, Inc. Había tomado un sorbo del café, cuando María se lo entregó. Había tomado café negro, pero se lo bebió como si no lo hubiera probado nunca, o realmente no le importaba como sabía. Aunque pude darme cuenta de que lo había hecho por cortesía, no por deseo.

Bebí mi café instantáneo, con mucha azúcar y crema, tratando de compensar… el trabajo de la noche anterior. La cafeína y el azúcar, los dos grupos de alimentos básicos.

Su voz era como el resto de él, por lo común, era extraordinario. Habló sin ningún acento en absoluto, ningún indicio de una región o país.

—Quiero reanimar a mi antepasado, Sra. Blake.

—Sí, lo dijo.

—Parece que duda de mí, Sra. Blake.

—Digamos que es escepticismo.

—¿Por qué habría venido aquí para mentir?

Me encogí de hombros.

—La gente ya lo ha hecho antes.

—Le aseguro, Sra. Blake, que estoy diciendo la verdad.

El problema era que no le creía. Quizás era una paranoica, pero mi brazo izquierdo debajo de la chaqueta azul marino de mi bonito traje, estaba cruzado por cicatrices, desde la cicatriz en forma de cruz torcida por quemadura que el sirviente de un vampiro me había hecho, a las marcas de las garras en forma de roza que me había hecho una bruja. Cicatrices de cuchillo, finas y limpias en comparación con el resto. Mi brazo derecho sólo tenía una cicatriz de cuchillo, eso no era nada en comparación. Y había otras cicatrices ocultas bajo la falda de seda azul marino. A la seda no le importaba si se deslizaba sobre una piel llena de cicatrices o una piel suave y lisa. Así que me había ganado mi derecho a ser paranoica.

—¿Qué planea para su antepasado, y por qué? —Sonreí cuando lo dije, encantadora, pero la sonrisa no llegó a mis ojos. Había empezado a trabajar en conseguir que mis sonrisas llegaran hasta mis ojos.

Él también sonrió, pero tampoco afectó a sus ojos. Sonrió porque sonreí, no porque en realidad quisiera hacerlo. Llegó a recoger la taza de café de nuevo, y esta vez me di cuenta de que había un bulto en la parte frontal izquierda de su chaqueta. No llevaba una sobaquera, me habría dado cuenta de eso, pero había algo más pesado que una billetera en el bolsillo izquierdo. Podría haber sido un montón de cosas, pero mi primer pensamiento fue, una pistola. He aprendido a escuchar a mis primeros pensamientos. No eres paranoico si la gente realmente va a buscarte.

Tenía mi propia arma escondida debajo de mi brazo izquierdo en una sobaquera. Así que las cosas se igualaron, pero no quería armar un tiroteo en mi oficina. Tenía una pistola. Quizás. Probablemente. Por lo que sabía podía haber sido una caja de cigarros realmente pesada. Pero me habría apostado casi cualquier cosa a que ese peso era un arma. Podía sentarme aquí y decirme a mí misma que creía que tenía un arma, o podía actuar como si la tuviera. Si estaba equivocada, pediría disculpas más tarde, si tenía razón, bueno, estaría viva. Mejor viva, que muerta, grosera o cortés. Me interrumpió su charla sobre su árbol genealógico. No había prestado atención. Estaba obsesionada con ese peso en el bolsillo. Hasta que me enterara de si era un arma o no, nada más me importaba. Sonreí y obligué a mis ojos a expresar la sonrisa.

—¿Qué es exactamente lo que hace para ganarse la vida, Sr. Harlan?

El respiró un poco más profundo, acomodándose en su silla. Fue lo más parecido que había visto de tensión en el hombre. La primera reacción real, un movimiento humano. Las personas se inquietaban pero Harlan no lo hacía.

A la gente no le gusta tratar con personas que resucitan a los muertos. No me preguntes por qué, pero les ponen nerviosos. Harlan no estaba nervioso, no expresaba nada. Estaba sentado enfrente de mi mesa, frío, con sus ojos en un indescriptible y agradable vacío. Apostaba que estaba mintiendo acerca de su razón para venir aquí e intuía que había traído un arma de fuego oculta en un lugar que no era fácil de detectar.

Leo Harlan me gustaba cada vez menos.

Dejé mi taza de café con suavidad en el papel secante del escritorio, sin dejar de sonreír. Liberar mis manos, era un paso. Coger mi arma sería el paso dos, y tenía la esperanza de evitar ese paso.

—Quiero reanimar a uno de mis antepasados, Sra. Blake. No veo que mi trabajo tenga ninguna relevancia aquí.

—Para mí sí —dije, sin dejar de sonreír, pero sintiendo que se deslizaba hacia afuera de sus ojos de hielo.

—¿Por qué? —dijo.

—Porque si no, me niego a tomar su caso.

—El señor Vaughn, su jefe, ya ha tomado mi dinero. Aceptó en su nombre.

Sonreí, y esta vez de verdad.

—En realidad, Bert es sólo el gerente de los negocios de Animadores, Inc., ahora. La mayoría somos socios en pleno derecho en la empresa, como un bufete de abogados. Bert todavía controla el final del negocio, pero no es exactamente mi jefe.

Su rostro, si era posible, parecía más tranquilo, más cerrado, más reservado. Era como mirar un cuadro malo, que tenía todos los detalles técnicos, pero aun así no parecían reales. Los únicos seres humanos que había visto comportarse así eran espantosos.

—No era consciente de ese detalle, Sra. Blake. —Su voz era un tono más profunda, pero estaba tan vacía como su rostro.

Estaba sonando la campana de alarma que temía, mis hombros estaban tensos por la necesidad de coger mi arma. Mi mano se deslizó hacia abajo sin pensarlo. No me di cuenta de lo que había hecho hasta que no vi sus manos levantadas. Los dos estábamos maniobrando para una mejor posición.

De repente, había tensión, gruesa y pesada como un rayo invisible en la habitación. No hubo más dudas. Lo vi en sus ojos vacíos, y en la pequeña sonrisa en su rostro. Esta era una sonrisa real, no falsa, sin pretensión. En segundos íbamos a hacer una de las cosas más reales que un ser humano puede hacerle a otro. Estábamos a punto de intentar matarnos. Vi, aunque no en sus ojos, sino en la parte superior de su cuerpo, como esperaba a que uno de mis movimientos me traicionara. No había más dudas, ambos lo sabíamos.

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