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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (19 page)

Miles controló un horrible impulso: había sentido la tentación de levantarse y saltar al centro del valle para recitar su ofrenda poética a la multitud haut.

Mia Maz le dirigió una mirada de preocupación al oír el resoplido ahogado.

—¿Se encuentra bien?

—Sí, lo lamento —susurró él—. No es nada. Ha sido un ataque de rima.

Los ojos de ella se abrieron un poco y se mordió el labio. Sólo una arruga en la frente la traicionó.


Shhhh
—dijo, con sentimiento.

La ceremonia prosiguió sin interrupciones. Por desgracia, había mucho tiempo para seguir componiendo versos… con el mismo nivel de mérito artístico, por supuesto. Miles miró los bancos que albergaban a las burbujas blancas.

Una hermosa dama llamada Rian

hipnotizó a un joven Vor galán
.

El pequeño de cuerpo increíble

cree que es un detective,

y no sabe que lo van a castigar
.

¿Cómo lograban los haut soportar semejante tortura? ¿Les habrían modificado las vejigas con operaciones de ingeniería genética para conseguir una capacidad inhumana, además de los otros cambios que se rumoreaban?

Por suerte, antes de que Miles hubiera pensado en dos palabras que rimaran con "Vorob'yev", se levantó el primer gobernador sátrapa para situarse en el estrado de los oradores. De pronto, Miles se despejó por completo.

Los poemas de los gobernadores de satrapías eran excelentes, todos compuestos según los estilos formales más difíciles y, tal como informó Maz a Miles en un susurro, escritos por las mejores hautpoetisas del Jardín Celestial, que oficiaban como autores secretos que recibían un pago por sus servicios. El rango tiene sus privilegios. Pero a pesar de lo mucho que lo intentó, Miles no detectó dobles sentidos siniestros en los poemas: su sospechoso no pensaba aprovechar ese momento para confesar sus crímenes delante de todos, advertir a sus enemigos sobre sus intenciones ni cualquier otra posibilidad interesante. A Miles casi le sorprendió. El lugar en que había colocado el cuerpo de Ba Lura parecía sugerir que lord X tendía al barroquismo, a pesar de que la simpleza hubiera sido más útil a sus fines. ¿Sentiría el complot como un arte? Durante toda la ceremonia, el Emperador había estado sentado con expresión solemne, serena e imperturbable. Como principal afectado por la tragedia, hizo gestos amables de aceptación y agradecimiento a los gobernadores de satrapías. Miles se preguntó si Benin habría seguido su consejo. Sinceramente, esperaba que hubiera hablado con su señor.

Y entonces, de pronto, la tortura literaria terminó. Miles contuvo el impulso de aplaudir. Por lo visto Eso-No-Se-Hacía. El mayordomo salió al escenario, hizo otro gesto enigmático y todos se arrodillaron de nuevo; el Emperador y sus guardias se retiraron, seguidos por las burbujas de las consortes, los gobernadores de satrapías y sus ghemoficiales. Después, todos los demás quedaron libres… para ir al baño inmediatamente, supuso Miles.

Tal vez la raza haut se había librado de los significados y las funciones de la sexualidad, pero seguían siendo lo suficientemente humanos para que el momento de la comida fuera parte de las ceremonias básicas de la vida. A la manera cetagandana, por supuesto. Las bandejas de carne venían transformadas en esculturas florales. Las hortalizas parecían crustáceos y la fruta, pequeños animales. Miles miró pensativo el plato de arroz hervido de la mesa principal. Todos y cada uno de los granos estaban convertidos en un elaborado esquema en espiral… un trabajo hecho a mano, evidentemente. La sorpresa lo dejó momentáneamente helado. Controló la impresión y trató de concentrarse de nuevo en el asunto que tenía entre manos.

Los refrescos informales —informales, dentro de los niveles del Jardín Celestial— se sirvieron en un largo pabellón abierto hacia el jardín, donde en ese momento lucía una tibia luz vespertina que invitaba a la relajación. Las hautladies se habían ido a otra parte con sus burbujas, tal vez a algún lugar donde pudieran bajar de las sillas y comer. El grupo barrayarés fue a parar al más exclusivo de los sitios de alimentación pospoesía que se hubiera dispuesto en el Jardín Celestial. El emperador en persona se alimentaba en alguna parte de ese elegante edificio. Miles no tenía la menor idea de cómo había conseguido Vorob'yev que los admitieran allí, pero desde luego el hombre se merecía una recomendación por entrega al servicio más allá de lo que dicta el deber. Era evidente que Maz, con los ojos iluminados, la mano sobre el brazo del embajador de Barrayar, se sentía en alguna especie de paraíso del sociólogo.

—Allá vamos —murmuró Vorob'yev y Miles levantó la cabeza. El grupo del haut Este Rond entraba en el pabellón atestado de gente. Los otros haut, que no sabían cómo comportarse con esos intrusos extranjeros, habían tratado de fingir que los barrayareses eran invisibles. Este Rond no podía hacerlo. El corpulento gobernador, vestido de blanco, con su ghemgeneral maquillado y uniformado a un lado, se detuvo para saludar a sus vecinos de Barrayar.

Detrás del ghemgeneral de Rond avanzaba una mujer vestida de blanco, extraña en esa reunión masculina. El cabello rubio, casi plateado, le bajaba por la espalda en una cola con vueltas hasta los tobillos y permanecía de pie con los ojos bajos, sin hablar. Era mucho más vieja que Rian pero ciertamente era haut… Dios… qué bien llevaban los años… Seguramente era la esposa del ghemgeneral de Rond… cualquier oficial destinado a tan alto rango planetario habría esperado ganar a una hautmujer hacía ya tiempo.

Maz le estaba haciendo a Miles alguna especie de señal urgente, un temblor leve y un ¡No, no! formado con los labios, sin voz. ¿Qué le estaba tratando de decir? La hautesposa no hablaba a menos que le hablaran… Miles nunca había visto a nadie que expresara con el lenguaje corporal una reserva tan extraordinaria, una contención tan grande, ni siquiera la haut Rian.

El gobernador Rond y Vorob'yev intercambiaron elaborados saludos y Miles supuso que Rond había sido la vía de entrada a la ceremonia. Vorob'yev terminó su golpe diplomático presentando a Miles:

—El teniente muestra un interés gratificante por los principales aspectos de la cultura cetagandana —dijo y lo recomendó a la atención del gobernador.

El haut Rond asintió, cordial; por lo visto, cuando Vorob'yev recomendaba a alguien, hasta los hautlores cetagandanos lo tomaban en cuenta.

—Me mandaron a aprender tanto como a servir, señor. Para mí es un deber y un placer hacerlo… —Miles ofreció al hautgobernador una ceremoniosa reverencia—. Y debo decir que realmente estoy teniendo experiencias muy educativas. —Procuró que la sonrisa alerta y aguda le diera un doble sentido a sus palabras.

Rond sonrió con frialdad. Pero claro, si Este Rond era lord X, tenía que ser frío. Intercambiaron unas palabras más sobre la vida diplomática, y después, Miles se aventuró a decir:

—¿Sería usted tan amable de presentarme al gobernador haut Ilsum Kety, haut Rond?

Una sonrisa con el filo de una hoja de afeitar asomó en los labios de Rond mientras recorría la habitación con la vista para buscar a su colega gobernador y superior genético.

—Claro, claro, lord Vorkosigan. —Ya que estaba obligado a atender a esos extranjeros, supuso Miles, Rond se alegraría de compartir la carga de vergüenza con otros.

Lo llevó como un pastor a una oveja. Vorob'yev se quedó hablando con el ghemgeneral de Rho Ceta, que estaba profesionalmente muy interesado en sus potenciales enemigos. Le dirigió una mirada de advertencia a Miles, no del todo admonitoria, sólo una arruga entre las cejas. Miles abrió la mano a un costado, en una promesa: Me portaré bien…

Apenas quedaron más allá de los oídos y la vista del embajador, Miles le murmuró a Rond:

—Sabemos lo de Yenaro… espero que usted esté al corriente…

—¿Cómo dice? —dijo Rond en un tono de ignorancia bastante realista.

Luego llegaron hasta el grupito del haut Ilsum Kety.

De cerca, Kety parecía todavía más alto y delgado que desde el escenario, en la lectura de los poemas. Tenía los rasgos aguzados y fríos típicos del molde haut: las narices aguileñas habían estado de moda desde que Fletchir Giaja subió al trono. Un poco de plata en las sienes hacía resaltar el cabello oscuro. Como el hombre no tendría más de cuarenta años y era haut de pies a cabeza… Dios, claro… El toque de escarcha era perfecto, pero tenía que ser artificial. Miles lo notó y le pareció divertido, aunque disimuló cuidadosamente ese sentimiento. En un mundo en el que los viejos lo tenían todo, un aspecto juvenil no tenía ventajas sociales cuando se era joven de verdad.

Kety también tenía un ghemgeneral con una esposa haut a un costado, esperándolo. Miles trató de que sus ojos no lo traicionaran. Ella era extraordinaria incluso dentro de los niveles de los haut. Tenía el cabello de un color chocolate espeso, una melena brillante, separada por una raya en medio y reunida en una trenza gruesa que le bajaba por la espalda hasta tocar el suelo. Su piel tenía el color de la crema de vainilla. Los ojos, que se abrieron un poco al observar a Miles, eran grandes y líquidos, de un color canela claro sorprendente. Un aspecto delicioso, casi comestible. No era mayor que Rian. Miles agradeció en silencio su anterior exposición a Rian, que le permitió mantenerse de pie y no arrodillarse frente a ella.

Ilsum Kety no tenía tiempo que perder en un extranjero, eso era evidente, pero por alguna razón no quería ofender a Rond, o tal vez no se atrevía del todo; Miles logró intercambiar un saludo formal con él. Rond aprovechó la oportunidad para sacarse de encima al barrayarés y escapar hacia la mesa donde habían servido la comida.

El irritado Kety no tuvo más remedio que asumir el papel de anfitrión. Miles tomó el asunto entre sus manos y le hizo una breve reverencia al ghemgeneral de Kety. Por lo menos, el general tenía la edad que en Cetaganda se consideraba apropiada para su puesto, es decir, una edad avanzada.

—General Chilian, señor. Lo estudié a usted en Historia. Es un honor conocerlo en persona. A usted y a su hermosa mujer. Creo que no sé su nombre… —Miles sonrió a la hautmujer, esperanzado.

Las cejas de Chillan, que estaban alzadas, se reunieron ahora en un gesto leve de enojo.

—Lord Vorkosigan —dijo rápidamente. Pero no se dio por aludido con respecto a la hautlady.

Después de mirar a Miles con disgusto, ella permaneció de pie como si no estuviera allí, o más bien como si no quisiera estar. Los dos hombres la trataban como si fuera invisible.

Si Kety era lord X, ¿qué estaría pensando en ese momento, acorralado por aquel extranjero que él quería convertir en su víctima? Había metido el cilindro en el vehivaina de Barrayar, había ordenado a Ba Lura que le dijera a Rian que Miles había robado el cilindro, había matado a su cómplice y ahora esperaba los resultados.

Y el resultado era… un silencio sobrecogedor. Aparentemente Rian no había hecho nada, no había dicho ni una sola palabra a nadie. ¿Se preguntaría Kety si al fin y al cabo no habría sido mejor mantener a Ba Lura con vida un poco más de tiempo, hacerlo confesar? Seguramente la situación era muy difícil de entender para ese hombre. Pero ese rostro haut no revelaba absolutamente nada, no lo perturbaba ni una sola mueca. Claro que también tendría la expresión serena si fuera completamente inocente.

Miles sonrió con afabilidad.

—Entiendo que tenemos una afición en común, gobernador —ronroneó.

—¿Ah, sí? —dijo Kety sin entusiasmo

—Sí, el interés por objetos reales cetagandanos. Esos artefactos tan… tan fascinantes y evocativos… toda la historia y la cultura de la raza haut esta en ellos, ¿no le parece? Y su futuro también.

Kety lo miró sin expresión.

—No me parece que eso pueda considerarse un pasatiempo… No me parece un pasatiempo adecuado para un extranjero.

—Todo oficial debe conocer a sus enemigos.

—No tengo comentarios al respecto… Esas tareas son asunto de los ghem.

—¿Como su amigo lord Yenaro? Un hilo muy frágil para que usted se apoye en él, gobernador. Creo que no tardará en descubrirlo.

La arruga de la frente de Kety se hizo más profunda.

—¿Quién?

Miles suspiró y experimentó el incontrolable deseo de inundar todo el pabellón con pentarrápida. Los haut se controlaban tanto… daba la impresión de que mentían constantemente.

—Me preguntaba, haut Kety, si sería usted tan amable de presentarme al gobernador haut Slyke Giaja. Como yo también soy pariente de mi emperador, siento que él está en un lugar muy semejante al mío en Cetaganda.

El haut Kety parpadeó, sorprendido. La sorpresa lo llevó a la honestidad.

—Dudo que Slyke comparta su opinión… —Por su mirada parecía estar calculando el disgusto que sentiría el príncipe Slyke Giaja cuando le impusieran la presencia del extranjero y comparándolo con el alivio que sentiría él cuando se librara de Miles. Sus propios intereses inclinaron la balanza. El haut Kety hizo un gesto al ghemgeneral Chilian y lo despachó a conseguir el permiso del príncipe para la transferencia. Con una despedida amable y un murmullo de agradecimiento, Miles se alejó tras los. pasos del ghemgeneral, con la esperanza de aprovechar cualquier indecisión para seguir con su misión. Los príncipes imperiales no eran famosos por ponerse a disposición de todo el mundo. En eso, eran peores que los hautgobernadores.

—General… si el haut Slyke no tiene tiempo para atenderme… ¿le daría usted un mensaje corto de mi parte? —Miles trató de mantener la voz tranquila a pesar de los pasos vacilantes y rápidos que se veía forzado a hacer para seguir al ghemgeneral; Chilian no se estaba esforzando en caminar despacio en consideración al invitado de Barrayar—. Sólo tres palabras.

Chillan se encogió de hombros.

—Supongo que no habrá inconveniente.

—Dígale: Yenaro es nuestro. Nada más.

El general alzó las cejas cuando oyó la enigmática frase.

—Muy bien.

El mensaje, por supuesto, pasaría después a oídos de Seguridad Imperial Cetagandana. A Miles no le parecía nada mal que el organismo echara una mirada más atenta a lord Yenaro…

El haut Slyke Giaja estaba sentado con un grupito de hombres, ghem y haut, al otro lado del pabellón. Había algo extraño en el grupo y era que incluía también una burbuja blanca, que flotaba cerca del príncipe. Junto a ella había una ghemlady que Miles reconoció enseguida, a pesar del volumen formal de las ropas blancas que tenía puestas: la mujer que había ido a buscarlo a la fiesta de Yenaro. La ghemujer le dirigió una mirada, fijó la vista un segundo y luego miró a otro lado con decisión. ¿Quién estaba en la burbuja? ¿Rian? ¿La consorte de Slyke? ¿Otra persona?

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