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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (24 page)

Encontraron un lugar vacío unos pocos espacios más abajo. Iván se puso de pie en la entrada del cubículo con su prisionero, los dos con la espalda hacia el sendero para que Miles fuera visible desde fuera. Miles puso la jarra en el suelo, se enderezó y se dirigió a Yenaro con un gruñido ronco:

—Le voy a hacer una demostración. Esto es lo que iba a suceder hace unos minutos. Lo único que quiero saber es si usted sabía lo que pasaría.

—No sé de qué me está hablando —ladró Yenaro—. ¡Suélteme, cerdo!

Iván no apartó la mano y frunció el ceño, furioso.

—Primero la demostración, amigo.

—Muy bien. —El suelo era de algún tipo de mármol artificial y no parecía inflamable. Miles sacudió los hilos que tenía en la mano e hizo un gesto para que Iván y Yenaro se acercaran. Esperó hasta que no hubo nadie en el sendero y dijo—: Yenaro. Tome dos gotas de ese líquido inocuo que usted sacudía a diestro y siniestro y rocíelas sobre esto.

Iván obligó a Yenaro a arrodillarse junto a Miles. El ghemlord, con una mirada fría a sus captores, metió la mano en la jarra y acató las órdenes.

—Si usted cree que…

Lo interrumpió un brillo súbito y una ola de calor que quemó las cejas de Miles. Por suerte, el ruido, suave, se desvaneció contra los cuerpos que rodeaban los hilos. Yenaro se quedó helado, mirando.

—Y eso fue sólo un gramo —siguió diciendo Miles—. Esa alfombra bomba tenía… ¿cuánto? ¿Cinco kilos? Estoy seguro de que usted lo sabe, la trajo usted personalmente. Con el catalizador habría estallado y se habría llevado toda esa parte de la cúpula, a mí, a usted, a las damas… habría sido lo más impresionante de la exposición, se lo aseguro.

—Esto es una trampa —masculló Yenaro entre dientes.

—Ah, sí, es una trampa. Pero esta vez también usted se habría contado entre las víctimas. Usted no tiene entrenamiento militar, ¿verdad? De lo contrario, con su excelente olfato lo habría reconocido. Asterzina sensibilizada. La trampa perfecta. Se puede teñir, modificar, copiar el aspecto de cualquier cosa con ella. Y es totalmente inocua hasta que entra en contacto con el catalizador. Cuando eso ocurre… —Miles hizo un gesto hacia la mancha negra sobre el piso blanco—. Se lo preguntaré de otra forma, Yenaro. ¿Qué efecto le dijo que tendría su buen amigo el hautgobernador?

—Bue… —Yenaro se quedó sin aliento. Pasó la mano sobre el residuo negro y aceitoso, después se lo llevó a la nariz. Inhaló, frunció el ceño, después se sentó sobre los talones como si experimentara una repentina debilidad. Levantó la vista para buscar la mirada de Miles—. Ah…

—La confesión es un consuelo para el alma. Y para el cuerpo también —dijo Iván en tono amenazador.

Miles respiró hondo.

—Una vez más, Yenaro. ¿Qué le dijeron?

Yenaro tragó saliva.

—Se… se suponía que el líquido liberaba un éster que simularía los efectos del alcohol. Ustedes los barrayareses son famosos por esa perversión. ¡Nada que no se hagan a ustedes mismos!

—Y así, Iván y yo nos tambalearíamos públicamente toda la tarde medio borrachos…

—Algo así.

—¿Y usted? ¿Ingirió el antídoto antes de que apareciéramos?

—No… era inocuo… se suponía que era inocuo. Ya había previsto retirarme a descansar hasta que pasara… Pensé que tal vez… que tal vez sería una sensación interesante.

—Pervertido —murmuró Iván.

Yenaro lo miró, furioso.

—Cuando me quemé esa primera noche… Esa disculpa escrita a mano… no era completamente fingida, ¿me equivoco? —dijo Miles lentamente—. Usted no esperaba que las cosas fueran tan lejos.

Yenaro palideció.

—Esperaba… pensé que tal vez los marilacanos había hecho algo raro con la energía. Se suponía que debía producir un shock, nada grave…

—Eso le dijeron…

—Sí —susurró Yenaro.

—Pero el zlati fue idea suya, ¿no es cierto?

—¿Lo sabía usted?

—No soy imbécil, Yenaro.

Algunos de los ghem que pasaban dirigieron una mirada sorprendida y curiosa al grupo de tres hombres arrodillados en el suelo, pero por suerte pasaron sin hacer comentarios. Miles hizo un gesto hacia el banco más próximo en la curva de un lugar reservado para la exposición.

—Tengo algo que decirle, lord Yenaro, y creo que será mejor que se siente. —Iván llevó a Yenaro y lo empujó con firmeza para que se sentara. Después de un momento de pensarlo un poco, volcó el resto del líquido en una maceta cercana antes de ponerse de pie entre Yenaro y la salida del espacio vacío—. No se trata de una serie de bromas graciosas contra los enviados estúpidos de un enemigo despreciable: no son cosa de risa. Lo están usando como instrumento en un complot de traición contra el Emperador de Cetaganda. Lo van a usar, descartar y silenciar. Ya lo han hecho antes. Su último compañero en el juego fue Ba Lura. Y supongo que ya sabe usted lo que le pasó.

Los pálidos labios de Yenaro se abrieron un poco, pero no fue capaz de articular ni una palabra. Luego se humedeció la boca y volvió a intentarlo.

—No puede ser. Sería demasiado burdo. Habría sido mediante una guerra provocada entre su clan y los de… y observadores inocentes…

—No. Habría sido con una guerra provocada entre esos clanes y el suyo, lord Yenaro. A usted lo designaron como baja en esta lucha. Como asesino, sí, pero no sólo eso: también como un asesino tan incompetente que cae víctima de su propia bomba. Alguien que sigue los pasos de su abuelo… ¿Y quién iba a quedar con vida para negarlo? La confusión no sólo se extiende en la capital, sino también entre su Imperio y Barrayar; mientras tanto, la satrapía de la persona que urdió todo el plan aprovecha para declararse independiente. No, no es tosco en absoluto. Es elegante.

—Lo de Ba Lura fue un suicidio. Me lo dijeron.

—No. Asesinato. Seguridad Imperial Cetagandana está investigando el caso… Y lo va a resolver… Lo va a resolver, pero lamentablemente, no creo que logren completar el rompecabezas a tiempo.

—Ba Lura no cometió traición, eso es imposible… Los genes de los ha…

—A menos que creyera que actuaba con lealtad en una situación deliberadamente ambigua. Todavía tienen mucho de humano, pueden equivocarse.

—No. —Yenaro levantó la vista hacia los dos barrayareses—. Tiene que creerme. Personalmente, no me importaría que ustedes dos se cayeran por un acantilado. Pero nunca me empujaría a mí mismo.

—Eso… eso supuse —asintió Miles—. Pero por curiosidad, ¿qué iba a sacar usted de este trato, además de una semana divertida ridiculizando a un par de bárbaros? ¿O fue por amor al arte?

—Me prometió un puesto. —Yenaro bajó la mirada—. Usted no entiende lo que es vivir sin un puesto en la capital. Sin puesto no hay posición. No hay estatus. No se es… nadie. Yo ya estaba cansado de no ser nadie.

—¿Qué puesto?

—Experto Imperial en Perfumería. —Los ojos negros de Yenaro brillaron levemente—. Sé que no resulta muy impresionante, pero me habría permitido la entrada al Jardín Celestial, tal vez incluso a la presencia imperial. Habría trabajado… entre los mejores del imperio. Los grandes. Y sé que habría sido un excelente perfumista.

A Miles no le costaba mucho entender la ambición aunque adquiriera formas extrañas.

—Entiendo.

Los labios de Yenaro se torcieron en una sonrisa de gratitud. Miles miró su reloj.

—Dios, qué tarde es. Iván… ¿puedes ocuparte tú de esto?

—Creo que sí.

Miles se levantó.

—Que tenga un buen día, lord Yenaro. Mejor que el que estaba destinado a tener. Tal vez esta tarde haya usado toda la suerte que me correspondía en un año, pero deséeme un poco más. Tengo una cita con el príncipe Slyke.

—Buena suerte —dijo Yenaro, con voz dubitativa.

Miles se detuvo.

—Usted estaba hablando del príncipe Slyke, ¿no es cierto?

—¡No! ¡Yo hablaba del hautgobernador Ilsum Kety!

Miles se mordió los labios y dejó escapar un siseo agudo entre los dientes. Bueno, no sé si me han jodido o me han salvado. ¿Cuál de las dos cosas?

—¿Fue Kety quien le tendió la trampa… con todo esto?

—Sí…

¿Se las habría ingeniado Kety para enviar a su amigo y primo, el gobernador Slyke, a ver los objetos imperiales al Criadero Estrella? ¿Otro movimiento de distracción? Desde luego. O no. Y bien mirado, ¿no era posible que Slyke hubiera manipulado a Kety para que Kety manipulara a Yenaro? No podía descartarlo. Otra vez en la casilla de salida. Mierda, mierda, mierda.

Mientras Miles dudaba y analizaba los datos, apareció el oficial de protocolo por la curva del sendero. Su paso apurado se hizo más lento en cuanto descubrió a Miles e Iván. Una mirada de alivio le cruzó el rostro. Para cuando llegó junto a ellos, proyectaba otra vez el aire de un turista, pero estudió a Yenaro con una mirada tan penetrante como un cuchillo.

—Hola, milores. —El gesto abarcó a los tres.

—Hola, señor —saludó Miles—. ¿Ha mantenido usted una conversación interesante?

—Extraordinaria.

—Ah… No creo que le hayan presentado formalmente a lord Yenaro, señor. Lord Yenaro, le presento al oficial de protocolo de mi embajada, lord Vorreedi.

Los dos hombres intercambiaron gestos de reconocimiento más ceremoniosos. La mano de Yenaro pasó al pecho en una especie de alusión rápida a una reverencia, pero no se levantó.

—¡Qué coincidencia, lord Yenaro! —siguió diciendo Vorreedi—. Precisamente estábamos hablando de usted.

—¿Ah, sí? —preguntó Yenaro, preocupado.

—Ah… —Vorreedi se mordió el labio, pensativo, después pareció llegar a algún tipo de conclusión—. No sé si se da cuenta de que en este momento se encuentra usted en medio de una especie de vendetta, lord Yenaro.

—Yo… ¡no! ¿Qué le hace pensar eso?

—Mmm. En general, los asuntos personales de los ghemlores no son de mi incumbencia, me intereso sólo por los asuntos oficiales. Pero la… suerte… ha puesto en mi camino la oportunidad de hacer una buena acción, lord Yenaro, y no pienso desaprovecharla. Al menos por esta vez. Acabo de charlar con un… ah… caballero que, según me informó, había venido aquí para asegurarse de que usted… y ahora cito textualmente sus propias palabras… de que usted no saliera del Salón del jardín de la Luna con vida. Fue un poco vago en cuanto al método que pensaba usar para llevar a cabo esta misión. Lo que me pareció más raro es su identidad: el personaje en cuestión no es un ghem, sino que se gana la vida con su arte, un especialista. No sabía quién le había pagado esta vez: esa información quedó muy lejos, bajo varias capas de intermediarios… ¿Tiene usted alguna idea de quién podría estar interesado en pagar sus servicios?

Yenaro escuchó impresionado, con los labios tensos, pensativo. Miles se preguntó si el hombre estaba sacando las mismas conclusiones que él. Supuso que sí. El hautgobernador, quien quiera que fuese, había enviado refuerzos. Quería asegurarse de que nada fallara. De que Yenaro no sobreviviera a su propia bomba y pudiera acusarlo, por ejemplo.

—Yo… bueno… tengo una idea, sí.

—¿Podría usted compartirla?

Yenaro lo miró, dubitativo.

—No en este momento.

—Como quiera. —Vorreedi se encogió de hombros—. Dejamos al… caballero sentado en un lugar tranquilo. El efecto de la pentarrápida desaparecerá en cuestión de diez minutos. Tiene usted ese tiempo para hacer… lo que considere conveniente.

—Gracias, lord Vorreedi —dijo Yenaro con calma. Levantó la ropa negra que lo rodeaba y se puso de pie. Estaba pálido pero mantenía una serenidad admirable: no temblaba—. Ahora debo dejarles.

—Seguramente ésa es una buena idea —asintió Vorreedi.

—Estaremos en contacto, ¿eh? —dijo Miles.

Yenaro bajó la cabeza en un gesto formal, breve.

—Sí. Usted y yo todavía tenemos un asunto pendiente. —Se alejó mirando a derecha e izquierda.

Iván se mordía los dedos. Bueno, mejor eso que soltarle a Vorreedi todo lo que estaba pasando. Eso era lo que más temía Miles.

—¿Era cierto eso, señor? —preguntó Miles al coronel.

—Sí. —Vorreedi se frotó la nariz—. Pero también es cierto que no estoy tan seguro de que no sea de nuestra incumbencia. Lord Yenaro parece muy interesado en usted. Lo vigila. No puedo dejar de preguntarme si existe alguna relación… Revisar la jerarquía de los que pudieron haberle pagado a ese tug sería un proceso tedioso y largo para mi departamento. ¿Y qué encontraríamos al final del hilo? —Vorreedi miró fijamente a Miles—. ¿Hasta qué punto se enfadó usted por la quemadura de la estatua de Marilac, lord Vorkosigan?

—¡No tanto, por Dios! —negó Miles con rapidez—. Por lo menos deme un margen de crédito… aún no he perdido el sentido de la mesura. No. Yo no contraté al asesino. —Aunque sin duda había metido a Yenaro en esa situación, al tratar de jugar esos jueguecitos mentales con su posible patrón, Kety, el príncipe Slyke o el Rond. Querías una reacción… pues ya la tienes—. Pero… tengo la sensación de que la investigación sí valdrá la pena, aunque suponga dedicarle tiempo y recursos…

—Una sensación, ¿eh?

—Seguramente usted ha confiado en su instinto en más de una ocasión, señor.

—Bueno, yo uso mi instinto. No confío en él. Un oficial de SegImp tiene que conocer la diferencia.

—Entiendo, señor.

Se levantaron para seguir el recorrido de la exposición. Miles evitó cuidadosamente mirar la marca negra y quemada del suelo cuando pasaron junto a ella. Y cuando se acercaron al extremo oeste de la cúpula, empezó a buscar a su contacto. Ahí estaba, sentada cerca de la fuente, con el ceño fruncido. Pero Miles sabía que ahora nunca conseguiría sacarse a Vorreedi de encima; lo tenía pegado como una lapa, para siempre. De todos modos, lo intentó.

—Discúlpeme, señor. Tengo que darle un mensaje a una dama.

—Iré con usted —dijo Vorreedi, en tono alegre.

Correcto. Miles suspiró y compuso el mensaje mentalmente. La ghemlady, digna y tranquila, levantó la vista cuando él se acercó con compañeros no deseados. Miles se dio cuenta de que no sabía su nombre.

—Discúlpeme, milady. Quería decirle que me es imposible aceptar su invitación de… eh… esta tarde. Por favor, exprese mis más sinceras disculpas a su ama. — ¿Entenderían ella y la haut Rian que eso significaba ¡Anulen la operación, anúlenla!? Tenían que captar el mensaje. Lo deseó con todas sus fuerzas—. Pero si en lugar de lo que habíamos planeado, puede concertar una entrevista con el primo del señor… creo que eso sí sería educativo.

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