Cooper se fue tambaleando en dirección al subterráneo que había utilizado para llegar a la universidad. No le hacía ninguna gracia la idea de desaparecer de nuevo en ese agujero oscuro y ominoso. La enorme multitud se había extendido hasta tal punto que resultaba difícil estar seguro de dónde se encontraba la entrada. De hecho, al verlo más de cerca, parecía que tanto la entrada al subterráneo como su salida habían sido engullidas por los cuerpos. Sabía que no tenía más alternativa que atenerse al plan original. No podía hacer nada sin hablar con los demás, y no se podía arriesgar a comunicarse con ellos allí fuera.
—Dios santo —oyó que decía alguien a corta distancia detrás de él.
La voz no era alta, pero en este entorno peligroso e impredecible incuso un susurro era demasiado. Cooper intentó volverse con mucho cuidado para advertir a los demás del peligro, pero lo que vio le dejó helado de horror. Los cuerpos estaban reaccionando. Demasiado alejados para haber oído las voces, los cadáveres estaban empezando a realizar movimientos claros y conscientes hacia los seis supervivientes. Los que se encontraban en el límite más cercano de la abarrotada multitud habían levantado las cabezas putrefactas y estaban mirando la fila de hombres que serpenteaban lentamente hacia el pasaje subterráneo. Unos cuantos cuerpos ya habían empezado a separarse del grupo principal y se bamboleaban directos hacia ellos. El repentino cambio de dirección atrajo la atención de los demás, y después, en segundos, se desencadenó una reacción en cadena mortal e imparable.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Phil Croft, olvidándose de todo. El sonido de su voz aterrorizada fue suficiente para que cientos de las asquerosas criaturas se alejaran de la masa principal de la multitud y empezaran a avanzar en su dirección—. Dijiste que no se fijarían en nosotros si actuábamos como ellos.
Cooper sabía que no había tiempo de pararse a discutir. El comportamiento de los cuerpos había estado cambiando constantemente desde el día que fueron infectados, e incluso en el corto espacio de tiempo que llevaba fuera de la base había visto cómo se habían vuelto más agresivos. Unos pocos días antes, los movimientos lentos y un fingido letargo habrían sido suficiente para engañar a los muertos, pero ya no. Aunque seguían siendo lentos y torpes, en ese momento se movían con una velocidad y un propósito terroríficos.
—Corred —ordenó Cooper—. Id hacia los malditos juzgados, ahora.
Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y empezó a correr hacia el centro de la ciudad. Abría el camino, pero al no conocer bien la ciudad, corrió sin una dirección definida.
—Por aquí —chilló Paul Castle, alejándose a la carrera hacia la izquierda del soldado.
Los otros lo siguieron, flanqueados a ambos lados por enjambres de cuerpos cada vez más grandes. Paul miró hacia atrás por encima del hombro mientras se alejaba corriendo de la masa principal de la multitud putrefacta. Aterrorizado y moviéndose con rapidez, era imposible distinguir los detalles precisos. Sólo era consciente de la masa oscura de cadáveres en constante crecimiento que lo seguía. Aterrado, siguió adelante y golpeó un cadáver al azar, lanzándolo al suelo, y luego tropezó con sus piernas extendidas.
Paul, Cooper y Croft eran relativamente jóvenes y con una salud razonablemente buena. Jack y Bernard, aunque algo más mayores, también fueron capaces de seguir el ritmo. Steve, sin embargo, se estaba quedando atrás. El obeso camionero golpeaba a las numerosas figuras que se tambaleaban hacia él e intentaban agarrarlo, su tamaño era suficiente para mantener a distancia a la mayoría de ellas. Pero le resultaba difícil mantener a la vista el resto del grupo que llevaba delante, tan grande era el número de cuerpos harapientos que se cruzaban constantemente en su camino y se aferraban a él con manos cansadas y podridas.
Al alcanzar una zona despejada, Cooper se dio la vuelta para buscar a los demás. No veía a Steve, pero podía saber dónde estaba por el número de cuerpos que gravitaban a su alrededor.
—Por allí —les gritó a los demás señalando a su derecha.
Necesitaba encontrar un refugio. No importaba qué o dónde, sólo quedar fuera de la vista de las criaturas durante un rato y desaparecer hasta que se disipase el interés de la multitud. Abrió de un empujón la puerta de entrada a una pequeña librería con la fachada de vidrio y la mantuvo abierta para los demás.
—Id atrás —ordenó a Paul, Croft, Bernard y Jack cuando éstos se precipitaron sin aliento a su lado.
Cooper corrió hacia donde estaba luchando Steve y empezó a apartar los cuerpos a patadas. Pensando que era uno de los cadáveres, el camionero le envió un puñetazo. Cooper le agarró el brazo y lo empujó de espaldas hacia la librería, haciéndolo pasar por la puerta.
—Escóndete.
Croft cruzó a rastras una estantería y una mesa de lectura baja para bloquear la puerta en cuanto Cooper y Steve estuvieron dentro. Los cuerpos se lanzaron contra las ventanas, una miríada de caras grotescas y putrefactas se apretaban ya con fuerza contra el vidrio, intentando alcanzar a los supervivientes que se encontraban dentro. Cooper empujó a Croft hacia el interior del local y encontró a los demás esperando en una oficina cuadrada, pequeña y sin ventanas.
—¿Qué demonios vamos a hacer ahora? —preguntó Bernard ansioso—. Estamos jodidos.
Miró a Steve desesperado. El hombre, con la cara completamente roja, estaba derrumbado sobre un escritorio en medio de la habitación, empapado de sudor, esforzándose por respirar. Nunca conseguirían llegar a los juzgados.
—Seguiremos adelante —intervino Croft—. No tenemos alternativa. O damos la vuelta y nos abrimos paso a través de una multitud jodidamente grande de cuerpos para terminar donde empezamos, o hacemos lo que hemos venido a hacer aquí fuera: organizar algún tipo de transporte y después abrirnos camino a través de una multitud jodidamente grande de cuerpos.
Su intento de ser gracioso no fue apreciado. Aun así, los otros hombres sabían que tenía razón.
—¿Dónde estamos exactamente, Paul? —preguntó Cooper—. Quiero decir en relación con los juzgados.
Paul, de pie con las manos en las caderas y respirando con fuerza, movió la cabeza.
—No demasiado lejos —contestó—, probablemente será más rápido si salimos por la parte de atrás de este local. Quizás a unos cinco minutos. Algo menos de un kilómetro.
—Bien —replicó Cooper—. ¿Estamos listos?
Steve levantó incrédulo la mirada.
—Danos un minuto —se quejó.
—Podrás descansar cuando estés sentado detrás del volante, ¿de acuerdo?
—¿Te encuentras bien? —preguntó Jack.
Steve asintió y se puso en pie.
—Tú nos guías, Paul —ordenó Cooper.
Paul los llevó por la parte trasera del local y se detuvo cuando llegó a la zona de carga común que compartían una serie de tiendas vecinas. Una vía de servicio estrecha recorría la extensión posterior de los edificios y después giraba para desembocar en la calle principal. Hasta donde alcanzaba a ver, no había cuerpos.
—Vamos a ir directamente por aquí —susurró a los demás, amontonados en el quicio de la puerta—. Serán unos centenares de metros en cuanto lleguemos a la calle.
—De acuerdo —asintió Cooper—, vamos a quedarnos juntos y ni un maldito sonido procedente de nadie, ¿comprendido?
Paul encabezó la marcha que los alejaba de la puerta, apretándose contra la pared más cercana y haciendo todo lo que podía para fundirse con las sombras. En el centro del grupo, Steve maldijo en silencio su estado de forma y deseó poder dejar de jadear, aterrorizado por que el sonido de su pesada respiración pudiera ser suficiente para atraer a más cuerpos.
La vía de servicio seguía otros cincuenta metros antes de realizar un giro pronunciado a la derecha y desembocar en la calle principal. Paul se detuvo justo antes del cruce.
—Seguid por esta calle y llegaréis a una rotonda —explicó a los demás, señalando hacia la boca de la vía de servicio—. Girad a la izquierda y los juzgados están al final de la calle comercial principal. No son más de unos doscientos metros.
—¿Qué aspecto tienen?
—Es un edificio grande e impresionante, vidrios reflectantes en todas las ventanas, escaleras para llegar a la puerta, un par de estatuas horrorosas en la fachada...
Cooper asintió antes de avanzar sigilosamente hasta el final de la vía de servicio y detenerse en el punto en que se fundía con la calle principal. Con precaución sacó la cabeza por la esquina y miró arriba y abajo de la calle, en su día muy ajetreada. Había un montón de cuerpos por todos lados, pero considerablemente menos de los que habían visto antes de refugiarse en la librería. Supuso que el alboroto que habían provocado en la universidad había llevado a muchos de los lentos cadáveres a deambular por aquella zona.
—Sigue habiendo unos cuantos —les informó—. La única forma de pasar a través de ellos es no hacerles caso. Olvidad que están ahí. Corred pasando de ellos. No pueden igualarnos ni en velocidad ni en la fuerza.
—Unos pocos miles de esos bastardos pueden... —empezó a decir Steve ansioso.
—Sí, pero no hay varios miles ahí fuera —replicó Cooper—, son suficientes para que los podamos manejar. Pero si te dejas llevar por el pánico, estaremos jodidos, así que calla, respira hondo y sígueme.
Sin esperar ninguna reacción más, se dirigió hacia la calle principal. El resto del grupo lo siguió de cerca, aumentando su nerviosismo con cada paso. Bernard Heath inhalaba grandes bocanadas de aire tratando de llenarse los pulmones de oxígeno antes de empezar a correr de nuevo.
Cooper se detuvo y miró hacia atrás para asegurarse de que iban juntos, entonces corrió hacia el espacio abierto mientras los demás se esforzaban por igualar su frenética carrera. Casi de forma inmediata, los cuerpos más cercanos se empezaron a desplazar hacia ellos. Cooper los apartó brutalmente del camino, abriéndose paso hacia delante. Paul iba sólo unos paso detrás, pero se estaba distrayendo peligrosamente por lo que veía a su alrededor. Emociones encontradas le corrían por la cabeza. A medida que los habitantes de la ciudad se habían podrido y descompuesto, la ciudad también parecía que se había deteriorado. Conocía bien ese lugar e ingenuamente había esperado que no hubiera cambiado demasiado, pero durante el tiempo encerrado en la universidad, el paisaje urbano que había visto cientos de veces antes estaba sutilmente alterado. Las malas hierbas estaban empezando a crecer entre las grietas del pavimento y remontaban las paredes de edificios silenciosos como mausoleos. Cuerpos inertes yacían en las alcantarillas, devorados por la putrefacción y también por decenas de roedores e insectos que se alimentaban de su carne en desintegración. Un cuerpo apareció de la nada y lo cogió con la guardia baja. Paul lo agarró por el cuello y lo lanzó contra otros tres cadáveres que avanzaban hacia él.
—¡Aquí, a la izquierda! —le gritó al soldado que, en su ansia por seguir adelante, había alcanzado la rotonda y estaba a punto de pasarse el desvío.
Paul cambió de dirección, seguido de cerca por el resto de hombres que, también mantenían un ritmo similar. En especial Bernard Heath y Steve Armitage se movían con una agilidad y una determinación que superaba su edad y su mala condición física. La adrenalina y el miedo les permitía correr como hombres que tenían la mitad de su edad.
Desorientado por el aspecto descuidado y lleno de malas hierbas y por el esfuerzo repentino de correr a través de las calles, Phil Croft tardó un momento en reconocer el edificio de los juzgados. Mientras giraba para evitar a otro cuerpo con cabello largo y castaño a clapas, una cara terriblemente desfigurada y unas manos como garras salvajes, sus ojos se posaron en los empinados escalones que conducían a las imponentes puertas de entrada de los juzgados. Empezó a subir, pero se le trabó el pie en lo que quedaba de un cadáver vestido con un traje gris y cayó hacia delante, golpeándose con fuerza y quedándose sin aliento. Aturdido, movió la cabeza y se puso lentamente en pie, después se echó a un lado cuando Jack pasó corriendo a su lado y alejó a empujones un cuerpo que se había acercado a una distancia peligrosa.
Cooper, Paul y Bernard ya estaban dentro. Sostenían las puertas abiertas para los demás, después las cerraron y las bloquearon en cuanto todos estuvieron dentro. Cuatro de los hombres cayeron de rodillas, intentando respirar, pero Cooper y Paul permanecieron alerta, pues ambos se habían dado cuenta de que ya se estaban produciendo movimientos en las sombras a su alrededor. Al cabo de unos segundos, unas quince criaturas harapientas aparecieron en el vasto vestíbulo del edificio. Muchas más se precipitaron contra las puertas que acaban de atravesar y empezaron a golpearlas en un intento por entrar.
—Deshaceros de ellos —ordenó Cooper—. Golpeadlos en la cabeza e intentad dejarlos fuera de combate. Vamos a limpiar esta zona y después podremos reducir la marcha.
Buscó a su alrededor y agarró una señal portátil con las palabras «No Esperar Aquí» y se volvió para encararse con el cuerpo más cercano. Lo que en su momento había sido una mujer policía se arrastraba hacia él con los delgados brazos extendidos. Cooper agarró el extremo de la señal, blandió el largo tubo de metal en el aire y proyectó la pesada base contra un lado de la cabeza del cadáver. Sangre carmesí, casi negra, empezó a rezumar sin freno de un profundo corte del pómulo destrozado del cuerpo, pero éste siguió adelante impertérrito. Cooper volvió a golpearle una y otra vez, y el quinto golpe fue finalmente suficiente para que la lastimosa criatura se derrumbase, desmadejada y quieta en el suelo, con la cabeza convertida en una masa de huesos destrozados y masa encefálica.
El cadáver de un hombre mayor cubierto con la toga de abogado se tambaleaba hacia Steve. Con ojos vacíos e inexpresivos lo miraba fijamente, y Steve se quedó helado donde estaba, aturdido por el miedo. Demasiado cerca para esquivarlo, el camionero puso cara de asco y agarró a la patética criatura con ambas manos, sin doblar los brazos y evitando que siguiera avanzando. Aunque el cuerpo se retorcía bajo su presa, era evidente que su poca fuerza no podía igualar la de él. Más confiado al ver el enorme abismo físico entre el muerto y él, Steve balanceó el cuerpo y lo lanzó contra la pared más cercana con una fuerza furiosa. El cadáver se estampó contra la pared, después consiguió levantarse y empezó a moverse de nuevo hacia él. Esta vez, Steve lo agarró por la mandíbula con la mano derecha y, liberando semanas de miedo y frustración, le golpeó repetidas veces el cráneo contra la pared, hasta que casi lo hubo destrozado por completo.