—Que no os vean —ordenó Cooper mientras corría desde la furgoneta hacia el más grande de los dos camiones—. Entrad en la parte trasera de éste.
Alrededor de todo el campo de fútbol, los cuerpos siguieron colisionando ruidosa y torpemente contra la valla. Donde antes había entre diez y veinte, ya se encontraban cientos de figuras nauseabundas y harapientas que golpeaban con sus manos putrefactas la barrera, agarrando y agitando la alambrada con dedos engarfiados. Sin necesitar mayores recomendaciones, los otros cinco hombres siguieron a Cooper al interior de la parte trasera del camión. Teniendo cuidado de no cerrar por completo la gruesa puerta de seguridad, el soldado se derrumbó pesadamente sobre un banco metálico cercano.
—Hecho —dijo en voz baja. La autoridad y disciplina militar antes tan claras en su voz habían desaparecido, reemplazadas por un tono de alivio.
—¿Y ahora qué? —preguntó Jack.
—Tómatelo con calma durante un rato —contestó el soldado—. No tenemos nada más que hacer que sentarnos y esperar.
Michael estaba sentado detrás del volante de la autocaravana, con Emma a su lado. Llevaban prácticamente en la misma posición desde hacía seis horas, sin moverse, no fuera que se perdieran el regreso de los soldados que habían visto partir a primera hora de la mañana. La espera estaba resultando insoportable. Michael se estaba empezando a preguntar si iban a volver. A la patrulla de reconocimiento le podía haber ocurrido cualquier cosa. Era posible que hubiera malinterpretado completamente la situación. La base podía estar en cualquier parte...
La autocaravana estaba aparcada en un campo junto al camino que habían descubierto. Al aparcar el vehículo grande, pesado y torpe al otro lado de un muro de piedra gris, debajo de las densas copas de los árboles, se habían camuflado de forma completa, y su relativa invisibilidad era tranquilizadora. El día soleado se había visto interrumpido por un chubasco fuerte e inesperado hacía poco rato, y las gotas de lluvia seguían cayendo de forma constante desde los árboles que tenían encima, golpeando el techo de metal y proporcionando a la tarde un fondo musical inquietante e intermitente. Excepto por estos pocos sonidos, todo estaba engañosamente silencioso y pacífico.
El estómago de Michael se retorcía a causa de los nervios y la incertidumbre. Por enésima vez en la última hora se volvió y miró por encima del hombro, observando el camino en la dirección por la que habían desaparecido los soldados a primera hora. Miró en la distancia, esperando ver movimiento, pero, al mismo tiempo, también extrañamente aliviado de que no estuviera ocurriendo nada.
Emma se deslizó sobre los asientos delanteros y le colocó las manos sobre los hombros. El no reaccionó. Ella se inclinó y lo besó en la mejilla. Siguió sin reaccionar.
—Odio cuando te pones así —le confesó ella, su cara aún junto a la suya.
—Estoy bien —replicó Michael, poco animado. De la misma forma que deseaba que ella estuviera cerca, también quería que lo dejara solo para pensar.
—Lo que tenemos que hacer —prosiguió Emma— es encontrar un...
—Calla... —la interrumpió.
—¿Qué?
—Escucha.
Emma se alejó de él y se sentó al borde de su asiento, escuchando con atención. Podía oír el sonido de un motor que se acercaba.
—Ahí están —exclamó Michael, y giró la llave en el contacto.
La pesada y torpe autocaravana cobró vida, y Michael agarró el volante, expectante. Se quedó quieto en su asiento y contempló el camino que se encontraba a su espalda a través del gran retrovisor lateral que tenía a su lado. Aunque el muro de piedra tapaba buena parte de su visión, podía ver el punto en el que el camino iniciaba la serpenteante subida en la distancia y después se perdía.
El transporte con los soldados acabó apareciendo por encima de la cima de una colina baja; los faros deslumbrantes del vehículo brillaban muy blancos en la penumbra cada vez más gris de última hora de la tarde. Michael contempló cómo se acercaban hasta que su línea de visión quedó bloqueada por el muro. Unos segundos después pasaron a su lado y vieron el techo verde oscuro del transporte justo por encima del muro que tenían al lado. Con precaución dejó que la autocaravana iniciara el avance.
—No te acerques demasiado —le advirtió Emma nerviosa—. No nos conocen. Se podrían revolver contra nosotros y...
Michael no la estaba escuchando. Salió del campo, avanzando lo suficiente para poder ver cómo el transporte seguía adelante por el camino. Cuando estuvo casi fuera de su vista aceleró.
Michael siguió las brillantes luces de posición del vehículo mientras giraba a la derecha y después a la izquierda. Varios centenares de metros más adelante, el camino se empezó a estrechar y se volvió aún más escabroso e irregular. Los lados del camino se convirtieron en bancales pronunciados, que no dejaban a Michael más alternativa que seguir hacia delante. La autocaravana no estaba diseñada para viajar por un terreno tan accidentado. Una de las ruedas delanteras se hundió en un bache lleno de lodo, y el vehículo resbaló hacia un lado, con el chasis tocando el suelo.
—Dios santo —musitó Emma—. Esto es una mala idea. En cuanto podamos tendríamos que abandonar este camino y...
—Vamos bien —replicó Michael, intentando concentrarse—. No importa lo que le pase a este trasto. No es como si tuviéramos que pagar el taller o algo por el estilo. En cuanto descubramos dónde se esconden esos soldados, podremos llevarnos nuestras cosas y dejarlo en la cuneta.
—Lo sé, pero no sabemos lo lejos que están...
Emma dejó que se perdieran sus palabras mientras atravesaban una zona de bosque. Las ramas quebradizas que cubrían el camino arañaban los laterales de la autocaravana y del transporte militar que llevaban delante, amortiguando aún más la luz mortecina. El camino se curvaba y retorcía en direcciones aparentemente casuales e inesperadas, y Michael se vio obligado a reducir la velocidad de su poco ágil vehículo hasta no superar el de una persona andando. Un cuerpo perdido golpeó el lateral de la autocaravana.
—¡Dios santo! —se sobresaltó Emma, sorprendida por el repentino e inesperado ruido—. ¿De dónde demonios ha salido? —Se quedó mirando a la criatura por el retrovisor lateral y contempló cómo la silueta se daba la vuelta y se tambaleaba tras ellos.
Por delante, el transporte desapareció momentáneamente de su vista. Michael se sintió aliviado al vislumbrarlo de nuevo cuando salieron de debajo de los árboles. Pasó por un portón estrecho y por encima de una rejilla para el ganado, que hizo que traquetease el forzado vehículo. A cierta distancia, el furgón militar empezó a reducir la velocidad y finalmente se detuvo en medio de un campo. Michael fue soltando suavemente el acelerador.
—Pero ¡si no hay nada!
—Lo tiene que haber —replicó Emma, intentando ver más allá de otros tres cuerpos que se estaban acercando a la parte delantera de la autocaravana. También se dio cuenta de que tenían muchos más cuerpos por detrás.
Sin previo aviso, el transporte de los soldados se puso de nuevo en movimiento. Con un rugido repentino y potente, y una humareda de gases de escape, empezó a avanzar con una velocidad inesperada. Subió hasta una cresta cubierta de hierba, que había sido prácticamente invisible bajo la luz mortecina, después desapareció por una pendiente pronunciada y se perdió de vista.
—Eso es —exclamó Michael, forzando de nuevo el avance de la autocaravana—. Ahí debe de estar.
Michael se aproximó a la cresta a una velocidad peligrosa, cada vez más inquieto. Ambos sabían de la importancia del momento.
—Con cuidado —advirtió Emma, mientras la autocaravana se inclinaba hacia un lado al pasar una de las ruedas traseras por un surco profundo.
Michael no respondió, concentrado en atrapar a los soldados, siguiendo el camino de barro y hierba aplastada. Sin saber lo que había al otro lado de la cresta, aceleró de nuevo. Con el corazón en un puño se aplastó contra el respaldo del asiento cuando la parte delantera del vehículo fue subiendo, y de repente se hundió en la oscuridad como si fuera un viaje en una montaña rusa. Al principio, todo lo que pudo ver fueron las luces del vehículo de los soldados que tenía delante. Segundos después habían desaparecido, tragadas por la oscuridad.
—¿Adónde han ido? —preguntó Emma.
—¿Cómo demonios quieres que lo sepa? —le gritó Michael.
La velocidad de la autocaravana aumentaba a medida que bajaban por la ladera. Michael toqueteó los interruptores junto al volante, intentando desesperadamente encender las luces mientras seguía manteniendo el control del vehículo. Unos segundos después, el terreno se empezó a nivelar. La parte delantera de la autocaravana empezó a golpear formas en sombras bajo una oscuridad creciente. Una o dos al principio, después más y después un flujo constante. Michael encontró las luces y las encendió.
No había ni rastro del transporte militar. No había ninguna señal visible de la base. Excepto por la ligera pendiente que tenían delante, hasta donde les llegaba la vista el campo enorme que estaban atravesando no contenía nada más que centenares de cuerpos, apelotonados en medio de ninguna parte. Michael apretó inmediatamente los frenos e hizo que la autocaravana se detuviera de golpe derrapando levemente.
—Sigue adelante —le chilló Emma—. ¡Por el amor de Dios, no te pares aquí!
Tenía razón, pero era demasiado tarde. Intentó acelerar de nuevo, pero la pérdida de tracción sobre la hierba húmeda y pisoteada, y la masa de carne muerta que rodeaba el vehículo se combinaban para evitar el avance. Las ruedas giraban en vano sobre el barro, excavando surcos cada vez más profundos sin encontrar agarre. Michael miró por encima del mar de cabezas putrefactas con el deseo desesperado de vislumbrar algo construido por el hombre entre la carne en descomposición. Pero no había nada. Apagó de nuevo las luces y silenció el motor. Cuando las criaturas más cercanas empezaron a golpear los laterales de la autocaravana con sus puños putrefactos, agarró instintivamente la mano de Emma y la arrastró a la parte trasera de la autocaravana. Retirando una sábana del colchón para taparse, la empujó a un espacio pequeño entre el pie de la cama y la mesa, un lugar donde se habían escondido otras muchas veces. La abrazó con fuerza a medida que aumentaba el ruido ensordecedor a su alrededor.
Estaban rodeados.
Donna atravesó corriendo el complejo universitario con Clare siguiéndola de cerca. A toda velocidad recorrieron el camino a través de un laberinto de pasillos a oscuras que no habían utilizado antes, recordando detalles de un plano del campus que habían encontrado y con la esperanza de que serían capaces de recordar el camino de vuelta con los demás. Después de recorrer la extensión de varios edificios, vacíos e interconectados, hasta donde creían que podían llegar sin salir o sin encontrarse con cuerpos, Donna se detuvo.
—Esto será suficiente —comentó sin aliento, reduciendo el ritmo y descansando las manos en las caderas.
—¿Dónde lo hacemos? —preguntó Clare.
Donna miró alrededor. Había una puerta a la derecha que daba al exterior. A través de unos paneles cubiertos con vidrios de seguridad pequeños y cuadrados pudo ver un sendero estrecho de hormigón que conducía a un almacén prefabricado y aislado. Ese era su objetivo.
—Perfecto —comentó mientras abría la puerta y salía a la noche.
El camino entre el complejo universitario principal y el almacén estaba completamente delimitado por unas vallas altas a ambos lados y, excepto por un cadáver retorcido que yacía inmóvil a un lado, no pudo ver ningún otro cuerpo. Esperó hasta que estuvo completamente segura de que no había ningún movimiento en los alrededores y entonces recorrió a la carrera todo el camino y forzó la entrada del almacén, con Clare detrás de ella. Sus ojos se acostumbraron con rapidez a la penumbra mientras revisaba el húmedo edificio.
—Sábanas —indicó Clare, señalando una estantería metálica en el extremo más alejado de la estrecha habitación rectangular.
Se acercó y empezó a desplegarlas, haciendo una pila en el rincón más alejado de la puerta. Donna añadió a la hoguera un montón de papeles y muebles de madera.
—Esto será suficiente —comentó mientras desaparecía en una segunda habitación.
Evidentemente se trataba de algún tipo de almacén de lavandería, porque los estantes en las largas paredes de la habitación estaban llenos de botellas, tubos y cartones muy diversos. Lejía, desinfectante y otros muchos productos químicos, utilizados por limpiadores y bedeles. Miró a través de una ventana pequeña en la pared posterior, orientada hacia el centro de la ciudad.
Clare se retiró instintivamente hacia la puerta de entrada cuando Donna reapareció con una botella de un líquido de olor acre marcado como «inflamable», que empezó a verter sobre la pila que habían formado. Después se agachó y encendió una cerilla con la que prendió el extremo de un montón de facturas, recibos y papeles que en su momento fueron importantes. El papel empezó a arder de inmediato. Encendió otra cerilla e hizo lo mismo al otro lado de la pila, empujando más tela hacia las llamas. El resplandor anaranjado mordió con rapidez el papel reseco y la tela, y en menos de un minuto la sala estuvo llena de una luz brillante y parpadeante, y de un humo tenuemente gris. El fuego creció con rapidez. Donna se echó atrás y esperó unos segundos más hasta que estuvo segura de que la hoguera no se apagaría. Contempló con satisfacción cómo el fuego devoraba con rapidez la tela y la madera, y después empezaba a lamer las cortinas cercanas y las paredes. Un tablón de anuncios prendió, y los folletos y los carteles se enroscaron de inmediato y empezaron a arder. Sabía que todo el edificio estaría en llamas en unos pocos instantes.
—¿Crees que funcionará?
—Tendrá que hacerlo —contestó Donna mientras la empujaba fuera del edificio a lo largo del sendero, de regreso a la zona principal del campus. Mientras andaba pudo oír el crepitar y el crujir del fuego a su espalda a medida que prendía, y pudo ver el reflejo de llamas altas y danzarinas en las ventanas cercanas—. Lo único que queremos es una distracción —continuó—, lo suficiente para que la muchedumbre se empiece a mover en esta dirección. En cuanto se hayan alejado de los camiones podremos pensar en salir de aquí.
Menos de un cuarto de hora después, toda la universidad se vio sacudida por una repentina explosión. Donna corrió hacia la ventana más cercana para ver lo que había ocurrido.