Col recalentada (15 page)

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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Crooky empezaba a aburrirse. Los yonquis le aburrían. Cuando estaban necesitados eran una plaga, y cuando tenían las necesidades satisfechas eran insufribles. Por supuesto, había que evitarlos a toda costa. ¿A qué cojones estaba jugando Calum? Viejos amigos o no, no se podía jugar a asistente social con un picota, pensó con irritación. Así que Crooky se alegró de ver entrar en el pub a un tipo de tez cetrina, largos y sucios mechones negros y una nariz grande y aguileña y tomar posición ante la barra.

«Ése es el Cuervo. Voy a ver si lleva algún éxtasis, ¿vale? ¡Uaa, uaa, uaa, uaa, uaa!», exclamó a la vez que enarcaba sus pobladas cejas.

«Se supone que esta noche hay algo montao en el Citrus, ¿eh?», le dijo Calum, apartándose por un instante de un Boaby impasible.

«¿Si lleva éxtasis quieres alguno?», le preguntó Crooky.

«Sí…, pero no si son palomas. La semana pasada me metí una en el Sub Club de Glasgow. Te dan marcha durante una hora y luego te dejan completamente jodido. El subidón se esfuma sin más», comentó chasqueando los dedos. «Todos los cabrones
Weedgies
[18]
esos iban puestos de Malcolm X, encima, con un puntazo que te cagas, y yo allí todo frustrado y de bajón.»

El ceño fruncido de Crooky dominaba su rostro: «Ya, vale. Eso no lo queremos.»

Se acercó al Cuervo. Intercambiaron las cortesías y cumplidos de rigor y acto seguido se marcharon al servicio de caballeros.

Calum volvió a mirar a Boaby. «Eh, Boab, escucha, tío, me alegro mucho de volver a verte. ¿Te acuerdas de cuando íbamos por ahí tú y yo, Tam, Ian y Scooby? Menuda cuadrilla, ¿eh? Dispuestos a hacer cualquier cosa en cualquier momento. No es que quiera ser un capullo aburrido ni nada de eso, Boab, pero es que ya llevo cuatro años con Helen, ¿sabes? Sigue gustándome ponerme hasta el culo y tal, pero no de jaco y eso, ¿sabes? Mira el pobre Ian: muerto y tal. El virus, el sida y eso, sabes cómo te digo, ¿no?»

«Sí… Ian… Gilroy…», balbuceó Boaby. «La verdad es que nunca me cayó bien ese tío, ¿sabes?», masculló mientras un viejo agravio le animaba fugazmente a pesar de su apatía inducida por el jaco.

«No hables así, Boab…, hostia puta…, ¡el chaval está muerto! No hables así.»

«Me dio el palo…», dijo Boaby arrastrando las palabras.

«Ya, pero es que no se lo puedes echar en cara, Boaby, ¿sabes? No cuando el tío está muerto, es lo que te digo. Las cosas como son: a un tío que está muerto no puedes echarle nada en cara.»

Crooky regresó del servicio. «He pillado unos ácidos, ¿vale? Micropuntos. ¿Te apetece ir de tripi?

«Pues la verdad es que no. Me apetece un éxtasis, ¿vale?», dijo Calum con nerviosismo. Pensaba en Ian Gilroy, en Boaby, tal y como eran antes. Boaby le había metido un montón de malas ideas en la cabeza. Y después estaba Helen, su novia: últimamente no les iba demasiado bien. En ese estado de ánimo sería estúpido meterse un tripi. Los tripis era mejor dejarlos para días de verano largos y calurosos, cuando las vibraciones son apropiadas y la compañía también, en un parque a ser posible o, mejor aún, en el campo. Pero no en aquellas circunstancias.

«Venga, Cally, esta noche hay fiesta en casa de Chizzie. Conoces a Chizzie, ¿no?»

«Sí… Chizzie», contestó Calum sin comprender. En realidad no conocía a Chizzie. No se encontraba demasiado bien. Sin embargo, le apetecía ponerse hasta el culo. Seguro que el ácido aquel sólo daba un ligero subidón; era más ácido de los ochenta que de los sesenta, como habría dicho desdeñosamente alguno de los viejos sabios. En un viaje de ésos no podía pasarte gran cosa. «Como te dije, preferiría meterme un éxtasis, ¿vale?…, pero en fin…»

Se tragaron los tripis tan subrepticiamente como se lo permitieron las prisas. Boaby, que estaba recibiendo órdenes en forma de síntomas de sufrimiento emanadas de sus centros nerviosos, se incorporó y se encaminó hacia el servicio. Estuvo ausente largo rato, en cualquier caso, pero por lo que a Crooky y Calum concernía, podían haber sido meses, porque cuando regresó llevaban con un cuelgue descomunal.

Los espejos del pub distorsionaban, pues parecía que se arqueaban y formaban una extraña burbuja a su alrededor, aislándoles del resto de la clientela, que tenía un aspecto retorcido, mientras sus imágenes se reflejaban a través de aquellas extrañas y atrofiadas lentes. La sensación de aislamiento que esto les proporcionó les resultó reconfortante durante un rato, pero no tardó en parecerles sofocante y agobiante. Cobraron conciencia de sus ritmos corporales, de los latidos de sus corazones, de la circulación de la sangre. Se percibían a sí mismos como máquinas. Calum, que era fontanero, se visualizó a sí mismo como un sistema de cañerías, lo que le provocó ganas de cagar. Crooky había visto hacía poco el vídeo
Terminator
; era como si viera las cosas a través del visor teñido de rojo del robot Schwarzenegger, con caracteres que deletreaban alternativas apareciéndosele ante los ojos.

VIAJE DE ÁCIDO N.º 372

PROGRAMA DE SUPERVIVENCIA PSICOLÓGICA

ACTIVADO

1. Acudir a la barra y embolingarse. [ ]

2. Marcharse inmediatamente e irse a casa. [ ]

3. Ir al tigre y encerrarse en el cubículo. [ ]

4. Telefonear a alguien para que venga y te tranquilice. [ ]

5. La fiesta de Chizzie. [ ]

«Hostia puta…», dijo jadeando, «soy un puto robot, tío…»

«Es el fin del mundo o el comienzo de uno nuevo», dijo Calum, volviendo la cara ante una sonrisa distorsionada que transformó a Boaby en un lobo de dibujos animados y fijándose en un bicho que reptaba lentamente por el suelo del pub.

En realidad no es más que un perro… o un gato…, pero en los pubs no hay gatos, puede que en algún pub rural de Irlanda, donde se sientan delante de las brasas de carbón, pero eso tiene que ser un puto perro…

«Los tripis estos son una pasada, ¿no, tío?», dijo Crooky sacudiendo la cabeza.

«Sí», respondió Calum, «y el guarro de Boaby acaba de chutarse, joder. En el tigre y tal. ¡Mírale!» Calum agradeció a Boaby que le permitiera concentrarse en otra cosa antes de sentir cómo la sangre atravesaba sus frágiles venas y verlas estallar bajo el poder burbujeante del torrente sanguíneo: un río turbulento a punto de desbordarse. Así es como se moría, pensó, así era como terminaba la vida. «¡Tengo que salir de aquí, tío!»

«Sí, vámonos fuera», convino nerviosamente Calum.

Les llevó un rato ponerse en pie. El pub daba vueltas a su alrededor y los rostros de la gente estaban salvajemente distorsionados. En un momento dado todo era luz, y al siguiente parecían estar a punto de perder el conocimiento debido a la asombrosa sobrecarga a la que el tripi estaba sometiendo sus sentidos. Calum tenía la sensación de que la realidad se le escapaba, como una cuerda arrancada de sus manos grasientas por una fuerza irresistible. Crooky tenía la impresión de que su psique se iba pelando rápidamente, como la piel de un plátano de muchas capas, y creía que aquel proceso le estaba desmontando, alterándole fundamentalmente hasta transformarle en otra forma de vida.

Cuando llegaron a la calle se vieron prácticamente abrumados por un muro de luz y de sonido. Crooky sintió que abandonaba su carne mortal y salía disparado hacia el espacio antes de regresar con gran violencia a su cuerpo. Echó un vistazo por la calle, sumergiéndose en un zumbido cacofónico de sonidos extraños pero familiares y un caleidoscopio sibilante de neones deslumbrantes; entre los dos, producían un interfaz estrafalario y apabullante que impregnó sus sentidos. Apenas lograban distinguir la figura solitaria de Boaby, al que vieron arrastrando los pies unos pasos por detrás de ellos, en medio de aquella inundación.

«¡Venga, cabrón de yonqui!», gritó Calum, antes de volverse hacia Crooky. «¡Ese cabrón no hace más que desperdiciar espacio!» A pesar de su agresividad, Calum se alegraba de que Boaby se hubiese sumado a ellos, porque les proporcionaba un punto de referencia que les hacía mucha falta para orientarse en la realidad.

Fueron abriéndose camino indecisamente a través de un terreno que obviamente conocían, pero al que la droga había dado un tono ajeno. Cuando Leith Walk se parecía a como era antes, sólo era por breves e intermitentes instantes que estallaban como pompas, revelando una realidad nueva y diferente. Después se encontraron de repente con que estaban caminando por Dresden tras los bombardeos con las llamas, el humo y el olor a carne achicharrada a su alrededor. Se detuvieron, miraron a sus espaldas y de entre las llamas surgió Boaby, como el robot Terminator después de la explosión de gasolina, pensó Crooky. «Demasiado arriesgado, joder…»

Una vez más, Crooky y Calum tuvieron la impresión de salir de sus cuerpos y regresar a ellos de golpe tras haberse extraviado muy lejos en el espacio. La realidad volvió a asentarse brevemente mientras Calum jadeaba, «No puedo con esto, tío…, es como si hubiera una especie de guerra nuclear o algo…»

«Sí, ya. Cada vez que te metes un tripi. Lanzan la puta bomba atómica. Lo hacen sólo para tocarte los huevos. Olvidaos del puto Sadam como-coño-se-llame, Cally acaba de meterse un puto tripi», se burló Crooky.

Calum se rió de forma estrepitosa y terapéutica, lo que le sosegó. Crooky era un tipo legal con el que irse de tripi. Con Crooky no había riesgo de malos rollos. Era un tío guay. Aquello era de puta madre.

Se internaron dentro de un túnel de luz dorada que latía y reverberaba mientras ellos miraban, completamente desconcertados. «Joder, esto no puede ser, cabrón. Pero qué bueno, ¿no?», comentó Crooky boquiabierto.

Calum no podía hablar. Se le vinieron ideas a la cabeza, pero estaban relacionadas con objetos imposibles de definir. Era como si hubiese vuelto a ser un bebé y hubiera redescubierto el pensamiento preverbal. Los objetos eran artefactos domésticos distorsionados; una lámpara, una mesa y una silla con la que habían amueblado la casa en la que había vivido cuando era un bebé, cuando estaba intentando asimilar su entorno. Los había olvidado, y nunca los había recordado de forma consciente. Las rimas y los ritmos relampagueaban sin cesar en su cabeza, pero no podía denominarlos, pues aquellos pensamientos no tenían parentesco alguno con el lenguaje hablado tradicional. Todo aquello, aquel lenguaje psíquico cifrado y preverbal, se habría perdido cuando terminara el viaje. Empezó a sentirse fatal, desinflado ante la perspectiva de perder aquella gran intuición. Estaba a punto de acceder a alguna forma de conocimiento superior, a algún descubrimiento trascendental. Si fuera capaz de remontarse más atrás todavía, más allá de la conciencia, del nacimiento y de penetrar en vidas anteriores…, pero no, no había forma de dar ese paso. Se podía mirar, pero nada más; no se podía aprender, pues no había ningún punto de referencia. Sintió que se le escapaba como arena entre los dedos. No había forma de dar el paso, suponiendo que uno quisiera volver. Y quería hacerlo.

«No sabemos nada, no sabemos una puta mierda…, ninguno de nosotros sabe una puta mierda…»

«Tranquilízate, Cal, va, tío», le rogó Crooky. «¡Todos a cubierta! Mira, ya casi estamos en casa de Chizzie. Aquí está Boaby, joder. ¡Boab! ¡Aguanta, cacho cabrón! ¿Estás bien?»

«No puedo hablar…, voy de caballo, tío. Caballo», dijo Boaby, arrastrando las palabras.

«Tontolculo. Tendrías que haberte metido uno de esos micropuntos, ¿eh? El Cuervo dijo que eran geniales y que sólo nos metiéramos medio, pero pensé que no era más que labia de vendedor. Pero no. ¿Cómo de bueno es esto, Cal?»

«Bueno…», dijo dubitativamente Calum. Aquello no era ácido. Era otra cosa. Llevaba años comiéndose tripis y pensaba que ya lo había visto todo, hasta el punto de haberse vuelto indiferente a aquella droga. Se lo habían advertido los veteranos hechos polvo que nunca la tocaban debido a aquel único viaje enloquecido de más: precisamente cuando crees que ya le tienes tomada la medida, te sacudes un viaje que te cambia la vida. Tenían razón. Todo lo demás que se había metido no había sido más que una preparación para ese momento, y no era preparación en absoluto. Sucediera lo que sucediera, después de aquello las cosas serían distintas.

Siguieron caminando; los minutos parecían horas. Daba la impresión de que caminaban en círculos sin parar, como en uno de esos sueños en los que uno parecía dar un paso adelante y dos atrás. Atravesaban calles estrechas con pubs en las esquinas. Unas veces se trataba del mismo pub y calle que acababan de dejar atrás, y a veces eran otros. Finalmente, parecían haber llegado al portal del bloque donde vivía Chizzie sin reconocer ninguno de los hitos entre el pub y su destino.

«Eh…, no sé cuál es…», dijo Crooky mientras trataba de leer las etiquetas descoloridas del portero automático. «Aquí no sale ningún Chizzie.»

«¿Cuál es su nombre real?», preguntó Calum mientras Boaby potaba un poco de bilis. Los borrachos empezaban a filtrarse poco a poco por las puertas de los pubs. Era importante meterse en el piso. Calum percibía la presencia de demonios en las calles adyacentes. Al principio sólo había sido una sensación. Ahora era insoportable. «¡Métete dentro de una puta vez, los demonios andan sueltos, tío!»

«¡No digas putas gilipolleces!», saltó Crooky. Era una de esas cosas que les sucedía a Calum y Crooky cuando hablaban de tripis: los tripis siempre sacaban a los demonios. Aquello estaba muy bien después de un viaje, pero siempre habían estado tácitamente de acuerdo en no mencionarlo nunca cuando todavía estuvieran viajando, y ahora aquel capullo hecho polvo estaba… Crooky recobró la compostura. «Es, eh, Chisholm, me parece…»

«Joder», gritó Calum, «¡púlsalos todos y ya está, coño! ¡Llama a los de arriba! ¡Cuando abra alguien, te metes en la escalera y a seguir la pista del ruido de fiesta!»

«¡Vale, de acuerdo!» Crooky así lo hizo y consiguieron entrar en la escalera. Sus piernas de goma les llevaron hacia arriba, rumbo al ruido.

Se sintieron aliviados de ver a un Chizzie distorsionado pero discernible asomado al rellano de la última planta. «¡Qué pasa, chaval!», rugió Chizzie. «¡Me alegro de veros! Buena noche, ¿eh?»

«No está mal…, vamos de tripi a tope», confesó Crooky, sintiéndose ligeramente culpable por haberse presentado sin bebida ni drogas.

«Joder, cómo sois, pareja de tontos del culo», dijo Chizzie riéndose antes de fijarse en que traían las manos vacías. «Adelante», dijo, ya con menos entusiasmo.

A Crooky y a Calum el piso les produjo claustrofobia. Se sentaron junto al hogar a beber latas de cerveza y contemplar las brasas ficticias, esforzándose por abstraerse de la fiesta que transcurría a su alrededor. Boaby, que había llegado pisándoles los talones, se metió en el cuarto de baño y salió media hora más tarde, dejándose caer en una mecedora de pino.

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