Col recalentada (4 page)

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Authors: Irvine Welsh

Tags: #Humor

Me pongo la ropa y voy al cuarto de estar. Está claro: es el piso de Charlie y Melissa. No logro pensar con claridad, pero sé que tengo que salir de aquí corriendo. Abandono el piso inmediatamente y corro que te cagas por las calles de Bermondsey hasta llegar a London Bridge. Me dirijo al metro pero me doy cuenta de que no llevo dinero, así que me acerco trotando a London Brigde camino de la ciudad.

La cabeza me hierve con preguntas obvias. ¿Qué coño ha pasado? ¿Cómo llegué al sur de Londres? ¿Cómo acabé en la cama de Charlie? Está claro que alguien me puso algo en la bebida, pero ¿quién coño me la ha jugado? ¡No me acuerdo!

¡NO ME ACUERDO, JODER!

¡NO SOY UN BUJARRÓN!

Lucy, coño. Es un bicho raro. Pero su hermano no, seguro. Charlie y yo…, no lo puedo creer.

No puedo…

Pero lo más raro es que justamente cuando debería estar a punto de suicidarme, me invade una extraña calma a mi pesar. Me siento tranquilo, pero curiosamente etéreo, como si de algún modo estuviera desvinculado del resto de la ciudad. Pese a que sigo sin explicarme lo sucedido, todo parece secundario, porque estoy arropado por una burbuja de felicidad. Debo de estar soñando despierto, porque cuando cruzo la calle a la altura de Bishopgate, no veo a un ciclista que se me echa encima a toda velocidad…

JODER…

FUUUSH…

Después estalla un fogonazo y me resuenan los oídos; como por milagro, estoy en medio de Camden Lock. No tengo absolutamente ninguna sensación de haber chocado con el tío de la bici. Aquí pasa algo raro, pero me da igual. De eso se trata. Me siento perfectamente, así que me la pela. Subo por Kentish Town Road, rumbo a Tufnell Park.

La puerta del piso está cerrada y no tengo las llaves. A lo mejor las chicas están en casa. Voy a llamar a la puerta y, ¡bang!, un soplo de aire en los oídos y estoy en mitad del cuarto de estar. Yvette plancha mientras ve la televisión. Selma está sentada en el sofá liando un porro.

«No me vendrían nada mal unas caladas», le digo. «No vais a creer la noche que he pasado…»

No me hacen el menor caso. Vuelvo a hablar. No reaccionan. Camino delante de ellas. No me reconocen.

¡No me ven ni me oyen!

Voy a tocar a Selina para ver si obtengo alguna respuesta, pero entonces aparto la mano. A lo mejor eso rompe el hechizo. La invisibilidad esta tiene algo excitante, da como una sensación de poder.

Pero algo les pasa a las dos. Parecen tan en estado de shock como yo. También deben de haber pasado una noche de cuidado. Así es, chicas: la diversión tiene un precio.

«Sigo sin poder creerlo», dice Yvette. «Un corazón chungo. Nadie sabía que padecía del corazón. ¿Cómo puede ser que algo así no se detecte?»

«Nadie sabía ni que tuviera corazón», bufa Selina. Después se encoge de hombros, como si se sintiera culpable. «Esto no ha sido justo… pero…»

Yvette la mira con acritud: «Eres una cabrona fría y malvada», le espeta con ira.

«Lo siento, yo…», empieza Selina antes de golpearse la frente. «Joder, voy a darme una ducha», decide de repente, y abandona la habitación.

Opto por seguirla hasta el cuarto de baño y mirarla mientras se quita la ropa. Sí. Voy a disfrutar del rollo este de la invisibilidad. En el preciso instante en que empieza a desnudarse…

FUUUSH…

Ya no estoy en el cuarto de baño. Estoy bombeando sin parar… sí… sííí…, me estoy follando a alguien…, empiezo a ver quién es…

Debe de ser Lucy; todo ha sido una alucinación idiota, algún flashback de tripi o algo así, estaba todo…

Pero no…

¡NO!

Estoy encima de mi amigo Ian Calder dándole por culo. Él está inconsciente y yo le estoy echando un casquete. Veo que estamos en su casa de Leith. ¡Vuelvo a estar en Escocia, dándole por el puto culo a uno de mis amigos de toda la vida, como si fuera una especie de bujarrón violador!

NO, DIOS MÍO… EN ESCOCIA NO, JODER.

Tengo la sensación de que voy a vomitarle encima. Se la saco mientras él empieza a hacer unos ruidos delirantes, como si estuviera inmerso en una pesadilla. Tengo la polla ensangrentada. Me subo los pantalones de chándal y salgo corriendo a la calle.

Estoy en Edimburgo, pero nadie me ve. Me estoy volviendo loco mientras corro gritando por Leith Walk y bajo por Princes Street intentando esquivar a la gente. Choco con una anciana y su andador…

Entonces…

FUUUSH…

Estoy en una celda carcelera, pero dándole por el culo a un tío, joder. Está inconsciente en la cama debajo de mí.

AY, HOSTIA PUTA…

Es mi viejo amigo Murdo. Cumple condena por trapichear con coca.

PUAJ…

Se la saco y me bajo de la litera de arriba de un salto. Vomito, apoyado en la pared de la celda, pero son unas arcadas secas y convulsivas. No me sube nada. Miro alrededor mientras Murdo recobra la conciencia, con el gesto crispado de dolor y confusión. Se da la vuelta, se toca el culo, ve la mierda y la sangre que tiene en los dedos y empieza a chillar. Se baja de un salto, y yo me pongo a gritar, paralizado de miedo: «Puedo explicártelo, colega…, no es lo que parece…»

Pero Murdo no me hace caso y se acerca a su compañero de celda, que duerme en la litera inferior, y agrede al pobre cabrón salvajemente. Le estrella el puño en la cara al asustado presidiario.

«¡TE TENGO CALADO! ¡ME HAS HECHO ALGO! ¡TE TENGO CALADO! ¡BUJARRÓN HIJO DE PUTA ASQUEROSO! ¡PUTO ANIMAL!»

«¡AAGGHH! ¡QUE A MÍ ME ENCERRARON POR ALLANAMIENTO…!», protesta el tío a pesar del susto.

FUUUSH…

Los gritos del tío van difuminándose mientras yo…

Estoy de pie en una capilla fúnebre, al fondo del salón parroquial. El crematorio; Warriston, o Monktonhall, o el Eastern. No lo sé, pero están todos allí; mi madre y mi padre, mi hermano Alan y mi hermanita Angela. Delante del ataúd. Y me doy cuenta inmediatamente de quién está dentro.

Estoy en mi propio funeral, joder.

Les grito: ¿qué pasa? ¿Qué me está pasando?

Pero, una vez más, nadie me oye. No, eso no es del todo cierto. Hay un cabrón que sí parece oírme: un viejo gordo y canoso que lleva un traje azul oscuro. Me hace un gesto con los pulgares levantados. El viejo cabrón está como radiante, emite haces de luz incandescente.

Me acerco a él, completamente invisible para el resto de la concurrencia, igual que él, al parecer.

«Tú… tú me oyes. Sabes de qué va el
Hampden Roar
[4]
este.
¿Qué cojones pasa?»

El viejo se limita a sonreír y señala el ataúd que está delante de los dolientes. «Coño, colega, casi llegas tarde a tu propio funeral», dice riéndose.

«Pero ¿cómo? ¿Qué me pasó?»

«Palmaste cuando estabas en plena faena con la hermana de tu amigo. Un problema cardiaco congénito del que no sabías nada.»

Joder. Estaba peor de lo que pensaba. «Pero… ¿tú quién eres?»

«Bueno», sonríe el abuelete, «soy eso que tú llamarías un ángel. Estoy aquí para ayudarte a cruzar de acera.» Tose y se lleva una mano a la cara para ahogar una risa. «Huy, disculpa», dice carcajeándose. «Me han puesto toda clase de nombres en diferentes culturas. A lo mejor te ayuda pensar en mí con uno de los que menos me gusta: San Pedro.»

La confirmación de mi muerte me produce una extraña euforia y no poco alivio. «¡Así que estoy muerto! ¡Joder, menos mal! Eso quiere decir que nunca le di por el culo a ninguno de mis colegas. ¡Por un rato me tenías muy preocupado!»

El capullo del ángel anciano sacude la cabeza de forma lenta y lúgubre. «Aún no has cruzado de acera.»

«¿Eso qué quiere decir?»

«Eres un alma en pena que recorre la Tierra.»

«¿Por qué?»

«Como castigo. Ésta es tu penitencia.»

Por ahí sí que no paso. «¿Castigo? ¿Yo? ¿Qué cojones se supone que he hecho?», le pregunto al hijo de puta este.

El vejete me sonríe como un vendedor de dobles ventanas que está a punto de decirme que no se puede hacer nada con su instalación de mierda. «Pues la verdad, Joe, no es que seas mal tipo, pero has sido un poco misógino y homófobo. Así que tu castigo consiste en recorrer la Tierra como fantasma homosexual y sodomizar a tus viejos amigos y conocidos.»

«¡Ni hablar! ¡Eso no lo pienso hacer ni de coña! Y no puedes obligarme, coño…», digo mientras se me apaga la voz poco a poco y sin convicción, al darme cuenta de que eso es exactamente lo que el viejo hijo de puta ha estado haciendo.

«Sí, ése es tu castigo por andar pegando palizas a los sarasas», me repite el ángel este con una sonrisa. «Voy a mirar y reírme mientras tú te quedas hecho polvo por la sensación de culpa. No sólo voy a obligarte a hacerlo, Joe, voy a obligarte a seguir haciéndolo hasta que le cojas gusto.»

«Ni hablar. Tienes que estar de coña, joder. Nunca me va a gustar», digo señalándome. «¡Nunca! So cabrón…» Me abalanzo sobre el hijo de puta, dispuesto a estrangularle, pero desaparece entre viento y destellos de luz.

Estoy sentado en un asiento vacío al fondo de la capilla, con la cabeza entre las manos. Echo un vistazo a la concurrencia. Lucy ha venido al funeral; está sentada bastante cerca de mí. Qué maja. Para ella debió de ser un susto del carajo. Un minuto tienes una polla tiesa dentro y al siguiente lo único que está tieso es el tío. Charlie también ha venido; está con Ian y Murdo al fondo de la sala.

Están todos de pie.

Entonces le veo. Ese cochino cura cabrón.

El padre Brannigan. ¡Él, dándome sepelio! ¡Ese asqueroso y malvado viejo cabrón!

Miro a mis padres, gritándoles silenciosamente por esta atroz traición. Me acuerdo de haberles dicho: ya no quiero ser monaguillo, mamá, y la tremenda desilusión de mi madre. A mi viejo nunca le importó un carajo. Deja al chico que haga lo que quiera, decía. Pero cuando no acudí a la comunión de Angela y no pude decirles por qué…

Joder…, ese cochino cabrón tocándome, y peor todavía, obligándome a hacerle cosas…

Nunca diría ni
podría
decir nada. Nunca. Ni siquiera pensé jamás en hacerlo. Siempre juré que un día se llevaría lo suyo, joder. Ahora está aquí, me está despidiendo, y sus piadosas mentiras reverberan alrededor de la capilla.

«Joseph Hutchinson era un joven amable, sensible y cristiano, que nos fue arrebatado prematuramente. Pero, a pesar de nuestro dolor y nuestra sensación de pérdida, no deberíamos dejar de recordar que Dios tiene un plan, y que no importa lo insondable que pueda parecernos a los mortales. Joseph, que sirvió ante el altar de esta misma casa del Señor, habría comprendido esta divina verdad mejor que la mayoría de nosotros…»

Quisiera gritarles la verdad a todos, decirles lo que me hizo ese asqueroso cabrón…

FUUUSH…

De repente estoy encima del viejo Brannigan y él grita bajo mi peso; sus viejos, esqueléticos y apestosos huesos, aplastados bajo mi mole. Le estoy dando al asqueroso cabrón lo suyo, bombeándole el culo mientras él chilla. Bramo con rabia enloquecida: «No se lo puedes decir a nadie, o Dios te castigará por ser un pecador», y me lo follo cada vez con más fuerza. Grita más allá de la agonía y, ¡bang!…, se le para el corazón. Noto cuando se le para al escapársele el último fuelle. El cuerpo de Brannigan retiembla debajo de mí y sus ojos se quedan en blanco y mirando al cielo. Noto que su esencia abandona su cuerpo y atraviesa el mío, plantando en mi cabeza una idea que dice CABRÓN mientras se aleja flotando. De su espíritu sale un grito mudo, como los pedos de aire que sueltan los globos.

Estoy llorando para mis adentros, repitiendo con asco una y otra vez: «¿Cuándo acabará? ¿Cuándo terminará esta pesadilla?»

FUUUSH…

Y entonces estoy con mi mejor amigo Andy Sweeney; crecimos juntos y casi todo lo hicimos juntos. Él siempre fue más popular que yo —más guapo, más listo, tenía un empleo mejor—, pero era mi mejor amigo. Como he dicho, lo hicimos todo juntos. Pero ahora estoy encima de él y le estoy dando por culo como loco… y es horrible. «¿CUÁNDO?», grito, «¿CUÁNDO TERMINARÁ ESTA PUTA PESADILLA?»

Y él está en la habitación con nosotros, el San Pedro ese del funeral. Está sentado en el sillón observándonos de forma distante y deliberada. «Cuando empieces a disfrutarla, cuando dejes de sentirte culpable: entonces se terminará», me dice con frialdad.

Así que ahí me tenéis, dándole por culo a mi mejor amigo. Dios, qué asqueado y qué paralizado por la repugnancia, la aversión y la culpa me siento…

… me siento pervertido y feo, constantemente torturado mientras me veo obligado a bombear sin parar, como una máquina de follar rancia e infernal, y siento que se me despedaza el alma…

… mientras viajo a un lugar situado más allá del miedo, la humillación y la tortura, y lo odio, lo aborrezco, y lo detesto tanto, joder…, un dolor tan grande y permanente que jamás llegaré a sentir otra cosa que horror en estado puro…

… o eso es lo que no dejo de decirle al capullo imbécil del ángel ese.

El novio de Elspeth

Hay peña con la que congenias y peña con la que no. El novio de Elspeth, sin ir más lejos, es un puto ejemplo que viene al caso, joder. A ver, que yo ni siquiera le había visto hasta el día de Navidad, pero la vieja no había parado de decirme que si «Greg esto» y «Greg aquello» y «es un chico majísimo».

Así que uno acaba pensando para sus adentros: sí, ¿eh?

Las navidades, ¿eh? Hay peña a la que le encantan, pero lo que es a mí me parecen una mierda. Están demasiado comercializadas. Nosotros solemos celebrarlas con la familia inmediata y punto. Pero me he ido a vivir con mi piba, Kate, y son nuestras primeras fiestas juntos. Tuvimos una discusión enorme al respecto y todo, pero en navidades pasa siempre. No serían unas putas navidades si todo quisque no acabara tocándole las narices a todo quisque.

Como ya os imaginaréis, a Kate le joroba que vayamos a casa de mi madre en lugar de a casa de la suya. El caso es que mi hermano Joe, su mujer Sandra y sus dos críos, además de mi hermana Elspeth, van a estar allí. La tradición y tal. Eso fue lo que le dije a Kate: siempre voy a casa de mi vieja por Navidad. La arpía con la que estaba antes, June, va a llevarse a los críos a casa de su vieja. No es que me importe, pero eso significa que mi madre no los verá por Navidad. Pero June es así: rencorosa que te cagas.

En navidades las tías se ponen imposibles. Pues sí, Kate también estaba mosqueada. Va y me dice: pues tú vete a casa de tu madre y yo me voy con mi familia. Le dije: tú no empieces a ir de lista, joder: vamos a casa de mi madre y punto. A mi vieja no se te ocurra hacerle un feo.

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