Cómo no escribir una novela (27 page)

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Authors: Howard Mittelmark & Sandra Newman

Tags: #Ensayo, Humor

Si eres un individuo maduro que escribe sobre los jóvenes de hoy en día, no dudes que tus días de juventud pueden ser uno de tus mejores recursos para escribir tu novela. ¿Qué te pareció el mundo cuando lo viste por primera vez? ¿Qué te pareció ser un recién nacido? Sí, algunas cosas nunca cambian, y si plasmas esos sentimientos ya tienes mucho ganado para crear a un joven creíble de principios del siglo XXI.

Pero otras cosas sí cambian, y si no sabes qué cosas han cambiado, tu novela sobre un joven actual se quedará en pañales. Cuando crees un personaje de este tipo debes estar al corriente de cómo habla la gente ahora. El argot cambia, los estilos de vestir cambian, cambian las actitudes ante el sexo y el trabajo, hasta los cuerpos cambian. Y cuanto más del momento sea un detalle, más fugaz puede ser. Fíjate: en el año 2005 «El peligro comunista» o «El escudo antimisiles mundial» ya sonaba como algo que Mr. Burns le podía decir a su fiel Smithers en la serie
Los Simpson
. Para describir a un personaje de la sociedad contemporánea, debes conocer a fondo esa sociedad.

Está bien que uno emplee el lenguaje con el que está familiarizado —de hecho, te lo recomendamos—, pero a menos que escribas sobre los primeros y fracasados experimentos criogénicos, sería mejor que situases la trama de tu novela en una época en que ese lenguaje fuera el más corriente.

La venda preventiva

Cuando el autor se adelanta a las críticas

Y así fue como nos encontramos con que nuestro amor triunfaba; todos aquellos impedimentos para su consumación, que nos había parecido tan formidable, habían sido vencidos, y ahora nos encontrábamos juntos en nuestra casa de la isla, embargados por la felicidad mientras los delfines nadaban abajo, en la bahía, felices y sin desvelos. Había sido increíble cómo todo había salido tan a la perfección. Si yo misma leyera nuestra historia en un libro, ni yo me lo podría creer.

—Tú eres mi luz en mis horas más oscuras —le dijo su marido, Flavio Cipolla, con lágrimas en los ojos.

Yo sonreí, pensando que era casi imposible creer que alguien dijera eso en la actualidad, y, más increíble aún, que alguien se lo tomara en serio. Sonaba como la frase de una película mala. Pero ¡es tan distinto cuando pasa en la vida real!

Aquí, el esforzado escritor, que ya no puede seguir negando por más tiempo que está escribiendo un pestiño, intenta eludir las críticas reconociendo los errores mayúsculos que presenta su novela. Incluso puede hacer que sus personajes justifiquen ese problema comentando que como así es la vida real… no hay nada que criticar. Pero es que esto es una novela, y no vas a engañar a nadie.

Como en esos programas de deshabituación de sustancias nocivas para la salud, el primer paso es reconocer que se tiene un problema. Pero los lectores no aceptarán las coincidencias inverosímiles de tu novela o tu prosa previsible sólo porque reconozcas que tienes un problema. Tienes que solucionar ese problema. Un error relacionado con éste es tratar de mantener el suspense haciendo que el personaje niegue lo que es una obviedad flagrante:

¡Ja! Me reí sólo de pensarlo. Mi nuevo novio, ¿un vampiro? ¡Imposible! Sólo porque nunca lo vea durante el día, tenga la piel extremadamente pálida y dé unos misteriosos paseos por las noches y luego vuelva con cara de satisfacción, y a todo esto, mis amigos vayan desapareciendo uno tras otro… ¡Es ridículo! No existen los vampiros en la vida real. Voy a desechar esa idea de inmediato.

Cuando se descubre el pastel —que el novio de la chica es un vampiro— nadie se sorprende. Si quieres ocultarle algo al lector, escóndelo bien. No sirve de nada que el protagonista reitere varias veces que eso no es así o que no pasa nada.

Qué verde era mi valle

Cuando un personaje se desentiende de la escena para recordar

Cuando llegó a la fiesta de aquellos pijos de Manhattan, Betty Jo sintió que una ola de aburrimiento la asaltaba. Cómo deseó poder volver a su casa, con su familia, rasguear su banjo en el porche mientras el abuelo Lee tocaba el violín. ¡Oh, las cálidas noches de su juventud en el Sur! Mamá cocinaría una olla de callos mientras papá fumaría su pipa de picadura en una esquina con los perros de caza dormitando a sus pies.

Cuando las baladas se hubieran terminado ella se quedaría allí sentada durante horas, mirando las estrellas y apartando de su cara los mosquitos y los murciélagos. El aroma de los magnolios y de esos platos tan humildes era más agradable que cualquier elegante perfume francés.

Dos horas más tarde, se fue de la fiesta sin haber hablado con ninguno de esos estirados neoyorquinos. Ya en el taxi se entregó por completo otra vez a los recuerdos de su hogar.

Como el autor no tiene mucho interés en describir la escena en la que ha colocado a su personaje, a veces se lanza a fantasear sobre algo que le parece mucho más interesante.

Ella comenzó a ver cómo debía haber sido en el pasado aquella discoteca.

Miré por la ventana y recordé la pureza de las nieves del Ártico.

Empezó a imaginar lo diferente que hubiera sido todo si Reinaldo hubiera estado allí.

Es perfectamente aceptable que un personaje imagine cómo debían ser las cosas en otros tiempos y otros lugares si la información que se aporta con ese pasaje es importante para la trama, y si la escena en el tiempo real acaba desarrollándose. Sin embargo, si esas imaginaciones o recuerdos suplantan lo que ocurre en el tiempo presente, los lectores se preguntarán por qué el autor se molesta en llevarnos a una fiesta si luego su personaje no va a hablar con nadie ni va a bailar.

QUINTA PARTE
LOS MUNDOS DE LAS MALAS NOVELAS

Sería una larga y dura batalla, Jim lo sabía, y él tendría que librarla solo en su mayor parte, pero algún día los hombres podrían decidir no llevar calzoncillos en Delaware.

De la misma forma que tus personajes tienen una vida exterior y otra interior, el mundo de tu novela también tiene una vida mental. La vida exterior es el escenario, el mundo físico en el que transcurre la historia. Pero muchos autores utilizan el mundo de su novela y lo que ocurre en él para colocar un mensaje subyacente, dando pie a lo que podríamos llamar «la vida interior de la novela».

Mientras el mundo exterior de una mala novela tiene muchas cosas en común con los mundos de otras novelas malas —árboles, edificios, gatos—, todos los autores impublicables parecen querer endosarnos un mensaje con el que están dispuestos a machacarnos como que hay Dios. Las filas de los novelistas en ciernes están llenas de negadores del Holocausto, de hombres que se plantean si las mujeres realmente tienen alma, de seguidores del Dalai Lama. Éste es un criterio valiosísimo para rechazar un manuscrito. El mensaje profundo de cualquier novela mala también es el más sólido argumento conocido para combatir denodadamente la libertad de expresión y defender la creación de la Policía del Pensamiento.

Ya sabes que, técnicamente hablando, el lector es incapaz de sacar conclusiones por sí mismo. Por ello tu mensaje debe quedar claro, no lo expongas en unos términos ambiguos, ponlo en cada página. Dedica largos pasajes a explicar que esa escena en concreto es la prueba de que «el criminal siempre paga». De vuelta a la comisaría el sargento O’Reilly debe decirle a su compañero: «
Ves, Jack, el criminal siempre paga
». Pero es posible que el lector todavía no lo haya pillado. Incluso puede que el lector esté en desacuerdo. No dudes en añadir una escena en la que ese personaje que tampoco está de acuerdo con su mensaje sea ridiculizado, humillado y finalmente aplastado por un ascensor fuera de control. ¡Enhorabuena! Acabas de asegurarte que los lectores de
Todos los ladrones van al Infierno
no vuelvan nunca a leer otro libro escrito por ese autor.

Pero antes de que uno divulgue su mensaje, debe preparar el escenario: dónde y cuándo transcurre la novela, su ambiente social; ésos son los ladrillos y el cemento con los que se construyen la mayoría de las novelas. No obstante, la mejor solución para ti es omitir todo esto sin más. Ten al lector preguntándose todo el rato dónde están sucediendo esos hechos, en qué época histórica viven tus personajes y si en algún momento hacen deporte, toman un baño o se lanzan desde un precipicio. Intenta crear un absoluto vacío donde, de vez en cuando, se materialicen un teléfono o un par de pechos respingones cuando tu personaje tenga intención de echarles mano.

¿Que tu novela es de unos espías que operan tras el Telón de Acero? Escribe un primer capítulo muy largo en el que un personaje llamado Annabelle come chocolate y piensa en sus problemas de peso. ¿Que estás escribiendo una obra de ciencia ficción donde se libra una guerra contra unos hombres cactus de una inteligencia superior venidos del Planeta Uf? Saca tus escenas de batalla de las campañas del general Patton teniendo buen cuidado de que todos los rifles y cañones tengan un añadido tipo «hiper-», «plasma-», «ciber-». Además, lo ideal sería que esos hombres cactus suelten tacos decimonónicos cuando son heridos. Tampoco olvides que el único adjetivo que debes emplear para caracterizarlos es «verde». Incluso una historia de amor que transcurra en un barrio residencial de Connecticut puede desconcertar a ese lector al que nadie ha advertido de que en las historias de amor en Connecticut se habla únicamente de «la casa», «el restaurante», «la ciudad», y que es el lector el que debe esforzarse en imaginárselo todo.

Ahora que ya sabes cómo destrozar una trama y desbaratar personajes, destruir regiones enteras y sistemas filosóficos es el siguiente paso lógico. A continuación te indicamos unas estrategias básicas para que tu mundo de ficción sea inhabitable.

13
LOS MARCOS DE LA ACCIÓN

Era una ciudad como cualquier otra

Las variopintas personas que pululan por las calles, los edificios que se alzan muy por encima de las apestosas alcantarillas, el mismo cielo azur, son oportunidades que no puedes desperdiciar para frustrar, alarmar o disgustar a sus lectores. Ahora te enseñaremos a sacarles el máximo provecho a estos elementos:

Las detalladas fotos del catálogo

Cuando un exceso de tecnología, zapatos, refugios atómicos… interrumpen la acción

Por primera vez desde que le habían asignado la misión —coño, por primera vez en toda su carrera como agente secreto internacional—, Roger Destroyer se preguntó si iba a volver a la central. Arrancó el motor y, quemando las gomas de los neumáticos, se fue de allí a la carrera pues los pistoleros del cártel de Medellín lo estaban persiguiendo como condenados. Recurriría a sus usuales estrategias evasivas, pero él sabía que habría soldados de la Guardia Nacional estacionados a todo lo largo de su única ruta de escape para salir del país.

Roger aceleró y puso la tercera para sacarles un poco de ventaja a sus perseguidores. El coche era un Montalban del 2006 coupé, con doble suspensión independiente a las cuatro ruedas y neumáticos de gama alta con perfil bajo. Los asientos eran de la piel de cordero más fina, con un diseño bordado en espiga, provistos de reposacabezas anatómicos integrados, con refuerzo lumbar ajustable. Mientras conducía consultó los potentes retrovisores eléctricos antirreflejantes que permitían una magnífica visibilidad incluso en las peores condiciones climáticas. Apretó el pedal del acelerador y el tacón de su mocasín Ralph Lauren de color burdeos pisó la alfombrilla, que era de la lana de Worcestershire más fina.

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