Conjuro de dragones (12 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Malys había adoptado a Khellendros como una especie de compañero, y no lo trataba exactamente como a un criado, tal y como había empezado a tratar a los otros señores supremos, sino más bien como a un socio menor. Pero Tormenta sobre Krynn sabía que otros compartían de vez en cuando los siniestros afectos de Malystryx. Estaba seguro de que el Blanco, Gellidus, había sido su consorte; pero guardó silencio sobre este asunto y muchos otros, mientras escuchaba con cierta curiosidad cómo la Roja conminaba a un peón humano, Dhamon —había oído a Ciclón mencionar ese nombre—, a seguir las órdenes de alguien llamado comandante Jalan y no tirar la alabarda.

El señor supremo Azul no prestaba mucha atención a las intrigas de Malys ni a sus relaciones con los otros señores supremos y los Caballeros de Takhisis. Su propia alianza con la Roja era sólo de conveniencia, para no despertar sus sospechas; no era antinatural para un dragón fingir cooperación como hacía él.

No obstante, en épocas pasadas Khellendros había desafiado a su estirpe, y había sido leal sólo a otro dragón, una calculadora hembra Azul llamada Nadir.

Nadir había muerto durante la Tercera Guerra de los Dragones, pero no antes de poner una serie de huevos, varios de los cuales sobrevivieron al Cataclismo para convertirse en la orgullosa progenie de Khellendros en los páramos de la zona occidental de Khur. La meseta de Malystryx se hallaba en Goodlund, y en estos momentos él no se encontraba excesivamente lejos de Khur.

Una hija se distinguió por su celo en el combate, y se unió a Khellendros en el servicio a la Reina de la Oscuridad. La hija del Azul, a quien los humanos llamaban Céfiro, era ambiciosa, pero su padre consideraba que le faltaba la audacia militar necesaria para sobrevivir, por lo que manipuló la adjudicación de compañeros en el ejército draconiano azul e hizo que su hija fuera pareja de una joven humana que empezaba a escalar puestos: Kitiara uth Matar. Iba en contra de la costumbre, ya que a los dragones se los emparejaba con humanos del sexo opuesto, pero Khellendros ya tenía fama de ir en contra de las tradiciones.

La elección que el Azul hizo de Kitiara fue muy sabia. Céfiro aprendió mucho de la humana y ascendió hasta el puesto de teniente primero de Skie y su compañera, una astuta guerrera llamada Kartilann de Khur. Estando juntos, nadie podía vencer al cuarteto, que condujo un ataque victorioso tras otro en el campo de batalla.

Hasta lo sucedido hacía muchísimo tiempo, durante la batalla de Schallsea.

La isla de Schallsea, reflexionó Khellendros, era el lugar de la tristeza definitiva y el punto de destino de la venganza, donde no hacía mucho tiempo había derrotado a Palin Majere y robado las valiosas reliquias. Donde los sueños morían y empezaban.

—No abandones la alabarda —oyó que repetía Malys. El gran Azul hizo como si no la oyera; después de todo, sus palabras no iban dirigidas a él, por lo que se concentró en sus recuerdos de la isla.

Habían transcurrido decenios. Khellendros y Kartilann encabezaban una batida sobre la isla. No existían motivos para temer a aquel enemigo inferior, ninguna razón para sospechar que pudiera producirse el desastre; pero la flecha de un francotirador mató a Kartilann, y poco más tarde también Céfiro resultó abatida. En medio de la tristeza de Khellendros, se produjo otra nueva transgresión de la tradición. En los ejércitos draconianos de la Reina Oscura siempre que el compañero resultaba muerto, dragón o humano, el que sobrevivía quedaba generalmente deshonrado. Y quedar deshonrado a los ojos de Takhisis era algo que el Azul no podía ni estaba dispuesto a tolerar. Perspicaz, el dragón hizo un pacto con Kitiara y formó rápidamente pareja con ella... en parte para honrar a Céfiro, en parte para salvar las apariencias ante la Reina de la Oscuridad.

Su asociación, nacida de las muertes de un dragón y un humano, de dos disoluciones, fue un golpe de genio creativo. Se complementaban con tal perfección que Khellendros y Kitiara al principio parecieron omnipotentes. Juntos condujeron al Ala Azul de conquista en conquista: Tarsis, Kharolis, las Llanuras de Ceniza y muchas más.

Dama Oscura, llamaban a Kitiara. Señora del Dragón.

Los humanos llamaban Skie a Khellendros. Un nombre impropio, que carecía de toda insinuación de poderío y que había llegado a despreciar; excepto cuando surgía de la boca de Kitiara.

La Dama Oscura se encontraba ante él ahora en su ensoñación, la figura perfectamente imaginada en medio de los vapores que se alzaban del abrasado suelo del Pico de Malystryx. Como un espejismo, la visión resultaba sedante a su espíritu. Pronto llevaría a Kitiara de regreso a Krynn y mantendría la promesa hecha. Pronto ya no tendría que asentir sin rechistar a las órdenes de la señora suprema Roja. Tendría a Kitiara, a quien quería más que a una hija...

—¡Khellendros! —La voz sonó como un temblor de tierra.

Dejó que la imagen de la mujer se desvaneciera y clavó la mirada en los humeantes ojos de la Roja.

—Sí, Malystryx. Tu plan tiene mérito. Unir a los dragones bajo una nueva Takhisis forjará una nueva época. —Una parte de él había estado escuchando.

—La Era de los Dragones —ronroneó Malys—. Esto ya no volverá a llamarse la Era de los Mortales.

—Esta ascensión tuya... —empezó el Azul.

—Precisará una magia excepcional —terminó ella por él—. Un objeto magnífico viene en estos momentos de camino hacia nosotros, transportado por un insignificante peón humano. Lo escoltarán más humanos para proteger la reliquia. La comandante Jalan conduce a los Caballeros de Takhisis, mis caballeros.

—¿Y necesitarás otra magia?

—Onysablet, Gellidus, incluso Beryllinthranox buscarán y facilitarán sus tesoros mágicos con mayor poder. Como debes hacer tú. Reúne la magia para mí: reliquias ancestrales llenas de poder arcano en bruto.

—Desde luego.

—Necesitaré la energía guardada en todas estas cosas para que me ayude en la transformación. —Sus ojos relucieron siniestros, y aparecieron pequeñas llamas en las comisuras de la inmensa boca—. Liberaremos la magia cuando hayamos reunido suficientes objetos y cuando sea el momento justo. La soltaremos en Khur.

El lugar donde Nadir había puesto sus huevos, se dijo Khellendros, donde Kitiara y él habían combatido en una ocasión codo con codo.

—Volveré a nacer.

El Azul asintió con la cabeza.

—Cerca de la Ventana a las Estrellas.

Khellendros conocía el lugar. En la antigüedad había servido como portal a El Gríseo, donde en el pasado podría tal vez haber encontrado con mayor facilidad a Kitiara. Era un lugar habitado por humanos.

—Cuando sea Takhisis, dominaré por completo a los humanos. Los aplastaré. Dejarán de existir los focos de resistencia. Nadie osará desafiarnos. Y nadie podrá esconderse. Ni siquiera la mayor de las criaturas que todavía...

—¿Como el Dragón de las Tinieblas que tanto te preocupa?

Un retumbo surgió de las profundidades del vientre de Malys.

—Ese bandido me desafía. Sigue eliminando dragones menores y obteniendo poder de sus cuerpos sin vida.

—Como todos nosotros hicimos durante la Purga de Dragones. Tú nos diste ejemplo. Nos mostraste el modo.

—Pero ordené el final de la purga.

—Y él no te obedeció.

—Lo encontraré —afirmó Malystryx, en un tono lo más desapasionado posible—. Ahora, o cuando me transforme en la nueva Takhisis, lo encontraré y me desharé de él. Sus poderes serán míos.

—¿Y los Dragones del Bien?

—Se unirán a mí. Los Plateados y los de Bronce, los de Cobre y los de Latón... Incluso los Dorados. Todos se unirán a mí.

—La mayoría morirán, creo yo, Malys.

—No todos ellos. —La Roja inhaló con fuerza y soltó aire despacio mientras contemplaba las volutas de humo que brotaban de sus ollares—. La vida les resultará más preciosa que la muerte, incluso la vida bajo mi mando. He estado muy ocupada haciendo planes y he identificado a aquellos a los que se puede convencer. Como verás, he estado trabajando. ¿Y tú, Khellendros? ¿Qué has estado haciendo en los Eriales del Septentrión?

—He estado controlando el territorio. He creado un ejército.

—¿Reuniendo seguidores? —inquirió ella con sequedad—. Sólo tienes a uno que resulte realmente prometedor.

—Ciclón.

—Un dragón
ciego. -
-La voz de la Roja estaba llena de desprecio.

—Es muy competente.

—¿Capaz de gobernar los Eriales del Septentrión? —Khellendros entrecerró ligeramente los dorados ojos, pero Malys continuó—. ¿Es capaz de controlar Palanthas y de cuidar de los Caballeros de Takhisis o conducir legiones de cafres? ¿Puede crear los dracs que necesitamos? ¿Dominar todas las tribus insignificantes que plagan tu enorme desierto blanco y acosan a los dragones Azules que te sirven?

—¿Piensas reemplazarme por él, entregarle mi territorio?

Un atisbo de sonrisa apareció en las fauces de la señora suprema Roja.

—Desde luego —respondió con suavidad—. Igual que Ferno acabará por reemplazarme como señor supremo de este dominio.

Se irguió para sentarse sobre los cuartos traseros, y su cuerpo se alzó por encima de él, la testa tan alta como las cimas de los volcanes que circundaban su meseta.

—Pero yo no necesitaré un territorio concreto, ya que todo Ansalon será mío. Y, como Reina Oscura, necesitaré un rey. —Bajó los ojos para clavarlos en los de Tormenta—. Gobierna a mi lado. Tan sólo tu inteligencia y ambición son lo bastante grandes para complementar a las mías.

Khellendros levantó ligeramente la testa, aunque tuvo la sensatez de mantenerla bien por debajo de los ojos de ella.

—Me siento honrado, mi Reina. Y acepto. Entregaré mi territorio a Ciclón cuando llegue el momento.

—El momento no tardará en llegar. Ferno viene hacia mí ahora. Le contaré nuestro acuerdo. Heredará mis dominios. Luego tú y yo seremos los dueños de Krynn.

* * *

El Dragón de las Tinieblas se deslizaba sobre las corrientes de aire ascendentes que originaban las montañas del Yelmo de Blode, con el sol de la mañana refulgiendo sobre su lomo. Su largo y grueso hocico estaba lleno de dientes irregulares que parecían pedazos afilados de cuarzo humeante; los ojos eran de un gris brumoso con pupilas negras. Dos cuernos, también de un gris brumoso, se alzaban hacia arriba y atrás desde lo alto de la testa; cuernos más pequeños, como pedazos de ónice afilado, se desplegaban desde el puente de la nariz hasta lo alto de la cabeza, bordeando las mejillas. La cara inferior de las alas era la zona más oscura, negra como la medianoche, negra como un espíritu corrompido.

También Onysablet era negra, pero el Dragón de las Tinieblas no era, estrictamente hablando, un Dragón Negro. Tenía las escamas oscuras, pero en cierto modo traslúcidas, de un color que variaba con la luz y las tinieblas. Por lo general cazaba al anochecer, cuando las sombras del mundo eran más densas. Era su hora favorita, aunque en ocasiones cazaba muy entrada la noche, cuando se fundía con el cielo de color ébano, invisible para todos excepto aquellos que eran más perspicaces. Tener que cazar en esta soleada mañana lo alteraba un poco; se encontraba fuera de su elemento, pero su presa estaba a mano. Y ello exigía esta incursión insólita.

Descendió más y estiró el largo cuello azabache para poder inspeccionar mejor el suelo y atisbar en el interior de los escarpados afloramientos y estribaciones. Un poblado ogro se alzaba entre dos cimas, y una columna de humo se elevaba de las chozas destrozadas, perfumando el aire con el aroma de la madera quemada y los cuerpos carbonizados. Cuerpos de ogros. El dragón no sentía cariño por los ogros, pero tampoco los odiaba. Había eliminado a un buen número durante su vida. Pero también los toleraba a veces, como toleraba un gran número de cosas en esta tierra. No obstante, ese día le fastidiaban los chapuceros saqueadores que no consumían ni enterraban a los muertos después de realizar sus incursiones.

Percibió que los Caballeros de Takhisis, los saqueadores, su presa, se encontraban a menos de un día de marcha, justo al otro lado de las montañas. Viró al sudoeste y descubrió más cadáveres en su camino. Docenas de cuervos que se daban un festín con los restos salieron huyendo cuando su sombra pasó sobre ellos. Los kilómetros se esfumaron bajo sus alas. Las horas pasaron. Y entonces algo más captó su atención.

Por debajo de él, a unos dos kilómetros aproximadamente, había un Dragón Rojo. Volaba al nordeste y era un Rojo de gran tamaño, tal vez de unos veinte metros desde el hocico a la punta de la cola.

El Dragón de las Tinieblas ascendió más y observó al Rojo unos instantes, calculando su edad y su fuerza. Sabía que los Dragones Rojos se encontraban entre los más terribles.

El reptil estudió el suelo a sus pies, en busca de montañas que pudieran proyectar sombras suficientes para ocultarlo de modo que no tuviera que enfrentarse al Rojo. Buscó... y encontró. Plegó las alas a los costados y descendió en dirección a una cima cercana.

Mientras bajaba, observó cómo el Rojo continuaba su camino. Vio que aminoraba la velocidad y echaba un vistazo en su dirección, y se preguntó si el otro dragón lo dejaría en paz, pues estaba seguro de haber sido descubierto.

Ferno se dirigía a Goodlund, llamado por Malystryx. El lugarteniente de la hembra Roja sabía que no debía perder tiempo en Blode, pero también sabía que llevarle a su reina aquel trofeo lo elevaría en su estimación. La señora suprema odiaba al Dragón de las Tinieblas y, aunque se rumoreaba que existían unas cuantas de estas criaturas en Ansalon, sólo una sería tan osada como para volar en pleno día. Sin duda se trataba del renegado que tanto disgustaba a su señora. Malystryx lo recompensaría abundantemente.

Ferno batió las alas con mayor velocidad y viró al este, abriendo las fauces de par en par. Fue alimentando el calor a medida que éste crecía en su estómago como si alimentara un horno; cuanto más cerca volaba del Dragón de las Tinieblas, más pensaba en la gratitud que le demostraría la señora suprema Roja.

Desde su poco apto escondrijo, el oscuro dragón echó una última mirada al enemigo que se aproximaba. Era demasiado tarde para buscar sombras mejores. No ahora, cuando el Rojo había tomado una decisión. El Dragón de las Tinieblas describió un ángulo para ir al encuentro de su adversario, y batió las alas despacio mientras se elevaba, a la vez que reunía todo su poder y concentraba las energías.

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