Conjuro de dragones (25 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Dhamon no dijo nada. Contemplaba la carraca incendiada. La nave se movía veloz, el ancla levada y la vela ondeando al viento. Algunos hombres se encontraban en la cubierta concentrados en apagar el fuego; pero otros y también los esclavos que habían tripulado el barco empezaban a saltar por la borda.

Las llamas se volvieron más pequeñas a medida que el navío se alejaba, y de improviso Dhamon y Rig escucharon un fuerte golpe sordo, cuando la carraca chocó contra algo.

—Recordaba dónde estaba la galera —explicó Rig como quien no quiere la cosa—, y sabía en qué dirección soplaba el viento, de modo que calculé en qué dirección enviarla.

El aire se inundó de gritos de «¡Fuego!». El humo se elevó con fuerza de la cubierta de la carraca, y las llamas pasaron a la galera. El olor a madera quemada se extendió por la niebla, y más hombres y esclavos saltaron al agua.

—Bueno, no tienes que felicitarme ni nada por el estilo —continuó Rig—. Pero acabo de eliminar dos barcos. Acabemos con una o dos carracas más y será coser y cantar.

Su compañero contempló el incendio, al que la espesa niebla daba un aspecto nebuloso.

—Arderán hasta la línea de flotación si no pueden apagar el fuego —continuó el marinero—. ¿Sabes?, me sorprendiste ahí arriba. No tuviste ningún escrúpulo en eliminar a aquellos caballeros en la cubierta: tus compañeros de armas. Yo hubiera creído que...

Dhamon relegó las palabras de su compañero al fondo de su mente, y se dedicó a escuchar el crepitar de la madera. No tardó en captar el sonido de remos y la voz de Feril. Subió veloz al bote de pesca.

Ya empezaban a aparecer brechas en la niebla cuando Feril y
Furia
condujeron la barca hacia las tres carracas restantes, que se balanceaban de un lado a otro a sólo media docena de metros de distancia unas de otras. La kalanesti había abandonado su concentración en la niebla, y estaba demasiado cansada manteniéndose a flote para gastar energías haciendo que la niebla volviera a espesarse. Se veían hombres apelotonados en las proas de las tres carracas, con catalejos pegados a los rostros, pero las naves no habían hecho ninguna intención de alzar las velas y acercarse; sin duda los capitanes no querían arriesgarse a que el fuego se extendiera.

—Muy arriesgado —dijo Rig—. Están demasiado cerca unas de otras. ¿Dónde está la otra galera?

—Más al exterior —indicó Feril—. En la entrada del puerto. Cerca de la chalupa pequeña.

—Ése es nuestro objetivo —declaró el marinero—. La otra galera. Haremos lo mismo: dirigir la galera contra una de las carracas, la de la derecha. Quiero la más grande, la situada más a la izquierda, la de tres palos.

—¿Qué tripulación usaremos? —murmuró Feril. Era una pregunta que Ampolla había hecho antes y que el marinero había dejado sin respuesta.

—La Legión de Acero, quizá —respondió él—. No lo sé. Ya se me ocurrirá algo.

La niebla se había reducido de modo considerable cuando el bote de pesca llegó al extremo más exterior de la galera, y Dhamon y Rig ya no necesitaron que la kalanesti los guiara, pues veían con suficiente claridad por entre la fina niebla. Por suerte, los hombres de cubierta estaban observando el incendio y no los vieron acercarse.

Rig se incorporó procurando no perder el equilibrio, arrojó la cuerda a lo alto, y lanzó una maldición cuando ésta erró el blanco y cayó al agua a su espalda. La enrolló y volvió a probar fortuna.

—No hay nada a lo que engancharla —advirtió Ampolla—. Tendréis que probar en el otro lado.

Rig negó con la cabeza y arrolló la soga a su brazo; luego sacó dos dagas del cinturón y las hundió en el casco de la nave, unos pocos metros por encima de la línea de flotación y entre las aberturas para los remos.

—¡Vaya, eso es muy astuto! —chirrió la kender—. Está haciendo una escalera. Quizá yo podría...

Un mirada furibunda de Dhamon y Jaspe la hizo callar.

Rig sacó otras dos dagas y las hincó en el casco un poco más arriba. Luego se encaramó en los primeros cuchillos y subió hasta los dos situados más arriba. Manteniendo un equilibrio precario, encajó otro par, y continuó la ascensión, usando los improvisados asideros que había creado; al cabo de unos minutos ya se había quedado sin dagas, pero se encontraba en lo alto. Desapareció por encima de la barandilla.

—No creo que deba estar ahí arriba él solo —musitó Ampolla inquieta—. Me gustaría poder disfrutar un poco de la diversión.

La cuerda cayó sobre el costado, al igual que una escala de cuerda que los caballeros probablemente usaban para subirá bordo. Rig se inclinó sobre la barandilla e hizo señas a Groller. El semiogro señaló el saco situado bajo Ampolla y Jaspe, y Dhamon lo sacó fuera y lo ató con sumo cuidado a la cuerda.

Acto seguido, Dhamon trepó por la escala y, mientras lo hacía, recuperó dos de las dagas de Rig, que introdujo en su cinturón junto a la espada larga. Guió el saco durante el trayecto por el costado del barco, con cuidado para que no rascara contra el casco y se rompieran las jarras del interior; luego ayudó a Rig a pasarlo por encima de la barandilla y se unió al marinero sobre la cubierta.

—Haremos lo mismo que antes —musitó Rig.

Miraron en dirección a estribor, donde había casi dos docenas de Caballeros de Takhisis apoyados contra la barandilla, observando el fuego.

—No lo creo —repuso Dhamon en tono quedo. Señaló la parte central del barco y luego indicó el palo mayor, donde había un caballero encaramado en la torre de vigía. El hombre había descubierto su presencia.

—¡Piratas! —aulló el centinela, desviando al instante la atención de todos del incendio. Agitó los brazos para señalar a Rig y a Dhamon.

—¡Necesitamos un poco de ayuda! —gritó el marinero por encima de la borda; luego fue a coger sus dagas—. ¡Maldita sea! Las utilicé todas.

—¡Toma! —Dhamon le pasó los dos cuchillos que había recuperado y se lanzó al frente para responder a la carga de los primeros tres caballeros. «Esto es un suicidio», se dijo. Se agachó bajo un amplio mandoble circular y lanzó hacia arriba su larga espada. La hoja se hundió en uno de sus atacantes, y Dhamon se apartó de un salto para esquivarlo cuando éste se desplomó sobre la cubierta.

No saltó lo bastante lejos, y el cuerpo del caballero lo derribó en su caída. Dhamon se escurrió de debajo del cadáver y se incorporó de un brinco justo cuando uno de los otros dos caballeros le lanzaba una estocada contra el muslo. Dhamon dirigió su arma hacia un caballero cubierto con una cota de malla negra, pero el acero rebotó en la armadura, y él retrocedió varios pasos. Los dos caballeros que se abalanzaban sobre él vestían cota de mallas; otros cuatro vestidos con cuero se encontraban en algún lugar detrás de él.

—Es un suicidio —repitió en voz baja.

Varios metros a su espalda, Rig libraba batalla con una pareja de caballeros sin armadura. Un tercero yacía en el suelo con dos dagas sobresaliendo de su pecho. El marinero le había arrebatado una espada al cadáver y detenía con gran destreza los mandobles de sus adversarios al tiempo que les lanzaba toda suerte de improperios.

El tronar de más pasos bajo cubierta hizo que Dhamon tragara saliva con fuerza. Él era bueno con la espada, pero estar en una desigualdad tan abrumadora era otra cosa. Y un barco de aquel tamaño tendría docenas de hombres a bordo... sin mencionar las docenas de esclavos encadenados en la bodega y en las portillas de los remos. Un suicidio sin lugar a dudas.

—¡Oh, no, no lo haréis! —reprendió Ampolla—. ¡Dejad tranquilo a Dhamon! —La kender había trepado hasta la cubierta y acribillaba con gran puntería a los caballeros que atacaban a su amigo. Una colección de conchas marinas que había recogido en alguna parte golpearon sus nucas.

Los hombres alzaron las manos para protegerse de la descarga, lo que dio a Dhamon una oportunidad. Asestó una patada a uno de ellos que lo impulsó hacia atrás y lo hizo empalarse en la espada extendida de uno de los cuatro caballeros que avanzaban hacia él. Al mismo tiempo, descargó un violento mandoble al de su izquierda y atravesó los eslabones de la malla hasta llegar a la carne. El caballero aulló, y Dhamon prosiguió adelante con una profunda estocada que hundió su espada en el vientre del adversario.

Mientras Dhamon tiraba de su arma para soltarla, Feril pasó veloz por su lado. La kalanesti se dirigía al mástil, por el que descendía el hombre que había ocupado la torre de vigía. Con la agilidad de un mono, la elfa trepó por las jarcias y pateó al hombre. Éste se aferró con fuerza al mástil y desenvainó la espada, pero ella siguió asestándole patadas feroz y reiteradamente, hasta que hombre y espada cayeron a cubierta.

—¡Larga la vela mientras estás ahí arriba! —le gritó Rig.

Ella se quedó inmóvil.

—¡Despliégala! —rugió el marinero—. ¡Suéltala para que atrape el viento!

Un cuarteto de caballeros atrajo la atención de Dhamon de nuevo hacia la batalla. Éste adivinó que, contando los que acababan de subir de abajo, debía de haber al menos tres docenas sobre cubierta con los que luchar. Retrocedió hacia la barandilla, interceptando golpes, aunque uno se abrió paso por entre sus defensas y le hirió el brazo.

—¡Salta al agua! —gritó uno de los caballeros.

Dhamon no tenía intención de saltar por la borda; tan sólo deseaba sentir la barandilla en la espalda. A varios metros de distancia, descubrió a Fiona, con la armadura reluciendo bajo la luz de los faroles dispuestos alrededor de la cubierta; la dama le daba la espalda a Rig, y ambos mantenían a raya a otro cuarteto de caballeros. Más caballeros se agolpaban a su alrededor, en busca de una brecha.

—¡Las carracas! —chilló Feril desde las jarcias—. Están desplegando sus velas. ¡Las tres!

Rig farfulló una retahila de juramentos.

—¡Vamos a tener más compañía de la que podemos manejar! —aulló. En voz casi inaudible añadió:— No creí que todos ellos fueran a venir hacia aquí.

—¡Acabemos deprisa con este combate! —indicó Fiona.

—¿Acabarlo? —La voz pertenecía a Jaspe. El enano pasó torpemente por encima de la barandilla y hurgó en el saco que llevaba atado a la cintura. Groller apareció detrás de él y se encaminó al centro de la nave—. ¿Acabarlo? Ellos acabarán con nosotros. —Sacó el Puño de E'li del saco y lo descargó contra la pierna de un enemigo que se aproximaba. El hombre se dobló al frente, y Jaspe abatió el Puño sobre su cabeza. Hizo una mueca de satisfacción al escuchar el sonido del cráneo al partirse. El enano pasó por encima del cuerpo y se introdujo en la contienda.

—¡El semiogro! —bramó un caballero—. ¡Y un ergothiano! ¡Éstos son los que vinimos a buscar! ¡Y han venido directamente a nosotros! ¡Matadlos a todos! ¡Malys nos recompensará!

Groller detuvo la carga de dos caballeros, arrojando a uno por la borda y abalanzándose luego sobre el otro, al que inmovilizó sobre la cubierta. Sus enormes manos encontraron la garganta del enemigo y apretaron. El hombre se debatió unos instantes y luego se quedó inmóvil.

El semiogro se apartó del cuerpo y recibió una cuchillada en el brazo. Era un corte profundo, que le hizo lanzar un alarido al tiempo que utilizaba el brazo sano para asestar un puñetazo a su atacante. El hombre quedó momentáneamente aturdido, y Groller pateó al adversario en el pecho primero; acto seguido sacó la cabilla del cinturón para golpear con ella la sien del caballero. Otros cuatro hombres se dirigieron hacia él.

—¡Podemos ganar! —gritó Rig por encima del estrépito de las espadas.

—¡Perder no es una alternativa que quiero considerar! —respondió la kender. Había trepado al cabrestante y arrojaba conchas, piedras y botones, y toda una variedad de cosas curiosas con su honda. Cogió por sorpresa a un par de caballeros, lo que permitió a Rig ganar tiempo con su alfanje. La kender buscó entonces con la mirada a Dhamon.

El marinero había derribado a dos hombres y giró para ocuparse de uno de los contendientes de Fiona.

—¡No necesito ayuda! —le chilló la solámnica.

—Sólo me muestro honorable —replicó él.

—¡Sé honorable con esos de allí!

Mediante gestos le indicó a un par de caballeros que acababan de aparecer para ocupar los lugares de sus camaradas caídos. Rig retrocedió de un salto ante uno de los dos Caballeros de Takhisis, que le había lanzado una estocada con su espada; si el marinero no se hubiera movido, la hoja le habría atravesado el corazón. Rig se agachó ante otro mandoble; luego giró a un lado y hundió su espada en el caballero. Al cabo de un instante oyó cómo el adversario de Fiona caía sobre la cubierta.

Habían muerto más de una docena de caballeros, pero todavía quedaba tres veces ese número en pie. Rig sospechó que aún quedaban muchos más bajo cubierta poniéndose las armaduras o cogiendo sus armas.

—¿Comprendéis por qué no podíamos robar una galera? —explicó Rig a voz en grito mientras volvía a colocarse espalda contra espalda con Fiona, moviéndose con cuidado para no tropezar con los cadáveres—. ¡Hacen falta demasiados marineros para tripularla!

—También hacen falta demasiados para tripular una carraca —masculló Ampolla.

La lona cayó desde el palo mayor y se hinchó, y la kalanesti aterrizó en el suelo con las rodillas dobladas.

—¡Estupendo, Feril! —gritó Rig—. Pero no iremos a ninguna parte con el ancla todavía echada.

—¡Yo me ocuparé! —le respondió ella, que salió corriendo en dirección a la popa, saltando sobre un caballero caído y esquivando a otro.

—¡Tiene dos áncoras! —advirtió él a gritos; pero la kalanesti estaba demasiado lejos, y el fragor de la batalla ahogaba cualquier esperanza de ser oído—. Una en la proa —añadió para sí.

—¡Coged a la kender! —gritó un caballero.

—¡No! —Dhamon había despachado a los cuatro adversarios vestidos de cuero, aunque había recibido bastantes cortes en el proceso. Ahora luchaba contra un hombre enorme que sin duda debía de ser el comandante, tal vez el hombre al que tenía que informar el espía.

—Dhamon Fierolobo —siseó el corpulento comandante por entre los apretados dientes—; no respondes exactamente a la descripción. Creía que tus cabellos eran rubios. Malys te quiere vivo. —El hombre ladeó la espada en un intento de golpear a Dhamon con la hoja plana—. Te capturaré con vida.

—No si puedo impedirlo. —Dhamon interceptó el amplio mandoble del hombre y lo obligó a dirigirse hacia el cabrestante. Cuando el caballero echó el brazo atrás para lanzar una nueva estocada, Dhamon se acercó más y hundió el arma en un movimiento ascendente que penetró por una abertura de la armadura. El herido retrocedió, sujetándose el vientre, y bajó la espada con fuerza; el impacto hizo que Dhamon soltara su arma, que cayó al suelo con un fuerte estrépito.

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