Conjuro de dragones (28 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

—¿Se encuentra bien Groller? —preguntó Ampolla.

Feril y Dhamon consiguieron con un gran esfuerzo subir al semiogro y colocarlo sobre la borda del pequeño bote. Jaspe tocó el rostro de su amigo, cerró los ojos, y se concentró para localizar de nuevo la chispa curativa. Había dedicado los últimos minutos a ocuparse de Rig, a la vez que se esforzaba por sujetarse al pedazo de barandilla flotante mientras esperaba que la barca de pesca acudiera a rescatarlos.

El marinero había sido gravemente herido, y el enano necesitó casi toda su energía para curar las heridas de mayor gravedad y conseguir mantener a Rig con vida. También Jaspe estaba herido, al igual que Fiona, pero ninguno de los dos corría peligro de muerte.

Groller era otra cosa. El enano instó a su chispa interior a crecer, mientras buscaba la familiar esencia vital del semiogro. Era débil y difícil de localizar, como un rescoldo que empezaba a enfriarse. Groller abandonaba Krynn, igual que Goldmoon había abandonado el mundo. Jaspe comprendió que el semiogro estaba mucho más grave de lo que había estado en la cueva. A su espalda
Furia
volvió a aullar, forcejeando con Fiona y ahora también con Ampolla, que la ayudaba a contener al lobo.

—Molestarás a Jaspe —lo reprendió la kender—. Quédate aquí.

La mejilla de Groller resultaba anormalmente fría bajo los dedos del enano.

—No —musitó éste—. No te perderé a ti, también. No puedo. —El enano apenas si se sujetaba al borde del bote ahora, todos sus esfuerzos dedicados a su conjuro curativo—. No te me mueras. Te salvé una vez y puedo volver a hacerlo. —Escuchó su propio corazón latiendo, tronando por encima de los lejanos sonidos del fuego y los gritos de los hombres. Palpitaba al ritmo de las picadas aguas que golpeaban los costados de la barca, y el enano se concentró en ese ritmo para hacer crecer la chispa.

Sintió cómo un calorcillo emanaba de su pecho y se deslizaba por el brazo hasta los dedos y de allí al rostro de Groller. Notó entonces que el bote daba un bandazo.

—¡Jaspe! —oyó gritar a Fiona—. ¡Sujétate a la barca!

No hizo el menor movimiento para obedecer pues no deseaba interrumpir el conjuro. Sintió cómo la mano libre tocaba el agua y luego se hundía en ella. Cayó por el borde de la barca y empezó a hundirse, pero no realizó ningún esfuerzo por mantenerse a flote. Todo iba dirigido a la chispa y a salvar a Groller.

Entonces Jaspe oyó cómo el semiogro lanzaba un respingo y sintió que Feril lo agarraba por los gordezuelos brazos. Las piernas de la kalanesti pataleaban con fuerza en el agua. El enano abrió los ojos violentamente, y vio que Dhamon ayudaba a Fiona y a Usha a introducir a Groller en el bote. Fiona saltó al agua para hacer sitio al semiogro; luego sus manos se unieron a las de Feril para alzar a Jaspe fuera del agua, al que situaron en el centro del bote junto a Groller y a Rig.

—Jas... pe buen sanador —oyó murmurar al semiogro, mientras se sumía en un profundo sueño.

Feril, Dhamon y Fiona nadaban al costado de la barca. Los esclavos liberados estaban a su alrededor en el agua; algunos se agarraban al borde del bote, otros a pedazos flotantes de barandilla.

—¿Ahora qué? —inquirió Usha—. La orilla queda muy lejos para que los esclavos naden hasta ella.

—Todas las carracas arden —dijo Ampolla—. Es culpa mía. Levé el ancla y dejé que el barco fuera hacia ellas. Luego les lancé jarras en llamas. ¿Bastante ingenioso, no?

—Nos salvaste —repuso Dhamon—. Esos caballeros se habrían unido a la batalla en la galera y habrían acabado con nosotros. Eran demasiados. Ésta no fue una de las mejores ideas de Rig.

—Queda aún una nave. —Fiona señaló hacia el este—. La pequeña chalupa que Feril vio.

—¡Sí! —La kalanesti esbozó una amplia sonrisa—. Se quedó atrás cuando incendiamos la galera.

—Entonces vayamos en su busca —indicó Dhamon—. Está más cerca que la orilla. Esperemos que no haya tantos caballeros a bordo. No puede haberlos. Es muy pequeña.

—¡Y tenemos hombres para tripularla! —exclamó Ampolla rebosante de satisfacción, señalando a los esclavos liberados.

—Sólo si ellos quieren —replicó Feril—. Si no es así, los dejaremos en tierra.

—Ya discutiremos eso cuando tengamos la chalupa —dijo Dhamon con voz débil. Empezó a nadar hacia la embarcación—. Si es que podemos cogerla.

Pareció como si transcurrieran horas antes de que la barca de pesca chocara contra el costado del casco que miraba mar adentro. El humo seguía siendo espeso sobre el agua y los ocultó a los caballeros de a bordo, la mayoría de los cuales estaban muy ocupados contemplando los incendios en el otro lado.

Dhamon miró de reojo a través de la oscuridad, luchando por permanecer consciente. La luz de las llamas no llegaba hasta este lado del barco. Señaló la proa.

—Veo la cuerda del ancla. Eso será nuestra escalera para subir.

—Tú no vas a ir —murmuró Fiona con voz ronca—. Estás sangrando.

—No estoy tan malherido —mintió él—. Y no pienso quedarme en el agua. Los tiburones no tardarán en aparecer. —Hizo una pausa—. Por desgracia, no tengo ninguna arma. Dejé las que cogí prestadas en la galera.

Feril condujo la barca hasta la cuerda del áncora. Usha cogió una soga de debajo del asiento central y la pasó alrededor de la cuerda del ancla de la chalupa.

—Esta vez no iremos a la deriva —anunció. Luego se inclinó hacia el centro del bote, para rebuscar dentro de algo. Al cabo de un momento, tendió a Dhamon dos dagas por encima de la borda—. La espada de Rig también está en esa galera incendiada. Pero vi que éstas sobresalían de sus botas, y no creo que le importe.

Dhamon sonrió ampliamente. Aunque estaba oscuro, distinguió los lirios incrustados de nácar en las empuñaduras; sin duda Rig se las había expropiado a un caballero de alto rango. Las guardó en su cinturón y empezó a trepar por la cuerda a toda velocidad, lo cual significó un gran esfuerzo para él; cuando llegaba a la barandilla, notó que alguien trepaba tras él.

Soltó un gemido al deslizarse por encima de la borda, y se llevó una mano al costado. Lo embargó una sensación de náusea. El dolor de las heridas era insoportable.

Fiona fue la siguiente. En cuanto pisó la cubierta, desenvainó la espada y miró hacia la hilera de hombres apoyados en la barandilla opuesta, que tenían los ojos puestos en los barcos que ardían. Feril se deslizó en silencio por encima de la barandilla, y echó una mirada a Dhamon. La sangre se escurría por entre sus dedos y descendía por el brazo procedente de otra profunda cuchillada. Le dedicó una mirada preocupada.

Sujetándose a la barandilla, el guerrero se incorporó y sacó las dagas del cinturón.

«Quédate aquí», le dijo ella, articulando las palabras en silencio.

Él negó con la cabeza y avanzó hacia el centro de la pequeña nave. Ésta tenía un único palo, y las velas estaban arriadas. Se movió sigiloso por entre las jarcias, seguido de Fiona y Feril, empuñando una daga en cada mano. Once hombres contra tres. La situación no les era demasiado favorable, se dijo, pero el enemigo desconocía la amenaza que acechaba a su espalda.

Buscó una pista que indicara quién era el subcomandante; pero, con las espaldas vueltas hacia él, no podía ver ningún galón ni insignia. Clavó la mirada en el hombre más fornido, el que tenía las espaldas más amplias, más alto que el resto. El primer objetivo. Pensó en gritar un desafío, pero la cautela lo hizo desistir. Era mejor seguir vivo con el honor empequeñecido, se dijo con ironía. Dhamon alzó la daga por encima del hombro.

—¡Rendíos! —El grito de Fiona cogió a Dhamon por sorpresa.

—Al diablo con el sigilo —masculló, mientras los hombres giraban en redondo. Siete de ellos, ataviados con la negra cota de mallas de los caballeros negros, desenvainaron espadas largas y alfanjes. Los otros cuatro eran marinos, y sus manos fueron inmediatamente en busca de cabillas y dagas.

—¡Somos los responsables de los incendios! —continuó la joven solámnica—. Y no dudaremos en incendiar también esta embarcación. Pero os concedemos la vida. No seáis tan estúpidos como vuestros camaradas. ¡Soltad las armas! ¡Rendíos a nosotros!

Los marinos vacilaron, uno de ellos echó una mirada por encima del hombro a las naves que ardían. El caballero fornido que Dhamon había seleccionado se lanzó al ataque. Dhamon aspiró con fuerza y arrojó una daga; la hoja se hundió en el cuerpo del hombre por encima de la cintura, y éste dio unos pocos pasos más antes de soltar la espada y desplomarse sobre cubierta.

Dhamon preparó la otra daga.

—¡Nosotros somos diez! —gritó uno de los caballeros—. Ellos, tres. Acabemos con ellos. —Se abalanzó sobre la solámnica, pero al punto cayó de bruces, llevándose las manos ala garganta. Emitió un alarido truncado antes de morir. La segunda daga de Dhamon había dado en el blanco.

—¡Sólo haremos esta oferta una vez más! —bramó Fiona—. Podéis rendiros y huir en la lancha para ir a ayudar a vuestros compañeros de los barcos incendiados... o podéis morir.

—¡Este barco también puede arder! —Las palabras provenían de la kender, que había trepado a cubierta. Sostenía una jarra en una mano, y el trapo introducido en su interior ardía.

Los hombres dedicaron una rápida mirada a los ruegos de las otras naves, y en cuestión de segundos sus armas cayeron sobre cubierta. Sólo dos caballeros se mantuvieron desafiantes, envainando las espadas en lugar de soltarlas. Fiona no insistió sobre el asunto, y Feril se adelantó veloz y apartó a patadas las armas para ponerlas fuera del alcance de los hombres.

—¿Hay otras personas bajo cubierta? —inquirió la joven solámnica.

Los hombres negaron con la cabeza.

—La Roja os quiere —indicó sarcástico uno de los caballeros de más edad. Señalaba a la kalanesti—. Es la elfa de los tatuajes. Mala suerte para vosotros. El dragón conseguirá lo que quiere. Siempre lo hace.

—No siempre. —Dhamon se adelantó y cogió la espada de uno de los caballeros muertos. Se sentía débil y mareado, pero obligó a sus labios a formar una fina sonrisa—. Consideraos afortunados de seguir con vida.

—¡No dejamos supervivientes en la galera! —añadió Feril.

Un caballero situado en la parte central de la hilera dio un paso al frente. Su espada seguía en su vaina, pero sus dedos se deslizaban hacia ella.

—¡No intentes nada! —chilló Ampolla. La kender se había colocado detrás de Fiona y sostenía la llameante jarra en dirección a las jarcias—. Y vienen más de los nuestros —añadió. Los sonidos de pies golpeando contra el casco reforzaron sus palabras. Al cabo de un instante, tres de los esclavos liberados aparecieron a su espalda con expresión amenazadora—. Si yo me encontrara en tu lugar —continuó—, escucharía a Fiona. Es diabólicamente buena con esa espada. Y yo empiezo a ser una experta en lo referente a incendios.

—¡Los que lleváis armadura tiradla! —ordenó la solámnica—. Vais a descender por la borda a la lancha. A menos que queráis que el bote se hunda en el fondo del puerto por el exceso de peso, será mejor que os desprendáis de ellas.

Lanzándoles miradas coléricas, los cinco caballeros se quitaron despacio las cotas de malla.

—¡Ahora pasad al otro lado y meteos en el bote! —La expresión de Fiona era sombría. Blandió la espada para dar mayor énfasis a sus palabras—. ¡Deprisa!

Los cuatro hombres que eran marinos, no Caballeros de Takhisis, fueron los primeros en obedecer. Sólo quedaron los cinco caballeros. El de más edad lanzó una mirada furiosa a la dama.

—Te cogerá, el dragón lo hará —escupió—. ¡Ella te hará pagar por esto!

Dhamon se adelantó hacia el hombre, señalando su espada.

—Yo me preocuparía por mi persona, si fuera tú. Dudo que la hembra de dragón recompense el fracaso. —Se mordió el labio inferior al sentirse mareado. El dolor lo ayudaba a mantenerse alerta, pero sabía que no aguantaría en pie mucho más tiempo—. ¡A la lancha! ¡Ahora!

El hombre abrió la boca para decir algo más, pero los caballeros situados a ambos lados lo sujetaron y lo obligaron a pasar al otro lado de la borda. El resto de los hombres los siguió. Fiona y Feril bajaron la lancha, y Ampolla arrojó la llameante jarra al agua por encima del otro extremo del barco.

Una vez que los hombres estuvieron en el bote, Dhamon avanzó dando traspiés hasta el mástil, se dejó caer contra él y resbaló hasta la cubierta. Apretó una mano contra el costado, cerrando los ojos.

—Fiona, cuando Jaspe despierte, podrías hacer que... —El resto de sus palabras se perdió.

* * *

Había amanecido cuando Dhamon, Rig y Groller abrieron los ojos. Los tres se encontraban en un camarote bien amueblado revestido con paneles de olorosa madera de cedro. Dhamon y Rig descansaban sobre lechos, y Groller, demasiado grande para uno de los estrechos colchones, reposaba en el suelo envuelto en mantas.

Todos ellos estaban vendados y lavados bajo sábanas limpias. Y toda una variedad de ropas se apilaban sobre una silla para que se las probaran; era todo lo que habían abandonado los marinos y los Caballeros de Takhisis.

—No he perdido a un solo paciente —declaró el enano, orgulloso. Jaspe estaba inmensamente satisfecho de sí mismo, y sonreía de oreja a oreja mientras paseaba—. Aunque debo admitir que no es que vosotros no lo intentarais. Dedicarse a pelear con tantos caballeros de la Reina de la Oscuridad... Eso fue una auténtica locura, si queréis mi opinión. —Les dedicó una risita—. Es asombroso la cantidad de sábanas y camisas que tuvimos que rasgar para conseguir vendas suficientes. Creo que perdisteis casi toda la sangre que teníais.

Dhamon fue el primero en ponerse en pie, aunque algo tembloroso. Las miradas de Rig y Groller se clavaron en la negra escama de su pierna. El caballero se dirigió despacio hacia la silla y empezó a examinar la ropa; seleccionó las prendas de tonos más apagados.

—Déjame esa camisa roja —indicó el marinero, mientras abandonaba el lecho con un esfuerzo—. ¿Te importaría explicar qué le sucedió a esa escama?

—Sí —respondió Dhamon conciso—. Me importa.

Groller se unió a ellos con suma lentitud.

—Ahora, que ninguno de vosotros empiece a moverse con demasiada rapidez —dijo el enano—, ¿entendido? Estuvisteis a menos de un paso de la muerte, y no quiero que mi meticuloso trabajo se vea desbaratado. O la obra de las señoras. Ellas colocaron la mayoría de los vendajes.

Dhamon se puso lentamente un par de polainas grises, lo bastante amplias para pasar por encima de las vendas de las piernas. Las vueltas le llegaban justo por encima de los tobillos. Luego se puso una camisa de hilo de color gris oscuro, ceñida con una faja negra. La ropa limpia producía una agradable sensación a su dolorido cuerpo.

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