Constantinopla

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

 

Historia de la ciudad de Constantinopla, desde su fundación inicial (con el nombre de Bizancio, el año 657 a. C., por los griegos) hasta su conquista por parte de los turcos (y el cambio de nombre a Estambul, el año 1453).

Los acontecimientos son relatados en forma rápida hasta aproximadamente el año 300, en la época de Constantino I, cuando la ciudad toma el nombre de Constantinopla, a partir de donde el relato se vuelve más riguroso.

Una recorrida, estrictamente cronológica, por las guerras, invasiones, situaciones políticas, reyes y caudillos. Solamente unas pocas veces se referencia la vida y costumbres de la gente de la época y el lugar, y de los avances sociales, técnicos o de conocimientos.

Con el estilo de Asimov, esta narración histórica es muy fácil de seguir y da un excelente contexto de la época de los hechos relatados, no solamente del lugar en el que se centra, sino de los alrededores.

Isaac Asimov

Constantinopla

El imperio olvidado

ePUB v3.0

Perseo
16.06.12

Título original:
Constantinople: The Forgotten Empire

Isaac Asimov, 1970

Diseño/retoque portada: Perseo

Editor original: ysidoro (v1.0 a v2.0)

Segundo editor: Perseo (v3.0)

Corrección de erratas: ysidoro

ePub base v2.0

1
La ciudad en el estrecho
El Imperio olvidado

Cuando pensamos en la Edad Media, solemos pensar en la caída del Imperio Romano y en la victoria de los bárbaros. Pensamos en la decadencia del saber, en el advenimiento del feudalismo y en luchas mezquinas. Sin embargo, las cosas no fueron realmente así, puesto que el Imperio romano, en realidad, no cayó. Se mantuvo durante la Edad Media. Ni Europa ni América serían como son en la actualidad si el Imperio romano no hubiera continuado existiendo mil años después de su supuesta caída.

Cuando decimos que el Imperio romano cayó, lo que queremos decir es que las tribus alemanas invadieron sus provincias occidentales y destruyeron su civilización. No obstante, la mitad oriental del Imperio romano permaneció intacta, y durante siglos ocupó el extremo sudeste de Europa y las tierras contiguas en Asia.

Esta porción del Imperio romano continuó siendo rica y poderosa durante los siglos en que la Europa Occidental estaba debilitada y dividida. El Imperio continuó siendo ilustrado y culto en un tiempo en que Europa Occidental vivía en la ignorancia y la barbarie. El Imperio, gracias a su poderío, contuvo a las fuerzas cada vez mayores de los invasores orientales durante mil años; y la Europa Occidental, protegida por esta barrera de fuerza militar, pudo desarrollarse en paz hasta que su cultura formó una civilización específicamente suya.

El Imperio del sudeste transmitió al Occidente tanto el derecho romano como la sabiduría griega. Le legó arte, arquitectura y costumbres; dio al Occidente grandes abstracciones (como la noción de monarquía absoluta) y pequeños útiles, como los tenedores. Es más, legó todo esto, y también la religión, a Europa Oriental, y en particular a Rusia.

Pero finalmente Europa Occidental se fortaleció y fue capaz de defenderse por sí misma, en tanto que el Imperio se fue agotando. ¿Y de qué manera agradeció Europa Occidental lo que había recibido? Con una actitud de desprecio y de odio. Hizo todo el daño que pudo al desamparado residuo del antiguo gran Imperio, y cuando llegaron las últimas ansias de la muerte, se negó fríamente a proporcionarle cualquier clase de socorro. La ingratitud ha continuado aún después de la muerte, porque la historia de este Imperio es prácticamente ignorada en nuestras escuelas, y cuando se habla de algunos retazos de ella, se hace sin simpatía.

Hay pocos occidentales que sepan que en los siglos en que Londres y París eran unos villorrios desvencijados, con calles de barro y chozas de madera, había una ciudad reina en Oriente, rica en oro, llena de obras de arte, rebosante de espléndidas iglesias, con un comercio bullicioso, maravilla y admiración de todos cuantos la conocían.

Esta ciudad era la capital del Imperio romano de la Edad Media, era Constantinopla. Y la historia de esa ciudad se remonta a un millar de años antes de que se convirtiera en Constantinopla.

Frente a la ciudad de los ciegos

En el siglo VII a. C., las ciudades griegas estaban superpobladas. La comida escaseaba y los precios eran elevados. Los griegos que tenían algún espíritu de aventura se metían junto con sus familias y las posesiones que pudieran acarrear en navíos y partían en busca de nuevos hogares. A lo largo de las costas del ancho Mediterráneo habría lugares donde se podría fundar una nueva ciudad, donde hubiera tierra para cultivar y producir alimentos.

Algunos navíos se desviaron hacia el noreste. En esa dirección, el mar Egeo, que bañaba las costas orientales de Grecia se angostaba en un estrecho de forma serpentina llamado el Helesponto (ahora se le conoce por el nombre de estrecho de los Dardanelos) que separaba Europa y Asia Menor. Se ensanchaba de nuevo en un pequeño mar, llamado entonces Propontis y ahora mar de Mármara. Viene luego un segundo y más corto estrecho, el Bósforo, y más allá el Ponto, porción de agua que ahora llamamos mar Negro.

El mar Negro era como un imán para los ansiosos colonizadores, porque las tierras costeras producían cereales. Las anchas llanuras hacia el norte (llamadas Escitia en la antigüedad y hoy Ucrania) tenían terrenos lisos y fértiles, totalmente distintos del rocoso y montañoso suelo de Grecia. Aquellas llanuras eran una fuente sin fin de alimentos.

Las leyendas griegas narraban los primeros intentos de establecer rutas comerciales en aquella dirección. En el relato de Jasón y los Argonautas que buscaban el Vellocino de Oro, se describía a éste como el vellón de un cordero milagrosamente convertido en oro, que Jasón había encontrado finalmente en Cólcica, un territorio del borde oriental del mar Negro. Podemos suponer más bien que el relato es una versión legendaria de una primitiva expedición comercial.

La antigua ciudad de Troya estaba situada en Asia Menor sobre la entrada del Helesponto. Los comerciantes que viajaban hacia y desde el mar Negro tenían que pagar un portazgo en Troya o no podían pasar, y la ciudad se enriqueció de ese modo. El famoso sitio de Troya fue probablemente un intento por parte de los griegos de destruir aquel intermediario y ampliar sus rutas comerciales. Pero después de la caída de Troya, en 1200 a. C., Grecia pasó por una «Edad Oscura». La asolaron tribus bárbaras procedentes del norte y tardó varios siglos en recuperarse.

Ya en el siglo VII a. C., sin embargo, Grecia casi se había recuperado y los barcos griegos empezaron a tantear el otro lado del mar, estableciendo colonias. Al igual que en los tiempos de Jasón, seis siglos antes, las naves iban penetrando en la zona costera del mar Negro, rica en cereales. Esta vez intentaban algo más que hacer comercio, porque salpicaron las orillas del mar con nuevas ciudades griegas.

En 657 un barco navegaba hacia el noreste a través del Egeo, mandada por un jefe llamado Byzas. Su ciudad de origen era Megara sobre el istmo que unía el norte de Grecia con la península meridional llamada Peloponeso. Megara nunca fue una de las ciudades griegas de verdadera importancia porque las ciudades de Atenas, que estaban a quince millas al este, y Corinto, a veinticinco al oeste, eclipsaron su posible poderío. De hecho, el acontecimiento más significativo de toda su historia fue, probablemente, la expedición de esta nave.

Los colonizadores habían consultado el oráculo de Delfos antes de levar anclas. El oráculo era el más sagrado de los santuarios de Grecia y las palabras de su sacerdotisa eran consideradas como visiones del futuro inspiradas por la divinidad. «Encontraréis un nuevo hogar —les dijo— frente a la ciudad de los ciegos». Como siempre, las palabras del oráculo eran poco claras. No había ninguna ciudad de gente ciega.

El barco atravesó el Helesponto, cruzó el Propontis y se aproximó al Bósforo. El Bósforo tenía veinte millas de longitud y era bastante estrecho; en algunos lugares su anchura era de sólo media milla. Una ciudad fundada a orillas del Bósforo podría dominar el comercio entre el mar Egeo y el mar Negro, tal como había hecho Troya en la antigüedad. Una ciudad así tendría la oportunidad de ser próspera y rica.

Pero otros habían tenido esta idea antes. En el 675 antes de Cristo, dieciocho años antes, un primitivo grupo de colonizadores de Megara había fundado una ciudad en la orilla del Bósforo perteneciente a Asia Menor, precisamente donde se abría hacia el sur. La ciudad era Calcedonia. El barco de Byzas se detuvo en Calcedonia y los hombres de a bordo debieron sentirse un tanto disgustados. Calcedonia era una pequeña y próspera ciudad; era una lástima que otros se les hubieran adelantado.

Luego siguieron su camino y unas dos millas y media al noroeste de Calcedonia, al otro lado del Bósforo, vieron un sitio que era ideal. Calcedonia había sido edificada en una línea costera bastante recta y con posibilidades de puerto sólo medianamente buenas. Pero al otro lado había un río que se ensanchaba y desembocaba en el Bósforo. Aquel río (más tarde llamado el «Cuerno Dorado») proporcionaba un amplio, largo y hermoso puerto. Tenía espacio para muchas naves y era fácil de defender: no podía haber nada mejor.

Entre el río y la porción principal del mar había una lengua de tierra perfecta para edificar una ciudad. Estaba rodeada de agua por tres lados. Con una fuerte muralla en el cuarto lado y una buena armada podía ser inconquistable. ¿Cómo era posible, pensaban, que a los primeros colonizadores les hubiera pasado inadvertido ese lugar tan hermoso de la parte europea, en favor del muy inferior donde habían establecido Calcedonia? Seguramente las gentes de Calcedonia estaban ciegas al elegir un lugar tan pobre.

Y eso fue lo que ocurrió. Calcedonia era la ciudad de los ciegos a la que se había referido el oráculo de Delfos. Y por lo tanto Byzas fundó su ciudad frente a ella tal cómo había ordenado el oráculo. Le puso Bizantion, un nombre derivado del suyo propio, pero la conocemos más, por la denominación latina que, con el tiempo, le dieron los romanos: Bizancio.

La línea vital de Atenas

Durante un siglo y medio, Bizancio prosperó como una «ciudad libre»: una estación de tránsito para un sinfín de navíos y marineros, y un emporio de cereales y otros productos que se transportaban entre el mar Negro y el Mediterráneo. Estaba situada en la encrucijada entre Europa y Asia, y constituía un objetivo tentador para quienes desearan tener el control del comercio o facilitar el paso de un ejército. Sin embargo, desde la guerra de Troya, ningún gran ejército había intentado cruzar de un continente a otro hasta el advenimiento del Imperio persa.

Fundado en el 559 a. C., el Imperio persa dominaba toda Asia al oeste de la India y al norte de Arabia. En el 546 a. C., Asia Menor cayó bajo el dominio persa, y en el 521 a. C., el más importante de sus gobernantes, Darío I, ascendió al trono. Todas las regiones accesibles de Asia estaban bajo su control, al igual que Egipto. Sus ojos hambrientos de tierra se volvieron hacia Europa.

En el 513 a. C. Darío invadió Tracia (la región al norte del mar Egeo) y la conquistó hasta el río Danubio. Al hacerlo, cruzó el Bósforo y se apoderó de Bizancio.

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