Read Criadas y señoras Online

Authors: Kathryn Stockett

Tags: #Narrativa

Criadas y señoras (70 page)

—Miss Leefolt, ¿ha
mirao
en la cuna de Ross? A veces agarra cosas y se las mete en el...

Miss Hilly se ríe socarrona y dice:

—¿Has visto qué descaro, Elizabeth? ¡Está echándole la culpa a un bebé!

Intento recordar a toda prisa si conté los cubiertos antes de envolverlos en el paño. Creo que sí, siempre lo hago. Dios, dime que no va a acusarme de lo que pienso.

—Miss Leefolt, ¿ha
mirao
en la cocina, o en el armario de los cubiertos? ¿Miss Leefolt?

Pero sigue sin mirarme y no sé qué hacer. Todavía no soy consciente de lo mal que puede acabar esto. Puede que no se trate sólo de los cubiertos, puede que tenga que ver con Miss Leefolt y el capítulo dos.

—Aibileen —dice Miss Hilly—, o aparecen esos cubiertos para esta tarde o Elizabeth tendrá que denunciar el robo.

Miss Leefolt mira a Miss Hilly conteniendo el aliento, como si le sorprendiera este último comentario de su amiga. Entonces me pregunto si todo esto se les habrá ocurrido a las dos o sólo a Miss Hilly.

—Yo no he
robao na,
Miss Leefolt —digo.

Sólo de pronunciar esta frase me entran ganas de echar a correr.

—No sé, Hilly, está diciendo que ella no los tiene —susurra Miss Leefolt a su amiga.

Miss Hilly ignora por completo este comentario, me mira con gesto altivo y dice:

—Entonces, es mi deber informarte de que estás despedida, Aibileen. —Miss Hilly se suena la nariz y añade—: Y de que voy a llamar a la policía. Tengo muchos conocidos que trabajan en el cuerpo, ¿sabes?

—¡Mamáaa! —aulla de repente Hombrecito desde su cuna.

Miss Leefolt mira hacia el cuarto de su hijo y luego a Hilly, sin saber muy bien qué hacer. Supongo que estará pensando en cómo se las va a arreglar sin criada.

—¡Aaai-biii! —grita Hombrecito, y se echa a llorar.

—¡Aai-biii! —me llama otra vocecita.

¡Mae Mobley está en casa! ¡Claro! Estaba enferma y por eso no habrá ido a la escuela. Me llevo la mano al pecho. Dios, no permitas que vea esto. No dejes que escuche lo que dice de mí Miss Hilly. Se abre la puerta del pasillo y aparece Chiquitina. Nos mira con los ojos enrojecidos y tose.

—Aibi, me duele la
jarjanta.

—Ah... Ahora mismo voy, Chiquitina.

Mae Mobley vuelve a toser. Su tos suena bastante mal, como el ladrido de un perro. Me acerco a ella, pero Miss Hilly me dice:

—Aibileen, no te molestes. Recuerda que ya no trabajas aquí. Elizabeth se ocupará de sus hijos.

Miss Leefolt mira a Hilly con una cara que parece decir: «¿De verdad tengo que hacerlo?». Sin embargo, se levanta y arrastra los pies por el salón. Lleva a Mae Mobley al cuarto de Hombrecito y cierra la puerta. Me quedo a solas con Miss Hilly.

Miss Hilly se reclina sobre el respaldo de la silla y dice:

—No me gustan los mentirosos.

La cabeza me da vueltas. Me gustaría sentarme.

—Yo no he
robao
esos cubiertos, Miss Hilly.

—No me refería a los cubiertos —dice, inclinándose sobre la mesa. En un susurro, para que no la oiga Miss Leefolt, añade—: Me refería a esas cosas que escribiste sobre Elizabeth. No tiene ni idea de que el capítulo dos es sobre ella y yo soy demasiado buena amiga como para contárselo. Igual no puedo mandarte a la cárcel por lo que escribiste sobre Elizabeth, pero sí por ser una ladrona.

«No voy a ir a la cárcel, no voy a ir a la cárcel», es lo único en lo que puedo pensar.

—¡Ah, se me olvidaba! Tengo una sorpresita preparada para tu amiga Minny. Voy a llamar a Johnny Foote para decirle que la despida ahora mismo. —Empiezo a ver borroso. Me tiembla todo el cuerpo y ya no puedo apretar más fuerte los puños—. Resulta que soy íntima de Johnny Foote, y hará lo que yo...

—¡Miss Hilly! —digo alto y claro.

Se queda callada, sorprendida. Apuesto a que hacía años que nadie la interrumpía al hablar.

—No se olvide de que sé algo sobre
usté.

Me mira con mala cara, pero no dice nada, así que sigo hablando:

—Por lo que cuentan, en la cárcel una tiene mucho tiempo
pa escribí
cartas. —Estoy temblando y mi propia respiración me quema—. El suficiente
pa escribí
a
toas
y cada una de las mujeres de Jackson
pa
contarles la
verdá
sobre
usté.
Tiempo no falta, y el papel es gratis.

—Nadie se creerá lo que escribas, negra.

—Ya lo veremos. Dicen que se me da bastante bien.

Miss Hilly saca la punta de la lengua y se toca con ella el herpes. Después, aparta la mirada de mí. Antes de que pueda decir nada más, se abre la puerta de golpe y Mae Mobley, todavía en pijama, entra corriendo en el salón y se detiene a mi lado. Tiene hipo de tanto llorar y su naricita está roja como una amapola. Su madre debe de haberle contado que me marcho.

Ruego a Dios que no le haya repetido las mentiras de Miss Hilly.

Chiquitina se agarra a la falda de mi uniforme y no se suelta. Le pongo la mano en la frente y descubro que está ardiendo de la fiebre.

—Chiquitina,
tiés
que
volvé
a la cama.

—¡Nooo! —berrea—. No te vayas, Aibi.

Miss Leefolt sale del dormitorio con Hombrecito en los brazos y poniendo mala cara.

—¡Aibi! —me llama el pequeño.

—Hola, Hombrecito —susurro. Me alegro de que sea demasiado pequeño para comprender lo que está pasando—. Miss Leefolt, deje que lleve a la niña a la cocina
pa
darle una
medisina.
Tiene mucha fiebre.

Miss Leefolt mira a Miss Hilly, que permanece sentada con los brazos cruzados.

—Está bien, llévatela —dice Miss Leefolt.

Chiquitina me da su ardiente mano y la acompaño a la cocina. Vuelve a darle otro ataque de esa preocupante tos mientras busco la aspirina infantil y el jarabe para la tos. Sólo de estar aquí conmigo se tranquiliza un poco, pero todavía le caen lágrimas por la cara.

Siento a la pequeña sobre la encimera, machaco una de esas pastillitas rosadas, la mezclo con zumo de manzana y le doy una cucharada. Me doy cuenta de que le duele al tragar. Le acaricio el pelo. El trozo del flequillo que se cortó con las tijeras de la escuela está empezando a crecerle, pero sigue teniendo un peinado cómico. Últimamente, su madre ya no quiere ni mirarla a la cara.

—Por favor, Aibi, no te vayas —dice, y se echa a llorar otra vez.

—Tengo que hacerlo, Chiquitina. Lo siento.

En este momento, me echo a llorar. No quiero hacerlo porque sé que ella lo va a pasar peor, pero no puedo evitarlo.

—¿Por qué? ¿Por qué no quieres volver a verme? ¿Vas a cuidar a otra niña?

Arruga la frente, como cuando su madre le echa la bronca. Dios, siento que me están arrancando el corazón, pero, por lo menos, me alegro de que no haya escuchado lo que dijo Miss Hilly.

Envuelvo su carita con mis manos, y siento el preocupante calor de sus mejillas.

—No, Chiquitina. No me voy por eso. No quiero dejarte, pero... —¿Cómo voy a explicarle esto? No puedo contarle que me han despedido, no quiero que le eche la culpa a su madre y empeorar más aún las cosas entre las dos—. Es que me tengo que
retirá,
soy ya muy vieja. Tú vas a
se
mi última niña.

Lo que digo es cierto, aunque no sea por voluntad propia.

Dejo que llore unos momentos en mi pecho y luego vuelvo a tomar su carita entre mis manos. Respiro profundamente y le pido que haga lo mismo.

—Chiquitina —le digo—,
tíes
que
recordá to
lo que te he
contao.
¿Lo harás?

Sigue llorando sin parar, pero, al menos, ya no tiene hipo.

—¿Lo de limpiarme bien el culito cuando termino?

—No, Chiquitina, lo otro. Lo de cómo eres.

Miro sus bonitos ojos marrones, fijos en los míos. ¡Leches! Esta niña tiene ojos de persona mayor, como si hubiera vivido mil años. Me parece ver, en lo más profundo de sus pupilas, la mujer que va a ser cuando crezca, como un flash del futuro. Será alta y andará con la cabeza erguida, orgullosa. Lucirá un hermoso peinado y, ya de mayor, se acordará de las palabras que le metí en la cabeza.

Entonces las dice, justo lo que yo necesitaba escuchar:

—Eres buena, eres lista, eres importante.

—¡Ay, Dios! —Abrazo su cuerpecito y siento que me acaba de dar un regalo—.
Grasias,
Chiquitina.

—De nada —contesta, como le he enseñado.

Vuelve a posar su cabeza en mi hombro y nos quedamos llorando un buen rato, hasta que Miss Leefolt entra en la cocina.

—Aibileen... —dice Miss Leefolt con toda tranquilidad.

—Miss Leefolt, ¿está segura... de que esto es lo que...?

Miss Hilly aparece detrás de ella y me mira con cara de pocos amigos. Miss Leefolt asiente con cara de culpabilidad.

—Lo siento, Aibileen. Hilly, si quieres denunciarla..., es cosa tuya.

Miss Hilly levanta la nariz y dice:

—Bueno, no vale la pena perder el tiempo por tres cubiertos.

Miss Leefolt respira aliviada. Durante un segundo, nuestros ojos se cruzan y puedo ver que Miss Hilly tenía razón. Miss Leefolt no sabe que ella es la protagonista del segundo capítulo. Y aunque lo sospechara, nunca sería capaz de admitir que es ella.

Aparto con delicadeza a Mae Mobley. La pequeña me mira a mí y luego a su madre con sus ojos febriles y soñolientos. Parece asustada ante la perspectiva de pasar los próximos quince años de su vida sin mí, pero suspira, demasiado cansada para pensar en ello. Le doy un beso en la frente y ella intenta agarrarse a mí de nuevo. Muy a mi pesar, tengo que retroceder un paso para impedírselo.

Entro en el cuarto de la lavadora y recojo mi abrigo y mi bolso.

Salgo por la puerta de atrás escuchando el terrible llanto de Mae Mobley. Recorro el camino hasta la calle llorando, consciente de lo mucho que voy a echar de menos a la niña. Rezo para que su madre pueda mostrarle un poco más de afecto. Pero, al mismo tiempo, me siento liberada en cierto modo, igual que Minny. Más libre que Miss Leefolt, que está tan atrapada por su forma de pensar que no fue capaz de reconocerse cuando leyó el libro. Más libre que Miss Hilly, que se va a pasar el resto de su vida intentando convencer a la gente de que no se comió la famosa tarta. Pienso que Yule May está en la cárcel por su culpa, pero Miss Hilly está atrapada en su propia prisión de por vida.

Son las ocho y media de la mañana y recorro la acera bajo el ardiente sol, preguntándome qué voy a hacer el resto del día, el resto de mi vida. Camino temblando y con lágrimas en los ojos. Una mujer blanca pasa a mi lado y me mira con mala cara. En el periódico, me van a pagar diez dólares a la semana. Además, tengo el dinero del libro, y parece que nos van a dar más. De todos modos, con eso no me llega para vivir el resto de mis días. No creo que pueda volver a encontrar un trabajo de sirvienta, no con Miss Leefolt y Miss Hilly diciendo por ahí que soy una ladrona. Mae Mobley ha sido mi último bebé blanco y el que llevo puesto será mi último uniforme.

Hace un sol cegador, pero tengo los ojos bien abiertos. Me siento en la parada del autobús como llevo haciendo los últimos cuarenta y pico años. Dentro de media hora estaré de nuevo en casa y mi vida estará... acabada. Quizá debería seguir escribiendo, no sólo para el periódico. Igual podría escribir sobre la gente que conozco, las cosas que he visto y he hecho... ¿Quién sabe? Es posible que no sea tan mayor para volver a empezar. Me río y lloro a la vez al pensar en esto, porque justo anoche decía que ya no tenía edad para comenzar una nueva vida.

FIN

Notas

[1]
Conocida marca de manteca vegetal.
(N. del T.)

[2]
Término coloquial que significa «mosquito» y se utiliza para referirse a las personas muy delgadas.
(N. del T.)

[3]
Famosa serie estadounidense de radio y televisión de los años cincuenta y sesenta.
(N. del T.)

[4]
Sobrenombre por el que se conoce a los equipos deportivos de la Universidad de Alabama.
(N. del T.)

[5]
Especie de buñuelos de harina que se utilizan para hacer un famoso plato del sur de Estados Unidos, el pollo con
dumplings. (N. del T.)

[6]
Siglas en inglés de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, pionera de las asociaciones de defensa de los derechos civiles en Estados Unidos.
(N. del T.)

[7]
Conjunto de leyes estatales y locales que establecían las normas de segregación para los negros y otras minorías raciales. Estuvieron vigentes desde 1876 hasta 1965 en algunos estados del Sur.
(N.del T.)

[8]
En español en el original.
(N. del T.)

[9]
Salones de baile para gente de color.
(N. del T.)

[10]
Más vale que empieces a nadar o te hundirás como una piedra /porque los tiempos están cambiando. (N. del T.)

Other books

Dangerous Games by Selene Chardou
The Fever Code by James Dashner
Ahriman: Hand of Dust by John French
Rafferty's Wife by Kay Hooper
The Eyes Die Last by Riggs, Teri
Wayward Hearts by Susan Anne Mason
Exo: A Novel (Jumper) by Steven Gould
When Parents Worry by Henry Anderson