Crimen En Directo (17 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

La gente empezaba a acudir en masa a la granja donde se celebraría el baile. Habían retirado las camas de los participantes y cada uno de ellos guardó bajo llave sus objetos personales. Aún no se le había permitido la entrada a nadie, de modo que la cola iba creciendo como una serpentina por todo el aparcamiento. Las chicas estaban ateridas de frío y daban saltitos para entrar en calor. El fresco viento primaveral hacía cuanto estaba en su mano para que se arrepintieran de haberse puesto las faldas más cortas y las camisetas más escotadas del armario. Sin embargo, las caras de cuantos formaban la cola expresaban la misma expectación. Aquello era lo más espectacular que había ocurrido en Tanum desde hacía años. Llegaron jóvenes de toda la comarca e incluso de más allá, de Strömstad y de Uddevalla. Todos observaban ansiosos la puerta que no tardaría en abrirse. Al otro lado se hallaban sus héroes, sus ídolos, los que habían logrado alcanzar aquello con lo que ellos mismos soñaban: ser famosos; recibir invitaciones a fiestas en las que codearse con otros famosos; salir en televisión. ¿Quién podía saberlo? Quizá aquella noche consiguieran apropiarse de un poco de ese brillo, hacer algo que atrajese la atención de las cámaras hacia ellos. Como le ocurrió a aquella chica en
Fucking Töreboda.
Consiguió ennoviarse con Andreas, el de
El bar,
y desde entonces también ella había participado varias veces en el programa. ¡Si lograran algo así! Las chicas se ajustaban la ropa nerviosas, sacaban la barra de labios del bolso y mejoraban lo existente con una capa más. Se arreglaban el pelo y se ponían laca e intentaban comprobar el resultado en pequeños espejos. La expectación vibraba en el ambiente.

Fredrik Rehn vio la cola desde la ventana y se echó a reír.

—Mirad, chicos, ahí vienen los figurantes. Venga, tenemos que sacarle a lo de esta tarde todo el partido posible, ¿eh? No os reprimáis, ¿vale? Bebed y divertíos y haced lo que os apetezca. —Entornó los ojos, antes de proseguir—. Pero hacedlo delante de las cámaras. Que a nadie se le ocurra escabullirse y pasarlo bien por su cuenta, ¿eh? Eso sería incumplimiento de contrato.

—Joder, suenas como Drinkenstierna —observó Calle. Varios de sus compañeros asintieron y acogieron con risas el comentario; todos menos Jonna, que no conocía sus celebérrimas giras por los bares.

Fredrik sonrió, pero con la mirada sombría.

—Bueno, haré como que no lo he oído, pero yo tengo clarísimo lo que queremos conseguir esta noche: entretener a la gente. Habéis sido elegidos porque sabéis darle marcha a cualquier sitio, y ésa es aquí vuestra misión. No lo olvidéis ni un segundo. No hemos invertido un montón de dinero en una producción como ésta sólo para que vosotros seis os distraigáis un poco bebiendo e incrementando vuestras posibilidades de ligar. Habéis venido a trabajar...

—Y entonces, ¿qué coño hace Jonna aquí? —preguntó Uffe riendo y mirando a su alrededor en busca de apoyo—. Ella no sería capaz de darle marcha ni a una residencia de ancianos...

Todos estaban ya acostumbrados a la crudeza de sus burlas, y Jonna no se molestó siquiera en levantar la vista, que mantenía fija en el suelo.

—Jonna ha alcanzado una enorme popularidad entre las chicas de catorce a diecinueve años. Muchas se identifican con ella, por eso la reclutamos para el programa. —Fredrik se dirigió a todo el grupo, pero, en su fuero interno, no pudo evitar darle la razón a Uffe. Aquella chica era como un agujero negro social. Absolutamente deprimente. Sin embargo, la decisión de admitirla vino de las altas esferas, de modo que no había más remedio que aceptarlo.

—Bueno, entonces, todo el mundo tiene claro lo que toca esta noche, ¿no? ¡Marcha, marcha, marcha! —exclamó señalando obsequioso la mesa preparada con las bebidas—. Y, cuando Tina interprete su canción, la animamos todos, ¿verdad? —preguntó mirando a Uffe, que respondió con un bufido.

—Bueno, sí, lo que tú digas. A ver, ¿podemos empezar a beber ya o qué?

—Claro, adelante —respondió Fredrik con una sonrisa que dejó al descubierto una hilera reluciente de dientes blancos—. ¡Esta noche haremos buena televisión! —Los animó con los dos pulgares en alto.

Un murmullo disperso le confirmó que habían oído sus palabras. Acto seguido, se lanzaron sobre las bebidas.

La gente que guardaba cola ya empezaba a entrar.

Cuando Patrik llegó a casa, Anna estaba preparando la cena. Erica se encontraba en la sala de estar, viendo con los niños el programa infantil
Bolibompa.
Maja manoteó entusiasmada cuando apareció en la pantalla el oso Björne, y Emma y Adrian parecían estar en trance. A Erica le rugía el estómago y, muerta de hambre, olisqueó el aire: un exquisito aroma a comida tailandesa le llegó desde la cocina. Anna le había prometido cocinar algo que fuese rico y ligero a la vez y, a juzgar por el olor, había mantenido la primera parte de su compromiso.

—Hola, cariño —saludó Erica sonriente cuando Patrik entró en la sala. Parecía agotado. Y, además, después de observarlo con algo más de atención, algo sucio.

—¿Qué has estado haciendo hoy? Pareces un poco... mugriento —le dijo al tiempo que le señalaba la camisa.

Patrik se miró la ropa y dejó escapar un suspiro. Empezó a desabotonarse la camisa.

—Estuve en el archivo de la comisaría, que está lleno de polvo, buscando unos papeles. Subo a darme una ducha rápida y a cambiarme y te lo cuento luego.

Erica lo vio desaparecer escaleras arriba en dirección al dormitorio y fue a la cocina.

—¿No acaba de llegar Patrik? Me ha parecido oír la puerta —dijo Anna sin apartar la vista de las cacerolas.

—Sí, era Patrik. Pero ha subido a ducharse y a cambiarse de ropa. Parece que hoy ha tenido un día duro en el trabajo.

Ahora Anna levantó la vista de los fogones.

—Vale, pues si me ayudas a poner la mesa, estará todo listo para cuando baje.

Justo a tiempo. Cuando Patrik bajaba la escalera con el pelo mojado y el chándal de estar por casa, Anna colocaba la cacerola en la mesa.

—¡Ñam! ¡Qué bien huele! —exclamó dedicándole una sonrisa a Anna. El ambiente en casa era totalmente distinto desde que su cuñada había despertado de nuevo a la vida.

—Un guiso tailandés, a base de leche de coco desnatada. Guarnición de arroz integral y verduras cocidas en el
wok.

—¿A qué vienen esas ansias de comida saludable? —preguntó Patrik un tanto escéptico, ya menos seguro de que el sabor de la comida hiciese honor al aroma.

—Pues verás, tu futura esposa ha expresado su deseo de que los dos estéis estupendos cuando encaminéis vuestros pasos hacia el altar, de modo que el «Plan fantástico» empieza ahora mismo.

—Sí, bueno, en eso puede que tengas algo de razón —admitió Patrik tirándose ligeramente de la camiseta, con la idea de ocultar la barriga que había cogido en los últimos dos años—. ¿Y los niños? ¿No van a comer con nosotros?

—No, ellos están bien donde están —dijo Anna—. Así tendremos un rato tranquilo para nosotros.

—Pero ¿y Maja? ¿Estará bien sola?

Erica se echó a reír.

—¡Menudo padrazo estás hecho! Será sólo un rato. Y créeme, si hace algo, Emma vendrá como un rayo a chivarse.

Como una confirmación directa de sus palabras, se oyó la vocecita de Emma desde la sala de estar:

—¡Ericaaaaa, Maja está trasteando el vídeo!

Patrik se echó a reír y se levantó.

—Ya voy yo. Sentaos y empezad vosotras.

Las dos oyeron cómo reñía a Maja, justo antes de darle un beso y luego otro a los dos mayores. Cuando volvió a la cocina, parecía más relajado.

—Y bien, ¿qué es lo que te ha hecho trabajar tan duro todo el día?

Patrik les refirió brevemente lo sucedido. Tanto Anna como Erica dejaron los tenedores en el plato, fascinadas por la historia. Erica fue la primera en hablar.

—Pero ¿cuál crees que es la conexión? Y ¿cómo vais a proseguir la investigación?

Patrik terminó de masticar antes de responder.

—Martin y yo nos hemos pasado la mitad de la mañana haciendo algunas llamadas para recabar información. El lunes intentaremos llegar al fondo de la cuestión.

—¿Quieres decir que tienes libre el fin de semana? —preguntó Erica con tanta alegría como asombro. El trabajo de Patrik destrozaba más fines de semana de lo deseable.

—Sí, para variar. Y, de todos modos, a las personas con las que tengo que hablar no podré localizarlas hasta el lunes. Así que este fin de semana, ¡estoy a vuestra disposición, chicas! —exclamó con una amplia sonrisa que Erica no pudo, por menos, que devolver.

«¡Qué rápido había pasado todo!», se dijo Erica. Tenía la sensación de que había sido ayer cuando empezaron su relación y, al mismo tiempo, como si llevasen juntos toda la vida. A veces olvidaba que había tenido una vida sin Patrik. Y pensar que, dentro de unas semanas, iban a casarse... Oyó parlotear a su hija en la sala de estar. Ahora que Anna empezaba a recuperarse, podía volver a disfrutar de todo como antes.

Ella ya estaba sentada a la mesa cuando él se presentó, con diez minutos de retraso. Los pantalones que había aplastado bajo los cojines del sofá no resultaron tan fáciles de cepillar. Entre otras cosas, se había adherido a la parte trasera un gran pegote de chicle y, para retirarlo, tuvo que emplearse a fondo con paciencia con uno de los cuchillos más afilados que tenía en la cocina. Claro que el tejido había quedado bastante deslucido después de que lo hubiera pasado por el cuchillo, pero estaba seguro de que no se advertiría si se estiraba bien la chaqueta. Se miró una última vez en el cristal reluciente de un cuadro enmarcado para asegurarse de que todo estaba en orden. Aquella noche había puesto especial cuidado en enrollarse artísticamente el pelo en la mollera. Ni un milímetro del reluciente cuero cabelludo debía quedar al descubierto. Constató satisfecho que llevaba los años tan bien como el pelo.

Una vez más quedó sorprendido por el brinco que le dio el corazón ante la sola contemplación de aquella mujer. Verdaderamente, hacía mucho tiempo que no le latía con aquel ímpetu en el pecho. ¿Qué tenía su cuerpo rechoncho de mujer de mediana edad para provocar en él semejante reacción? La única respuesta que se le ocurría eran los ojos. Eran del azul más intenso que había visto jamás y, en contraste con el tono rojizo con que se teñía el cabello, destacaban como dos soles. La miró como embrujado y tardó en responder cuando ella le tendió la mano para estrechársela. Sin embargo, reaccionó enseguida y, como si se contemplase desde arriba, se vio inclinándose para, de un modo bastante anticuado, tomarle la mano y besársela respetuosamente. Por un instante, se sintió como un imbécil, incapaz de comprender de dónde le vino el impulso. Pero luego comprobó que su acompañante parecía apreciarlo y sintió en el estómago una agradable sensación de calidez. Aún dominaba aquellas artes. Aún sabía cómo llevar el agua a su molino.

—¡Qué agradable es este sitio! Es la primera vez que vengo —aseguró ella con voz dulce mientras estudiaban la carta con atención.

—Es un local de primera clase, te lo aseguro —respondió Mellberg sacando pecho como si el Gestgifveriet fuera de su propiedad.

—Sí, y parece que se come muy bien —convino Rose-Marie mientras recorría con la mirada todas las exquisiteces que figuraban en la carta. Mellberg también ojeaba los platos y, por un instante, sintió que lo dominaba el pánico al ver los precios. Pero luego se encontró al otro lado de la carta con la mirada de Rose-Marie y su preocupación se aplacó. En una noche como aquélla el dinero no tenía la menor importancia.

Rose-Marie miró por la ventana, hacia el terreno de la granja.

—Al parecer iba a haber una fiesta esta noche.

—Sí, los del programa ese de televisión. En condiciones normales, aquí solemos vernos libres de ese tipo de espectáculos. Strömstad es, por lo general, el pueblo que cuenta con la oferta de ocio de la zona. Los colegas de allí son los que se encargan de la mayoría de los problemas de borracheras y los desmanes subsiguientes.

—¿Pensáis que habrá problemas? ¿De verdad que puedes tomarte esta noche libre? —Rose-Marie parecía preocupada.

Mellberg emitió una tosecilla y sacó el pecho un poco más. Era una sensación muy agradable la de poder sentirse importante en compañía de una mujer hermosa. Desde que, sin motivo alguno, lo trasladaron a Tanumshede, le había sucedido con escasísima frecuencia. Por alguna razón, a la gente de allí le costaba detectar sus cualidades.

—He puesto a dos hombres a vigilar el jolgorio de esta noche —respondió—. Así que podemos comer y pasar un buen rato sin sobresaltos. Un buen jefe sabe delegar, y me atrevería a afirmar que ésa es una de mis mejores cualidades.

La sonrisa de Rose-Marie le confirmó que ella no dudaba ni por un segundo de su excelencia como jefe. Aquello tenía visos de convertirse en una noche maravillosa.

Mellberg volvió a mirar a la granja. Luego se olvidó por completo de todo lo relacionado con el espectáculo. Para eso estaban Martin y Hanna. Él tenía cosas más agradables a las que dedicarse.

Antes de salir al escenario, practicó los pocos ejercicios de voz que conocía. A decir verdad, sólo iba a cantar en
playback,
de modo que bastaba con que fuese haciendo la mímica oportuna ante el micrófono, pero nunca se sabía. En una ocasión, en Örebro, la reproducción del
playback
dejó de funcionar de improviso y, como no había practicado lo suficiente, tuvo que cacarear la canción en directo. Y no quería que volviera a sucederle algo así.

Tina sabía que los demás se reían de ella a sus espaldas. Y mentiría si dijera que no le molestaba, pero, por otro lado, poco más podía hacer salvo subir a escena y demostrar de qué era capaz. Porque aquélla era, sin duda, su gran oportunidad. Su posibilidad de hacer carrera como cantante. Tina quería ser cantante desde niña. Había pasado muchas horas delante del espejo imitando a intérpretes pop con la comba o con cualquier cosa que tuviese a mano como micro. Y gracias a
El bar
tuvo la oportunidad de demostrar su valía. Antes de solicitar su participación en
El bar,
la convocaron a una audición en el programa
Idol,
pero aquella experiencia aún le dolía. Los imbéciles del jurado se la habían cepillado sin piedad, y lo habían pasado por televisión una y otra vez. Entre otras cosas, dijeron que era tan mala a la hora de cantar como Svennis a la hora de ser fiel. Al principio, no comprendió qué querían decir, y se quedó así, con una sonrisa bobalicona. Pero luego el bocazas de Clabbe empezó a carcajearse y a decir que debería darle vergüenza, irse a casa y esconderse. No demasiado ocurrente por parte de Clabbe, pero al menos ella lo entendió. La humillación se prolongó cuando, con los ojos llenos de lágrimas, intentó convencerlos de que retirasen lo que acababan de decir y explicarles que, hasta entonces, todo el mundo le había dicho siempre que tenía una voz preciosa. Que sus padres se emocionaban cuando la oían cantar. Que nadie nunca, en toda su vida, la había preparado para que la descalificaran de forma tan radical. Se sentía tan feliz aquella mañana en la cola. Miraba a su alrededor con expresión de triunfo, convencida de que sería una de las elegidas, cuya interpretación haría llorar a Kishti, el más duro de los miembros del jurado. Había elegido la canción con mucho esmero a fin de impresionarlos. Cantaría
Without you,
de Mariah Carey, su gran ídolo. Cantaría de modo que los miembros del jurado saltaran de sus asientos y, a partir de ahí, comenzaría para ella una nueva vida. Se lo imaginaba perfectamente. Fiestas con famosos e histeria de admiradores. Giras veraniegas y vídeos en el canal MTV, exactamente igual que Darin. Lo único que tenía que hacer era ser elegida como participante y luego dominar. Pero todo salió mal. En lugar de triunfar, la exhibieron humillándola y burlándose de ella una y otra vez. Que los productores de
El bar
la llamaran después fue un regalo del cielo. Era una oportunidad que no podía desaprovechar. Al cabo de un tiempo, logró averiguar qué la hizo fracasar en
Idol.
Naturalmente, era el pecho. Su canción les gustó, claro que sí, pero no quisieron que permaneciese en el programa porque sabían que no tendría éxito si carecía de los demás requisitos. Y, para las chicas, uno consistía en tener las tetas grandes. De modo que cuando comenzaron las grabaciones de
El bar,
decidió empezar a ahorrar. Guardaría cada céntimo que ganase, hasta reunir lo suficiente para la operación. Con una talla cien, no habría obstáculos. Pero no pensaba teñirse de rubio. Hasta ahí podíamos llegar. Después de todo, ella era una chica inteligente.

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