—Por favor, Lars, habla conmigo. Sólo te pido eso, que hables conmigo. No podemos seguir así.
Ella misma oía el tono desesperado de su ruego. El tono suplicante de su voz. Pero era como si estuviese atrapada, sin posibilidad de bajar de un tren que circulase a doscientos kilómetros por hora en dirección a un precipicio que se acercaba a toda velocidad.
Quería inclinarse y cogerlo por los hombros y zarandearlo y obligarlo a hablar. Pero sabía que no tenía sentido. Lars se encontraba en un lugar al que ella no tenía acceso, al que él jamás le daría acceso.
Con una gran pesadumbre en el pecho, en lo más hondo de su corazón, se puso a observarlo. Hanna había decidido guardar silencio y capitular una vez más. Como en tantas otras ocasiones anteriores. Pero lo quería tanto... Todo le gustaba en Lars. Su cabello castaño, aún despeinado después del sueño. Las finas líneas que cruzaban su cara y que, pese a ser algo prematuras, le imprimían carácter. La barba sin afeitar, que parecía una lija al tocarla.
Tenía que existir un modo. Hanna lo sabía. No podía permitir que ambos cayesen en aquel abismo tenebroso, juntos, pero, al mismo tiempo, separados. Siguiendo un impulso, se inclinó y le tomó la muñeca. Y notó que estaba temblando. Levemente, como la hoja de un álamo. Lo obligó a serenarse presionándole un poco el brazo contra la mesa, lo obligó a mirarla a los ojos. Fue uno de esos instantes que sólo se dan una vez en la vida. Uno de esos instantes en que sólo pueden decirse verdades. Verdades sobre su matrimonio. Verdades sobre la vida de ambos. Verdades sobre el pasado. Hanna iba a decir algo cuando sonó el teléfono. Lars dio un respingo y retiró el brazo. Luego, volvió a coger el cuchillo de la mantequilla. El instante se había esfumado.
—¿Qué crees que pasará ahora? —le preguntó Tina a Uffe mientras daban profundas caladas a sus cigarrillos en el jardín.
—¡Y yo qué coño sé! —respondió Uffe entre risas—. Pero me apuesto lo que quieras a que no pasará una mierda.
—Pero, después de lo de ayer... —vaciló un segundo y bajó la vista al suelo.
—Ayer no significa una mierda —insistió Uffe antes de formar un anillo de humo en el apacible aire primaveral—. No significa una mierda, créeme. Este tipo de producciones cuestan una fortuna, y no creo que vayan a cerrar el quiosco y a perder todo lo que han invertido hasta ahora. Ni lo sueñes.
—Pues yo no estaría tan segura —dijo Tina en tono sombrío y continuó mirándose los zapatos. De su cigarrillo no quedaba más que una larga columna de ceniza, que cayó directamente sobre sus botas de ante.
—¡Mierda! —exclamó inclinándose velozmente para retirar la ceniza—. ¡Ya se han estropeado! ¡Con lo caras que me costaron, joder! ¡Mieeeerda!
—Te está bien empleado —opinó Uffe con una sonrisa burlona—. ¡Eres una consentida de mierda!
—¿Cómo que consentida? —le espetó Tina redicha antes de volver la vista hacia otro lado—. Sólo porque mis padres no se hayan pasado la vida viviendo de las ayudas sociales, sino que han trabajado para conseguir algo de dinero... ¡Eso no significa que yo sea una consentida!
—Oye, tú pasa de mis padres, ¿eh? ¡Que no sabes una puta mierda de ellos! —Uffe agitó el cigarrillo encendido delante de su cara con gesto amenazador. Tina no se dejó amedrentar, sino que dio un paso adelante.
—
¡Sé cómo eres tú! ¡Así que no resulta muy difícil ver qué tipo de personas son tus padres!
Uffe cerró el puño y se le hincharon las venas de la frente. Tina comprendió que quizá había cometido un error. Recordó la noche anterior y, rápidamente, dio un paso atrás. Tal vez no debería haber dicho aquello. Justo cuando iba a suavizar un poco la cosa, apareció Calle y los miró inquisitivo, primero al uno, luego al otro.
—¿Qué coño estáis haciendo vosotros dos? ¿Es que vais a pegaros o qué? —preguntó riéndose—. Claro, Uffe, tú eres un fiera pegando a las tías, así que venga, adelante. Veamos una repetición de la jugada.
Uffe resopló sin decir nada y bajó los brazos, pero siguió mirando a Tina con odio. Ella dio otro paso atrás. Uffe no era del todo normal. Una vez más, recreó imágenes fragmentarias y sonidos de la noche anterior y, muy nerviosa, se dio media vuelta y entró en la casa. Lo último que oyó fue lo que, en voz baja, le dijo Uffe a Calle antes de que se cerrase la puerta:
—Bueno, a ti tampoco se te da nada mal, ¿verdad?
Pero Tina no llegó a oír la respuesta de Calle.
Una ojeada al espejo del vestíbulo le reveló a Erica que su aspecto se correspondía perfectamente con el desencanto que sentía. Se quitó el anorak muy despacio y lo colgó junto con la bufanda, y prestó atención con curiosidad. Entre el griterío de los niños, que era considerable pero, por suerte, también alegre, oyó, alternando con la de Anna, la voz de otro adulto. Entró en la sala de estar. En un inmenso revoltijo, en medio del suelo, yacían tres niños y dos adultos, manoteando, chillando y agitando brazos y pies como si de los de un monstruo deforme se tratase.
—¡Ajá! ¿Y qué es lo que está pasando aquí? —dijo con el tono más autoritario que supo adoptar.
Anna levantó la vista extrañada, con una sorprendente maraña en el pelo, por lo general tan bien peinado.
—¡Hola! —exclamó Dan alegremente alzando también la vista hacia ella, aunque enseguida se volvió para seguir jugando a las peleas con Emma y Adrian. Maja se reía a carcajadas e intentaba contribuir tirándole a Dan de los pies con todas sus fuerzas.
Anna se incorporó y se sacudió los pantalones. Por la ventana que había a su espalda se filtraba la clara luz primaveral, que formó un halo alrededor de su rubio cabello. Erica pensó en lo guapa que era su hermana pequeña. Y, por primera vez, se dio cuenta de hasta qué punto se parecía a la madre de ambas. Aquella idea reavivó el dolor que siempre se hallaba latente en su corazón. Y entonces acudía a su mente la misma pregunta de siempre. ¿Por qué? ¿Por qué no las había querido su madre? ¿Por qué Elsy nunca tuvo para ellas una palabra amable, una caricia, una palmadita, algo, cualquier cosa? Lo único que recibieron de ella fue indiferencia y frialdad. Su padre era el polo opuesto. Ella era dura, él era amable. Ella era fría, él era la calidez misma. Él intentó siempre explicarlo, excusarla, compensar. Y, hasta cierto punto, lo consiguió. Pero no podía ocupar su lugar. Ese lugar seguía vacío aún hoy en su alma, pese a que hacía ya cuatro años que Tore y Elsy habían fallecido en aquel accidente de tráfico.
Anna la observaba con expresión inquisitiva y Erica cayó en la cuenta de que se había quedado allí, mirándola fijamente. Intentó aparentar que no le ocurría nada y sonrió a su hermana.
—¿Dónde está Patrik? —preguntó Anna antes de echar un último vistazo a la montaña humana que había en el suelo y de entrar en la cocina. Erica la siguió sin responder—. Acabo de poner una cafetera —prosiguió Anna, que empezó a servir tres tazas—. Y los niños y los mayores hemos hecho unos bollos. —Erica notó entonces el apetitoso aroma a canela que impregnaba la cocina—. Pero tú tendrás que conformarte con esto —dijo Anna poniendo sobre la mesa una bandeja con algo pequeño y con aspecto reseco.
—¿Y eso qué es? —preguntó Erica decepcionada, tanteando los supuestos dulces con la mano.
—Bocaditos integrales —respondió Anna dándose media vuelta para retirar los bollos recién horneados de la encimera, donde los había puesto a enfriar, y colocarlos en una cesta.
—Pero... —balbució Erica impotente, mientras la boca se le hacía agua ante el espectáculo de aquellos bollos esponjosos rociados de azúcar.
—Bueno, yo creía que estaríais fuera más tiempo. Había pensado ahorrarte el disgusto y congelarlos antes de que llegaras. Pero como te has adelantado... Y si quieres estar motivada, piensa en el vestido.
Erica cogió una de las galletitas y se la llevó a la boca con escepticismo. Y sí, tal como se temía, igual podría estar masticando un trozo de aglomerado.
—Bueno, ¿dónde está Patrik? Y ¿por qué habéis vuelto tan temprano? Pensé que aprovecharíais para estar a gusto, dar una vuelta por el centro y comer y esas cosas. —Anna se sentó a la mesa de la cocina y gritó en dirección a la sala de estar—: ¡La merienda está lista!
—A Patrik lo llamaron del trabajo —respondió Erica e inmediatamente se dio por vencida y dejó la galleta en el plato. El primer bocado aún le crecía en la boca.
—¿Del trabajo? —preguntó Anna extrañada—. Pero ¿no iba a tener el fin de semana libre?
—Sí, así era —respondió Erica, consciente de la amargura que destilaba su voz—. Pero no le quedó más remedio que irse. —Se detuvo un instante, insegura sobre cómo continuar, hasta que se decidió a decirlo claramente—: Leif, el conductor del camión de la basura, encontró esta mañana un cadáver en el camión.
—¿En el camión de la basura? —preguntó Anna boquiabierta—. Y ¿cómo fue a parar allí?
—Pues, al parecer, el cadáver estaba en un contenedor, y cuando fue a vaciarlo...
—¡Dios! ¡Qué espanto! —exclamó Anna sin dejar de mirar a Erica—. ¿Y de quién es el cadáver? ¿Será un asesinato? Bueno, claro, supongo que sí —se respondió a sí misma—. De lo contrario, ¿cómo iba a aparecer nadie en un contenedor? ¡Dios! ¡Qué espanto! —repitió.
Justo en ese momento entró Dan en la cocina. Las miró sin comprender y, sentándose junto a Erica, preguntó:
—¿Qué es un espanto?
—Llamaron a Patrik del trabajo. Leif, el del camión de la basura, encontró un cadáver en el camión —explicó Anna adelantándose a Erica.
—¡Anda ya! ¿Estás de broma? —preguntó Dan estupefacto.
—Por desgracia, no —intervino Erica sombría—. Pero os agradecería que no lo divulgarais. Ya se sabrá, a su debido tiempo, pero no tenemos por qué darles a las chismosas del pueblo más material del necesario.
—No, claro, no diremos nada —aseguró Anna.
—No me explico cómo puede Patrik tener el trabajo que tiene —observó Dan cogiendo un bollo de canela—. Yo no lo resistiría. Tener que enseñarles gramática a los adolescentes ya me parece bastante dramático.
—No, yo tampoco lo resistiría —confesó Anna con la mirada perdida. Tanto Dan como Erica lanzaron una maldición para sus adentros. Hablar de cadáveres y de asesinatos no era, quizá, lo más indicado para Anna.
Como si les hubiese leído el pensamiento, los tranquilizó:
—No os preocupéis por mí. No pasa nada porque habléis de ello. —Sonrió levemente y Erica se imaginó las escenas que pasaban por la mente de su hermana.
—¡Niños! ¡Aquí están los bollos! —gritó Anna una vez más, rompiendo la tensión. Oyeron el tamborileo de dos pares de pies y un par de manos y otro de rodillas y, pocos segundos después, entró por la puerta el primer aspirante a un bollo de canela.
—Bollo, yo quiero bollo —canturreó Adrian mientras, con una agilidad asombrosa, trepaba a su silla. Poco después llegó Emma y, finalmente, gateando, apareció Maja. La pequeña no había tardado mucho en aprender el significado de la palabra bollo. Erica ya se disponía a levantarse cuando Dan se le adelantó.
Cogió a Maja, no pudo evitar darle un beso en la mejilla, la sentó despacio en su trona, partió un bollo en pedacitos y empezó a dárselo a la pequeña. Tanta muestra de dulces hizo que Maja sonriera de tal forma que dejó al descubierto el par de granitos de arroz que tenía en el labio inferior. Los mayores no pudieron evitar romper a reír. Era una monería de niña.
Nadie habló más de asesinatos ni de cadáveres. Pero todos siguieron pensando en aquello a lo que Patrik debía enfrentarse.
Todos aguardaban apáticos en la sala de descanso de la comisaría. Martin seguía luciendo una palidez antinatural y parecía tan cansado como Hanna. Patrik estaba apoyado en la encimera del fregadero, con los brazos cruzados, y esperó hasta que todos se hubieron servido café. Después de haber recibido la señal de aprobación de Mellberg, tomó la palabra.
—Esta mañana, muy temprano, Leif Christensson, propietario de una empresa de recogida de basuras, encontró un cadáver en su camión. En realidad, lo habían dejado en un contenedor, pero, al vaciarlo, cayó en el camión. Os puedo asegurar que está totalmente conmocionado. —Patrik hizo aquí una pausa y tomó un sorbo del café que tenía a su lado en la encimera. Luego prosiguió—: Acudimos enseguida al lugar del hallazgo y constatamos que se trataba de una mujer. A partir de las circunstancias hemos llegado a la conclusión preliminar de que se trata de un asesinato. El cadáver presenta, además, una serie de lesiones que apuntan a que fue agredida, lo cual confirmaría la hipótesis provisional. Sin embargo, no lo sabremos con seguridad hasta que no tengamos el resultado de la autopsia. En cualquier caso, trabajamos partiendo de la base de que la asesinaron.
—¿Sabemos quién...? —comenzó a preguntar Gösta, pero Patrik lo interrumpió con un gesto.
—Sí, hemos identificado el cadáver de la mujer. —Patrik se volvió hacia Martin, que a duras penas podía combatir las náuseas ante el solo recuerdo de las imágenes que había visto. No parecía estar en disposición de hablar aún, de modo que Patrik continuó—: Parece que se trata de una de las participantes del programa
Fucking Tanum.
La chica a la que llaman Barbie. Pronto sabremos cuál era su verdadero nombre. No me parece lo bastante digno llamarla Barbie dadas las circunstancias.
—Pero... nosotros... Martin y yo la vimos ayer —balbució Hanna. Tenía la cara tensa y miraba a Patrik y a Martin alternativamente.
—Sí, lo sé —dijo Patrik con un gesto afirmativo hacia Martin—. Fue Martin quien la identificó. Por lo visto, hubo una pelea, ¿no? —preguntó enarcando una ceja y animando así a Hanna a que continuase.
—Sí... —respondió como pensándoselo, como si quisiera elegir sus palabras con sumo cuidado—. Sí, la cosa se puso bastante seria durante un rato. Los demás participantes se ensañaron con ella, pero lo que yo presencié fue más bien verbal, algún empujón, nada más. Martin y yo entramos y los separamos, y lo último que vimos fue que Barbie echó a correr llorando en dirección al pueblo.
Martin asintió para confirmar sus palabras.
—Sí, así fue —aseguró—. Hubo muchos gritos e insultos, pero nada que ocasionara las lesiones que presentaba el cadáver.
—Bien, tendremos que hablar con esa pandilla —resolvió Patrik—. Y averiguar de qué iba la pelea. Y si alguien vio adónde... —vaciló un instante a la hora de decir el nombre, pero aún no tenían otro por el que llamarla—... adónde se fue Barbie. También hemos de hablar con el equipo de televisión, e ir a buscar lo que grabaron ayer y echarle un vistazo.