Crimen En Directo (30 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

Gösta miró a Hanna cansado, pero inquisitivo.

—Claro, podemos empezar esta misma tarde.

—Claro —corroboró Hanna que, no obstante, demostró escaso entusiasmo ante la tarea.

—¿Alguna objeción a este reparto de tareas? —le preguntó Patrik a Hanna con rabia en la voz, aunque se arrepintió enseguida. Estaba tan cansado...

—No, qué va —respondió Hanna molesta, antes de que Patrik suavizara la situación—. Simplemente, a mí me parece un poco flojo el razonamiento y me gustaría tener más datos objetivos, para no correr el riesgo de perder el tiempo con una falsa pista. Es decir, yo me pregunto: ¿de verdad es lícito concluir que existe una conexión? Puede que el hecho de que las circunstancias de sus muertes respectivas sean similares sólo sea una coincidencia. Puesto que no existe ninguna relación evidente entre las víctimas, a mí me parece que todo es muy vago. Pero, claro, eso no es más que mi opinión personal. —Hanna extendió las palmas de las manos, como para indicar que se trataba de algo más que de un mero juicio.

Patrik respondió secamente, con una frialdad sorprendente incluso para él mismo:

—En tal caso, te aconsejo que te guardes tu opinión hasta nueva orden y que realices la tarea que se te ha encomendado.

Notó las miradas perplejas de todos en su espalda mientras salía del despacho de Mellberg. Y sabía que su estupefacción estaba más que justificada. Él no solía reaccionar con tanta brusquedad, pero Hanna había puesto el dedo en la llaga. ¿Y si su intuición lo conducía por un camino equivocado? Sin embargo, había algo en su interior que reforzaba su convencimiento: tenía que existir una relación entre ambos casos. Y se trataba de encontrarla.

—Ajá… —dijo Kristina en un tono más bien interrogativo, antes de, con una mueca de aversión, dar un sorbito de té.

En efecto, para sorpresa de Erica, Kristina le había explicado que había dejado de tomar café a causa de su «frágil estómago», según dijo con un suspiro mientras se daba una palmadita en el abdomen. Sin embargo, Erica sabía que era una gran bebedora de café, por lo que pensó que sería interesante comprobar cuánto iba a durar aquella decisión. Su suegra las obsequió con una prolija exposición del modo en que su delicado estómago había dejado de tolerar el café, antes de darles la espalda y dedicarse a jugar con Maja. Erica miró a Anna y alzó la vista al cielo discretamente, haciendo un esfuerzo por contenerse. Erica y Patrik jamás habían oído hablar de que Kristina tuviese un «estómago delicado», pero la mujer había leído en la revista
Allers
un artículo al respecto, y no tardó en adjudicarse todos los síntomas.

—¿Es esta niña el tesoro de su abuela? Que sí, que esta niña es el tesoro de su abuela, cuchicuchicuchi —parloteaba Kristina ante la mirada perpleja de Maja.

Había ocasiones en que a Erica le daba la impresión de que su hija ya era más inteligente que la abuela, pero, aunque con esfuerzo, se había abstenido de exponerle a Patrik tal teoría. Como si le hubiese leído el pensamiento, Kristina se volvió hacia su nuera y le clavó una mirada asesina.

—Bueno, ¿y cómo va lo de la boda esa? —dijo en un tono muy distinto al que había usado con la pequeña.

De hecho, cuando decía «la boda esa» usaba el mismo tono que si hubiera dicho «la mierda esa», expresión que comenzó a utilizar en el preciso instante en que tuvo claro que no sería ella quien mangonease todo lo relacionado con la celebración.

—Pues, gracias, va todo estupendamente —respondió Erica con la sonrisa más cordial de que fue capaz, aunque maldiciendo para sus adentros con la peor retahíla de groserías que le vino a la mente. Un vocabulario digno de un marinero.

—Vaya —replicó Kristina disgustada. Erica intuía que le había preguntado con la esperanza de oír que existía cierta amenaza de catástrofe al menos.

Anna, por su parte, se había mantenido al margen escuchando entretenida la conversación entre su hermana y la suegra de ésta, pero ahora decidió echarle un cable.

—Sí, la verdad, todo va sobre ruedas. Incluso llevamos cierto adelanto con respecto a los planes, ¿verdad, Erica?

Erica asintió con orgullo manifiesto, aunque en su interior las maldiciones habían dado paso a un gran signo de interrogación.

¿Cierto adelanto con respecto a los planes? Anna exageraba, desde luego, pero Erica disimuló su asombro ante Kristina. Había aprendido un truco que consistía en pensar en su suegra como en un tiburón. Si se le permitía que olfateara la sangre, aunque fuese de lejos, uno se arriesgaba a perder un brazo o una pierna tarde o temprano.

—Pero ¿y la música? —observó Kristina un tanto desesperada y haciendo un nuevo intento por probar el té. Con cierto descaro, Erica dio un trago de su café solo y removió el contenido más de lo necesario para que el aroma se extendiese por la habitación y llegase hasta Kristina, que estaba sentada enfrente.

—Hemos contratado a una banda de Fjällbacka para que actúe. Se llaman Garage y son muy buenos.

—Vaya —replicó Kristina molesta—. Entonces sólo tocarán esa música pop que os gusta a los jóvenes. Los mayores tendremos que retirarnos pronto, supongo.

Erica notó que Anna le daba una patadita en la pierna bajo la mesa, y no se atrevió a mirar a su hermana por no romper a reír. Y no porque considerase la situación especialmente jocosa, pero, en fin, en cierto modo, resultaba bastante cómica.

—Bueno, al menos espero que cambiéis de idea en lo que respecta a la lista de invitados. Si no invitáis a la tía Gota y a la tía Rut, no podré salir a la calle nunca más.

—¿Ah, sí? —dijo Anna en tono inocente—. Será porque Patrik tiene una relación muy estrecha con ellas, ¿no? ¿Pasaron juntos mucho tiempo cuando Patrik era pequeño?

Kristina no se esperaba un ataque tan insidioso desde ese flanco, y permaneció en silencio unos segundos, mientras reagrupaba a sus tropas para la defensa.

—Pues, la verdad, tampoco es...

Anna la interrumpió con la misma voz inocente.

—¿Cuándo las vio Patrik por última vez? No recuerdo que las haya mencionado nunca... —Anna guardó silencio y quedó a la espera de una respuesta.

Pero Kristina se vio obligada a retirarse con el ceno fruncido de indignación.

—Bueno, puede que haga bastante tiempo, sí. Creo que Patrik tendría... unos diez años, si no recuerdo mal.

—Ah, pues entonces quizá deberíamos ocupar sus puestos con gente con la que Patrik haya tenido relación durante los últimos veintisiete años, ¿no? —preguntó Erica, conteniendo el impulso de entrechocar la mano con la de su hermana.

—Sí, bueno, vosotras hacéis lo que os da la gana de todos modos —protestó Kristina enojada, consciente de que podía dar por perdido aquel punto de la agenda. Pero, ¡ay del que se rinde! De modo que, visiblemente asqueada, tomó otro sorbo de té y, con la mirada clavada en Erica, se preparó para lanzar la gran ofensiva—: Al menos espero que la dama de honor sea Lotta.

Erica miró a Anna con desesperación. Aquél era un ataque inesperado contra sus planes. Ni siquiera había considerado la posibilidad de que la hermana de Patrik fuese dama de honor. Lógicamente, ella le había reservado ese papel a Anna. Guardó silencio un instante, sopesando cómo contraatacar ante la última maniobra de Kristina, pero al final resolvió poner las cartas sobre la mesa.

—La dama de honor será Anna —declaró con serenidad—. Y en cuanto a los demás detalles relacionados con la ceremonia, ya sean cruciales o insignificantes, los mantendremos en secreto y serán una sorpresa el día de la boda.

Con expresión ofendida, Kristina hizo amago de ir a responder pero, al ver la férrea mirada de Erica, optó por contenerse y contentarse con murmurar:

—Bueno, yo sólo quería ayudar y punto. Pero como queréis prescindir de mi ayuda...

Erica no replicó. Simplemente, sonrió y tomó un sorbo de café.

Patrik fue durmiendo todo el trayecto hasta Boras. Estaba destrozado después de lo sucedido las últimas semanas y tras haber pasado la noche en vela leyendo los documentos de Gradenius. Cuando se despertó, justo a la entrada de la ciudad, tenía un dolor de cuello criminal, pues se había dormido con la cabeza apoyada en la ventanilla. Con una mueca, empezó a masajearse la zona dolorida mientras sus ojos se habituaban de nuevo a la luz.

—Estaremos allí dentro de cinco minutos —anunció Martin—. Acabo de hablar con Eva Olsson hace un momento y me ha explicado cómo llegar. No debemos de andar muy lejos.

—Bien —respondió Patrik parcamente al tiempo que se esforzaba por ordenar sus ideas para la conversación que tenían por delante. La madre de Rasmus Olsson reaccionó con verdadera expectación cuando la llamaron para preguntarle si podían ir a hablar con ella. «Por fin», les había dicho. «Por fin hay alguien que quiere escucharme.» Patrik esperaba de todo corazón que la mujer no quedase decepcionada.

Le había dado a Martin una buena descripción del camino que debían seguir, de modo que no tardaron en encontrar el bloque de pisos en el que vivía. Cuando llamaron al portero automático, les abrió enseguida. También en la segunda planta una puerta se abrió en cuanto pusieron los pies en el rellano. Una mujer menuda, de cabello oscuro, los esperaba ansiosa. Una vez hechas las presentaciones, los invitó a entrar en la sala de estar. En una mesa cubierta con un mantel de encaje, había servido café, unas tazas muy bonitas que, con toda seguridad, pertenecían a la vajilla fina, unas servilletas diminutas y tenedores de postre. Había también una preciosa jarra llena de leche y un azucarero con unas pinzas de plata. Todo era tan delicado que parecía como de una casita de muñecas. Finalmente, en una gran bandeja de porcelana con el mismo dibujo que las tazas se veían cinco clases diferentes de galletas.

—Siéntense —les dijo señalando un sofá con un estampado diminuto.

Era un piso muy silencioso. El triple cristal de las ventanas lo aislaba totalmente del ruidoso tráfico de fuera y lo único que se oía era el tictac de un viejo reloj de pared. Patrik reconoció la decoración en color dorado y la forma del reloj. Su abuela paterna tenía uno igual.

—¿Los dos toman café? De lo contrario, también tengo té. —Los miró expectante, con un interés tal por complacerlos que a Patrik se le partía el corazón, pues intuía que la mujer no recibía visitas con demasiada frecuencia.

—Sí, tomamos café, gracias —respondió con una sonrisa. Mientras ella servía las tazas con mucho cuidado, Patrik pensó que la señora Olsson tenía un aspecto tan frágil y delicado como su porcelana. No mediría más de uno sesenta y supuso que tendría entre cincuenta y sesenta años. No resultaba fácil calcularlo, pues tenía un aspecto de sufrimiento atemporal, como si el tiempo en ella se hubiese detenido. Curiosamente, la mujer pareció haberle leído el pensamiento y explicó sin que le preguntaran:

—Pronto hará tres años y medio que murió Rasmus.

Buscó con los ojos las fotos dispuestas en el gran escritorio antiguo que adornaba una de las paredes de la sala de estar. Patrik la siguió también con la mirada y enseguida reconoció al hombre de las instantáneas que le había entregado Gradenius, aunque esas fotografías no guardaban mucha similitud con las que la mujer tenía en su casa.

—¿Podría probar una galleta? —preguntó Martin.

Eva Olsson asintió y apartó la vista de las fotos.

—Claro, por favor, sírvanse lo que quieran.

Martin cogió una de las galletas y la puso en el plato de postre que tenía delante. Miró inquisitivo a Patrik, que respiró hondo, como para hacer acopio de la fuerza necesaria.

—Bueno... como le dijimos por teléfono, hemos empezado a investigar más a fondo la muerte de Rasmus —comenzó.

—Sí, ya veo —respondió Eva con un destello en sus tristes ojos—. Lo que no entiendo es que sea la policía de... Tanumshede, ¿no?, la que investigue su muerte. ¿No tendría que hacerlo la de Boras?

—Sí, bueno, formalmente, así tendría que ser. Pero la investigación se archivó aquí en Boras, y en nuestro distrito tenemos un caso que presenta ciertas coincidencias.

—¿Otro caso? —preguntó Eva tan desconcertada que se quedó con la taza a medio camino hacia la boca.

—Sí, no puedo entrar en detalles por el momento —se apresuró a explicar Patrik—. Pero nos sería de gran ayuda que pudiera contarnos todo lo sucedido en torno a la muerte de Rasmus.

—Ajá... —dijo la mujer en tono vacilante.

Patrik comprendía que, por mucho que se alegrase de que ahora volvieran a investigar el caso, le horrorizaba tener que evocar todos aquellos recuerdos. Le concedió unos minutos para que ordenase sus ideas y aguardó pacientemente. Al cabo de un rato, la mujer comenzó a hablar con voz temblorosa.

—Fue hace tres años, el 2 de octubre, bueno, hace casi tres años y medio... Rasmus... En fin, vivía conmigo. No acababa de arreglárselas solo para llevar su casa, así que vivía conmigo. Acudía a su trabajo a diario. Salía a las ocho en punto todas las mañanas. Llevaba ocho años trabajando en el mismo establecimiento, y le gustaba mucho. Eran tan amables con él... —Eva sonrió ante aquel recuerdo—. Solía llegar a casa sobre las tres. Jamás se retrasó más de diez minutos. Nunca. Así que... —En este punto, se le quebró la voz, pero se serenó enseguida y pudo continuar—. Así que, cuando dieron las tres y cuarto, luego las tres y media, y, finalmente, las cuatro... Supe que algo no iba bien. Que había sucedido algo. Y llamé a la policía de inmediato. Pero ellos, bueno, no quisieron escucharme. Me dijeron que no tardaría en volver a casa, que, como adulto que era, no podían emitir la orden de búsqueda tan pronto, «con indicios tan poco sólidos». Eso dijeron exactamente, «con indicios tan poco sólidos». Yo creo que no hay indicios más sólidos que la intuición de una madre, pero claro, yo qué sé... —se interrumpió y exhibió una pálida sonrisa.

—¿Cómo...? —balbució Martin, buscando la expresión adecuada—. ¿Cuánta ayuda necesitaba Rasmus en el día a día?

—¿Quiere decir qué grado de retraso mental sufría? —preguntó Eva sin ambages.

Martin asintió incómodo.

—Pues, al principio, ninguno en absoluto. Rasmus obtenía las mejores calificaciones posibles en la mayoría de las asignaturas y, además, a mí me ayudaba muchísimo en casa. Siempre estuvimos los dos solos, desde el principio —dijo con otra sonrisa, tan llena de amor y de dolor que Patrik tuvo que apartar la vista—. Fue a partir de un accidente de tráfico en el que se vio involucrado a los dieciocho años cuando empezó a mostrarse... cambiado. Sufrió una lesión en el cráneo y nunca volvió a ser el que era. Era incapaz de cuidarse solo, de seguir adelante con su vida, de mudarse de la casa de su madre, como los demás chicos de su edad. Rasmus se quedó conmigo. Y entre los dos nos construimos una vida a nuestra manera. Una buena vida, diría yo que pensaba Rasmus también. O, en cualquier caso, la mejor, dadas las circunstancias. Claro que tenía sus malos momentos... pero los pasábamos juntos.

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