Crimen En Directo (35 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

Y sí, vaya si la cosa se disparó... Mellberg llegó a creer en algún momento que se había muerto y que estaba en el cielo. Ya entrada la noche, se durmió con una sonrisa en los labios y se abandonó a una hermosa ensoñación con Rose-Marie como protagonista. Por primera vez en su vida, Mellberg era feliz en los brazos de una mujer. Se dio media vuelta y se puso a roncar. En la oscuridad, a su lado, yacía Rose-Marie mirando al techo. Ella también sonreía.

—¿Qué cojones es esto? —bramó Mellberg al entrar en la comisaría hacia las diez de la mañana. No es que fuera un gran madrugador en condiciones normales, pero aquella mañana parecía más cansado que de costumbre—. ¿Lo habéis visto? —preguntó agitando un periódico. Pasó como un rayo por delante de Annika y entró en tromba en el despacho de Patrik sin llamar a la puerta.

Annika estiró el cuello para tener algo de perspectiva de lo que ocurría, pero sólo oyó maldiciones sueltas procedentes del despacho de Patrik.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Patrik tranquilamente, cuando Mellberg dejó por fin de soltar improperios. Le indicó a su jefe que se sentara. Mellberg parecía a punto de sufrir un infarto en cualquier momento y aunque Patrik, en momentos de debilidad, deseaba que Mellberg perdiera la vida, no quería, en el fondo, que éste cayese muerto en su despacho.

—¿Has visto esto? Esos mierdas... —Mellberg estaba tan enfadado que no era capaz de pronunciar palabra y, simplemente, estampó el periódico en la mesa de Patrik. Sin saber lo que contenía el diario, pero lleno de malos presentimientos, Patrik le dio la vuelta para leer lo que decía la primera página. Cuando vio los titulares en negro, él mismo sintió crecer la ira en su pecho.

—¡Qué cojones! —estalló Patrik.

Mellberg asintió y se desplomó en la silla, enfrente de Patrik.

—¿De dónde demonios han sacado esto? —le preguntó agitando él también el periódico.

—No lo sé —respondió Mellberg—. Pero cuando pille a ese hijo de perra...

—¿Qué más dice? A ver, déjame que vea las páginas centrales. —Patrik hojeó nervioso las páginas y leyó cada vez más iracundo—. Menudos... menudos hijos de perra.

—Sí, una institución fenomenal, el tercer poder estatal —ironizó Mellberg meneando la cabeza.

—Esto tiene que verlo Martin —dijo Patrik poniéndose de pie. Se asomó al pasillo, llamó al colega y volvió a sentarse.

Unos segundos más tarde llegó Martin.

—¿Sí? —preguntó sorprendido. Sin decir una palabra, Patrik le mostró el diario.

Martin leyó en voz alta:

—«¡Exclusiva! Hoy, selección de fragmentos del diario de la víctima. ¿Reconoció la joven a su asesino?» —Martin se quedó mudo y miró incrédulo a Patrik y a Mellberg.

—En las páginas centrales encontrarás los párrafos del diario —observó Patrik con amargura—. Mira, aquí. Léelo. —Le tendió el periódico a Martin y tanto Patrik como Mellberg guardaron silencio mientras leía.

—¿Será verdad? —preguntó Martin cuando hubo terminado—. ¿Creéis que es auténtico? O sea, ¿tenía Lillemor un diario o será una invención del periódico?

—Eso es lo que vamos a averiguar. Ahora mismo —repuso Patrik levantándose—. ¿Quieres venir, Bertil? —le preguntó, cumpliendo con su deber de subordinado.

Mellberg pareció sopesarlo durante un segundo, pero se decidió enseguida.

—Pues... no, tengo algunas cosas que hacer, así que id vosotros.

A juzgar por lo cansado que parecía estar, la más importante de las tareas que Mellberg pensaba abordar sería sin duda echar una cabezadita, pensó Patrik. Pero, en el fondo, se alegraba de que no los acompañara.

—Bien, pues vamos —le dijo Patrik a Martin.

Fueron caminando a buen paso hasta la granja. La comisaría se hallaba en un extremo de la pequeña calle comercial de Tanumshede, y la granja en el otro, de modo que no les llevaba ni cinco minutos ir hasta allí. Lo primero que hicieron fue llamar a la puerta del autobús, que la productora tenía permanentemente aparcado allí. En el mejor de los casos, el productor estaría dentro. De lo contrario, tendrían que llamarlo.

Hubo suerte, pues la voz que les respondió invitándolos a entrar era sin duda la de Fredrik Rehn. Estaba repasando la emisión del día siguiente con uno de los técnicos y, cuando entraron, se volvió hacia ellos enojado.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó dándoles a entender que la investigación de la policía no era sino una molestia para el desarrollo de su trabajo. O, más bien, que le encantaba el interés que la investigación despertaba por la serie, pero que detestaba los momentos en que la policía les hacía perder el tiempo a él y a los participantes.

—Queremos hablar con ustedes. Y con los chicos. Llame a todo el grupo y dígales que vengan a la granja. Ahora. —La paciencia de Patrik estaba definitivamente agotada y no pensaba perder tiempo en ser cortés.

Fredrik Rehn, que no era consciente de la magnitud de la ira a la que se enfrentaba, empezó a protestar con una vocecilla quejosa.

—Ahora están en el trabajo. Y, además, estamos grabando, de modo que no pueden...

—¡He dicho AHORA! —rugió Patrik de modo que tanto Rehn como el técnico se llevaron un susto.

Mascullando y muy a disgusto, el productor empezó a llamar a los móviles que les habían proporcionado a los participantes. Después de cinco llamadas, se volvió hacia Patrik y Martin y declaró indignado:

—Bueno, misión cumplida. Estarán aquí dentro de unos minutos. ¿Puedo saber qué es tan importante como para que vengan a interrumpir un proyecto que vale millones y que, además, cuenta con el respaldo de la autoridad municipal, puesto que también supone grandes ventajas para la comarca?

—Se lo contaré dentro de unos minutos, cuando todos estemos reunidos ahí dentro —replicó Patrik, que salió del autobús seguido de Martin. Con el rabillo del ojo vio que Fredrik Rehn se abalanzaba de nuevo sobre el teléfono.

Fueron llegando uno tras otro, algunos irritados por verse convocados con tan poco margen, y otros, como Uffe y Calle, contentos con la interrupción de su jornada laboral.

—¿Qué pasa? —preguntó Uffe sentándose en el borde del escenario. Sacó un paquete de cigarrillos y se disponía a encender uno cuando Patrik lo interrumpió arrebatándoselo de la boca y arrojándolo a la papelera.

—Aquí dentro está prohibido fumar.

—¡Qué mierda! —replicó Uffe indignado, aunque sin atreverse a protestar más. Había algo en la actitud de Patrik y de Martin que le decía que no los habían hecho ir allí para hablar de la normativa de prevención de incendios.

Justo ocho minutos después de que Patrik hubiese llamado a la puerta del autobús, entró el último de los participantes.

—Pero ¿qué pasa? ¡Esto parece un entierro, joder! —dijo Tina entre risas antes de sentarse en una de las camas.

—Cierra el pico, Tina —le espetó Fredrik Rehn, que se apoyó en la pared con los brazos cruzados. Estaba decidido a que aquella interrupción fuese lo más breve posible. Y ya había empezado a llamar a sus contactos. No pensaba aguantar atropellos de la policía. Le pagaban demasiado bien para aguantar esas cosas.

—Estamos aquí porque queremos una respuesta —comenzó Patrik mirando a su alrededor y fijando la vista unos segundos en cada uno de los participantes—. Quiero saber quién de vosotros encontró el diario de Lillemor. Y quién se lo ha vendido a un periódico vespertino.

Fredrik Rehn frunció el entrecejo. Parecía desconcertado.

—¿Un diario? ¿De qué coño de diario habla?

—Del diario que hoy ha publicado parcialmente
Kvállstidningen
—respondió Patrik sin mirarlo—. El que anuncian todas las primeras planas de hoy

—¡Vaya! ¿Hoy salimos en primera página? ¡Joder, qué bien! Eso tengo que verlo yo.

Una mirada de Martin bastó para que guardase silencio, aunque le costaba contener la sonrisa. Una primera plana era oro molido en su sector. Ninguna otra cosa daba tanta audiencia.

Todos los participantes callaban. Uffe y Tina eran los únicos que miraban a los policías. Jonna, Calle y Mehmet bajaron la cabeza con gesto abatido.

—Si no me decís dónde se hallaba el diario, quién lo encontró y dónde está ahora, haré cuanto esté en mi mano para cerrar esta guardería inmediatamente —continuó Patrik—. Habéis podido seguir sólo porque nosotros os lo hemos permitido, pero si no habláis ahora mismo... —Dejó la frase inconclusa.

—Joder, venga, hombre —intervino Fredrik Rehn un tanto estresado—. Si sabéis algo, hablad ahora mismo. Si alguno de vosotros sabe algo y no lo dice, le haré la vida imposible al que sea y me las arreglaré para que no tenga ni la más remota posibilidad de salir en televisión. —Bajó la voz y, en un susurro amenazador, insistió—: El que no hable ahora está acabado, ¿lo habéis pillado?

Todos se revolvieron nerviosos. El silencio resonaba en la gran sala de la granja. Finalmente, Mehmet carraspeó.

—Fue Tina. Yo la vi cogerlo. Barbie lo tenía debajo del colchón.

—¡Cállate la boca! ¡Cállate la boca, negro de mierda! —lo amenazó Tina con una mirada llena de odio—. ¡No pueden hacer nada! ¿Es que no lo entiendes? ¡Joder, eres un imbécil integral! No tenías más que cerrar el pico...

—¡Ahora eres tú la que tiene que cerrar el pico! —rugió Patrik acercándose a Tina, que obedeció por primera vez un tanto asustada—. ¿A quién le entregaste el diario?

—No debería revelar mis fuentes —masculló Tina en un último intento por hacerse la dura.

—Pero si la fuente eres tú... —observó Jonna lanzando un suspiro. Seguía mirando al suelo sin importarle la mirada asesina de Tina.

Patrik repitió su pregunta, subrayando cada sílaba, como si estuviese hablándole a un niño pequeño:

—¿A-quién-le-en-tre-gas-te-el-dia-rio?

Finalmente, y muy a su pesar, Tina le dijo el nombre del periodista y Patrik se dio la vuelta sin malgastar una sola palabra más con ella. Si empezaba a hablar, temía no poder parar nunca.

Cuando Martin y él pasaron por delante de Fredrik Rehn, este les preguntó amedrentado:

—Y... bueno... ¿qué va a pasar ahora? ¿No hablaría en serio cuando...? Quiero decir que podremos continuar, ¿no? Mis jefes... —Rehn comprendió que no lo escuchaban y guardó silencio.

Ya en la puerta, antes de salir, Patrik se dio la vuelta: —Sí, sigan haciendo el ridículo en la televisión. Pero si entorpecen o impiden esta investigación una vez más, de la manera que sea... —Dejó la amenaza en el aire, sin pronunciarla expresamente.

Allí se quedaron todos, mudos y abatidos. Tina parecía herida, pero en la mirada que le lanzó a Mehmet se leía que aún no había dicho la última palabra.

—Venga, volved al trabajo. Tenemos que recuperar el tiempo de grabación perdido. —Fredrik Rehn los echó de la sala y todos se encaminaron apesadumbrados hacia la calle Affársvägen.
The show must go on.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Simon preocupado mientras Mehmet volvía a ponerse el delantal.

—Nada. Una mierda.

—¿A vosotros os parece que esto es normal? ¿Seguir grabando después de la muerte de una de las chicas? A mí me parece un poco...

—¿Un poco qué? —preguntó Mehmet—. ¿Insensible? ¿De mal gusto? —insistió alzando la voz—. Y que no somos más que una panda de imbéciles con encefalograma plano que beben y follan delante de las cámaras y hacemos el ridículo voluntariamente, ¿verdad? Eso es lo que piensas, ¿no? ¿Y no se te ha ocurrido pensar que quizá sea mejor que lo que tenemos en casa? ¿Que es una oportunidad de huir de algo con lo que tendremos que enfrentarnos de todos modos? —Se le quebró la voz y Simon lo sentó amablemente en una silla de la trastienda.

—A ver, ¿qué supone esto para ti, en realidad? —preguntó sentándose enfrente de Mehmet.

—¿Para mí? —la voz de Mehmet destilaba amargura—. Se trata de rebelarme. De pisotear todo lo que tiene algún valor. De pisotearlo hasta que ya nada me impulse a pegar los fragmentos. —Se cubrió la cara con las manos, sollozando. Simon le acarició la espalda despacio, rítmicamente.

—No quieres vivir la vida a la que te quieren obligar, ¿es eso?

—Sí y no. —Mehmet miró a Simon—. No es que me obliguen, ni que me amenacen con enviarme a mi país ni nada de eso que los suecos creéis que hacen todos los extranjeros. Es más bien una cuestión de expectativas. Y de sacrificios. Mis padres han sacrificado mucho por nosotros, por mí. Para que nosotros, sus hijos, tuviéramos una vida mejor, llena de posibilidades. Lo dejaron todo. Su hogar, sus familias, el respeto que gozaban entre sus iguales, sus trabajos, todo. Sólo para que nosotros tuviéramos una vida mejor. Para ellos, todo empeoró. Y yo lo veo. Veo la añoranza en sus miradas. Veo Turquía en sus miradas. Para mí no significa tanto, puesto que nací aquí. Turquía es un lugar al que vamos en verano, pero no lo llevo en el corazón. Sin embargo, éste tampoco es mi hogar, este país en el que debo cumplir sus sueños, sus esperanzas. No tengo cabeza para los estudios. Mis hermanas sí, pero, por irónico que parezca, yo, el hijo varón, no la tengo. El portador del apellido paterno. El que lo ha de transmitir. Yo sólo quiero trabajar con mis manos, no tengo grandes ambiciones. Me doy por satisfecho con volver a casa y sentir que he hecho algo con mis propias manos. No puedo estudiar. Y ellos se niegan a entenderlo. Así que tengo que destrozar el sueño de una vez por todas. Pisotearlo. Hasta que quede hecho añicos. —Las lágrimas corrían por sus mejillas y el calor que le transmitían las manos de Simon no consiguió más que intensificar su dolor. Estaba tan cansado de todo. Tan cansado de no ser suficiente. Tan cansado de mentir sobre quién era...

Levantó la cabeza muy despacio. La cara de Simon quedó a tan sólo unos centímetros de la suya. Simon lo miró inquisitivo a los ojos mientras, con la mano, que olía a bollos recién hechos, secaba las lágrimas de sus mejillas. Entonces, los labios de Simon rozaron vacilantes los suyos. Mehmet quedó sorprendido al sentir que aquello era lo correcto. Después se perdió en una realidad de la que había tenido una vaga idea hasta entonces, pero que jamás se había atrevido a ver en su totalidad.

—Quisiera hablar unos minutos con Bertil. ¿Está en su despacho? —preguntó Erling guiñándole un ojo a Annika.

—Pasa —le respondió Annika con parquedad—. Ya sabes dónde está.

—Gracias —respondió Erling con otro guiño. No terminaba de explicarse por qué su encanto no surtía efecto sobre Annika, pero se consolaba pensando que se trataría, sin duda, de una cuestión de tiempo.

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