Crimen En Directo (42 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

—¡Bienvenidos! —Erling los fue invitando a entrar agitando la mano y se irguió un poco más al ver a los cámaras que entraron detrás—. A Viveca y a mí nos alegra tanto que hayáis querido venir a esta modesta cena de bienvenida en nuestra sencilla morada —añadió en dirección a la cámara con un cacareo. Los telespectadores apreciarían sin duda el hecho de poder adentrarse en la vida de
the rich and famous,
como él mismo le dijo a Fredrik Rehn cuando le propuso la idea. Naturalmente, a Fredrik le pareció genial. Invitar a los participantes a una cena de despedida en la casa del pez gordo del Consejo Municipal era, desde luego, de lo más apropiado—. Vamos, vamos, entrad —insistió conduciéndolos hasta la sala de estar—. Viveca no tardará en ofreceros una copa de bienvenida. ¿O acaso no bebéis? —dijo con un guiño y soltando una carcajada ante su propia ocurrencia.

Satisfecho, pensó que los telespectadores comprenderían que no era el estereotipo de funcionario municipal triste y aburrido enfundado en su traje no menos gris. No, él sabía animar el ambiente. En las conferencias siempre era él quien contaba las mejores anécdotas en la sauna de los chicos, sí, todos los empresarios lo conocían por sus bromas. Un
killer,
pero de los graciosos.

—Mira, ya viene Viveca con las copas —añadió señalando a su mujer, que aún no había pronunciado una sola palabra. Habían mantenido una pequeña charla sobre ello antes de que llegaran los invitados y el equipo de los cámaras. Debía mantenerse apartada y dejar que él brillase en solitario. No en vano era el artífice de todo aquello—. He pensado ofreceros la posibilidad de probar una bebida de adultos —continuó con una risita—. Un auténtico Dry Martini, o un
draja,
como solíamos llamarlo en Estocolmo. —Volvió a reír, demasiado alto esta vez, pero quería estar seguro de que su voz llegaba a la pantalla. Los muchachos olisquearon cautos la bebida, en cuya superficie flotaba una aceituna ensartada en un palillo.

—¿Hay que comerse la aceituna? —preguntó Uffe arrugando la nariz con repulsión.

Erling sonrió.

—No, qué va, puedes dejarla ahí. Es más bien un adorno. —Uffe asintió sin más y apuró la copa procurando evitar la aceituna.

Algunos siguieron su ejemplo y Erling comenzó a hablar, un tanto desconcertado:

—Bueno, yo había pensado daros la bienvenida con un brindis, pero se ve que algunos teníais sed. En fin, ¡salud! —Alzó un poco más su copa, recibió un murmullo indefinido por respuesta y dio un sorbito a su Dry Martini.

—¿Puedo tomarme otro? —preguntó Uffe tendiéndole la copa a Viveca. La mujer miró a Erling, y éste asintió. ¡Qué puñetas! Había que dejar que los chicos se divirtieran un poco.

Justo para el postre, empezó a apoderarse de Erling W. Larson cierta sensación de arrepentimiento. Era verdad que tenía un vago recuerdo de que, en su reunión con Fredrik Rehn, éste le había advertido de que se guardase de servirles a los chicos demasiado alcohol durante la cena, pero desechó tontamente las objeciones de Rehn. Si no recordaba mal, pensó que nada podía ser peor que aquella ocasión, en 1998, cuando toda la dirección fue a Moscú en viaje de negocios. En realidad, lo que sucedió entonces estaba aún muy poco claro, pero él conservaba algún recuerdo fragmentario, que incluía caviar ruso, una cantidad bestial de vodka y un prostíbulo. Sin embargo, Erling no reparó en que una cosa era emborracharse en terreno ajeno y otra muy distinta tener a cinco jóvenes borrachos en su propia casa. La comida en sí había sido algo similar a una catástrofe. El canapé de huevas de salmón apenas lo habían tocado, el
risotto
con vieiras fue recibido con amagos de vomitona a modo de efectos de sonido, sobre todo de aquel bárbaro de Uffe, y ahora parecían haber alcanzado el culmen, ya que desde el baño se oían las arcadas de una vomitona de verdad. Teniendo en cuenta que al menos el postre sí se lo habían comido, se imaginó horrorizado cómo quedaría la
mousse
de chocolate en las flamantes y preciosas teselas del cuarto de baño.

—¡Pero si tenías más vino, Erla el perla! —balbució Uffe con voz gangosa saliendo triunfal de la cocina con una botella recién abierta. Con una sensación de vértigo en el estómago, Erling constató que a Uffe se le había ocurrido descorchar uno de los mejores reservas que tenía y, por ende, uno de los más caros. Sintió la efervescencia de la rabia, pero se contuvo al notar que la cámara lo filmaba en primer plano, seguramente con la esperanza de grabar una reacción de ese estilo.

—Fíjate, ¡qué suerte! —observó sereno y con una sonrisa forzada. Acto seguido, lanzó una mirada suplicante a Fredrik Rehn. Sin embargo, el productor debió de pensar que el consejero se lo tenía bien merecido y le tendió a Uffe la copa vacía para que se la llenase.

—Sírveme un poco, Uffe —pidió sin mirar a Erling.

—Y a mí —dijo Viveca, que había guardado silencio durante la cena, mirando desafiante a su marido. Erling estallaba por dentro. Aquello era un motín, pensó antes de sonreír a la cámara.

Faltaba menos de una semana para la boda. Erica empezaba a sentirse un tanto nerviosa, aunque la intendencia estaba bajo control. Anna y ella habían trabajado como animales para organizado todo, las flores, las tarjetas de distribución en las mesas, el alojamiento de los invitados, la orquesta, todo, todo, todo. Erica observó preocupada a Patrik, que estaba desayunando enfrente de ella y mordisqueaba absorto un bocadillo. Le había preparado un chocolate y una rebanada de pan ácimo con queso y huevas, la combinación favorita de Patrik, que a Erica le producía náuseas. Pero ahora estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que Patrik ingiriese algún alimento. Desde luego, no tendría ningún problema para entrar en el frac, se decía Erica.

Los últimos días, Patrik había deambulado por la casa como un espectro. Llegaba, comía, se acostaba y se levantaba al alba para ir a la comisaría. Se lo veía agotado y ojeroso, marcado por el cansancio y la frustración, y Erica había empezado a percibir también cierta resignación. La semana anterior Patrik le había contado que tenía que existir otra víctima. Habían vuelto a lanzar una consulta a todas las comisarías del país, pero sin resultado. Lleno de desesperanza, le explicó cómo habían revisado el material de que disponían una, dos, tres, mil veces, sin hallar nada que les permitiese avanzar en la investigación. Gösta habló por teléfono con la madre de Rasmus, pero tampoco a ella le sonaban los nombres de Elsa Forsell y Börje Knudsen. Se habían estancado.

—¿Qué tenéis hoy en la agenda? —preguntó Erica tratando de mantener un tono neutro.

Patrik mordisqueaba como un ratón la tostada de pan duro, aunque, después de un cuarto de hora, sólo llevaba la mitad. Presa del abatimiento, le dijo:

—Esperar un milagro.

—Pero ¿no podéis pedir ayuda externa? Me refiero a los demás distritos afectados. O de la policía judicial central, ¡o algo!

—He estado en contacto con Lund, Nyköping y Boras. Y están trabajando en ello. Y la central... bueno, es que yo confiaba en que seríamos capaces de resolverlo nosotros solos, pero parece que tendremos que pedir refuerzos. —Absorto en sus pensamientos, dio un mordisco minúsculo a la tostada. Erica no pudo por menos de inclinarse y acariciarle la mejilla.

—¿Sigues queriendo que lo hagamos el sábado?

La miró sorprendido, su expresión se dulcificó enseguida y, besándole la palma de la mano, le dijo:

—Cariño, ¡claro que quiero! El sábado será un día precioso, el mejor de nuestra vida, después del día en que nació Maja, claro. Y me sentiré feliz y animado, y no pensaré más que en ti y en nuestra boda. No te preocupes por eso, de verdad que tengo muchas ganas.

Erica le dirigió una mirada escrutadora, pero sólo vio sinceridad en su semblante.

—¿Seguro?

—Seguro. —Patrik sonrió—. Y no creas que no sé lo mucho que habéis trabajado Anna y tú.

—Bueno, tú has estado ocupado con tus cosas. Y, además, creo que ha sido muy beneficioso para Anna —repuso Erica echando una ojeada a la sala de estar, donde Anna se había enroscado con Emma y Adrian para ver un programa infantil. Maja aún dormía y, pese al abatimiento de Patrik, a Erica le pareció un lujo disponer de unos minutos para estar a solas con él—. ¿Sabes? Me gustaría... —No terminó la frase. Patrik la miró y le leyó el pensamiento.

—Te gustaría que tus padres hubiesen estado con nosotros.

—Sí. O, bueno... Si he de ser sincera, me gustaría que mi padre hubiese podido estar aquí. Mi madre, en cambio, habría mostrado el mismo desinterés que siempre mostró por los asuntos de Anna y por los míos.

—¿Habéis hablado Anna y tú de por qué Elsy se comportaba así?

—No —respondió Erica reflexiva—. Pero yo he pensado mucho en ello. En por qué sabemos tan poco sobre la vida de mi madre antes de que conociera a mi padre. Lo único que nos dijo fue que nuestros abuelos maternos llevaban muchos años muertos. Anna y yo no sabemos más. Ni siquiera hemos visto nunca una fotografía. ¿No te parece extraño?

Patrik asintió.

—Sí, desde luego, es muy raro. Podrías investigar un poco en el árbol genealógico, ¿no? A ti se te da bien indagar en esas cosas y recabar información. No tienes más que ponerte manos a la obra en cuanto nos hayamos librado de la boda.

—¿En cuanto nos hayamos librado? —preguntó Erica en tono ominoso—. ¿Te parece que nuestra boda es algo de lo que haya que «librarse»?

—No —respondió Patrik, aunque no se le ocurrió una respuesta mejor formulada. En silencio, mojó la tostada de queso y huevas en el chocolate. Sabía cuándo le convenía callar. Dejar que la comida le cerrase la boca...

—En fin, hoy se acaba lo bueno.

Lars quería verse con ellos en un ambiente menos tenso que de costumbre, y los invitó a merendar en el Pappas Lunchcafé, que, naturalmente, se encontraba en la calle Affärsvágen de Tanumshede.

—Ya tenía ganas de largarme de aquí, joder —dijo Uffe antes de meterse en la boca un dulce de mazapán.

Jonna lo miró asqueada y le dio un mordisco a una manzana.

—¿Qué planes tenéis? —preguntó Lars tomando un sorbo de té. Los chicos vieron fascinados que ponía seis terrones de azúcar en la taza.

—Lo de siempre —respondió Calle—. Volver a casa, ver a los amigos. Salir de bares. Las tías del Kharma me echan de menos —dijo con una sonrisa, aunque algo inerte y lleno de desesperanza se apreciaba en sus ojos.

A Tina, en cambio, le brillaron al decir:

—¿No es ahí donde suele ir la princesa Madeleine?

—Sí, claro, Madde suele ir al Kharma —confirmó Calle con desinterés—. Antes salía con un amigo mío.

—¿De verdad? —preguntó Tina impresionada. Por primera vez, en algo más de un mes, miraba a Calle con cierto respeto.

—Sí, pero él terminó dejándola. Su mamá y su papá se metían demasiado a todas horas.

—¿Su mamá y...? ¡Oooh! —exclamó Tina con los ojos como platos—. ¡Qué pasada!

—Bueno, y tú, ¿qué vas a hacer? —le preguntó Lars a Tina. La joven se encogió de hombros.

—Yo me voy de gira.

—De gira —repitió Uffe en tono jocoso y burlón al tiempo que cogía otro mazapán—. Irás con Drinken y cantarás una canción por noche y luego te pasarás el resto del tiempo en la barra. Yo no lo llamaría irse de gira...

—Oye, que hay un montón de bares interesados en que vaya a cantar
I Want to Be Your Little Bunny,
que lo sepas —replicó Tina—. Drinken me dijo que, además, vendrán un montón de tíos de las discográficas.

—Ya, claro, y lo que dice Drinken siempre es verdad. —Se burló Uffe poniendo los ojos en blanco.

—Joder, ¡qué a gusto me voy a quedar cuando te pierda de vista! Eres siempre tan... negativo —le espetó Tina antes de darle la espalda con desprecio. Los demás disfrutaban del espectáculo.

—¿Y tú, Mehmet? —Todas las miradas se volvieron hacia Mehmet, que no había abierto la boca desde que llegaron a la cafetería.

—Yo me quedo aquí —respondió preparado para la reacción, que no se hizo esperar.

Cinco pares de ojos incrédulos lo observaron atónitos.

—¿Qué? ¿Que te vas a quedar... ¡aquí!? —Calle lo miraba como si Mehmet se hubiese transformado en rana delante de sus narices.

—Sí, me quedo trabajando en el horno. Voy a alquilar mi apartamento un tiempo, a ver.

—¿Y dónde piensas vivir aquí? ¿Con Simon...? —Las palabras de Tina resonaron en el local y Mehmet sembró la perplejidad con su silencio—. O sea, que sí que te quedas con él... ¿Qué pasa, que estáis juntos?

—¡No, no estamos juntos! —desmintió Mehmet—. Aunque eso no te incumbe a ti, de todos modos. Sencillamente, somos... colegas.


Simon and Mehmet, Sitting in a Tree, K-I-S-S-I-N-G
—cantó Uffe riéndose de tal modo que por poco se cae de la silla.

—Oye, deja en paz a Mehmet —dijo Jonna casi en un susurro con el que, curiosamente, hizo callar a los demás—. Yo creo que eres muy valiente, Mehmet. Eres el mejor de todos nosotros.

—¿Qué quieres decir, Jonna? —preguntó Lars con la cabeza ladeada en un gesto amable—. ¿En qué sentido es el mejor?

—Lo es y punto —respondió Jonna tirándose de las mangas del jersey—. Es un tío legal. Y bueno, eso.

—¿Es que tú no eres buena? —quiso saber Lars. Su pregunta parecía tener muchos sentidos ocultos.

—No —dijo Jonna en voz baja. Una vez más, recreó mentalmente la escena desarrollada delante de la finca, el odio que sintió hacia Barbie, lo herida que se sintió al saber lo que Barbie había ido diciendo de ella y su deseo de hacerle daño. Experimentó una satisfacción auténtica cuando le sesgó la piel con el cuchillo. Si hubiese sido buena, no lo habría hecho. Pero no dijo nada al respecto, sino que se puso a observar los coches que pasaban al otro lado de la ventana. Los cámaras ya habían recogido su equipo y se habían marchado. Y eso haría ella ahora, marcharse a casa. A un piso enorme y desierto. A las notas de la cocina con la recomendación de que no esperase levantada. A los folletos informativos sobre diversas carreras universitarias que le dejaban en la mesa de la sala de estar. Al silencio.

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