Crimen En Directo (45 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #novela negra

—Es decir, que alguien se dedica a asesinar a gente que ha matado a alguien por conducir borracho. Pero esos delitos al volante se extienden desde el primer accidente, hace treinta y cinco años, hasta... ¿cuándo fue el último?

—Hace diecisiete años —dijo Patrik—. Rasmus Olsson.

—Y por toda Suecia. —Constató Erica pensativa, sin dejar de remover el contenido de la olla—. Desde Lund hasta aquí. ¿Cuándo tuvo lugar el primer asesinato?

—Hace diez años —respondió Patrik observando atentamente a su futura esposa. Erica estaba acostumbrada a manejar datos y a analizarlos, y él solía recurrir a su sagacidad.

—O sea, que el asesino se mueve a lo largo de una zona muy extensa, sus crímenes están alejados en el tiempo y lo único que las víctimas tienen en común es que los han asesinado por haber causado una muerte accidental al conducir bebidos.

—Exacto, así es —suspiró Patrik. Al oír la síntesis de Erica, tomó conciencia de lo imposible que era la situación. Mezcló las verduras en una fuente y la colocó en la mesa—. No olvides que seguramente nos falte una víctima —le dijo en voz baja al tiempo que se sentaba—. Lo más probable es que se trate de la víctima número dos, a la que aún no hemos encontrado. Bueno, yo estoy seguro de que es así. Se nos ha escapado uno.

—¿No hay manera de obtener más información de las páginas del cuento? —Quiso saber Erica mientras colocaba la olla humeante sobre un salvamanteles.

—Parece que no —dijo Patrik—. Así que ahora tengo todas mis esperanzas puestas en que la información sobre el accidente de Elsa Forsell aporte algún dato que nos permita seguir avanzando. Ella fue la primera víctima, y algo me dice que por esa razón es la más significativa.

—Sí... puede que tengas razón —convino Erica antes de llamar a Anna y a los niños. Ya hablarían después.

Habían pasado dos días desde que supieron lo que tenían en común las víctimas del asesino en serie. La euforia inicial se fue apagando, sustituida por cierto abatimiento. Aún seguían sin comprender por qué tanta dispersión geográfica. ¿Acaso se dedicaba el asesino a viajar por toda Suecia en busca de sus víctimas o había vivido en todas esas ciudades? Aún eran demasiados los interrogantes. Habían leído con lupa todo el material disponible sobre los accidentes en que habían estado involucradas las víctimas, pero no hallaron nada que las vinculase. Patrik se sentía inclinado a pensar que no existía ninguna relación personal entre los asesinatos, sino que el asesino era una persona rebosante de odio que, de forma totalmente arbitraria, había elegido a una serie de víctimas en razón de sus acciones. De ser así, el asesino no tenía en cuenta que varias de las víctimas hubiesen demostrado arrepentimiento sincero después del suceso. Elsa había vivido cargando con la culpa y buscó el perdón en la religión. Marit jamás volvió a probar el alcohol, y lo mismo ocurrió con Rasmus, que, de todos modos, no podía beber a causa de las lesiones provocadas por el accidente. Börje era la excepción. Él continuó bebiendo y continuó conduciendo bebido y no parecía vivir preocupado por la niña cuya muerte debía llevar en su conciencia.

Sin embargo, era imposible sacar ninguna conclusión, puesto que faltaba una de las víctimas para tener la imagen completa. Cuando el teléfono sonó a las nueve de la mañana del miércoles, Patrik no tenía ni idea de que aquella llamada le brindaría la última pieza del rompecabezas.

—Aquí Patrik Hedström —respondió, y tapó enseguida el micrófono con la mano, para que la persona que llamaba no lo oyese bostezar. Por esa razón no oyó bien el nombre—. Perdón, me ha dicho que se llama...

—Vilgot Runberg, soy comisario de Ortboda.

—¿Ortboda? —repitió Patrik buscando febrilmente en un mapa mental del país.

—A las afueras de Eskilstuna —explicó el comisario un tanto impaciente—. Pero es una comisaría pequeña, sólo somos tres.

El comisario apartó la boca del auricular para toser y, un segundo después, prosiguió: —Resulta que acabo de volver de dos semanas de vacaciones en Tailandia.

—¿Ajá? —respondió Patrik preguntándose adonde conduciría aquella conversación.

—Sí, por eso no había visto vuestra consulta hasta ahora.

—Ajá —dijo Patrik con renovado interés. Sintió la expectación ante lo que intuía que iba a oír.

—Sí, los muchachos son relativamente nuevos en la zona, así que no sabían nada del asunto, pero yo conozco el caso, sin duda. Yo mismo dirigí la investigación, hace ocho años.

—¿Qué caso? —preguntó Patrik, cuya respiración sonaba ahora entrecortada y superficial. Se apretó el auricular contra la oreja por miedo a perderse una sola palabra.

—Pues sí, hace ocho años, un hombre del pueblo... Bueno, yo pensaba que en todo aquello había algo muy extraño. Pero, claro, tenía antecedentes de alcoholismo y... —El comisario dejó la frase inconclusa: le costaba admitir el error cometido—. En fin, que todos creímos que había recaído y que había bebido hasta morir, pero las lesiones que mencionáis... Debo confesar que, bien mirado, yo tuve mis dudas entonces. —Se hizo un largo silencio y Patrik comprendió lo mucho que al comisario le estaba costando hacer aquella llamada.

—¿Cómo se llamaba el hombre? —preguntó Patrik para romper el silencio.

—Jan-Olov Persson —respondió el comisario Runberg— Tenía cuarenta y dos años, trabajaba de carpintero. Era viudo.

—¿Y había sido alcohólico?

—Sí. Durante un tiempo estuvo verdaderamente en el arroyo. Cuando su mujer murió, pues... bueno, el hombre se hundió. Fue una historia verdaderamente lamentable. Una noche se sentó borracho al volante y atropello a una pareja joven que había salido a pasear. El hombre falleció y a Jan-Olov lo encerraron una temporada. Pero una vez que salió, jamás volvió a probar el alcohol. Se portaba bien, hacía su trabajo, cuidaba de su hija...

—Y luego, un día, lo encuentran muerto y con una tasa insólita de alcohol en la sangre.

—Exacto —suspiró Runberg—. Como te decía, creí que nos hallábamos ante una recaída que se le había ido de las manos. Lo encontró su hija de diez años. La pequeña declaró que se había cruzado en la puerta con un desconocido, pero supongo que no le prestamos mucha atención. Pensamos que era el
shock,
o que quería proteger a su padre... —Su voz terminó por apagarse y la vergüenza impregnó el silencio que se hizo a continuación.

—¿Hallasteis cerca de su cadáver alguna página suelta de un libro? De un cuento, concretamente.

—Cuando leí vuestra consulta, estuve haciendo memoria, pero no lo recuerdo —admitió Runberg—. De ser así, no reparamos en ello. Supongo que pensamos que sería de la niña.

—O sea, que no tenéis nada —se oyó preguntar Patrik, decepcionado.

—No, no tenemos mucho que digamos. Ya te digo, creíamos que el tipo se mató bebiendo. Pero puedo enviarte lo poco que conservamos.

—¿Tenéis fax? Si pudieras enviármelo por fax... Estaría bien recibirlo lo antes posible.

—Claro —respondió Runberg, antes de añadir—: Pobre niña, ¡qué vida la suya! Primero murió su madre, cuando era pequeña, y su padre da con sus huesos en la cárcel. Y luego se le muere el padre. Y ahora resulta que, según he leído en los periódicos, la han asesinado ahí, en Tanum. Se ve que estaba participando en uno de esos reality-shows. La verdad es que jamás la habría reconocido por las fotos. Apenas quedaba rastro de la pequeña Lillemor. A los diez años era menuda y escuálida y tenía el pelo oscuro, y ahora... En fin, se produjeron muchos cambios durante esos años.

Patrik sentía que todo le daba vueltas. En un primer momento, le costó interiorizar la información. Luego, en una fracción de segundo, tomó conciencia de lo que implicaban las palabras que acababa de oírle decir a Vilgot Runberg. Lillemor, la joven Barbie, era hija de la segunda víctima. Y, ocho años atrás, había visto al asesino.

Cuando Mellberg entró en el banco, se sentía más seguro y más feliz de lo que se había sentido en muchos, muchos años. Él, que detestaba gastar dinero, estaba a punto de invertir doscientas mil coronas sin el menor atisbo de duda. Y es que iba a comprarse un futuro. Un futuro con Rose-Marie. Siempre que cerraba los ojos, algo que, a decir verdad, sucedía cada vez más a menudo en horario laboral, percibía el olor del hibisco, el perfume a sol y agua marina, y el aroma de Rose-Marie. No alcanzaba a comprender la suerte que había tenido y lo mucho que su vida había cambiado en tan sólo unas semanas. En junio irían juntos al apartamento por primera vez y pasarían allí cuatro semanas. Ya contaba los días.

—Quisiera ordenar una transferencia de doscientas mil coronas —le dijo a la cajera entregándole el impreso con el número de cuenta. Sentía cierto orgullo. No eran muchos los que habían conseguido ahorrar tanto dinero con un sueldo de policía, pero granito a granito... Ahora disponía de unos ahorros respetables. Rose-Marie tenía la misma cantidad y el resto podían pedirlo prestado, según propuso ella misma. Sin embargo, cuando lo llamó el día anterior, le advirtió que era importante que se diesen prisa, pues había otra pareja interesada.

Mellberg saboreó sus palabras, «otra pareja». Quién iba a decirle que formaría una pareja, a sus años... Rió para sus adentros. Desde luego, él y Rose-Marie también podían competir con los jóvenes en la alcoba. Rose-Marie era maravillosa en todos los sentidos.

Ya estaba a punto de darse la vuelta y marcharse una vez finalizada la transacción, cuando se le ocurrió una brillante idea.

—¿Cuál es el saldo actual de la cuenta? —le preguntó ansioso a la cajera.

—Dieciséis mil cuatrocientas coronas —le respondió la mujer. Mellberg se lo pensó un nanosegundo, antes de tomar la decisión.

—Quiero un reintegro. Me lo llevo todo al contado.

—¿Al contado? —le preguntó la cajera asombrada mientras él asentía con firmeza. Un plan había cobrado forma en su cabeza y, cuanto más lo pensaba, más apropiado se le antojaba. Con gesto ampuloso, se guardó el dinero en la cartera y volvió a la comisaría. Jamás habría podido imaginar que se sentiría tan bien gastando dinero.

—Martin. —Patrik entró jadeante en el despacho del colega, que se preguntó qué habría ocurrido—. Martin —repitió al tiempo que se sentaba para recobrar el aliento.

—¿Te has rayado como un disco? —bromeó Martin sonriente—. Creo que deberías cuidarte ese jadeo.

Patrik desechó la broma con un gesto y, por una vez, no aprovechó la oportunidad de hacer unos chistes.

—Están relacionadas —declaró inclinándose sobre Patrik.

—¿Quiénes están relacionadas? —Martin se extrañó al ver a Patrik tan alterado.

—Las dos investigaciones —reveló Patrik triunfal.

Martin se sintió más confuso aún.

—Ajá... —respondió vacilante—. Ya hemos constatado que el denominador común es la conducción bajo los efectos del alcohol... —Frunció el entrecejo tratando de comprender sobre qué deliraba Patrik.

—No, no esas investigaciones, sino las dos investigaciones independientes que llevamos. El asesinato de Lillemor guarda relación con los demás. Es el mismo asesino.

A aquellas alturas, Martin ya estaba convencido de que Patrik se había vuelto loco de atar. Se preguntó preocupado si se debería al estrés. La gran cantidad de trabajo de las últimas semanas, combinada con el nerviosismo por la boda. Eso podía pasar en las mejores familias...

Patrik pareció adivinar lo que pensaba y lo interrumpió irritado.

—Te digo que están relacionadas, escucha.

Le expuso brevemente lo que le había revelado Vilgot Runberg y el asombro de Martin fue creciendo a medida que hablaba. No podía creerlo, resultaba demasiado inverosímil. Miró a Patrik intentando asimilar todos los datos.

—Es decir, la víctima número dos es un tal Jan-Olov Persson que, a su vez, era padre de Lillemor Persson. Y Lillemor vio al asesino cuando tenía diez años.

—Exacto —confirmó Patrik aliviado al ver que Martin lo captaba por fin—. ¡Y coincide con lo que escribió en el diario! Recuerda que decía que le sonaba la cara de alguien, aunque no sabía de qué. Un breve encuentro ocho años atrás, cuando ella sólo contaba diez, no puede quedar nítido en el recuerdo.

—Pero el asesino cayó en la cuenta de quién era y temió que se le refrescase la memoria.

—Sí, y por eso tuvo que matarla antes de que pudiese identificarlo y lo relacionáramos con el asesinato de Marit.

—Y, a la larga, con los demás asesinatos —remató Martin entusiasmado.

—Así es, ¿verdad que sí? —preguntó Patrik con la misma alegría.

—De modo que si damos con el asesino de Lillemor, resolveremos también los demás asesinatos —concluyó Martin más calmado.

—Sí. O al contrario, si resolvemos los otros casos, daremos con el asesino de Lillemor.

—Sí. —Ambos guardaron silencio unos minutos.

Patrik sentía deseos de gritar «¡Eureka!», pero comprendió que no era muy apropiado.

—¿Con qué contamos para investigar en el caso de Lillemor? —fue la pregunta retórica de Patrik—. Tenemos los pelos del perro y la grabación de la noche del asesinato. Tú le echaste otro vistazo el lunes, ¿no? ¿Viste algo más que fuese de interés?

Algo empezó a moverse en el subconsciente de Martin, pero lo que quiera que fuese se negaba a emerger a la superficie, de modo que terminó por negar con un gesto.

—No, no vi nada nuevo. Sólo lo que contenía el informe conjunto de Hanna y mío. Patrik asintió despacio.

—Entonces, nos pondremos a repasar la lista de los dueños de galgos españoles. Annika me la entregó el otro día. —Se levantó—. Voy a comunicarles las novedades a los demás.

—Sí, ve —le respondió Martin ausente. Seguía intentando recordar qué le había pasado inadvertido. ¿Qué demonios era lo que había visto en la grabación? ¿O qué no había visto? Cuanto más se esforzaba, tanto más parecía escapársele la idea. Exhaló un suspiro. Más le valía dejarlo por el momento.

La noticia causó en la comisaría el mismo efecto que una bomba. En un primer momento, todos reaccionaron con la misma suspicacia que Martin, pero a medida que Patrik fue exponiéndoles los hechos, fueron aceptándola. Una vez informados todos los colegas, Patrik volvió a su escritorio para diseñar una estrategia de cómo continuar.

—Menuda noticia —le dijo Gösta desde el umbral de la puerta.

Patrik asintió sin pronunciar palabra.

—Ven y siéntate aquí —lo invitó. Gösta obedeció—. Sí. El único problema es que no sé cómo voy a desbrozar esta maraña —admitió Patrik—. Había pensado repasar la lista que confeccionaste con todos los dueños de galgos españoles y echarle un vistazo a los documentos que nos han enviado de Ortboda —añadió señalando los faxes que tenía sobre la mesa y que había recibido diez minutos antes.

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