Crítica de la Religión y del Estado (20 page)

Es visible que este tipo de extrañezas serían ridículas y uno se mofaría infaliblemente de los que se sorprendieran de tal impotencia; ocurriría infaliblemente lo mismo en relación a nuestra sorpresa con respecto a las modificaciones internas de nuestro cuerpo y de nuestras sensaciones, o percepciones, si fueran cosas exteriores y sensibles como son aquellas de las que acabo de hablar. Sería ridículo sorprenderse de nuestra ignorancia al respecto y tal vez sería incluso ridículo querer comprender y concebir lo que ignoramos al respecto, porque se vería claramente que no sería preciso sorprenderse de tal ignorancia y porque también sería imposible concebir lo que ignoramos de ello, como es imposible para nuestros ojos verse a sí mismos sin espejo.

Pero, aunque ignoremos cómo se hace esto, tenemos la certeza y la seguridad de que a través de estos movimientos y estas modificaciones pensamos, sentimos y percibimos todas las cosas, y que sin estos movimientos y estas modificaciones no seríamos capaces de tener ningún pensamiento ni ningún sentimiento. Además, sentimos interiormente y con toda certeza que pensamos a través de nuestro cerebro, que sentimos a través de nuestra carne, que vemos por nuestros ojos, que tocamos con nuestras manos; y así debemos necesariamente decir que precisamente en este tipo de movimientos y de modificaciones internas de nuestra carne y de nuestro cerebro consisten todos nuestros pensamientos, todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones.

Y lo que confirma más aún esta verdad es que nuestros conocimientos y nuestras sensaciones siguen la constitución natural de nuestro cuerpo, y que son más o menos libres según procedan de una más o menos buena y perfecta disposición y constitución interna o externa de nuestro cuerpo. Y si nuestros conocimientos y nuestras sensaciones consisten precisamente en este tipo de movimientos y de modificaciones internas de la materia que está en nosotros y que actúa en nosotros, se concluye, evidentemente, que todos los animales son capaces de conocimiento y de sentimiento al igual que nosotros, puesto que vemos claramente que al igual que nosotros están compuestos de carne y hueso, sangre y venas, nervios y fibras parecidas a las nuestras, que al igual que todos nosotros tienen los órganos de la vida y del sentimiento, e incluso un cerebro, que es el órgano del pensamiento y del conocimiento, y que muestran evidentemente, a través de todas sus acciones y a través de todas sus maneras de actuar, que tienen conocimiento y sentimiento. Así, en vano nuestros cartesianos dicen que no son capaces de conocimiento ni de sentimientos bajo pretexto de que no conciben que de la materia figurada o modificada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval, etc., surja el dolor, el placer, el calor, el sonido, etc., y bajo pretexto de que no conciben que de la materia agitada de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea circular, espiral, oblicua, parabólica o elíptica surja un amor, un odio, una alegría, una tristeza, etc., puesto que es constante e indudable incluso, según sus principios, que mediante los diversos movimientos y las diversas modificaciones de la materia se forman en nosotros todos nuestros conocimientos y todas nuestras sensaciones, e incluso hay en nosotros un nexo y una correspondencia natural y mutua, como dicen nuestros cartesianos, entre los susodichos movimientos y las susodichas modificaciones de la materia y los conocimientos y los sentimientos o sensaciones que tenemos en nosotros. Es claro, constante e indudable que semejantes movimientos y semejantes modificaciones de la materia se pueden hacer del mismo modo en los animales que están organizados o que tienen órganos como nosotros.

Y si este tipo de movimientos y de modificaciones de materia se pueden hacer en ellos, también pueden, por consiguiente, formar conocimientos y sensaciones semejantes. Y puede ocurrir que en los mismos animales haya un nexo y una correspondencia natural y mutua semejante entre los diversos movimientos y modificaciones de su cuerpo y los conocimientos y sensaciones que pueden tener, puesto que un nexo y una correspondencia tales de movimientos y sensaciones, modificaciones y conocimiento no es más difícil por un lado que por otro, pudiendo encontrarse tan fácilmente en los animales como en los hombres. Y con esto, como no se puede dudar de ello tras haber pensado bien, es un error y una ilusión de nuestros cartesianos creer que los animales no son capaces de conocimiento ni de sentimiento, y es ridículo de su parte preguntar en esta ocasión si es concebible que de la materia figurada de tal o cual manera, como en cuadrado, en redondo, en oval, etc., surja el dolor, el placer, el calor, la luz, sonido, etc. Y si es concebible que de la materia agitada de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea recta, circular u oblicua surja un amor, un odio, una alegría, una tristeza, etc.; son ridículos, digo, de preguntarlo e imaginar que la solución de esta dificultad depende de ello, puesto que ni el sentimiento del placer o del dolor, ni el sentimiento del calor o del frío, ni el sentimiento de la luz y de los colores, ni el sentimiento del olor y del sonido consisten en una cierta extensión mensurable ni en ninguna figura determinada de la materia. Y ni el pensamiento, ni el deseo, ni el temor, ni la voluntad, ni el razonamiento, ni la alegría o la tristeza consisten tampoco en una extensión mensurable ni en ninguna figura determinada de la materia, sino que consisten únicamente en el movimiento y en la modificación interna de la materia de que están compuestos los cuerpos vivos, sin tener relación alguna con su extensión mensurable ni con la figura externa que puedan tener; de la misma manera que el justo temperamento de los humores, que según el parecer de los propios cartesianos hace la vida, la fuerza y la salud del cuerpo viviente, no consiste tampoco en cierta figura ni en cierta extensión particular de la materia, sino en ciertos movimientos internos y en ciertas modificaciones internas y particulares de la materia, sin tener ninguna relación con la extensión, ni con la forma, ni con la figura que pueda tener en cualquier otra parte.

Nuestros cartesianos aquí simulan aun confundir inoportunamente las cosas; es lo que ya hacían con motivo de la pretendida existencia de su Dios. Pues para demostrar, como pretenden, que existe, fingen confundir un infinito en extensión, en número y en duración, que existe verdaderamente, con un pretendido Ser infinitamente perfecto que no existe. Y de la existencia evidente de lo uno, imaginan concluir invenciblemente la existencia de lo otro; por lo cual he dicho que incurrían manifiestamente en el error y en la ilusión. Helos aquí haciendo lo mismo respecto a los animales, a los que quieren o quisieran privar por completo de todo conocimiento y de todo sentimiento, pues para demostrar, como pretenden, que carecen de todo conocimiento y de todo sentimiento, fingen confundir la extensión mesurable de la materia y su figura exterior con los movimientos y las modificaciones internas que ella tiene en los cuerpos vivientes, y porque demuestran suficientemente que ninguna extensión mensurable de materia y que ninguna de sus figuras exteriores pueden producir ningún pensamiento ni ninguna sensación en los hombres ni en los animales, imaginan demostrar también que al haber sólo materia en los animales éstos no pueden tener ningún conocimiento ni ningún sentimiento, pero su error y su ilusión sigue consistiendo en esto mismo, ya que ni los conocimientos ni las sensaciones de los hombres y de los animales consisten en ninguna extensión mensurable ni en ninguna figura exterior de la materia, sino en los diversos movimientos, en las diversas agitaciones y en las diversas modificaciones internas que ella tiene en los hombres y en los animales.

Lo que, como es visible, establece una gran diferencia entre lo uno y lo otro, pues se puede decir perfectamente que el pensamiento y el sentimiento, por estar en cuerpos vivientes, están en consecuencia en una materia que es extensa y figurada; pero de allí no se deduce que ni el pensamiento ni el sentimiento deban ser por ello cosas extensas en longitud, anchura y profundidad, ni que deban ser cosas redondas o cuadradas, como dicen nuestros cartesianos, pues el pensamiento y el sentimiento están igualmente en un hombre pequeño, por ejemplo, como en uno más grande, en cuanto ni el tamaño mensurable del cuerpo viviente, ni la figura exterior intervienen para nada en esto. Paralelamente, se puede perfectamente decir que los pensamientos y las sensaciones de los cuerpos vivientes se hacen mediante los movimientos, mediante las modificaciones y mediante las agitaciones internas de las partes de la materia de que están compuestos, pero de allí no se deduce que este tipo de movimientos se hagan necesariamente en línea recta u oblicua, en línea circular o espiral, o en línea parabólica o elíptica, ni que estos movimientos y agitaciones, de abajo a arriba, o de arriba a abajo, en línea circular u oblicua produzcan siempre algunos pensamientos o algunas sensaciones, esto, digo, no se deduce siempre de la suposición de nuestra tesis, e incluso sería ridículo imaginar que tal cosa debiera deducirse de allí; y así en vano nuestros cartesianos preguntan si se concibe que la materia figurada en redondo, en cuadrado, en oval... pueda hacer un pensamiento, un deseo, una voluntad... , etc. Y si se concibe que una materia agitada de abajo a arriba o de arriba a abajo, o que se mueve en línea circular, oblicua o parabólica... , etc., puede producir un amor, un odio, un placer, una alegría, un dolor o una tristeza, en vano, digo, hacen esta pregunta, puesto que nuestros pensamientos y nuestras sensaciones no dependen de estas particularidades de la materia, ni se hacen porque la materia esté figurada en redondo o en cuadrado... , etc., ni precisamente porque se mueva de abajo a arriba o de arriba a abajo, ni porque se mueva de derecha a izquierda o de izquierda a derecha... , etc., sino, como he dicho, porque tiene en los cuerpos vivientes ciertos movimientos y ciertas modificaciones y agitaciones internas que hacen la vida y el sentimiento de los cuerpos vivientes, sin que por ello sea necesario que este tipo de modificaciones internas tengan en sí mismas ninguna figura propia y particular, y sin que por ello sea necesario que este tipo de movimientos vayan siempre de abajo a arriba o de arriba a abajo, y sin que sea necesario determinar si van de derecha a izquierda o de izquierda a derecha; o si es justamente mediante líneas rectas o circulares que se hacen, o si es mediante líneas espirales, oblicuas o parabólicas. No se trata de esto; basta decir que nuestros pensamientos y que nuestras sensaciones se hacen verdaderamente en cuerpos vivientes, de la manera que sea, y se hacen así como las modificaciones internas de que acabo de hablar.

Luego es cierto que no todas las modificaciones de la materia son siempre redondas o cuadradas, o de otra forma, sería incluso ridículo pretender que debieran serlo siempre; por ejemplo, la modificación del aire que produce en nosotros el sentimiento del sonido, y la del mismo aire que produce en nosotros el sentimiento de la luz y de los colores, ciertamente son modificaciones de la materia. Sin embargo, este tipo de modificaciones de la materia no tienen en sí mismas ninguna figura propia y particular, y sería ridículo preguntar si la acción o la agitación del aire que causa en nosotros este sentimiento del sonido sería una cosa redonda o cuadrada... Paralelamente es cierto que el justo temperamento de los humores que causa las enfermedades y las dolencias de los cuerpos vivientes, sólo son modificaciones de la materia. Este tipo de modificaciones de la materia no tienen, sin embargo, ninguna forma por sí mismas, y sería ridículo preguntar si el temperamento bueno o malo de los humores que causa la salud y las enfermedades, la fiebre, por ejemplo, o la peste, serían cosas redondas o cuadradas, y si se podrían dividir, partir o cortar en pedazos y trozos.

[...]

De manera que en cuanto se atribuye una denominación idéntica y semejante a varias cosas de diversas naturalezas, es preciso entenderla y explicarla en diversos sentidos y en diversos significados, porque sería ridículo tomar esta misma denominación con un mismo significado para todas las cosas que significara. Se dice, por ejemplo, de una pértiga, que es larga o corta. Se dice lo mismo de una enfermedad, que es larga o corta. Es preciso tomar este término de largo o larga, así como el de corto o corta, en diversos significados, porque sería ridículo decir que la longitud o la brevedad de una enfermedad fuera un ser o algo parecido a la longitud, o a la brevedad de una pértiga, o que la de una pértiga fuera semejante a la de una enfermedad. Y ¿por qué sería ridículo querer tomar este término en un mismo significado para una pértiga como para una enfermedad? Sólo porque sería ridículo querer atribuir a unas cosas cualidades o propiedades que no convinieran a su naturaleza, o a su manera de ser; pues es visible que la longitud de una pértiga no corresponde en absoluto a la naturaleza de una enfermedad, y la longitud de una enfermedad no corresponde en absoluto a la naturaleza de una pértiga. [...]

Nuestros cartesianos incurren justamente en esta ridiculez cuando imaginan y dicen que los animales no son capaces de conocimiento ni de sentimiento, bajo pretexto de que ni el conocimiento ni el sentimiento pueden ser modificaciones de la materia, imaginando al mismo tiempo que todas las modificaciones de la materia son necesariamente cosas extensas en sí mismas y que son necesariamente cosas redondas o cuadradas..., etc., y que pueden dividirse y contarse en pedazos y en trozos. ¿Cómo se podría imaginar, dicen, que el espíritu fuera extenso y divisible? Se puede, agregan, cortar mediante una línea recta un cuadrado en dos triángulos, en dos paralelogramos, en dos trapecios. Pero ¿con qué línea —preguntan— se puede concebir que un placer, un dolor, un deseo..., etc., pueda cortarse?, ¿y qué figura resultaría de esta división? Si se concibe, prosiguen, que de la materia figurada en redondo, en cuadrado, en oval..., etc., surja el dolor, el placer, el calor, el olor, el sonido, etc., y si se concibe que la materia agitada de abajo a arriba o de arriba a abajo, en línea circular, oblicua, espiral, parabólica o elíptica, sea un amor, un odio, una alegría, una tristeza... se puede decir que los animales son capaces de conocimiento y de sentimiento, y si no se concibe no hay que decirlo a menos que se quiera hablar sin saber lo que se dice.

¡Imaginan, pues, siguiendo sus propios razonamientos que si los animales fueran capaces de conocimiento y de sentimiento, el espíritu sería extenso y divisible, y que podría dividirse o cortarse en pedazos y trozos! ¡Imaginan, pues, que un pensamiento, un deseo, un placer, un odio y un amor, una alegría y una tristeza serían cosas redondas o cuadradas, triangulares o en punta, o de alguna otra figura semejante!, ¡y que podrían partirse, dividirse y cortarse en cuartos, y que debería resultar alguna nueva figura de esta división! Y no sabrían persuadirse de que los animales puedan tener conocimiento y sentimiento a menos que no lo imaginen así. Es en esto donde se vuelven ridículos. ¿Cómo, si un pensamiento, un deseo o un sentimiento de color o de placer no pudieran dividirse o cortarse como un cuadrado en dos triángulos, en dos paralelogramos o en dos trapecios, nuestros cartesianos no quieren ya que el conocimiento, ni que el sentimiento de dolor o placer sean modificaciones de la materia? ¿Y por esta misma razón no quieren que los animales sean capaces de conocimiento ni de sentimiento? ¡Quién no se reiría de tal necedad! [...]

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