Cronopaisaje (53 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

—Sí.

—Como si tuviéramos citas importantes a las que acudir.

—Sí.

Se estableció un silencio entre ellos, un abismo. Marjorie buscó algo que decir. Tic. Los estantes parecían ahora más sustanciales que las paredes, con el reloj anidado en medio de ellos, rodeado por las conservas.

Miró a Ian. A aquella débil luz sus ojos eran muy oscuros. Se reclinó contra la alacena, menos nerviosa ahora. Tendría que llevar las velas hasta la sala de estar, pero por el momento lo más correcto parecía permanecer allí, no había ninguna prisa.

Ian avanzó cruzando la pequeña cocina. Distantemente, ella se preguntó si iba a tomar unas de las velas. Tic.

Él tendió una mano y acarició su mejilla.

Ninguno de los dos se movió. Ella sintió un cierto calor. Apenas respiraba. Hizo una profunda inspiración, y pareció necesitar mucho tiempo para llenar sus pulmones.

Muy lentamente, él se inclinó y la besó. Fue un contacto ligero, casi casual.

Ella se apoyó en la alacena. Tic. Exhaló el aliento. En el silencio reinante, se preguntó si él podría oír el aire entrando y saliendo de sus pulmones. Observó mientras él tomaba una vela. Una mano tocó su hombro. Se dejó llevar hacia fuera, saliendo de la cocina y de las estanterías y del reloj, hacia la sala de estar.

38 - 12 de octubre de 1963

La voz de Penny se abrió paso hasta él:

—Tal como te iba diciendo.

—¿Eh? Oh, sí, sigue.

—Vamos, ni siquiera estabas escuchando. —Giró el volante del Thunderbird de alquiler para tomar una curva. El área de la bahía se extendía debajo y a la derecha, el centelleo de la bahía amortiguado por la neblina—. Profesor distraído.

—De acuerdo, de acuerdo. —Pero volvió a hundirse en la neblina propia mientras ella hacía avanzar el coche por entre las cerradas curvas de Grizzly Peak por encima del campus de Berkeley y luego hacia Skyline. Tuvo un atisbo de las irregularidades Oakland, los verdes puntos de las islas en el gris azulado de la bahía, y San Francisco en un aislamiento alabastrino. Se deslizaban entre grupos de pinos y eucaliptos, árboles que tejían un entramado negro y verde contra el marrón de las laderas de las colinas. Penny había abierto el techo corredizo. El frío aire hacía que su pelo se agitara y flotara tras su cabeza.

—¡El monte Tamalfuji! —exclamó ella, señalando a un pico corto y romo en la parte norte, al otro lado de la bahía.

Luego empezaron a descender, los frenos chirriando y las marchas zumbando mientras avanzaban hacia Broadway Terrace. Un musgoso bosque les rodeaba. Emergieron de la densamente arbolada ladera de la colina y pasaron rápidamente junto a una mezcolanza de casas, una rociada en tecnicolor. El tráfico menguó a medida que se acercaban a la casa de los padres de ella. Un barrio claramente residencial con un apropiado nombre a la moda: Piedmont. Gordon pensó en Long Island y en Gatsby y en los sedanes amarillos.

Los padres de ella demostraron no tener absolutamente nada digno de mención. Aunque Gordon no podía estar seguro de si aquello era debido a ellos o a él. Su mente seguía derivando hacia el experimento y los mensajes, buscando algún nuevo instrumento que le permitiera atrapar el borde del misterio. Enfréntate a él desde un ángulo distinto, le había dicho Penny en una ocasión. No podía apartar aquella frase de su mente. Se dio cuenta de que podía mantener una conversación y sonreír y danzar al compás del juego del anfitrión y el huésped, sin tomar realmente parte en nada de lo que estaba sucediendo. El padre de Penny era enorme y tranquilizadoramente rudo, un hombre que sabía cómo convertir el dinero en más dinero. Poseía las sienes plateadas tipo estándar, y una cierta seguridad bronceada por el sol. Su madre parecía serena, una eterna participante en clubs y mesas de caridad, una escrupulosa ama de casa. Gordon tuvo la impresión de haberlos conocido antes aunque no podía situarles, como personajes de una película cuyo título no acude a tus labios.

La invitación había sido para que se quedaran en casa. Gordon insistió en quedarse en un motel en la avenida University… a fin de estar en el centro de la ciudad, dijo, pero de hecho porque deseaba evitar la escabrosa cuestión de si iban a compartir una misma habitación en el castillo de los padres de ella. No estaba preparado para enfrentarse con aquello, no este fin de semana.

El padre de Penny sabía toda la historia de Saul, desde luego, y deseaba hablar de ella. Gordon le dijo apenas lo suficiente como para no mostrarse grosero, y luego desvió la conversación hacia el departamento, la Universidad de La Jolla, y gradualmente hacia asuntos más y más alejados. El padre de ella —«Jack», dijo con un cálido y fuerte apretón de manos, «llámame simplemente Jack»— había comprado algunos libros elementales de astronomía para saber un poco más. Aquello había resultado ser más que un mero pasatiempo, y Gordon se sentó y dejó que Jack le regalara con hechos acerca de las estrellas, y la obligatoria y reverente maravilla acerca de las magnitudes del universo. Jack poseía una mente aguda e inquisitiva. Hacía preguntas penetrantes. Gordon descubrió muy pronto que su propio conocimiento más bien elemental de la astronomía era muy endeble. Mientras las mujeres cocinaban y charlaban en la cocina, Gordon pasó apuros para explicar el ciclo del carbono, las explosiones de las supernovas y los enigmas de los cúmulos globulares. Resumió como mejor pudo lo que había ido oyendo en semirrecordadas conferencias. Jack lo atrapó en varios detalles, y Gordon empezó a sentirse incómodo. Pensó en el examen de Cooper.

Finalmente, tomaron una cerveza antes de almorzar, y Jack cambió a otros temas. Linus Pauling acababa de ganar el premio Nobel de la Paz; ¿qué opinaba Gordon sobre ello? ¿No era la primera vez que alguien ganaba dos Nobel? No, señaló Gordon, madame Curie había ganado uno en física y otro en química. Gordon temió que aquello fuera a meterles de lleno en política. Estaba completamente seguro de que Jack era un miembro de la escuela del desarme-igual-a-Munich, animada localmente por William Knowland, del Tribune de Oakland. Pero Jack desvió hábilmente el asunto, y se metieron de lleno en una humeante sopa y unos bistecs crudos, como a él le gustaban. Los Jacarandas cubrían una porción de la vista desde el comedor. El resto de las ventanas ofrecía una vista panorámica de la bahía, la ciudad y las colinas. El bistec estaba perfecto.

—¿Ves? —dijo Penny—. Ajax sabe lo que vas a hacer antes incluso de que lo sepas tú mismo.

Gordon observó. El enorme caballo se estremecía, bufaba, parpadeaba. Penny hizo pasar a Ajax directamente de la inmovilidad a un trote corto. Ajax saltó hacia delante, resoplando, las orejas enhiestas. Penny le hizo cambiar varias veces bruscamente de dirección, y caminar de lado, utilizando solamente la presión de sus piernas. Hacía avanzar suavemente a Ajax, dando vueltas en torno al corral.

Gordon estaba apoyado contra la cerca. Enfréntate a él desde un ángulo distinto. De acuerdo, Ramsey había puesto en claro toda la parte relativa a la bioquímica. Pero eso era una pieza, no todo el rompecabezas. El único otro dato consistente que tenían era ese buen viejo AR 18 5 36 DEC 30 29.2, un batir de tambor que no conducía a ninguna parte. Tenía que significar algo…

—¡Gordon! Voy a dar una vuelta con Ajax. ¿Quieres venir?

—¿Eh? Oh, sí. Pero no montado a caballo.

—Oh, vamos.

Él agitó la cabeza, distraído. Todo lo que podía recordar ahora de su hora anterior de instrucción era como evitar que el caballo le patease. Cuando caminas detrás de él tienes que mantenerte cerca de su grupa, de modo que el caballo sepa que no hay suficiente espacio para lanzarte un buen y sano golpe con su casco. Al parecer, rozarle la cola le dice al animal que no eres un blanco adecuado para aliviar sus pequeñas irritaciones, con lo que pierde su interés. Aquello le parecía más bien dudoso a Gordon. Después de todo se trataba de un animal, incapaz de tanta perspicacia.

Siguió a Penny a lo largo de la cresta. AR 18 5 36 DEC 30 29.2. Estaban justo debajo del borde de las colinas de Oakland. Él irregular paisaje amarronado del condado de Contra Costa se extendía en la distancia. Las sequoias y los pinos a su alrededor parecían mohosos, con un seco y cálido olor que no podía identificar. FUENTE PUNTUAL EN EL ESPECTRO DE TAQUIONES 263 KEW PICO. Vaharadas de fino polvo se elevaban a cada uno de sus pasos. Era la última hora de la tarde. Sombras azuladas danzaban por entre las nubecillas de polvo tras los cascos de Ajax. Penny había venido hasta allí cada día cuando estaba en el instituto, le dijo Jack a Gordon. Gordon había pensado hacer un chiste irónico acerca de las implicaciones freudianas de las chicas adolescentes y el cabalgar. Decidió dejarlo correr tras echar una mirada a Penny. PUEDE VERIFICARSE CON DIRECCIONALIDAD RMN. Aquel ambiente de equitación estaba muy lejos del juego de pelota en los solares vacíos que él recordaba como su único deporte. El clop clop de los cascos, imágenes de Gary Cooper o quizá de Ida Lupino, un majestuoso avanzar por entre las enormes sequoias: serenidad. Gordon se notaba pesado y torpe. Caminaba pesadamente por el bosque con aquellos zapatos de calle negros que su madre le había comprado en Macy's, completamente inadecuados para aquella distante región. Se sentía rodeado allí por una naturaleza que encontraba extraña. AR 18 5 36 DEC 30 29.2, AR 18 5 36 DEC 30 29.2. Sí, extraña.

Aquella noche, mientras hacían el amor allá en el motel, Penny pareció cambiada. Sus caderas se habían hecho más duras. Las marcas angulares de los huesos le hablaban a Gordon a través de la delgada envoltura de la carne. Era más dura, una caballista, un producto típico del Oeste. Sabía que las alcachofas crecían en una especie de arbustos, no en árboles. Podía cocinar en un fuego de campaña al aire libre. Descubrió que sus pechos eran más puntiagudos, con unos pezones pronunciados, rosados y suaves, que se endurecían rápidamente cuando los chupaba. Él este era el este, y todo lo demás era el oeste.

Jack los llevó a última hora de la mañana del domingo a ver una plantación de nogales en la que había invertido. En los campos de nogales cerca de un álamo una sacudidora mecánica resoplaba y zumbaba. Su brazo hidráulico se aferraba al tronco de los árboles, sacudiéndolos y haciendo caer una lluvia de nueces del cielo. Otros hombres conducían un artilugio por entre los árboles. Llevaba unas bandas de caucho a ambos lados, que recogían las nueces en hileras irregulares. Una recolectora seguía detrás. Las nueces se hallaban todavía envueltas en sus cascaras verdes y la recolectora las recogía, dejando detrás las ramillas y la tierra y las ramas rotas. Jack explicó que aquel nuevo método iba a ser rentable en muy poco tiempo. Una camioneta con remolque trasladaba las nueces a un dispositivo de cepillos y rejillas que las descascaraban. Un horno de gas natural se encargaba de rematar la operación.

—Esto revolucionará la industria —sentenció Jack. Gordon observó las zumbantes máquinas y las cuadrillas de hombres que las atendían. Trabajaban incluso en domingo, era el tiempo de la recolección. Los cultivos de nogales estaban suavizando el desolado desierto de California del Sur. Las largas y umbrías hileras de verde le recordaban la parte superior del estado de Nueva York. El resonante brazo que estrangulaba a los árboles exigiéndoles sus nueces era sin embargo inquietante: un nuevo oeste robotizado.

—¿Podrá prestarme algunos de esos libros de astronomía suyos para esta tarde? —preguntó bruscamente a Jack.

Jack asintió, sorprendido, disimulando con una desconcertada sonrisa. Penny hizo girar sus ojos y esbozó una mueca:

—¿No vas a dejar de trabajar nunca, ni siquiera por un fin de semana?

Gordon se alzó de hombros, molesto momentáneamente por su silencioso reproche. Vio que ella deseaba, en un cierto sentido, que aquel fin de semana fuera para ellos. Quizás incluso había planeado que él y Jack llegaran a una especie de camaradería. Bien, quizá pudieran llegar a ello, si se presentaba la ocasión. Pero no este fin de semana. Gordon sabía que estaba pasándolo como sumergido en una niebla, distraído por el problema. Y saberlo no cambiaba las cosas. Y cuando conseguía salirse de ella, se encontraba mirando a los padres de Penny sin comprenderles. Eran agudamente conscientes de que se acostaba con su hija. Agarrándose a la shiksa, sí.

¿Era ésa la forma en que California se enfrentaba a ese tipo de problemas? ¿Ignorando educadamente la situación? Supuso que sí, pero pese a todo se sentía incómodo.

La máquina sacudeárboles dio una sacudida, arrancándole de sus reflexiones.

Había estado de pie con las manos a la espalda, su posición habitual de conferenciante, mirando a un grumo de tierra. Gordon alzó la vista hacia los demás, que se habían dirigido hacia el vehículo. Penny dirigió a su padre un triste y resignada mirada, haciendo un gesto en dirección a Gordon: los signos familiares.

No había nada en los índices de los libros de Jack acerca de Hércules. Gordon los hojeó todos, buscando algo relativo a las constelaciones. Había mapas estelares, vistas estacionales de la Osa Mayor y de Orión y de la Cruz del Sur. Los estudiantes que habían crecido bajo las luces de la ciudad necesitaban guías sencillas de las estrellas. Gordon no era diferente. Estudió las líneas que conectaban los puntos estelares intentando comprender cómo alguien había podido ver allí cazadores, cisnes o toros. Y luego un párrafo llamó su atención.

Nuestro Sol también se halla en movimiento, del mismo modo que todas las demás estrellas. Giramos en torno al centro de nuestra galaxia a una velocidad de aproximadamente 250 kilómetros por segundo. Además, el Sol se mueve a unos 20 kilómetros por segundo hacia un punto cerca de la estrella Vega, en la aglomeración de Hércules. Dentro de varios miles de años, las constelaciones se nos aparecerán de una forma distinta, debido a tales movimientos de las estrellas las unas con relación a las otras. En la figura 8, la constelación…

Fue Penny quien condujo el coche hasta el campus de Berkeley. Le había gustado la idea de ir a dar una vuelta de nuevo por aquella zona, aunque aquello significara ver menos a sus padres. Su actitud cambió cuando se dio cuenta de que él no deseaba dar un paseo por el campus, sino que se dirigía a la biblioteca del departamento de física. La biblioteca estaba en un edificio cercano al campanario, pero Gordon se negó a tomar el ascensor y subir a contemplar la vista desde allí. Le dijo adiós a Penny y se metió dentro.

El movimiento solar, descontando la rotación en torno al centro galáctico, puede ser adecuadamente descrito como una distribución del coseno 0. Nos estamos alejando del antápex solar y en dirección al ápex solar. Puesto que la posición del ápex solar representa una media con relación a muchos movimientos estelares locales, hay algunas inseguridades significativas. La AR solamente puede ser especificada hasta 18 h, 5 min ± 1 min; la DEC hasta 30 grados, ± 40 min.

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