Cuando comer es un infierno (20 page)

Este año he comenzado a faltar a clase, porque me aburro, y de todos modos, mis notas son buenas. Pero entre eso, la anorexia, los ingresos en el hospital y las broncas en casa, casi no puedo ni respirar sin que mis padres estén encima. Ahora he iniciado una terapia en un hospital de día, pero ¡se pasan el día haciéndome comer! Y no hacemos nada, nada más que dibujos y relajación. No me quejo, me encanta dibujar, y colorear, pero estamos controladas todo el tiempo. Al menos, sólo es un mes, y además, cada noche vomito lo que nos han dado de cena, de modo que estoy logrando mantener mi peso.

Los últimos cuatro años han sido una pesadilla, y daría lo que fuera por volver a ser normal y feliz; pero, siendo sincera, eso no va a ocurrir. ¿Podría mejorar? Seguro. ¿Mejoraré? Qué va. De modo que no pienso dejar mi ayuno, que es lo único que me hace sentir bien.

O sea que adelante, escribidme los e-mails más desagradables que se os ocurran. No será la primera vez, ni la última. Pero antes de hacerlo, intentad imaginar cómo me siento. ¿Van a cambiar las cosas porque me llaméis loca, o idiota? Si leéis esto y comprendéis de qué hablo, escribidme. A veces compartir las cosas con alguien es bastante, por lo menos para mí. Mucha suerte a las que estáis en recuperación. Me gustaría ser tan valiente como vosotras».

Pero pese a esta vida centrada en la anorexia, esta chica es una niña preciosa, sin apariencia de anoréxica, con grandes ojos azules, con otros intereses. Como personificación del diablo de la manipulación y la anorexia no era creíble. Sin su enfermedad, quién sabe qué logros estaba destinada a conseguir. Con ella, está logrando sobrevivir.

Resulta demasiado sencillo erigirse en jueces de estas chicas: si bien lo que hacen es censurable (potenciar los trastornos alimenticios y ayudarse entre ellas a continuar enfermas y mentir a quienes intentan ayudarles) es censurable, son niñas con el entendimiento nublado. Quizás el siguiente paso sea admitir su enfermedad. Quizás sea morir de ella. Es posible que inciten a muchachas con un grado leve de anorexia a caer en compulsiones y agravar su estado; resulta menos probable que sus imágenes y principios afecten a niñas sanas, que sencillamente se sentirán asqueadas ante ellos.

Estas chicas han convertido la anorexia en una religión, en un estilo de vida; erróneamente piensan que la enfermedad es una opción, que han elegido un trastorno, y que pueden controlarlo, como controlan los aumentos que comen, o el ejercicio que hacen: están enfermas, pero son mucho más que su enfermedad. En sus ratos libres tienen mascotas, cuidan de sus hermanos, dibujan, leen, estudian hasta caer rendidas. Algunas son muy inteligentes y creativas, otras trabajan tanto que pasan por serlo. Se enfadan y mienten, y también se sienten culpables y asustadas por ello. Se odian por comer, y se odian cuando no comen. La mayor parte de ellas sufren de depresión, han estado internadas por intentos de suicidio, por automutilación, por un diagnóstico equivocado. Sufren de neurosis o de ataques agudos de ansiedad, y no son capaces de reconocerlo o de descubrirlo. Negarlo es parte de su enfermedad. La soledad lo es también.

Su ansia de aceptación, por lo tanto, les lleva a exhibirse e intentar demostrar que están en lo cierto. Buscan amor y comprensión en sus semejantes, en los bichos raros que siguen su mismo comportamiento, porque el único modo de aceptarse a ellas mismas radica en pesarse y descubrir que han adelgazado, en controlar la comida y hacer ejercicio hasta caer rendidas. Creen que por padecer la misma enfermedad, la comprensión dé sus compañeras es inmediata, sin reparar en que compartir una obsesión común no es comprender. Temen a los que se encuentran fuera de su círculo, a los que juzgan y examinan, profesores, padres, hermanos mayores, terapeutas... con ellos mienten y disimulan. Fingen. Con sus amigas, y en ese confesor ciego que es la pantalla hablan con increíble sinceridad.

En sus páginas o foros nadie les dice continuamente que están equivocadas, o locas. Se enfrentan a demasiada confusión como para atender a quienes les ruegan que coman, que sean alegres, sanas, que sean como otras chicas. Si lograran romper ese círculo, o si los que están fuera (padres y profesores, médicos y terapeutas) lograran acercarse a ellas, posiblemente no precisaran de esos clubs exclusivos. Por más que griten que han elegido ser así, son niñas enfermas. La enfermedad se ceba en ellas y ya han de luchar con suficientes elementos como para ser además culpadas de ser seres malignos y crueles. Si algo ha de ser erradicado, y fuertemente censurado, que lo sean las páginas y no las personas. La exclusión y la condena, en este caso, servirán de bien poco.

Las reacciones, una vez más, han de dirigirse hacia el sistema de Internet, que tolera este tipo de comportamientos, contra la industria dietética, contra las imágenes proyectadas por la publicidad y la moda, contra la desestructuración familiar y la incorporación de hábitos alimenticios erráticos; contra los sistemas educativos que incentivan la competencia a toda costa, y los mensajes dirigidos a las chicas con la intención de cosificarlas y reducirlas a un cuerpo y una apariencia.

Una de estas páginas se abre con la siguiente advertencia... ¿o quizás bienvenida?

«Esta página está pensada para apoyar a las personas con cualquier tipo de trastorno alimenticio. No es un espacio para hablar de esperanza ni de recuperación, sino para aquellos que lleven una vida obsesionada con la comida.

La anorexia no es una dieta. La bulimia no es una dieta. Son un estilo de vida, una filosofía, y pueden convertirse en una religión. Son enfermedades muy dañinas y que pueden poner en peligro tu vida. Si no sufres estos trastornos, disfruta de la vida. Eres afortunada. Si buscas una dieta, o eres de las que se preocupan por cómo les quedará el bikini, o quieres perder unos kilos, vete de aquí. No entres. Acude a un dietista, o limítate a comer sano y en porciones sensatas, y date un par de paseos al día.

Pero si tus relaciones con tu cuerpo y la comida hace mucho tiempo que dejaron de ser normales, si tu peso ya no importa porque nunca es el correcto, si te sientes sola y asustada, si odias tu imagen en el espejo, si no puedes dejarlo, entra, habla conmigo. Yo no te juzgaré, ni te obligaré a dejar algo a lo que yo misma no puedo renunciar.

Ahora, pulsa aquí y entra».

El orgullo recorre cada una de estas palabras. Su mensaje es excluyente para los sanos, para los que no se toman la vida en serio y desean disfrutar sin consecuencias. Pero los enfermos, los obsesionados, los que sufren, ésos son amorosamente aceptados, y las palabras finales «Ahora, entra» brillan, tentadoras, como la puerta a la comprensión. No sólo no es malo estar enferma, parece decir, sino que de esa manera formas parte de un club selecto y exclusivo.

Estos textos no varían demasiado de una página a otra, ni tampoco sus conclusiones o sus declaraciones de intenciones. Continuamente se apoyan entre ellas, y se pasan información: aparte de los foros en los que hablan, distribuyen mensajes y consejos mediante listas de correo, y se adoctrinan en la difícil tarea de resistir en su política de ayuno.

Para ellas no existen términos medios. Las razones y las frases que esgrimen se basan en las leyes de
todo o nada,
fracaso o triunfo, que la propia sociedad confirma. Sirva de ejemplo este compendio de leyes generales que puede encontrarse en muchas de las páginas pro Ana.

RAZONES PARA ESTAR DELGADA

Cuando estás delgada, la gente deduce que eres una triunfadora.

Resulta muy atractivo estar delgada, y te da ventaja sobre los demás.

Demuestra disciplina y control, y tu comida favorita (cualquier comida, la verdad) siempre se termina demasiado pronto.

La gente siente más respeto por los delgados. ¿Has oído alguna vez que alguien no consiguiera un trabajo por estar demasiado delgado?

La gente delgada parece más inteligente. Asociamos la grasa con la pereza, la lentitud, la idiotez.

La gente delgada recibe más atención, y caen más simpáticos.

Si estás delgada puedes vestir cualquier trapo y te quedará bien.

¿Cuántas veces has visto a un chico realmente guapo con una novia gorda?

La vida es mucho más divertida cuando eres anoréxica que cuando eres gorda. Y, chicas, el verano se acerca...

Por desgracia, nadie ha demostrado que en estas últimas razones las anoréxicas yerren. Estas ideas, declaradas o no, se asumen sin pensar, y no son sino mensajes enviados por la sociedad. Por una vez en la vida, no están exagerando, sino haciéndose eco de lo que cualquier artículo en revistas femeninas, cualquier anuncio televisivo, cualquier publicidad impresa insinúa y confirma.

No resulta sencillo acceder a las listas de distribución o a los archivos que manejan estas muchachas. No al menos a las más interesantes y exclusivas. Como en los
colleges
ingleses, la página a la que una pertenezca condiciona y obliga a la anoréxica: ha de defenderla y si es preciso, atacar con armas de
hacker
otras webs.

Cuando solicité entrar en una de ellas hube de pasar tres rigurosos exámenes, en los que se me sometía a un auténtico análisis psicológico para deducir si realmente deseaba ser anoréxica y poseía el perfil de perfeccionismo que exigían. Hube de echar mano de todos mis conocimientos sobre trastornos psicológicos y de una buena sarta de mentiras para convencerlas de que deseaba perder doce kilos y vivir según las leyes del hambre perpetua.

Solicitaron mi fotografía, porque no se permite la entrada a las webs más exclusivas si no se es guapa y razonablemente delgada de entrada, y dieron mil vueltas a la cuestión del idioma. Por un lado, les halagaba que una europea las hubiera descubierto y se viera seducida por ellas. Por otro, deseaban mantener sus principios wasp puros. Hube de enviarles uno de mis antiguos trabajos de la universidad sobre Sylvia Plath, una autora a la que adoraban, para convencerlas de mis conocimientos de inglés.

Una vez que logré su aceptación y que mi correo electrónico comenzó a poblarse con sus invitaciones para charlar en la red y para facilitarme fotos de modelos emaciadas, la frialdad se convirtió en cercanía, y no volvieron a exigirme una sola muestra de apoyo. Ya era una de ellas.

Cuando me despedí del foro y les revelé mi intención de escribir un libro sobre trastornos alimenticios sólo me pidieron una cosa: «Sé justa con nosotras». Para ellas la justicia es la aceptación sin dudas de sus principios, algo que no puede ser. Comprendí mucho mejor su mentalidad y su forma de ver la vida, pero no pude ayudar a ninguna de ellas. Esa misión excedía mi buena voluntad y mis conocimientos.

Sus testimonios me rompían el corazón. La mayor parte de las chicas no pasan de los veinte años, y han estado enfermas desde el inicio de la adolescencia. Hablan de sus síntomas sin pudor, pero nunca de sus sentimientos: lo único que podemos deducir es una cierta arrogancia, una negación a reconocer el problema y su responsabilidad en él. Describen sus recaídas y sus mentiras y engaños, y buscan cómplices. Bajo su actitud despreocupada
(júzgame si quieres, no me importa, nada me
importa)
se oculta malamente una soledad muy antigua y una necesidad de cariño que no ha sido saciada nunca.

Existe una profunda preocupación en ellas por el mundo religioso, o más bien, por los accesos místicos. La mayor parte de sus leyes adoptan la forma de oraciones, sean Credos, mandamientos o promesas, y algunas de ellas han hecho voto de virginidad, bien sea hasta lograr un peso determinado o perpetuo.

Casi todas proceden de familias sin un interés o una profesión religiosa, y en la adolescencia han tomado distintos elementos sacros para acabar dándoles la forma que desean. Algunas adoran a Cristo en la cruz, habitualmente tan delgado, demacrado, de rubios cabellos largos, con el costado y la frente heridas, sacrificándose por una fuerza superior. Otras buscan en santos y mártires figuras con las que identificarse. Se trata más de un culto estético que de una auténtica demostración religiosa.

Gran parte de las chicas combinan esa devoción superficial con la fascinación por la brujería, o por las creencias seudoceltas o Wicca. Esta última tendencia era la preferida por los miembros de mi página web, y la introductora de la moda la describía así:

«Yo creo en que el principio divino es masculino y femenino, y sigo una antiquísima religión que adora y respeta la naturaleza, llamada Wicca. Es la religión más antigua que se conoce, y se basa en el respeto a todas las formas de vida. Data desde los tiempos en los que el ser humano era cazador y nómada, cuando no sabían nada del paso de las estaciones ni del concepto del tiempo. Veneraban a las mujeres por su capacidad de transmitir la vida y las consideraban más cercanas a la naturaleza.

El principal mandamiento de Wicca es: No causes daño a nadie y haz lo que desees.

No hay más leyes que seguir. No tememos a la muerte, porque es parte natural del proceso, y aunque no la entendamos es bella y necesaria. Hay una parte malinterpretada respecto a Wicca: el uso de la magia y los rituales. No hay que tenerle miedo a la magia. En realidad, no es más que rezar y observar: las cosas ocurren de manera que no entiendo, pero me demuestran que existe un poder superior en el universo. Y aparte de comprobarla, puedo ejercerla: enciendo una vela, inicio un ritual para crear un momento especial. Medito, pido cosas o las agradezco. Las mujeres que practicamos Wicca somos llamadas
witches
(brujas), pero ni pienses en la peor acepción de la palabra. Y sí, hubo un tiempo en que fuimos quemadas. La gente habla del Holocausto judío, pero pasa por alto nuestro particular Holocausto.

Todas las religiones nos deben algo: al ser la más antigua, Wicca las entiende e incluye a todas. Los católicos, por ejemplo, adoptaron la mayoría de sus fiestas e incluso el ritual de la misa de Wicca. Todo es amor, todo es la diosa y el dios.

Si deseas saber más de nosotras, estaré encantada de ayudarte: somos muchas. Y que la diosa te bendiga».

Aparte de mostrar un desconocimiento de la historia de las religiones que raya en lo risible, esta chica apuntaba algunos temas interesantes: por un lado, reivindicaba la importancia de la mujer, y la necesidad de reconocimiento, constante en todas las enfermas, que consideran el mundo como un lugar machista que no les deja espacio. Denuncia también la intolerancia de las religiones tradicionales respecto al papel de la mujer, que no puede acceder a un puesto de mínima importancia. Aquí ellas son las sacerdotisas.

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