Ésta era la parte de Coruscant que Lorn Pavan consideraba su hogar.
— o O o —
El lugar de encuentro lo había sugerido el toydariano; era un edificio mugriento al final de un callejón sin salida. Para poder entrar en él, Lorn y su androide, I-Cinco, tuvieron que pasar por encima de un rodiano que dormía sobre un montón de andrajos situado junto al quicio de la entrada.
—Siempre me he preguntado si toda tu clientela está suscrita al mismo servicio —dijo el androide de protocolo al entrar—, ése que proporciona una lista de los lugares donde citarse más desagradables y de peor reputación de la galaxia.
Lorn no respondió. Él mismo se lo había preguntado en alguna ocasión.
Dentro había un pequeño vestíbulo, ocupando la mayor parte de su espacio una cabina de plastiacero amarillento. En la cabina había un macho humano calvo recostado en una silla que se adaptaba a la forma de su cuerpo. Cuando entraron, alzó la mirada sin mostrar curiosidad.
—La cabina cinco está libre —gruñó, señalando con el pulgar a una de las puertas que se alineaban en el vestíbulo circular, y mirando a I-Cinco antes de hablar—. Un crédito por cada media hora. Si el androide se mete dentro, tendrá que firmar un impreso de consentimiento.
—Venimos a ver a Zippa —le dijo Lorn.
El propietario volvió a mirarlos, cambió de postura y apretó un botón con un dedo mugriento.
—Cabina nueve —dijo.
La holocabina era todavía más pequeña que el vestíbulo, lo cual implicaba que apenas era lo bastante grande para contener a los cuatro que ahora se amontonaban en ella. Lorn y el androide se pararon junto al sofá circular situado ante la placa transmisora. Zippa flotaba un poco por encima de la placa, el sonido de su rápido batir de alas proporcionaba un constante zumbido de fondo. La escasa luz oscurecía su moteada piel azul hasta darle un poco saludable tono púrpura negruzco.
Detrás de él había otra forma mucho más grande. Lorn se dio cuenta de que no era humana, pero la luz escaseaba demasiado para poder adivinar su especie. Deseó que Zippa dejase de flotar; fuera cual fuera el ser situado tras él, apestaba como un bote de silage a mediodía, y la brisa generada por las alas de Zippa no aliviaba mucho el olor. Resultaba obvio que tampoco éste se había molestado últimamente en bañarse, pero por fortuna el olor corporal del toydariano no resultaba ofensivo; de hecho recordaba a la dulcespecia.
—Lorn Pavan —dijo éste con voz que de algún modo sonaba a estática, como si estuviera algo desintonizada—. Me alegro de volver a verte, amigo mío. Ha pasado mucho tiempo.
—Yo también me alegro de verte, Zippa —replicó Lorn, pensando en la capacidad del viejo truhán. Nadie podía simular la sinceridad mejor que él. La verdad es que lo mejor que podía decirse de él era que nunca te clavaría un puñal por la espalda a no ser que eso le resultara completamente… oportuno.
Zippa varió ligeramente el ángulo de sus alas, rotando hacia un lado mientras señalaba a la masa en sombras del rincón.
—Éste es Bilk, un… asociado.
Bilk avanzó un poco, y Lorn pudo verle lo bastante como para reconocerlo como gamorreano. Eso explicaba la peste.
—Encantado de conocerte, Bilk —comentó, haciendo un gesto en dirección a su compañero—. Éste es mi socio, I-Cinco-YQ. I-Cinco para abreviar.
—Encantado —dijo el androide—. Si no le importa, desconectaré mis sensores olfativos antes de que se sobrecarguen.
—¡Vaya, vaya! —comentó Zippa, mirando al androide con ojos bulbosos—. ¡Un androide con sentido del humor! Me gusta. ¿Quieres venderlo? —El toydariano se acercó más a él, elevándose un poco para evaluar mejor la valía de I-Cinco—. Parece muy bien ensamblado. ¿Eso son cables powerbus Cybot G7? Hace años que no los veo. Aun así, igual vale algo como curiosidad. Te doy cincuenta créditos por él.
Lorn dio una patada al servomotor inferior izquierdo de I-Cinco antes de que pudiera proferir una protesta indignada.
—Gracias por la oferta, pero I-Cinco no es de mi propiedad. Somos socios en el negocio.
Zippa miró a Lorn antes de romper a reír jadeante.
—Tienes un extraño sentido del humor, Lorn. Nunca sé cuándo estás de broma. Aun así, sigues gustándome.
De pronto, Bilk entrecerró los ojillos y su garganta profirió un gruñido, inclinándose truculento hacia el androide. Lorn supuso que probablemente acababa de darse cuenta que el comentario había sido un insulto. Los gamorreanos no eran la especie más inteligente de la galaxia, y con mucha diferencia.
Zippa se situó ante su enorme guardaespaldas.
—Tranquilo, Bilk. Aquí somos todos amigos —dijo, antes de volverse hacia Lorn, y buscar con sus nudosos dedos en un morral del que sacó un cubo de cristal grande como la palma de su mano, que brilló rojizo en la semioscuridad de la cabina—. Éste es tu día de suerte, amigo mío. Lo que tengo aquí es un auténtico holocrón Jedi, cronodatado con toda fiabilidad en una antigüedad de cinco mil años. Este cubo contiene secretos de los antiguos Caballeros Jedi. —Lo mantuvo a la altura de los ojos de Lorn—. Estarás de acuerdo en que no hay precio demasiado grande para un artefacto como éste. Pero, a pesar de ello, lo único que pido son unos tristes veinte mil créditos.
Lorn no hizo ningún intento de tocar el objeto que le enseñaba el perista.
—Es muy interesante, y un precio muy bueno. Si es lo que dices que es.
—
¡Nifft!
¿Dudas de mi palabra? —repuso Zippa en tono ofendido.
Bilk gruñó e hizo crujir los nudillos de una mano contra la palma de la otra. Hizo un sonido de huesos rompiéndose.
—No, claro que no. Estoy seguro de que crees que lo que dices es cierto. Pero hay muchos vendedores sin escrúpulos en el mundo, y hasta alguien con tu experta vista puede llegar a ser engañado. Lo único que pido es alguna prueba empírica.
El perista retorció el hocico para formar una sonrisa, exponiendo unos dientes salpicados con los restos de su última comida.
—¿Y cómo propones que obtengamos esa prueba? Un holocrón Jedi sólo puede ser activado por alguien que sepa usar la Fuerza. ¿Hay algo que no me has dicho, Lorn? ¿Acaso eres un Jedi de tapadillo?
Lorn sintió que una sombra fría le invadía. Dio un paso adelante y agarró a Zippa por el chaleco de piel de fleek, tirando hacia sí del sorprendido toydariano. Bilk gruñó y se lanzó hacia Lorn, para pararse en seco cuando un rayo láser delgado como un cabello le chamuscó el cuero cabelludo entre los cuernos.
—Cálmate —dijo tranquilamente I-Cinco, bajando el dedo índice del que había brotado el rayo—, y no tendré que mostrarte las demás modificaciones especiales que me hice instalar.
Ignorando el enfrentamiento entre el androide y el gamorreano, Lorn habló en voz baja a Zippa.
—Sé que eso lo has dicho pretendiendo que fuera una broma, y por eso voy a dejarte vivir. Pero no vuelvas a decirme nunca,
nunca
, algo parecido.
Miró fijamente a los saltones y acuosos ojos del toydariano un momento más, y lo soltó.
Zippa se apresuró a situarse detrás de Bilk, batiendo las alas con más fuerza que antes. Lorn pudo ver que se tragaba la sorpresa y la rabia que sin ninguna duda sentía mientras se alisaba las arrugas del chaleco. Lorn se maldijo interiormente; sabía que era un error dejarse dominar por su genio. Necesitaba el trato; no podía permitirse el enemistarse con el perista. Pero su comentario le había pillado por sorpresa.
—Parece que he tocado un nervio —dijo Zippa. No había soltado el holocrón durante el altercado y volvió a metérselo en el morral del cinturón—. No sabía que trataba con alguien tan… temperamental. Quizá deba buscarme otro comprador.
—Quizá. Y quizá deba coger el cubo y pagarte lo que vale, que supongo no será más de cinco mil créditos.
Vio cómo a Zippa se le enrojecían sus cavernosas fosas nasales. No sabía resistirse a un regateo, aunque fuera con alguien que le había puesto las manos encima.
—¿Cinco mil?
¡Pfah!
¡Primero me atacas, y después me insultas! Veinte mil es su justo precio. Pero es obvio que has tenido alguna mala experiencia con los Jedi —comentó, frotándose su velluda y casi inexistente barbilla—. Me mueve la compasión. Así que, en vistas de esa pasada tragedia tuya, quizá puedas convencerme de bajar mi precio a dieciocho mil, ni un decicrédito menos.
—Y a mí me mueven los remordimientos por mi conducta. En gesto de disculpa, aumentaré mi oferta a ocho mil. Tómalo o déjalo.
—Quince mil. Y con ello sólo me perjudico.
—Diez mil.
—Doce —repuso Zippa, recostándose en el aire y cruzando sus esqueléticos brazos en gesto de conclusión.
—Hecho.
Estaba dispuesto a subir hasta los quince, pero no había motivo para que Zippa lo supiera. Sacó de un compartimento del cinturón un grueso fajo de créditos de la república y empezó a contarlos. La mayoría de las transacciones de los niveles superiores se llevaban a cabo mediante chips de crédito electrónicos, pero poca gente usaba abajo los chips. El perista volvió a sacar el holocrón y se lo entregó a su comprador al mismo tiempo que éste le entregaba los billetes.
Lorn aceptó el cubo.
—Bueno. Ha sido un placer tratar…
Dejó la frase a medias cuando vio que Bilk apuntaba con una pistola láser a la entrada de recarga de I-Cinco. Zippa, con una sonrisa decididamente desagradable, flotó hacia adelante, cogiendo de la mano de Lorn el holocrón y los créditos restantes.
—Me temo que, en este caso, el placer es todo mío —dijo el toydariano mientras sus dos clientes alzaban las manos. A continuación, dejó de sonreír para proferir las siguientes palabras con un siniestro siseo—. Nadie me amenaza y vive para contarlo. —Su mano de tres dedos pasó ante la placa del sensor y se abrió la puerta de la cabina—. Le diré al propietario que la cabina nueve necesita una limpieza extra. Date prisa, Bilk. Quiero encontrar otro comprador para este objeto.
La puerta de la cabina se cerró al salir Zippa, dejando dentro al gamorreano. Era imposible saber si su hocico de cerdo sonreía o no, pero Lorn estaba seguro de ello.
—¿A dónde va a ir a parar la galaxia cuando uno no puede ni fiarse de un perista toydariano? —comentó a I-Cinco.
—Es una desgracia. Me dan ganas de… gritar.
Lorn seguía teniendo las manos levantadas e insertó rápidamente en las orejas sus dedos índices todo lo profundamente que pudo, mientras el vocabulador de I-Cinco emitía un ensordecedor chirrido de alta frecuencia. El volumen resultaba terriblemente doloroso incluso con los oídos tapados. Bilk, desprevenido, reaccionó tal y como habían supuesto que haría: aulló de dolor y se llevó las manos a los oídos en un gesto reflejo, dejando caer la pistola láser.
I-Cinco interrumpió el grito, cogió el arma antes de que tocase el suelo y un segundo después la apuntaba contra Bilk. O el gamorreano no se dio cuenta o estaba demasiado enfurecido como para importarle. Se lanzó rugiendo contra los dos amigos.
El rayo de partículas atravesó la placa blindada del pecho de Bilk, abriéndose paso a través de varios órganos internos y saliendo entre los omóplatos. El intenso calor del rayo cauterizó la herida al instante, deteniendo cualquier hemorragia visible, aunque eso le importó poco a Bilk. Cayó al suelo como un saco de carne, que era básicamente en lo que se había convertido.
Lorn agitó la mano ante la placa de salida y la puerta volvió a abrirse.
—Vamos… ¡Antes de que Zippa se aleje! —gritó al androide mientras cargaba por el vestíbulo. El propietario apenas les miró cuando pasaron ante él.
Salieron a la escasa luz del callejón sin salida, llevando Lorn la pistola que le había lanzado I-Cinco. Pero no había señales de Zippa. Sin duda había oído el grito de I-Cinco, adivinado el probable destino de Bilk, y dejado que sus alas le apartaran de la vista todo lo rápido que les fuera posible.
Lorn dio un puñetazo a la pared llena de graffitis.
—Genial —gimió—. Ha sido genial. Hemos perdido quince mil créditos y el cubo. Y ya tenía a alguien apalabrado para pagarme cincuenta mil por un holocrón auténtico.
—Puede que de no haber cometido esa pequeña torpeza… —Lorn se volvió para mirar a I-Cinco, el cual continuó hablando—. Pero puede que éste no sea el momento más apropiado para discutirlo.
Lorn aspiró profundamente, dejando salir el aire con lentitud. Anochecía con rapidez.
—Vamos. Será mejor que salgamos de este sector antes de que nos encuentren los raptores. Sería la manera perfecta de acabar el día.
—Bueno. ¿Era un auténtico holocrón Jedi? —preguntó I-Cinco cuando empezaron a andar.
—No tuve ocasión de examinarlo de cerca, pero esos grabados cuneiformes apuntaban a que era algo más raro aún. Creo que era un holocrón Sith.
Lorn negó disgustado con la cabeza, disgustado sobre todo consigo mismo. Sabía que I-Cinco tenía razón, que su estallido de rabia debió precipitar la traición de Zippa. Ya había tratado antes con el toydariano y nunca le había traicionado. Estúpido, estúpido,
¡estúpido!
Pero no tenía sentido castigarse así. Se había quedado sin créditos, y estaba en una zona de Coruscant donde no convenía estar sin recursos. Necesitaba un negocio, y lo necesitaba pronto, o probablemente acabaría tan muerto como Bilk.
No era una idea reconfortante.
D
arsha Assant estaba ante el Consejo Jedi. Había soñado con ese glorioso momento desde que empezó su entrenamiento de padawan. El mundo contenido entre las paredes del Templo Jedi había sido, a todos los efectos y propósitos, su único mundo. Durante todos esos años había estudiado, había practicado formas de lucha con armas y cuerpo a cuerpo, se había sentado en meditación durante horas interminables y, lo que en muchos sentidos era la tarea más difícil, había aprendido a sentir y manipular, en pequeño grado, el poder de la Fuerza.
Y por fin estaba a punto de alcanzar la culminación de su entrenamiento. Estaba en la cámara más alta de la espiral conocida como Consejo Jedi, y desde allí tenía una espectacular vista de la ciudad planetaria perdiéndose en el horizonte en todas direcciones. Los miembros del Consejo estaban sentados en doce sillas dispuestas a lo largo de todo el perímetro circular. Pese a haberlos visto en raras ocasiones a lo largo de su entrenamiento, de hecho, ésta era sólo la cuarta vez que estaba en la Sala del Consejo, sus estudios le habían permitido conocer muy bien sus nombres e historias. Adi Gallia. Plo Koon. Eeth Koth. El anciano y venerable Yoda. Y, por supuesto, Mace Windu, un veterano miembro del Consejo. Darsha se sentía algo más que nerviosa por estar en presencia de tan augusta compañía.