Darth Maul. El cazador en las tinieblas (6 page)

Read Darth Maul. El cazador en las tinieblas Online

Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Pero la oscuridad era el último de los peligros del Pasillo. Mucho peor eran las cosas, tanto humanas como inhumanas, que vivían en la oscuridad y que hacían presa de los transeúntes desprevenidos.

Darsha pilotó su saltador por entre la niebla miasmática que cubría como una sábana sucia los niveles inferiores. ¿Por qué elegiría alguien un vecindario como ése para esconder a un informador?, se preguntó. Por supuesto, la respuesta era que se trataba del último lugar en que habría buscado nadie.

El piso franco, un bloque de ferrocreto y plastiacero rodeado de barricadas, estaba en una calle que no era lo bastante ancha para aparcar el saltador. Aterrizó en el cruce más cercano, salió de él y ordenó al piloto automático que se elevase veinte metros y se quedara allí flotando. De ese modo tenía más probabilidades de encontrarlo a su vuelta.

Aquí y allí había plectros luminosos en protectoras jaulas de alambre situadas en los edificios, pero estaban tan debilitados por siglos de uso que apenas aliviaban un poco la oscuridad. En cuanto bajó del vehículo se vio asediada por mendigos que le pedían comida y dinero. Al principio probó con la antigua técnica Jedi de nublar sus mentes, pero eran demasiados, y la mayoría con la mente demasiado castigada por las privaciones y diversas sustancias químicas ilegales como para responder a su sugestión. Apretó los dientes y se abrió paso por ese bosque de sucias manos, tentáculos y otros tipos de apéndices.

La mezcla de repulsión y compasión que sentía era casi abrumadora. Desde que tenía memoria, había estado cuidada y atendida en el Templo Jedi, protegida de todo contacto directo con la escoria de la sociedad; algo irónico, ya que se suponía que los Jedi protegían todo tipo de civilizaciones, incluyendo aquellas que las clases superiores pudieran considerar intocables. Si bien era cierto que parte de su entrenamiento la había llevado a zonas muy duras, en ninguna parte había visto nada remotamente comparable a esto. Le horrorizaba que pudiera existir en alguna parte semejante pobreza y abandono, y menos aún en Coruscant.

Consiguió llegar a la entrada del piso franco y llamó a la puerta blindada. Se abrió una mirilla, y por ella apareció una cámara centinela.

—Nombre y asunto que le trae por aquí —pidió con voz cortante.

—Darsha Assant, me envía el Consejo Jedi.

Un esquelético kubaz intentó quitarle el sable láser de su cinto. Ella le cogió la mano y le dobló el pulgar hacia atrás. Éste lanzó un chillido y retrocedió alejándose, pero otros tomaron su lugar. El único motivo por el que no la arrastraban de vuelta a la calle principal era que se habían agolpado demasiados en la estrecha apertura donde se encontraba.

La cámara de seguridad realizó un rápido escaneo láser de su rostro.

—Identidad confirmada. Por favor, contenga la respiración.

Darsha lo hizo, y una serie de aberturas ocultas alrededor de la puerta proyectaron una niebla rosada contra la multitud de mendigos. Un coro de indignados gritos, gemidos, chillidos y demás protestas se levantó cuando el gas irritante los bañó momentáneamente. La puerta se levantó rápidamente y un brazo metálico la cogió para meterla en el interior.

Se encontró en un estrecho pasillo casi tan oscuro como la calle. El androide de seguridad que la había cogido del brazo la llevó por el pasillo, torciendo un recodo y dejándola en un pequeño cuarto sin ventanas. La luz no era allí mucho mejor y apenas pudo distinguir la forma sentada en una silla. Era calva y humanoide, y pensó que era un fondoriano.

—Éste es el Jedi que te pondrá a salvo, Oolth —dijo el androide.

Aunque sabía que era una tontería, Darsha se sintió emocionada al ser llamada Jedi, aunque lo hiciera un androide.

—Ya era hora —dijo el fondoriano, levantándose con rapidez—. Salgamos de aquí antes de que oscurezca, aunque no se puede decir que alguna vez deje de estar oscuro por aquí. —Se movió hacia la entrada de la puerta, deteniéndose entonces para mirarla—. Venga, vamos. ¿A qué esperas?

—Estoy pensando en la mejor manera de volver a mi saltador. No me gusta la idea de volver a pasar por entre esos pobres seres de fuera.

—Nosotros seremos los «pobres seres» si no nos movemos. Estamos en territorio raptor. Hacen que la escoria de ahí fuera parezca el Senado de la República. ¡En marcha!

Darsha se movió hacia la puerta, y Oolth se echó a un lado para dejarla pasar.

—Quien necesita protección soy yo; sal tú primero.

La padawan estaba segura de que, por muy útil que pudiera ser su protegido para el Consejo, no lo querrían por su valentía. Pasó junto a él y se dirigió a la puerta de la calle.

El monitor de la cámara estaba junto a la puerta y mostraba a unas cuantas personas rondando la zona. Pero la mayoría parecía haberse ido a buscar algún otro al que importunar. Si Darsha y Oolth se movían con rapidez llegarían sin demasiados problemas al cruce donde estaba su vehículo.

—Muy bien —dijo ella, respirando profundamente y recurriendo a la Fuerza para calmarse. Era una padawan Jedi con una misión que cumplir. Ya era hora de ponerse a ello—. Vamos allá.

El panel de la puerta se abrió. Buscó con la Fuerza y no sintió a nadie cercano que pudiera suponer algún peligro. Tranquilizada, caminó por la calle acompañada de Oolth. Los mendigos parecían materializarse de entre las sombras, rodeándolos. Oolth los empujaba a medida que se acercaban.

—¡Apartaos de mí! ¡Sucias criaturas!

—Sigue moviéndote —le dijo Darsha.

Había rechazado la oferta del androide de acompañarlos porque no quería atraer más atención de la estrictamente necesaria. Si hacía falta, activaría el sable láser; estaba segura de que la mera visión de la hoja de energía haría huir a la mayoría de los mendigos. Pero esperaba que no fuera necesario. Ya casi habían llegado al cruce.

Y entonces, su corazón, que ya latía apresuradamente por la tensión nerviosa, intentó salírsele por la boca.

El saltador seguía estando donde lo había aparcado, flotando a veinte metros del suelo. Y, amontonada en la calle debajo de él, había una confusión heterogénea de seres, alrededor de una docena de ellos. Entre las especies que podía reconocer, Darsha distinguió humanos, kubazes, h’nemthes, gotalos, snivvianos, trandoshanos y bith. Todos ellos parecían estar en la etapa adolescente de sus respectivas especies, todos vestían de forma colorista y moteada, y todos parecían extremadamente peligrosos.

—Los raptores —dijo Oolth con un suspiro, con voz estrangulada.

La aspirante a Jedi había oído historias sobre bandas callejeras que aterrorizaban los peores sectores de la superficie de Coruscant. Y la banda de los raptores era la que tenía peor reputación. Había esperado completar su misión con la suficiente rapidez como para evitar un encuentro con ellos. Ahí se quedaba la idea.

Habían enganchado la nave biplaza con varios ganchos de cuyos extremos colgaban cuerdas. Tres miembros de la banda, una hembra humana y dos bith machos, habían trepado ya hasta el vehículo y lo estaban saqueando. Arrojaban varios objetos a sus compañeros de abajo, entre los que se contaban un holoproyector, un respirador acuático, una bolsa de cápsulas de comida y el medpac. Y mientras Darsha miraba, uno de ellos se las arregló para desconectar el piloto automático, haciendo que la nave descendiera suavemente hasta la calle. Algo que fue recibido con alegría por el resto de la banda.

Oolth la agarró de la túnica e intentó arrastrarla hasta las sombras de la estrecha calle.

—¡Deprisa, antes de que nos vean!

—No puedo dejar que desmonten el saltador —repuso ella, liberándose de su mano—. Es nuestra única forma de salir de aquí. Espera aquí hasta que me haya ocupado de ellos.

A continuación se obligó a proyectar una confianza que de ninguna manera sentía, y se dirigió hacia los raptores.

Apenas había dado unos pasos cuando se fijaron en su presencia. La estridente conversación y las risas desaparecieron de inmediato.
Seguramente será porque les cuesta creer que alguien pueda ser tan suicida
, pensó la padawan.

Se detuvo a unos metros de ellos. En la calle no había nadie más, aparte del fondoriano que temblaba en algún rincón detrás de ella. Nadie en su sano juicio quería estar cerca cuando los raptores iban al acecho.

—Ése es mi saltador —dijo, sintiendo alivio al comprobar que no le temblaba la voz—. Por favor, devolved las cosas que habéis robado y apartaos de él.

Los raptores se miraron asombrados antes de romper en los sonidos que constituían la risa para cada especie. Uno de los humanos machos, enjuto y nervudo, con una improbable melena de pelo verde que se mantenía erguida por un campo electrostático, se acercó a ella.

—Parece que eres nueva por aquí —dijo, provocando más risas entre sus compañeros, esta vez de tono claramente desagradable.

Darsha repasó rápidamente sus opciones. No tenía muchas. Estaba sola contra una docena, y aunque su conocimiento de las artes de combate Jedi mejoraba un poco sus probabilidades, no confiaba lo suficiente en ello como para salir bien librada en un combate. Además, estaba en su territorio y, por lo que ella sabía, igual había una docena más de raptores esperando entre las sombras.

Pero había otras alternativas a la lucha. El truco mental que había intentado antes con los mendigos no había tenido un éxito completo, pero sí que había alejado a unos cuantos. Igual le servía ahora para confundir a los raptores lo bastante como para llegar hasta su vehículo. Claro que aún tendría que meter a Oolth en la nave, pero ya resolvería los problemas uno a uno.

Alzó la mano derecha, abriendo los dedos en un gesto destinado a desviar su atención mientras recurría mentalmente a la Fuerza.

—No estáis interesados en mí, o en mi vehículo —dijo, usando el tono de voz suave pero atrayente que le habían enseñado.

Sus expresiones confusas e inseguras le indicaron que estaba funcionando, empezaba a sentir cómo sus mentes vibraban en resonancia con la de ella.

Pelo Verde debía ser su jefe o algo semejante, porque asintió y dijo lentamente.

—No estamos interesados en ella, o en su vehículo.

El resto de la banda murmuró las mismas palabras al unísono.

Darsha avanzó unos pasos, repitiendo el gesto hipnótico.

—Ya podemos irnos —le dijo a Pelo Verde—. Aquí no hay nada que nos interese.

—Podemos irnos. Aquí no hay nada que nos interese —dijo él, con el resto de la banda repitiendo sus palabras como un eco.

La padawan siguió moviéndose despacio pero con firmeza. Pasó junto a Pelo Verde, situándose en medio de ellos, a sólo uno o dos pasos de su nave. Ya los tenía; notaba sus mentes, algunas luchaban débilmente, otras se entregaban voluntariamente a su poder de sugestión aumentado por la Fuerza. Un instante más y estaría en el saltador.

Un grito resonó en la oscura calle.

Ella se dio media vuelta, sorprendida, buscando con la mirada el origen del grito. Era Oolth el fondoriano, tambaleándose en el centro de la estrecha calle, agitando y moviendo frenéticamente una pierna para librarse de una rata blindada que le había clavado las fauces en su espinilla. Al ver quién había gritado, también vio que su tenue control mental sobre los raptores se rompía por ese grito inesperado. Los raptores parpadearon, menearon la cabeza como despertando de un sueño, dándose cuenta de que su presa se había puesto voluntariamente en medio de todos ellos.

A Darsha ya no le quedaba más remedio que luchar. Buscó su sable láser, pero atacaron antes de que pudiera cogerlo.

Capítulo 6

H
ath Monchar estaba asustado.

Algo que no resultaba especialmente sorprendente para quien conociera al virrey delegado de la Federación de Comercio. Monchar era considerado notablemente tímido incluso entre los propios neimoidianos. Lo cual hacía aún más sorprendente que hubiera hecho lo que había hecho.

Monchar estaba asustado, sí, pero bajo esa emoción se hallaba otra que le era mucho menos familiar. Esa emoción era la del orgullo, y si bien era un orgullo nervioso y frágil, seguía siendo orgullo. Había corrido un riesgo, un gran riesgo. Se había atrevido a reconducir su vida en una nueva dirección, que con suerte le sería muy provechosa. Tenía derecho a sentirse orgulloso, se dijo.

Miró a su alrededor, a los clientes de la taberna donde se encontraba. Era un establecimiento muy diferente al que solía frecuentar cuando estaba en Coruscant. Siempre solía acudir al que estaba localizado en la opulenta mónada de las Torres Kaldani, donde tenía un apartamento. Pero había decidido no usarlo en esa visita, ya que le habría hecho fácilmente localizable. En vez de eso había alquilado con nombre falso un domicilio barato junto al Museo Galáctico. También se había planteado seriamente la posibilidad de comprar un disfraz holográfico que cambiara su apariencia por la de otra especie. Su paranoia se había enfrentado a su tacañería durante un buen rato, ganando finalmente su cicatería, aunque por poco margen.

Hath Monchar había ido a Coruscant porque el mundo capital era el lugar donde mejor, más rápida y anónimamente se traficaba con información. Y eso era lo que quería vender: información. Concretamente información sobre el inminente bloqueo de Naboo, y el hecho de que el responsable era un Señor Sith.

Era un plan peligroso, desde luego. Sabía que si sus co-conspiradores lo encontraban, no tardarían en entregarlo a los tiernos cuidados de Darth Sidious. La mera idea de encontrarse en las garras del Señor Sith bastaba para que empezara a hiperventilarse. A pesar de ello, Monchar no podía resistirse a la oportunidad de ganar rápidamente una fortuna.

Bebió otro sorbo de la cerveza de agárico que estaba tomando. Sí, el riesgo era muy grande, pero también lo eran los beneficios potenciales. Lo único que le faltaba era contactar con la persona adecuada para que le sirviera de intermediario, alguien que supiera quién podría pagar generosamente por su información. Sólo necesitaba algo más de entereza. Había llegado muy lejos, y no pensaba echarse atrás, no estando tan cerca del objetivo.

Hath Monchar le hizo una seña al barman baragwino. Otra frasca de cerveza le proporcionaría la entereza que necesitaba.

— o O o —

Mahwi Lihnn llevaba diez años estándar siendo cazadora de recompensas. Desde que se vio obligada a dejar su mundo natal por matar a un agente gubernamental corrupto. Durante ese tiempo había recorrido casi todo el largo y ancho de la galaxia, realizando todo tipo de trabajos. Había perseguido fugitivos de la justicia en mundos tan diversos como Ord Mantell, Koon y Tatooine, entre otros muchos. Pero, curiosamente, nunca había estado en Coruscant, y estaba impaciente por conocer la capital de la galaxia.

Other books

The Wedding Date by Ally Blake
Joshua Then and Now by Mordecai Richler
The Sand Fish by Maha Gargash
Irish Seduction by Ann B. Harrison
Branded by Tilly Greene
The Inn at the Edge of the World by Alice Thomas Ellis