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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (33 page)

—¡Eres un maldito hijo de Satanás, Brendan McDougall! Tú, y todo tu maldito clan.

«¡Ay, Dios mío, la que se va a liar!», pensó Gillian al ver cómo Niall miraba a aquellos dos.

Sin entender lo que pasaba, Brendan se acercó hasta ellos y, sin perder su compostura, preguntó en el tono más agrio que pudo:

—¿Por qué me insultas, McLeod?

Gillian, temiéndose lo peor, se acercó a su amiga y susurró:

—Cris, por favor, déjalo. Vayamos a hablar a otro lado. Estoy segura de que lo que nos has contado no es verdad. Todo tendrá su explicación. Pero Cris, despechada, se lanzó contra Brendan y, como una fiera, comenzó a darle patadas y puñetazos.

—¡Por todos los santos, ¿te has vuelto loca, mujer?! —gruñó Niall. Brendan, que sujetaba a Cris, en un murmullo casi inaudible le preguntó al oído:

—¿Qué pasa, amor?

Cris no respondió, y Niall la cogió del brazo y dijo.

—¡Maldita sea, Cris! Si estás furiosa por lo que nos has contado, ¿por qué lo pagas con Brendan?

—Tú no sabes nada —gritó la joven, fuera de sí. Niall observó el semblante de su amigo y, sin explicarse qué ocurría allí, volvió a mirarla.

—¿Tan grande es el odio que le tienes que algo ajeno a él se lo haces pagar también?

—Vámonos, Cris —le ordenó Gillian, cogiéndola de la mano mientras miraba a Brendan con gesto impasible. Deseaba gritarle que era un mentiroso, pero no quería liar más las cosas.

Entonces, Cris, humillada y destrozada, se dio la vuelta, y soltándose del brazo de Gillian, corrió hacia su caballo.

—Niall, por favor, intenta hablar con ella. Temo que haga una tontería —le rogó Gillian.

Ante aquella súplica, éste corrió hacia Cris, y se quedaron solos Gillian y Brendan. —Eres un maldito bastardo, ¿lo sabías? —bufó, volviéndose hacia él. Pero Brendan sólo podía ver cómo Cris llegaba hasta el caballo, montaba y se alejaba a todo correr.

—¡Maldita sea, Gillian! ¿Qué le pasa? ¿Qué ocurre para que esté así? Con precaución, la mujer miró hacia atrás y, al ver a su marido lo suficientemente lejos como para que no pudiera oírla, con un gesto nada dulce, preguntó:

—¿Cuándo pensabas decirle que te habías comprometido con otra mujer?

—¡¿Cómo dices?! —susurró, incrédulo.

—Ya…, ya, disimula, maldito estúpido. Cris está destrozada porque se ha enterado de que pronto te vas a desposar con otra que no es ella. ¿Cómo has podido hacerle eso?

—Eso es mentira —bufó—. Yo no me voy a desposar con nadie y… «¡Oh, gracias a Dios!», se dijo a sí misma, suspirando. En ese momento, Niall llegó hasta ellos.

—Discúlpala, Brendan. Se ha enterado de algo que la ha alterado, y de ahí, su reacción. Cris es una buena muchacha y…

Pero Brendan no le dejó terminar:

—No te preocupes, Niall —gritó, corriendo hacia su caballo—. Lo entiendo. Luego volveré para que podamos terminar de hablar. Acabo de recordar que tengo algo muy importante que hacer.

Instantes después vieron marcharse a Brendan al galope, algo que Gillian entendió pero que Niall no. Cuando se volvió hacia su esposa para comentar lo ocurrido, se sorprendió al ver en ella una significativa sonrisa que rápidamente retiró. Escrutándola con la mirada, preguntó en tono dulzón:

—Gillian, ¿hay algo que yo no sepa y que tú debas contarme? —«¡Ja! ¡Si tú supieras…!», se dijo, pero con la más dulce de las sonrisas, le cogió del brazo y murmuró:

—No, tesorito.

—¿Seguro?

—Segurísimo —asintió ella, tocándose el cuello. Pero algo lo hizo dudar. La conocía y sabía que cuando se tocaba el cuello y, en especial, se lamía el labio inferior algo pasaba. En ese momento, unos
highlanders
a caballo pasaron junto a ellos, y Gillian se los quedó mirando.

—¿Quiénes son?

Niall, sin quitarle los ojos de encima, respondió:

—Los hombres de Brendan. Al ver que se ha marchado van en su busca. —«¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!, debo avisarlos, o los pillarán», pensó, horrorizada. Con rapidez se deshizo del abrazo de su marido, e inventándose una excusa, dijo:

—Niall, tengo…, tengo que hacer algo urgentemente. Convencido de que ella sabía más de lo que decía, la agarró de nuevo.

—¿Adónde vas, Gillian? —le preguntó.

—Tengo que ir a ver a
Hada
al establo.

—¡¿Ahora?!

—Sí.

De un tirón se soltó de él, pero antes de que pudiera dar dos pasos, su marido la sujetó otra vez con gesto grave.

—Sé que pasa algo. Lo veo en tu mirada y la premura. Dime qué ocurre, o de aquí no te mueves.

Con el corazón desbocado, Gillian gimió.

—No puedoooooooooo.

—¿Qué no puedes? Por todos los santos, mujer, ¿acaso me ocultas algo? —Sí, pero yo…

—Gillian, estás acabando con mi paciencia —protestó Niall. Incapaz de continuar allí sin hacer nada, ella resopló.

—Tengo que confersarte algo…, pero…, pero quiero que lo tomes como una mentira piadosa.

—¡¿Una mentira piadosa?!

Al ver su gesto ofuscado, la mujer le tomó la mano. —Esa clase de mentiras eran aceptables —murmuró—. Tú lo dijiste, y yo…, yo… lo prometí, y…, y… luego, yo…

—¡Por el amor de Dios!, ¿qué ocurre? —bramó él. Y tras sopesar que era preferible que se enterara Niall a que se enteraran los padres de Cris y Brendan, con rapidez le contó lo que sabía, y dejó a su marido con la boca abierta.

—Que Brendan y Cris…

—Sí —gritó, ansiosa—. Ahora, por favor, avisémoslos, o todo el mundo se enterará.

Niall comprendió la gravedad de la situación, así que ambos montaron en sus caballos.

—Desde luego, Gillian, no sé cómo lo haces, pero estás metida en todos los líos. Sin que ella respondiera, se lanzaron al galope con la esperanza de llegar a tiempo.

Capítulo 39

Por suerte para todos, los guerreros de Brendan McDougall se encaminaron hacia sus tierras y pasaron de largo por la cascada, sin saber que su jefe y la hija del jefe del clan enemigo estaban allí.

Cuando Gillian y Niall llegaron, aquellos dos discutían a voz en grito, algo que a éste no le sorprendió. La joven tenía el mismo carácter endemoniado que su mujer e idéntica manera de discutir.

—¡Vaya, vaya, Brendan! —dijo Niall, sorprendiéndolos—. Nunca me lo hubiera imaginado de ti.

Al verlos aparecer, Cris y Brendan miraron con reproche a Gillian, pero ésta desmontó del caballo y les explicó lo ocurrido. Mientras, su marido, entre divertido y aún tremendamente sorprendido por la situación, la escuchaba montado en su corcel.

—De verdad, lo siento. Sabéis que vuestro secreto hubiera ido conmigo a la tumba, pero al ver a tus hombres salir tras de ti he creído que era mejor que Niall lo supiera, si de este modo evitaba que os pillaran los guerreros.

—Sí, la verdad es que sí —asintió Cris, más tranquila, mientras Brendan la tenía sujeta por la cintura.

Gillian comprobó que los jóvenes parecían más relajados, así que preguntó:

—Por favor, ¿me quiere decir alguien qué es lo que ha pasado? McDougall, tras cruzar una mirada con Niall, que seguía sonriendo con cara de bobo, respondió:

—Lo que le han contado a Cris es mentira. Yo no me he comprometido con nadie ni pienso comprometerme ni casarme con otra que no sea ella.

—¡Oh, me alegro! —suspiró Gillian, encantada—, porque te juro que cuando he visto a Cris en esa situación, he sentido unos deseos terribles de lanzarte la daga y clavártela en medio de la frente.

—¡Vaya, qué sanguinaria! —dijo riendo Brendan.

—No lo sabes tú bien —contestó Niall, bajándose de su caballo. Cris, aún con el rostro enrojecido pero feliz, respondió:

—No entiendo por qué mi hermana ha dicho eso esta mañana durante el desayuno.

—¿Quién? ¿La divina Diane? —preguntó con sorna Gillian, haciendo sonreír a su marido.

—Sí. Esta mañana, mientras mi padre y yo desayunábamos ha aparecido de pronto y ha dicho que le había llegado el rumor de que Brendan McDougall contraería matrimonio dentro de poco con una joven de su clan. Te juro, Gillian, que he creído morir.

—Lo que no entiendo —susurró el joven— es quién puede haberle dicho semejante tontería.

—No cabe duda de que un tonto —apostilló Niall, y todos rieron. Pero en ese momento Brendan dio un respingo y dijo, atrayendo la atención de todos:

—Un momento. Hace unas noches estuve tomando unas cervezas con John, el herrero de mi clan, y entre fanfarronadas recuerdo que le mencioné que algún día le sorprendería la noticia de mi próximo enlace. Por cierto, ahora que lo pienso, anoche quedó en traerme unas dagas y no apareció.

—¿Tú dijiste eso? —sonrió Cris.

—Sí, amor… Recuerdo haberlo dicho.

Aquel apelativo tan cariñoso de Brendan a Cris sorprendió de nuevo a Niall, que sonrió. Nunca hubiera imaginado que el tosco McDougall fuera capaz de decir palabras tan dulces, y menos a Christine McLeod, la joven guerrera del clan enemigo. Pero a pesar de que aquello entre ambos a él le pareciera perfecto, sabía que la historia no podría terminar bien. Iba a decirlo cuando Gillian preguntó:

—Pero ¿qué tiene que ver tu herrero con la boba de Diane? Con lo tonta y fina que es nunca se acercaría a un simple
highlander
.

—Vete tú a saber —respondió Brendan, riendo—. Tampoco imagina nadie que Cris y yo…

—¡No me lo puedo creer! —soltó, de pronto, Cris.

—¿Qué pasa? —preguntó Niall, perdido.

Cris se llevó una mano a la boca.

—Dices que anoche habías quedado con el herrero y no apareció.

—Así es —asintió Brendan.

—Justamente anoche —continuó Cris—, Diane llegó tarde y muy acalorada de dar un paseo por el bosque, y por cómo se tapaba el cuello estoy segura de que debía de tener alguna señal. La conozco y es como su madre. Todo lo que tiene de mema lo tiene de lianta. —Todos rieron—. Papá le preguntó que de dónde venía tan acalorada, y ella, con una sonrisa alelada, respondió que de cualquier lado en el que no hubiera un cerdo McDougall.

Dando una palmada, Brendan lo entendió.

—Y anoche John no me trajo las dagas que yo le encargué.

—¡Tu hermana y su herrero! —exclamó, divertido, Niall.

—Me huelo que sí —dijo Cris, y se puso a reír.

—Pues no te extrañe —se mofó Gillian—. ¡Anda con la mosquita muerta! Si es que son las peores…

Cada vez más convencida de lo que pensaba, Cris preguntó a su amado:

—Cariño, ¿cómo es tu herrero? Sé perfectamente cómo le gustan los hombres a esa necia y con que me lo describas sabré si tiene algo con él. —Con la diversión instalada en el rostro, Brendan dijo:

—John es tan alto como yo. Fuerte. Soltero. Ojos y cabello claro, y según dicen las mujeres, es agraciado y seductor. Por cierto —añadió, riendo—, siempre se vanagloria de que cada vez que se acuesta con una mujer le chupa el cuello para dejarle su señal.

—Confirmado —apuntó Cris—. La simple de Diane y tu herrero se vieron anoche. Gillian y Niall se miraron, sorprendidos, y la primera exclamó: —Anda…, para que te fíes de las damiselas delicadas. Eso hizo reír a carcajadas a Niall. Su mujer, a veces, decía unas cosas tan graciosas que era imposible no reír con ella. A partir de ese momento, Cris y Gillian comenzaron a parlotear entre ellas mientras los hombres las miraban.

Con la diversión en la mirada, Niall se acercó a Brendan y, dándole un golpe en la espalda, le preguntó:

—¿Desde cuándo estáis juntos?

Asumiendo que su secreto ya no era tal, se encogió de hombros.

—Desde hace bastante tiempo.

Niall, maravillado por lo bien que habían sabido engañar a todo el mundo, asintió.

—Sabes dónde te estás metiendo, ¿verdad?

—Sí.

—Ni tu padre ni el de ella os lo pondrán fácil. Vuestros clanes son rivales desde antes de que vosotros llegarais al mundo. ¿Cómo vais a solucionar eso?

Brendan, tras mirar con dulzura a Cris y sentir que la vida sin ella no tenía sentido, murmuró casi avergonzado:

—Sinceramente, amigo, me da igual que mi padre o el padre de Cris intenten matarme; no me alejaré de ella, porque la quiero con toda mi alma.

—Vaya…, me sorprende tu romanticismo.

—¿Acaso tú no morirías por Gillian?

Entonces, miró a su problemática mujercita y, tras echarle el brazo por los hombros a su amigo, susurró:

—No te quepa la menor duda. Adoro a esa fierecilla.

Capítulo 40

Pasados unos días, Niall ordenó una mañana a sus hombres que subieran una bañera a la habitación. Le apetecía intimar con su mujer un rato. Pero aquello incomodó a Gillian. Esa mañana sólo quería dormir y estaba de un humor pésimo.

—Buenos días, preciosa.

—Tengo sueño. Déjame dormir —respondió, dándose la vuelta. Juguetón y deseoso de intimidad, Niall se acercó a ella y la besó en la nuca. Al ver que no reaccionaba, la cogió de los hombros y la zarandeó.

—¿Qué piensa mi preciosa esposa?

—En que como no pares te voy a abrir la cabeza —contestó, malhumorada. Pero Niall continuó insistiendo y dando una palmada al aire, dijo:

—Ya es tarde, holgazana. Es hora de levantarse.

—No —protestó ella, cerrando con fuerza los ojos.

—Sí.

—He dicho que no.

Sin perder su humor ni su paciencia, Niall tiró de ella, que se puso en pie. —¡Por todos los santos! —bramó, enfadada; tenía el pelo revuelto y los ojos hinchados de tanto dormir—. ¿No puedes respetar mi sueño? —No, cariño. Con lo preciosa que estás en este instante, de ti no puedo respetar nada.

Fue a contestar pero no pudo. Niall, con su ansiosa boca, ya la besaba, y ella, sin dudarlo, le respondió, hasta que de pronto le empujó. Aquel gesto no le gustó a Niall, que frunció el cejo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué rechazas mi beso?

—¡Maldita sea, Niall!, no lo he rechazado, pero o me separaba de ti o moría asfixiada.

—Te noto algo alterada.

«¡Oh, qué observador!», pensó, y clavándole una mirada asesina, le espetó: —No estoy alterada, pero tú me alteras. Deseo dormir y no sé cómo he de decírtelo para que lo entiendas.

Eso le hizo sonreír. Desde que ella había llegado a Duntulm, sus días se habían convertido en los mejores de su vida. Aquella que por las noches se abrazaba a él para dormir era su Gillian, su Gata, y era tal su felicidad que a veces creía que le iba a estallar el corazón, o que iba a despertar y todo habría sido un sueño.

—Niall, por favor…, por favor, déjame descansar —murmuró ella, intentando tumbarse en la cama—. No me apetece bañarme ahora.

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