Authors: Megan Maxwell
Entraron seguidas de Axel, Duncan y Lolach. Al traspasar la arcada del salón, la primera persona que corrió a recibirlas fue Zac, seguido por Alana.
—¡Por fin llegasteis! —gritó el niño, y mirando a Megan dijo—: Otra vez tienes sangre en la cabeza.
—No te preocupes, tesoro —sonrió ella quitándole importancia—. No es nada.
—Gracias a Dios que estáis las tres bien —suspiró Alana abrazándolas, y mirando a Megan dijo—: Oh…, ¡por Dios! Tu herida. Ven conmigo o te quedará una fea señal para toda la vida.
Mientras se alejaba de la mano de Alana, Megan miró a su marido que, curvando un lado de la boca y guiñándole el ojo, la hizo sonreír. Poco después, estando las dos solas, Alana dijo:
—¡Fuiste muy sutil con la pócima que me diste!
—Lo siento, perdóname —se arrepintió tomándole las manos—. No quería que nada te ocurriera. Te agradeceré toda la vida que cuidaras de Zac.
—No te preocupes —sonrió con afecto Alana—. Ahora, no te muevas.
Un rato después volvieron al salón, donde Duncan se fijó preocupado en las pronunciadas ojeras de su mujer, mientras Alana corría a los brazos de Axel.
—¿Dónde están? —se oyó el bramido de Magnus.
Asustadas, las muchachas se miraron entre sí. Nunca habían oído levantar la voz al anciano Magnus y eso, con seguridad, no era buena señal.
Duncan, al escucharle, dio un paso adelante. No estaba dispuesto a que nadie le tocara un pelo a su mujer, pero Axel, con un gesto divertido, le hizo retroceder.
—Abuelo, yo quería decirte… —empezó a decir Gillian.
Pero Magnus, levantando una mano, la hizo callar.
—En todos los años de mi vida, ¡nadie!, a excepción de mi dulce Elizabeth, me ha desobedecido con la ligereza que lo habéis hecho vosotras tres —vociferó el anciano agrandando los ojos de tal manera que las tres muchachas se encogieron mientras los guerreros sonreían.
—Laird
… —susurró Megan, pero Magnus levantó de nuevo la mano para ordenar silencio.
—Tenía claro que estos guerreros os localizarían y, cuando Niall regresó y me informó de que os habían encontrado, por fin pude respirar. —Luego, mirándolas con cara de enfado, preguntó—: ¿Cómo se os ha podido ocurrir hacer semejante barbaridad? ¡Os podrían haber matado!
—Lo sentimos, abuelo —suspiró Gillian.
—¡Tendréis un castigo! —gritó observando la terrible pinta que tenían.
Estaban sucias, ojerosas, llenas de sangre y desaliñadas.
—Asumiremos nuestro castigo —asintió Megan bajando la cabeza.
Magnus, que nunca había podido resistirse a aquellas mujercitas, sin pensárselo dos veces, abrió los brazos y con voz temblona les ordenó:
—Venid a mis brazos las tres. ¡Ahora mismo!
Soltando un suspiro de satisfacción, las tres se abalanzaron sobre aquel anciano de panza, gorda que realmente las quería. A Gillian, por ser su adorada nieta, y a Megan y a Shelma, por quererlas igual que a un familiar. Ellas eran su debilidad, y todo el mundo lo sabía.
—¿Y el castigo? —preguntó Axel sonriendo a Duncan.
—¡Pobrecillas! Ya han sufrido suficiente castigo —respondió Magnus con cara de bonachón—. Ahora subid y cambiaos esas ropas. Os espera una estupenda cena.
—Con castigos así —sonrió Lolach moviendo la cabeza—, no me extraña que las mujeres de estas tierras sean como son.
Los
highlanders
se miraron y sonrieron, todos menos uno.
—Eres blando con las mujeres, Magnus —se mofó Duncan.
—Amigos. Ahora entenderéis contra qué he luchado siempre, ¿verdad? —sonrió Axel mirando a su abuelo.
—Ahora entiendo por qué estas mujeres desobedecen las órdenes —escupió Niall, apoyado en la arcada trasera.
—Cierra la boca, Niall —murmuró Lolach acercándose a él.
—Oh…, ¡cállate! —bufó Gillian sin mirarlo.
De nuevo incrédulo por las palabras de aquella pequeña bruja, Niall miró a su amigo.
—Intenté avisarte —señaló Lolach.
—Esa lengua que tienes, algún día te traerá muchos problemas —replicó Niall con severidad acercándose a ella—. Espero que tu hermano y tu abuelo consigan encontrar a un pobre hombre que te soporte, porque ¡eres insoportable!
Duncan, sorprendido por aquello, caminó hacia su hermano, pero Magnus le paró con la mirada. Deseaba asistir a aquel combate.
—¡Bastante te importará a ti cómo me comporte o no con mi futuro marido! —gruñó Gillian sorprendiéndoles—. ¿Por qué no cierras tu boca y te marchas de aquí, donde lo único que haces es molestar?
Malhumorado por lo que ella había dicho ante todos, Niall se acercó al anciano y tendiéndole la mano se despidió:
—Magnus, tengo que partir antes de que asesine a alguien. Que tengas suerte a la hora de encontrar un marido tonto y sordo para la maleducada de tu nieta.
—¡Buen viaje, muchacho! —respondió Magnus sonriendo al ver cómo su nieta zapateaba el suelo. ¡Era idéntica a su abuela!—. Recuerda, Niall, que aquí siempre serás bien recibido.
—¡Y un cuerno! —gritó Gillian con los brazos en jarras—. Espero no tener la desagradable experiencia de volver a verte por aquí.
—¡Gillian, basta ya! —la regañó Axel, que por primera vez vio las uñas a su hermana y la paciencia de Niall—. No te consiento que hables así. Cierra la boca si no quieres que sea yo el que me enfade contigo.
—¡Santo Dios! El que faltaba —se quejó ella cruzándose de brazos.
Megan, molesta por cómo se comportaba aquélla sin razón, le dio un tirón en el brazo ordenándola callar.
—Niall —llamó Duncan—. Mañana partiremos. Te pido que esperes a mañana. Es un favor personal.
—De acuerdo —asintió Niall respirando con dificultad—, pero si no te importa dormiré al raso. No quiero que esta noche nadie me clave sus garras, ni me envenene —dijo echando un último vistazo a Gillian.
Con el consentimiento de Duncan, el muchacho se marchó ofuscado, mientras Gillian, con los ojos encharcados en lágrimas, corría escaleras arriba intentando contener su llanto.
—¡Espera, Gillian! —suspiró Alana corriendo tras ella.
—¡Por todos los santos! —sonrió Lolach mirando a su mujer, que seguía con la vista a Alana y a Gillian.
—Tu hermano… —comenzó a decir Axel.
Duncan lo interrumpió con voz tajante y dura.
—¡Omite lo que vas a decir, si no quieres que te diga algo de tu hermana!
Al escuchar aquello, Axel asintió con una media sonrisa y desapareció por donde instantes antes lo habían hecho su mujer y su hermana.
—¡Qué maravilla de juventud! —se mofó Magnus dándoles unas palmadas en la espalda a Lolach y Duncan—. Mejor no nos metamos en sus problemas o saldremos escaldados. ¿No creéis? —Y abrazando a las mujeres de aquellos valerosos
lairds
y a Zac, exclamó—: ¡Os extrañaré muchísimo a los tres!
Las muchachas le miraron con adoración y sonrieron.
—Siempre serás bien recibido en nuestros hogares, Magnus —sonrió Duncan al ver el cariño que demostraba—, y por supuesto ellas podrán visitarte a ti.
—Eso espero, al igual que las tratéis bien. Si no, os las tendréis que ver conmigo —señaló mirándoles—. Y no olvidéis nunca que ellas son unas McDougall, a pesar de todas las tonterías que dicen por ahí.
—En eso estás equivocado —corrigió Duncan acercándose a su emocionada mujer—. Ahora ella y Zac son unos McRae.
—Y mi mujer una McKenna —apuntó Lolach.
—¡Por todos los demonios! —bramó el anciano al ver cómo aquellos bravos guerreros habían sucumbido al hechizo de sus mujeres—. Espero que seáis tan dichosos como lo fuimos Elizabeth y yo. Ahora subid a vuestras habitaciones y vosotros —dijo señalando a Duncan y Lolach— hablad seriamente con estas dos valientes fierecillas e intentad que acaten vuestras órdenes a partir de hoy.
—No lo dudes. Conseguiré domarla —asintió Duncan mirando a su mujer, que ponía los ojos en blanco al escucharle.
—Ven conmigo, Zac —llamó el anciano—. ¿Qué te parece si volvemos a visitar los potrillos que nacieron esta mañana?
Al entrar en la habitación, Megan se alejó de Duncan dirigiéndose hacia la ventana. No quería mirar la cama, ni la bañera que con humeante agua la esperaba.
Duncan, intranquilo por las reacciones que le producía su mujer y sin quitarle el ojo de encima, comenzó a desvestirse dejando su espada encima de un baúl. Se quitó las botas y el pantalón, quedando sólo con una camisa blanca que comenzó a desabrochar con despreocupación. Al mostrarse desnudo ante Megan, ella bajó la mirada, avergonzada. Duncan, con paciencia, se metió en el agua y soltó un suspiro de placer cuando el líquido le cubrió por completo.
—Te vendría bien un baño —señaló Duncan con voz ronca, conteniendo sus ganas de besarla y hacerle el amor.
—No me apetece ahora —susurró sin poder apartar su mirada de aquellos anchos y poderosos hombros morenos, que desprendían fuerza y calidez al mismo tiempo.
—Tienes dos opciones, Megan —indicó apoyando su cabeza en la bañera—. O vienes tú sola, o voy yo a por ti. Decide.
Al escucharle, Megan tragó saliva. Despacio, se sacó las botas, dejó su daga y su espada junto a la de Duncan y se quitó los gastados y sucios pantalones.
Duncan no quería atosigarla. Tenía alerta todos sus sentidos y podía intuir por los sonidos qué era lo que ella se quitaba y eso le excitó. Cuando por fin quedó sólo con la camisa blanca, se acercó a la bañera y, plantándose ante él más confundida que otra cosa, dijo:
—Si no te importa, me meteré con la camisa puesta.
Al escucharla, él sonrió. Pero, al ver su precioso y cansado rostro, asintió.
—De acuerdo, mujer. Por esta vez, te lo permito.
Con sumo cuidado, Megan levantó la pierna para meterla en la bañera y, tras aceptar la ayuda de Duncan, se agachó hasta sentarse frente a él dentro de la bañera. Al sentir el agradable calor del agua, los músculos de Megan se relajaron, siendo ella la que suspiró de placer, sin percatarse de cómo él disfrutaba observándola.
Tenerla frente a él, con la camisa mojada y los pezones duros transparentándose, era lo más excitante que había visto en su vida. Megan, ajena a aquel erotismo, lo miró con curiosidad, mientras su larga trenza azulada flotaba en la bañera.
—Nunca vuelvas a hacer lo que has hecho —dijo Duncan con voz ronca.
—¿A qué te refieres? —preguntó Megan.
—Lo sabes muy bien, Impaciente —señaló echándose hacia delante—. Nunca vuelvas a ir a ningún sitio sin que yo lo sepa.
—¿Me estás diciendo que —contestó retándole con la mirada—, a partir de ahora, todos mis movimientos serán cuestionados por ti?
—Exacto, mujer.
El control de Duncan, con cada gota que a Megan le resbalaba por el cuello, se desvanecía. Notaba cómo su excitación palpitaba y su cuerpo le pedía más. Tener a Megan semidesnuda estaba siendo una dulce tortura. No pudo aguantar mucho, por lo que, cogiendo con sus húmedas manos la cara de la muchacha, acercó su boca a la de ella y la besó. Al principio, Megan se quedó paralizada, pero, cuando la atrajo hacia él, le besó con avidez y pasión hasta que Duncan la separó.
—Nunca imaginarás la angustia que he pasado por ti.
Escucharle aquello y ver sus ojos fue todo lo que Megan necesitó para caer rendida en sus brazos.
—¿Temiste por mi vida? —susurró dejándose abrazar.
Sin responder, Duncan la levantó con sus fuertes brazos y la apoyó contra su fornido torso, aprovechando el momento para sacarle la camisola por la cabeza. Los dos quedaron desnudos en la bañera.
—Descansa tu cuerpo contra el mío. —De pronto, Duncan vio varios cortes recientes y con rabia preguntó—: ¿Esto te lo hizo el bastardo inglés?
—Sí, pero no me volverá a tocar —respondió cerrando los ojos al pensar en sir Marcus Nomberg.
—Ven aquí, cariño —susurró besando la herida del hombro—. Eres mía y nadie osará tocarte.
Excitada, se acomodó junto a su esposo. Con placer recibió el calor que desprendían aquellas enormes manos alrededor de su cintura, mientras sentía con deleite los dulces besos que Duncan repartía por su cabeza. El calor que desprendía el hogar y la cercanía de su esposo la estaban volviendo loca, y sintió que se derretía cuando él le susurró con voz ronca:
—No te muevas, cariño.
Disfrutando del momento, notó cómo la palpitante excitación de Duncan le cosquilleaba en su zona más íntima al estar sentada encima de él. Las grandes manos mojadas de Duncan resbalaban lentamente por todo su cuerpo. Ella se arqueó de placer por aquel sensual y maravilloso contacto.
—Eres preciosa y, a pesar de tus malas contestaciones y cabezonería, me enloqueces, cariño —le susurró al oído, mientras con una mano le deshacía la trenza negra que flotaba entre los dos—. Y juro ante Dios que te voy a cuidar como siempre has merecido.
Al escuchar aquello, le entraron ganas de llorar. Levantando una mano, tocó con deseo el cabello castaño de su marido y echando la cabeza hacia atrás buscó su boca. Ahora fue ella la que le mordió el labio y la que jugó con él; luego, con un rápido movimiento, se volvió a dar la vuelta para quedar frente a él.
—Te agradezco tus bonitas palabras —sonrió dejando a su marido embelesado—. Quiero ser una buena esposa para ti, pero necesito tiempo. No conozco la vida en pareja.
—Yo te la enseñaré.
Duncan tomó su boca con desesperación e, izándola sobre él, asió su ardiente sexo. Lo colocó entre los suaves pliegues del sexo de Megan y, mirándola a los ojos, la dejó caer poco a poco sobre él, enloqueciendo ambos de placer. Con las rodillas a ambos lados del cuerpo de él, Megan se agarró a la parte trasera de la bañera, y comenzó a buscar su propio placer. Enloquecido por su sensualidad, Duncan le succionó los pezones y le agarró los pechos para atraerlos hacia él.
Muy excitado, Duncan se contuvo para no hacerle daño, pero, cuando no pudo más, la tomó por la cintura y, asiéndola con fuerza, la ayudó a subir y a bajar sobre él. Mirándose a los ojos, jadeaban derramando el agua de la bañera con cada movimiento, hasta que Megan arqueó su cuerpo hacia atrás y gimió de placer. Al escucharla y notar cómo su cuerpo vibraba, Duncan la apresó y, descargando toda la fuerza de su deseo, dio un masculino bramido que hizo que Megan abriera los ojos y le mirase asustada.
—¿Estás bien? ¿Te hice daño? —preguntó tomándole la cara.
—Psss… Impaciente —río al ver la inexperiencia de ella. ¡Creía que le había hecho daño!
Tras abrazarla, la cogió en brazos y salió con ella de la bañera. La posó sobre la cama y se tumbó sobre ella, con cuidado de no aplastarla. Mirándola con dulzura, le susurró haciéndola temblar.