Deseo concedido

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Authors: Megan Maxwell

 

Si algo tiene claro Lady Megan Philiphs es que ningún hombre doblegará su carácter y su voluntad. Acostumbrada a cuidar y velar por la seguridad de sus hermanos, Megan es una joven intrépida, de bello rostro moreno, a la que le divierten los retos y no le asusta el sonido del acero. Si algo tiene claro el guerrero Duncan McRae es que su vida es la guerra. Acostumbrado a liderar ejércitos, y a que la gente agache atemorizada la cabeza a su paso, al llegar al castillo de Dunstaffnage para asistir a la boda de su amigo Axel McDougall, se encuentra con un tipo de enemigo muy distinto al que conoce: la joven e inquietante Megan. ¿Conseguirán Megan y Duncan sobrevivir todos esos meses sin ahogarse? O por el contrario ¿la pasión les terminará consumiendo?

Megan Maxwell

Deseo concedido

ePUB v1.0

wertmon
06.08.12

Título original:
Deseo concedido

Megan Maxwell, 9 marzo 2010.

Traducción: El nombre del traductor

Editor original: wertmon (v1.0 a v1.0)

ePub base v2.0

Capítulo 1

Dunhar (Inglaterra), Año 1308

Lady
Megan Philiphs no podía creer lo que estaba oyendo. Escondida tras la arcada de roble macizo escuchaba a su tía Margaret hablar con Bernard Le Cross, el obispo que tan poco le había gustado en vida, a su madre.

—Ilustrísima. Es de extrema importancia que oficiéis las bodas aun sin las amonestaciones pertinentes —dijo Margaret con su atípica voz ronca.

—Lady
Margaret —asintió el obispo—, para mí será un placer ocuparme de esa doble boda.

—Tengo que decir, en favor de los caballeros, que ambos conocen a las doncellas desde pequeñas y están satisfechos con la idea de desposarse con ellas y enseñarles los modales y la clase que les falta —rio con malicia—. Además, ya cuentan con veinte y dieciocho años.

—La entiendo,
lady
Margaret —murmuró el rollizo obispo tomando una nueva torta de semillas de anís.

—Será un acuerdo beneficioso para todos. Además, no se han podido negar —rio sir Albert Lynch, mando de Margaret y tío de las muchachas—. Entre los favores que me deben los caballeros y el pensar en someterlas en sus camas se han animado con rapidez.

—No veo el momento en que esas salvajes desaparezcan de mi vista —escupió sin escrúpulos Margaret, mientras entregaba al sacerdote más pastas.

¡Cuánto odiaba a aquellos tres mestizos! En especial, a las muchachas. Siempre habían sido la vergüenza de la familia. Ella misma había sufrido las consecuencias de que su hermano se casara con una salvaje escocesa. Cuando todo el mundo se enteró de aquella boda, Margaret y Albert dejaron de ser invitados a los bailes y actos sociales de la época. Pero ahora que su hermano George y la salvaje de su cuñada habían muerto, ella se ocuparía del futuro de aquellos mestizos.

Incrédula, Megan escuchaba los oscuros planes de su tía, apoyada sobre la bonita arcada que su padre mandó construir. Aquella casa, que tantos momentos bonitos había albergado en vida de sus padres, ahora se había transformado en un hogar siniestro a causa de la presencia de sus tíos.

«Esta mujer está loca», pensó Megan, pálida como la cera. Al escuchar aquello, casi se le había paralizado el corazón. Pretendían que su hermana y ella se casaran con dos enemigos de su padre. Los hombres que siempre le repudiaron por el simple hecho de unirse en matrimonio con su madre, Deirdre. Aquellos que siempre las habían mirado con ojos llenos de lascivia.

—Me imagino que ambas desaparecerán de estas tierras —prosiguió el obispo con indiferencia, mientras se limpiaba las comisuras de su arrugada boca con una delicada servilleta de lino—. Con sinceridad,
lady
Margaret, quitaros de encima a esas dos molestias es lo mejor que podéis hacer.

—Cada día es más difícil la convivencia —reprochó Albert—. Se niegan a ser sumisas y obedientes, y a comportarse como damas. Pero claro, ¡qué se iba a esperar de ellas, teniendo la madre que han tenido y la educación que les ofrecieron!

—Se marcharán y desaparecerán de nuestras vidas —dijo tajante Margaret—. Sólo permanecerá en esta casa el pequeño Zac, bajo mi tutela. Es el heredero y, como tal, lo criaré. Eso sí, sin la influencia de esas dos salvajes. Le enseñaré a ser un buen inglés para que machaque a esos malditos
highlanders
.

Megan no pudo escuchar más. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas dejando surcos a su paso. Necesitaba salir de allí. Con sumo cuidado, desapareció saliendo al patio trasero de la casa, junto a las preciosas flores que su madre plantó años atrás. Tomó varias bocanadas de aire mientras corría, y se internaba en el bosque.

Necesitaba hablar con John de Lochman, el mejor amigo de sus padres, por lo que se internó bosque a través en busca de aquel que siempre les había dado consuelo, desde que sus progenitores desaparecieran.

Agotada por la carrera, paró unos instantes a descansar. La angustia le hacía maldecir en voz alta convulsivamente.

—¡Bruja! ¡Maldita bruja!

—¿Qué te ocurre, Megan? —dijo una voz junto a ella asustándola.

—¡Oh, Shelma! —exclamó al reconocer a su hermana—. Tenemos que encontrar con urgencia a John.

—Está en las cuadras con Patrick. Pero ¿qué te pasa?

—Shelma, tía Margaret pretende casarnos. A ti con sir Aston Nierter y a mí con sir Marcus Nomberg.

—¡¿Qué?! —gritó incrédula. Odiaba a esos hombres, tanto como ellos a ellas—. Pero… pero si esos hombres nos desprecian.

—¡Ojalá se pudran en el infierno! —vociferó Megan—. Pretenden quitarnos de en medio, para educar a Zac y quedarse con todas las propiedades de papá. ¡Ven, debemos encontrar a John!

El corazón les latió con fuerza cuando comenzaron a correr por el florido bosque de álamos.

—Pero John ¿qué va a hacer? —preguntó llorosa Shelma—. Él no puede ayudarnos. Le matarán.

—No sé qué hará —respondió sin aire Megan—. Pero al morir papá, me pidió que, si alguna vez me veía en peligro, acudiera a él.

Cogidas de la mano llegaron hasta las majestuosas caballerizas, donde uno de los hombres de John las saludó y les indicó dónde encontrarlo. Sorteando con celeridad a hombres y caballos, llegaron hasta el lateral de las caballerizas. Agotadas, vieron, John con las riendas de un precioso caballo en sus manos.

—¡Cuánta belleza junta! —bramó John acercándose a ellas.

Aquel gigante de casi dos metros adoraba a las muchachas, al igual que había adorado a su dulce madre Deirdre. De pronto se paró en seco y, observando los ojos vidriosos de las jóvenes, rugió:

—¿Qué ocurre aquí?

—Una vez dijiste que si alguna vez nos veíamos en peligro te lo dijera —jadeó Megan agarrando a su hermana—. Tía Margaret quiere casarnos este fin de semana con sir Aston Nierter y sir Marcus Nomberg.

—¡¿Qué estás diciendo, muchacha?! —gritó mientras el corazón le latía acelerado.

Era imposible. ¿Cómo iban a hacerles aquello a esas dos adorables muchachas? Sir Marcus y sir Aston eran dos caballeros del rey Eduardo II, duros y despiadados, que nunca aceptaron el matrimonio entre George y Deirdre por el simple hecho de ser ella escocesa. ¿Cómo demonios se iban a casar con ellas?

—Entiendo que tienes que pensar en ti —prosiguió Megan, quien ardía de rabia por lo que querían hacerles—. Nosotras no queremos que tengas problemas ni con ellos ni con nadie. Pero estoy desesperada, John, no sé dónde ir, ni qué hacer para que mis hermanos no sufran la injusticia que mis tíos quieren para ellos.

—Muchacha —dijo John tocándole la barbilla con afecto—. Hace años prometí a tu padre que si algún día él faltaba, yo me ocuparía de vosotras. Después de su muerte, vuestra madre también me lo pidió, y ¡juré ante Dios que así lo haría, y lo haré!

—Pero ¿dónde podemos ir? —lloriqueó una asustada Shelma—. Siempre hemos vivido aquí. Éste es nuestro hogar. Ésta es nuestra casa.

—Os llevaré con vuestro abuelo.

—¡¿Qué?! —exclamó, perpleja, Megan—. ¿Nuestro abuelo?

—Angus de Atholl, del clan McDougall —asintió con firmeza John.

—Pero… pero… —comenzó a balbucear Shelma, pero las palabras se ahogaron en su garganta, horrorizada por tener que acercarse a los terribles
highlanders
.

—Vive cerca del castillo de Dunstaffnage.

—¿Crees que querrá ocuparse de nosotros? —preguntó Megan tomando aire. Salir de las tierras inglesas para meterse en zona escocesa era muy peligroso—. Nunca hemos tenido contacto con él, y quizá tampoco quiera saber nada de nosotras.

—Vosotras no. Pero vuestra madre siguió en contacto con él a través de mí durante todos estos años. Angus es un buen hombre, adoraba a vuestra madre y sufrió mucho cuando ella decidió abandonarle para correr a los brazos de vuestro padre. Al principio se enfadó muchísimo. No entendía cómo su preciosa hija se podía haber enamorado de un inglés. Pero el amor que sentía por vuestra madre y la amabilidad de vuestro padre le hizo entender y aceptar ese amor.

—¿Será buena idea acudir a él? —volvió a preguntar Megan mientras intentaba calmar a su hermana, que seguía sollozando.

—Sí, muchacha —asintió John con rabia en la mirada y en sus palabras—. Creo que ésta es la única opción que tenéis para libraros de la crueldad de vuestros tíos y de esos maridos que os quieren imponer.

—Está bien —aceptó Megan sintiendo cómo un frío extraño le recorría la espalda—. ¿Cuándo salimos? Y, sobre todo, ¿cómo avisaremos a nuestro abuelo?

—Mañana por la noche, cuando todos duerman, será un buen momento.

—Estaremos preparadas con Zac —afirmó Megan, decidida.

—Iremos a caballo, no podemos ayudarnos de ninguna carreta, por lo que coged lo justo. ¡Ah!, y llevad ropa de abrigo, en las
Highlands
la necesitaréis.

Aquella noche, en el saloncito azul, mientras esperaban a que terminaran de servir la cena junto a sus crueles tíos, ambas hermanas permanecían en silencio.

—Estáis muy calladas hoy, niñas —reprochó su tía mirándolas con ojos de serpiente venenosa, mientras se metía una cucharada de caldo en su arrugada boca.

—Hoy dimos un largo paseo por los alrededores de Dunhar —inventó Megan—. Creo que eso nos cansó en exceso, tía.

—Y, como es lógico, habréis estado montando a caballo como un par de salvajes, ¿verdad? —preguntó la mujer sabiendo cómo las muchachas montaban sus caballos.

—Hemos montado a caballo como nuestra madre nos enseñó —contestó Shelma mirándola desafiante.

—¡Otra salvaje! —se mofó sir Albert Lynch, su tío.

—No os permito que habléis así de nuestra madre —murmuró Megan dando un golpe en la mesa con la mano, mientras le miraba a través de sus ojos negros con odio y desprecio.

—Y a mí no me gusta que me hables con ese descaro —respondió secamente Albert.

—¡Tengo hambre! —protestó Shelma intentando tranquilizar a su hermana.

—Tranquilo, Albert —carraspeó Margaret, limpiándose la boca con la servilleta de lino—. Esta situación durará poco tiempo. Relájate y disfruta.

En ese momento apareció William, el criado de la casa. Mirando a las jóvenes con un gesto de complicidad, les guiñó un ojo y curvó su boca a modo de sonrisa. Odiaba a los Lynch. Nunca le gustó la manera en que aquellas personas se comportaban con las niñas.

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