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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (10 page)

—¿Para qué queréis que regresen pronto? —se divirtió Mauled.

—Veamos —señaló Angus mirándoles a los ojos—. Seamos claros. ¿Qué queréis de mis nietas? Son dos muchachas humildes y decentes, y ambos sois lo bastante poderosos para tener a la mujer que os plazca. ¿Por qué ellas?

Duncan y Lolach se miraron sorprendidos por aquella pregunta.

—¿A qué os referís, Angus? —murmuró Duncan entendiéndole perfectamente.

—Soy viejo, pero no tonto,
laird
, y he visto la forma como las miráis. Mis nietas son unas mujeres muy valiosas para mí, y no permitiré que nadie las utilice, ni se ría de ellas. Ya han sufrido bastante.

—Axel nos contó sobre ellas. ¿A qué teméis? —señaló Lolach viendo cómo Mauled y Angus se miraban.

—Tememos a todo; deben tener mucho cuidado.

—¿Cuidado? —se interesó Duncan—. ¿De qué?

Angus, con gesto de pesar, tras dejar su jarra de cerveza sobre la mesa dijo:

—Ciertas personas las buscan.

—¿Quiénes? —preguntó Lolach.

—¿Con qué finalidad las están buscando? —exclamó Duncan mientras Angus y Mauled se miraban con complicidad.

¡Definitivamente sus santos les habían escuchado!

—Las buscan unos jodidos ingleses para matarlas —contestó Mauled.

Escuchar aquello hizo que los
highlanders
les prestaran más atención y fruncieran el ceño.

—¡Mauled! —protestó sin mucha convicción Angus—. ¡Calla esa boca sin dientes que tienes! Cuanta menos gente sepa lo que pasa mejor.

—Me da igual lo que digas, viejo cabezón —repuso Mauled—. Empieza a ver claro que nos estamos haciendo mayores. Ellas necesitarán a alguien más fuerte y rápido que nosotros para que las proteja.

—Un momento —interrumpió Duncan—. ¿Queréis decir que están amenazadas y en peligro de muerte, y en este momento se encuentran solas en cualquier lugar, expuestas a todos los peligros que conlleva el bosque?

Los ancianos, con una picara sonrisa, asintieron, pero fue el abuelo quien habló.

—Saben defenderse —rio Angus rascándose la cabeza—. Además, no están solas, están acompañadas por los mismos tres gigantes que el día de la boda las trajeron a casa.

—¿Qué gigantes? —preguntó Lolach.

—Ewen, Myles y Mael. Eso me tranquiliza. Con ellos estarán protegidas —indicó Duncan, confundido. ¿Qué hacían aquellos guerreros con las muchachas?

—Ellos también estarán protegidos —confirmó Mauled moviendo la cabeza.

—¿Por qué las buscan? —quiso saber Duncan.

—Sus familiares ingleses necesitan verlas muertas para poder asegurarse de que nadie reclamará las tierras de George, el padre de las muchachas —respondió Angus mirando a la lejanía—. Por lo visto, sus tíos, dos codiciosos sinvergüenzas, intentaron casarlas con dos hombres que las odiaban para hacerlas desaparecer después de la boda. Nunca le agradeceré lo suficiente a John lo que hizo por mis nietos. Me da igual que sea inglés. A mí me ha demostrado que es una buena persona y siempre estaré en deuda con él.

—Es comprensible —reconoció Duncan—. Tiene que ser un hombre con mucho valor y honor.

—Hace unos dos años —continuó Mauled—, unos hombres enviados por esos familiares cogieron a Zac y se lo llevaron. Pero las dos chicas, antes de que pudiéramos avisar a nadie, consiguieron traerle de vuelta.

—¿Ellas solas? —preguntó asombrado Lolach para ver que los ancianos asentían con orgullo y una sonrisa en la boca.

—Las muchachas son dos yeguas purasangres —apuntó Mauled—, a pesar de que la gente se empeñe en recordarles su sangre inglesa. Son valientes y decididas. ¡Ojalá yo tuviera menos años para poder seguir protegiéndolas!

Angus, con gesto serio, miró a los dos fornidos guerreros y explicó:

—Mis nietos están en peligro y cada día que pasa tengo más miedo de dejarlos solos. Me hago más viejo, más torpe y…

—Y ¿cuál es la solución para vuestro problema? —preguntó Duncan, conmovido por las palabras de los ancianos—. ¿Qué podemos hacer para ayudaros?

Los viejos se miraron y, tras felicitarse por su más que sobresaliente actuación teatral, uno remató.

—Encontrar a dos valientes que quieran casarse con ellas —soltó Mauled.

Al escuchar aquello, a Lolach casi se le atraganta la cerveza, mientras Duncan, perplejo por lo que había escuchado, buscaba algo que decir.

—No creo que tengáis problemas para encontrar hombres para ellas. Son dos bellezas —susurró Duncan sintiendo que aquello de casarse no era para él.

—¿Sabéis una cosa,
laird
McRae? —señaló Angus cerrando un ojo—. Nadie se atreve a casarse con unas muchachas a las que muchos llaman despectivamente
sassenachs
.

Al escuchar aquello, Lolach entendió el puñetazo que Shelma le había propinado el día de la boda.

—Disculpad la pregunta que os voy a hacer: vos,
laird
McRae, o vos,
laird
McKenna, ¿estaríais dispuestos a casaros con alguna de ellas? —preguntó Mauled, impaciente, dejándoles tan sorprendidos que no podían ni hablar.

—¡Por san Ninian, Mauled! —rio Angus al escuchar a su amigo—. Si alguna de ellas se entera de lo que acabas de decir… ¡eres hombre muerto!

—¿Casarnos? —gritó Lolach levantándose del tronco donde estaba sentado.

—No entra en mis planes contraer matrimonio —comunicó Duncan—. Mi vida es la guerra y la lucha.

—Somos guerreros —consiguió decir Lolach tras escuchar a su amigo—, no hombres nacidos para casarse y tener una familia.

—¿Estáis seguros de que no queréis nada con mis nietas? —preguntó con picardía Angus rascándose la cabeza.

—Acabamos de responderos —replicó Duncan—. Nuestra prioridad es el campo de batalla.

—Entonces —se carcajeó Mauled dándose un golpe en la pierna—, estos hombres no necesitan que les aclaremos nada sobre nuestras muchachas.

Aquello llamó la atención de los guerreros.

—¿Aclarar algo sobre ellas? —susurró Lolach cada vez más confundido.

—Sí, ya sabéis —continuó Mauled sirviéndose más cerveza—. Las mujeres son muy raras y, a veces, viene bien conocer ciertas cosas o manías sobre ellas.

—Pero, en vuestro caso, no es necesario —rio Angus mirando a Mauled por aquella maléfica respuesta—. Aunque creo, señores, que mis nietas en el fondo os hubieran agradado y sorprendido. Son algo más que unas simples mujercitas criadas para tener hijos.

—¿Por qué decís eso? —preguntó Duncan al ver a los dos viejos sonreír y mirarse de aquella manera.

—Porque los dos sois los purasangres que llevamos esperando toda la vida —asintió Angus clavándoles la mirada—. Conozco a mis nietas y, a pesar de que a veces son un poco indisciplinadas, estoy seguro de que os hubieran hecho muy felices.

—¡Eso es mucho asegurar! —afirmó Duncan—. ¿No creéis anciano?

—No —respondió Angus sorprendiéndole por su seguridad—. Sois dos fuertes y valientes guerreros, y como tales estoy seguro de que valoráis la fuerza y la valentía. ¿Acaso eso en una mujer no debe tenerse en cuenta? —Desconcertándoles preguntó—: ¿O debo pensar que cuando decidáis tener hijos os casaréis con dos jovencitas plácidas que se pasen el día cosiendo y bordando?

—¡Dios no lo quiera! —resopló Lolach.

—Entiendo vuestras posturas, señores —prosiguió Angus mientras Mauled miraba al horizonte—. Por ello no os voy a poner en ningún aprieto más. Aunque ¿me dais vuestra palabra de
highlander
para pediros un favor?

—¡Por supuesto! —asintió Duncan.

—Nuestra palabra ya la tenéis —afirmó Lolach.

—Si alguna vez nos pasara algo, ¡qué Dios no lo quiera! —comenzó el anciano—, ¿querríais encargaros de encontrar unos buenos maridos para las muchachas?

—Es importante —prosiguió Mauled sin darles tiempo a pensar— que los hombres que elijáis las cuiden, las valoren, las quieran y, sobre todo, no las peguen. Nunca me han gustado los hombres que se valen de su fuerza bruta para doblegar a una mujer.

—Y, por supuesto, que las protejan, eso es indispensable —añadió Angus, y clavándoles la mirada preguntó—: Entonces, ¿podemos confiar en la palabra de
highlander
que nos habéis dado?

Duncan y Lolach se miraron espantados por la jugada que aquellos dos ancianos les acababan de hacer. La palabra de un
highlander
era su ley. Si un
highlander
prometía algo, lo hacía hasta sus últimas consecuencias. Y, a menos que se casaran con ellas, nunca estarían seguros de que todo aquello se cumpliera. Se miraron, sorprendidos por haberse dejado liar por esos viejos que bajo su apariencia de corderos ocultaban a dos lobos en toda regla. Sonriendo por su torpeza, miraron a los ancianos.

—Sois unos viejos zorros —indicó Duncan—. Tenéis mi palabra de
highlander
.

—Muy… muy zorros —asintió Lolach—. Por supuesto, mi palabra de
highlander
también, aunque ya os la habíamos dado antes de escuchar lo que queríais.

—¡La edad es un grado, muchacho! —asintió Mauled haciéndoles reír y, mirando a Angus, sacó de debajo de la mesa una gran jarra y cuatro vasos—. ¡Esto se merece un brindis!

—Esta es la mejor agua de vida que encontraréis por esta zona —señaló Angus mientras les llenaban los vasos—. La destilamos nosotros con una receta antigua del abuelo de mi mujer. —Levantando el vaso dijo—: Brindemos por que nos queden muchos años de vida y por la felicidad de las muchachas.
¡Slainte
!

—¡Slainte
! —gritaron al unísono los otros tres, en gaélico escocés «salud».

—¡Por todos los santos! Ya vienen —indicó Mauled y, mirando a Duncan y Lolach, dijo—: Guardad el secreto de lo que aquí se ha hablado. Si la impaciente o la mandona se enteran de esta conversación… ¡esta noche nos entierran vivos! —rio entrecerrando los ojos—. Además, no creo que a las muchachas les agrade saber que habéis denegado la oferta de casaros con ellas.

Tras observar a los viejos reír, Lolach y Duncan se miraron confundidos. ¿Se habrían vuelto locos aquellos ancianos? Callados, observaron caminar a las muchachas hacia ellos y fueron testigos de su cara de sorpresa al verlos allí. Tras llegar a su altura y saludarles con una inclinación de cabeza, se escabulleron dentro de la casa dejándoles a todos con la boca abierta.

—¿Qué mosca las ha picado? —susurró Mauled—. ¿Ha ocurrido algo que yo no sé?

—¡Esta juventud! —sonrió Angus.

—Nos marchamos —anunció Duncan, molesto al ver que Megan ni siquiera le había dedicado una mirada—. ¡Gracias por esta encantadora y desconcertante tarde! —se mofó levantándose para dar la mano a los ancianos.

—Mañana partimos hacia nuestras tierras —dijo Lolach, sorprendido porque Shelma tampoco le había mirado. ¿Dónde estaba la jovencita que de forma continua y descarada le sonreía?

—Que llevéis buen viaje —deseó Angus mirando extrañado hacia la cabaña donde sus nietas habían desaparecido. Nunca se habían comportado así ante ningún hombre y eso era buena señal.

—¡Un momento! —gritó Megan saliendo de la cabaña seguida por Shelma. Portaban en sus manos unos paquetes y, dirigiéndose hacia Myles, que se quedó asombrado, dijo—: Toma, lleva a Maura, tu mujer, este pedazo de tela. Seguro que sabrá sacarle provecho. Y a tu niña, esta miel. Estoy segura de que le encantará.

—Muchas gracias,
lady
Megan —agradeció con una grata sonrisa mientras aceptaba aquellos presentes—, pero no era necesario que os preocuparais.

—Te he dicho mil veces que no me llames así, sólo soy Megan —afirmó la muchacha mirando al gigante. Hacía muchos años que nadie la llamaba
lady
.

—No puedo,
lady
Megan —afirmó mirando de reojo a Duncan, que les observaba muy serio subido a su espectacular caballo negro.

—De acuerdo —asintió dándose por vencida.

—Maura y mi hija os estarán muy agradecidas por vuestro detalle —aseguró Myles guardando el paquete—. Espero que algún día podáis conocerlas.

—Estaría encantada —sonrió Megan.

Duncan, que la observaba a corta distancia, sintió que las entrañas se le revolvían al darse cuenta de que ella nunca le sonreía a él de ese modo. Y, sin perderla de vista, advirtió que ella se movía y se plantaba ante Mael tendiéndole un bote.

—Esto es un ungüento que aliviará el dolor y sanará tus cortes. Póntelo dos veces al día sobre la herida hasta que veas que el dolor remite y comienza a cicatrizar.

—Gracias —dijo el guerrero cogiendo aquel presente como algo maravilloso—. Muchas gracias,
lady
Megan. No olvidaré vuestra amabilidad.

—Tomad, llevaos este queso y este pan. Seguro que os viene bien en el trayecto de regreso a vuestra casa —prosiguió Shelma dándoselo a Ewen.

Lolach, enternecido por aquellos presentes, la miraba sintiendo que en todos sus años de guerrero nunca unas muchachas tan humildes se habían preocupado tanto por sus hombres.

—Gracias,
lady
Shelma. Será maravilloso disfrutar de ello durante nuestro camino.

—¡Ewen! —llamó Zac—. Recuerda. Tienes que volver para enseñarme a cazar truchas con las manos.

—Volveré, Zac. Te lo prometo —sonrió el grandullón—. Hasta entonces, pórtate bien y no metas a tus hermanas en más líos, ¿vale? —El niño asintió.

—Espero que tengáis buen viaje —se despidió Megan mirando a Lolach y a Duncan con brevedad.

—No dudes que lo tendremos —afirmó Duncan, enfurecido por su frialdad.

—No lo dudo,
laird
McRae —respondió Megan. Tras sonreír a todos, regresó a la quietud de la cabaña acompañada por Shelma.

Sin mirar hacia atrás, Duncan guio a su caballo y, cuando estaban lo suficientemente lejos de las muchachas y los ancianos, oyó murmurar a Lolach:

—¡Malditos zorros!

Aquella noche en el castillo, Niall comía asado que Hilda, muy amable, le había servido. Desde su asiento, observaba la arcada que llevaba a las escaleras. Sabía que Gillian, en cualquier momento, aparecería por allí. La noche anterior, tras el episodio vivido con Zac y sus hermanas, Niall, animado por Magnus, se había acercado a ella y, tras invitarla a bailar, estuvieron en danza juntos gran parte de la noche. Fue divertido bailar con Gillian. Era graciosa y simpática. Aunque la cara con que Axel les miró no lo fue tanto.

Axel sobreprotegía a su hermana de una manera increíble. Sus padres, junto a los de Duncan y Niall, habían muerto años atrás a manos de los ingleses. Quedaron huérfanos, pero con la increíble suerte de contar con sus respectivos abuelos. Cuando sus padres murieron, Gillian tenía diez años, y Axel, veinte. Durante largo tiempo, ella sufrió terroríficas pesadillas. Aquellas pesadillas y el dolor en los ojos de su hermana al despertar le habían roto el corazón más de una vez a Axel, y no deseaba que sufriera por nada ni por nadie. Por eso, aunque le agradaba la compañía de Niall en el campo de batalla, no sentía lo mismo al verle tan próximo a Gillian.

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