Deseo concedido (5 page)

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Authors: Megan Maxwell

—Pero, señor… —susurró el feriante cogiendo a su mujer por el brazo para que callara.

—Sin preguntar intuyo lo que aquí ha ocurrido —prosiguió Axel, serio—. Si alguno más desea marcharse con ellos, ¡adelante! Pero a mi gente nadie la insulta. Por lo tanto, y entendiendo que la noche se acerca, la única opción que soy capaz de razonar es que paséis la noche aquí. Pero por la mañana no os quiero ver en mis tierras. ¡¿Entendido?!

—Sí, señor —asintieron los feriantes alejándose de Fiona, que echaba chispas al ver cómo aquellas muchachas sonreían.

—¡Zac! Recuerda tu promesa —señaló Duncan muy serio. Con tranquilidad, se dirigió al feriante, que estaba pálido de miedo—. Yo me haré cargo del pago.

—¡No,
laird
McRae! —exclamó Megan agarrándole del fornido brazo para llamar su atención—. No os preocupéis, lo pagaré yo.

—No es necesario —susurró Duncan a escasos centímetros de ella.

En ese momento, Megan fue consciente de su osadía al tocarle y, dando un paso hacia atrás, se alejó de él. Duncan, aún con la mirada puesta en ella, sentía la mano caliente y palpitante de la muchacha sobre su piel. ¡Su suavidad había sido muy agradable!

Como un halcón eligiendo a su presa, clavó sus verdes ojos en ella y, durante unos instantes, ambos se miraron a los ojos, como si no existiera nadie más.

—De momento —tosió Axel interrumpiendo—, lo que vais a hacer es ir a vuestras casas a cambiaros de ropa y quitaros el barro de encima. Más tarde, seguiremos hablando. —Luego, volviéndose hacia los feriantes, dijo—: Mañana por la mañana, al que piense como ellos, no lo quiero ver por aquí.

—No sé aún lo que ha pasado —aseveró Duncan señalándolos—. Pero, por mis tierras, no os quiero ver.

—Ni por las mías —concluyó Lolach.

—Ven aquí, Gillian —llamó Axel a su hermana—. Te llevaré al castillo para que te cambies de ropa y vuelvas a ser una dama.

—¡Soy una dama! —gritó enfadada al verse izada por su hermano ante la cara de guasa de Niall—. Pero las injusticias pueden conmigo.

—Vamos, Zac —apremió Megan cogiéndole de la mano y comenzando a andar.

—¡Duncan! —gritó Axel mientras volvía su caballo en dirección al castillo—. ¿Podrías ocuparte de que Megan y sus hermanos lleguen a casa sin que se metan en más líos?

—¡No! —gritó Megan intentando alejarse lo antes posible de aquellos hombres—. Nosotros iremos andando, mi señor. Está muy cerca. Además, nos encanta pasear.

Pero los guerreros ya habían tomado su decisión.

—Ni lo soñéis —intervino Lolach acercándose a Shelma, a quien izó sin previo aviso para sentarla ante él, dejándola con la boca abierta—. Será un placer acompañaros.

—Os lo agradezco,
laird
McKenna —sonrió Shelma acomodándose a su lado, dejando a su hermana sin palabras por aquella ligereza, y en especial por su cara de tonta.

—Tenéis un poco de sangre aquí —susurró Lolach tocándole con la punta del dedo en el cuello, quedando atontado al ver aquella vena color verde latir ante sus ojos.

—Oh, no os preocupéis —sonrió Shelma limpiándose como si nada—. Son rasguños sin importancia.

«Shelma, pero ¿qué haces coqueteando?», se preguntó Megan, incrédula, al ver cómo aquélla pestañeaba.

—Cualquier mujer se horrorizaría por marcar su piel de esta forma —rio Niall al ver la cara de bobo de Lolach.

—Nosotras no somos cualquier mujer y menos aún nos asustamos por un poquito de sangre —contestó sonriendo Shelma, dejándoles asombrados por su seguridad.

Tras tenderle al feriante unas monedas, que éste recogió con una falsa sonrisa en los labios, Duncan, en dos zancadas, llegó hasta su caballo y de un ágil salto montó en él.

—¡Niall! Coge al muchacho y agárralo bien, no se te vaya a caer —ordenó con voz alta y clara, como estaría acostumbrado a hacer.

Y, sin decir nada más, se acercó a Megan tendiéndole la mano para que subiera. Algo desconcertada y molesta por el giro de los acontecimientos, aceptó su mano y, tras notar cómo él la levantaba como una pluma y la sentaba ante él, dijo más tiesa que un palo:

—Gracias por pagar la deuda,
laird
McRae, pero mis hermanos y yo podríamos ir andando.

—Ni hablar —respondió rodeando con su brazo izquierdo su cintura para tenerla asida con fuerza—. Yo te llevaré hasta allí y me aseguraré de que no te pase nada.

El camino no era muy largo, y menos a caballo. La humilde cabaña de Angus McDougall estaba próxima a las caballerizas y junto a la herrería. Shelma y Lolach rieron durante el camino por los comentarios de Niall, quien maldecía su mala suerte por tener que llevar a un muchacho y no a una dulce dama.

Duncan, por su parte, no podía pensar en otra cosa que no fuera la mujer que tenía entre sus brazos. Sentada ante él, pudo aspirar mejor aún su aroma, un aroma diferente al que nunca hubiera olido. Cada vez que ella volvía la cabeza para ver si sus hermanos les seguían, Duncan podía admirar la delicadeza de sus rasgos; incluso una de esas veces su mentón chocó con la frente de ella, sintiendo de nuevo la suavidad de su sedosa piel.

Megan, incómoda por estar en aquella absurda situación, intentó mantener la espalda rígida. Echarse hacia atrás suponía sentir la musculatura de aquel guerrero contra ella, y no estaba dispuesta. Ver su imponente figura, cuando él se había bajado del caballo para acercarse a ella y a su hermano, la había dejado desarmada. Aquél era El Halcón, el guerrero más temido por los clanes y más codiciado por las mujeres. Pero ante ella había demostrado humanidad al hablar a Zac con delicadeza y lógica, y no podía olvidar cómo éste le escuchó y le sonrió.

Capítulo 4

El anciano Angus de Atholl, que en ese momento estaba hablando con Mauled, el herrero del clan McDougall, se asustó cuando vio llegar a sus nietos acompañados por aquellos guerreros. Un conocido sudor frío recorrió su cuerpo al mirar a Megan pero, según se fueron acercando y vio las sonrisas de Shelma y Zac, se tranquilizó.

—Es allí, señor —susurró con la garganta seca Megan—. Mi abuelo es quien cuida de los caballos en el clan.

—Pero aquello es la herrería —respondió Duncan mirando hacia donde ella le señalaba, mientras disfrutaba de los pequeños roces que el movimiento del caballo le permitía.

—Vivimos junto a Mauled. Su mujer murió hace dos años y mi hermana y yo nos ocupamos de él.

—¿A qué te refieres con que os ocupáis de él? —preguntó, curioso y molesto.

—No quisiera ser descortés, pero ¿a vos qué os importa, señor?

La valentía y el descaro de aquella mujercita le hicieron gracia.

—Llámame Duncan —le susurró al oído poniéndole el vello de punta.

—Disculpad,
laird
McRae —contestó volviéndose para mirarle a los ojos, cosa de la que se arrepintió. La dura y sensual boca de él rozó la suya brevemente—. Pero no creo que sea buena idea que os llame de esa manera. No debemos olvidar quién sois. Prefiero llamaros
laird
McRae.

—Duncan. Me gustaría y preferiría que me llamaras así.

—¡No! —indicó dejando latente su testarudez y, bajando la voz para que nadie les escuchara, le susurró—: He dicho que no,
laird
McRae, no insistáis.

—Duncan —insistió él.

«¡Ja! De eso nada», pensó Megan.

—No.

—¡Eres cabezota, mujer! —se quejó frunciendo el ceño; no estaba acostumbrado a repetir las órdenes más de una vez.

—¡Por todos los santos celtas! —bufó retirándose con una mano un rizo negro que caía entre sus ojos—. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no, señor?

—Hasta que digas sí —respondió disfrutando de aquella conversación.

Pero ella era terca, tan terca como una mula.

—No lo diré. Además, permitidme deciros que estoy segura de que si os llamo Duncan, luego querréis algo más de mí y yo no estoy dispuesta a daros nada —espetó airada—. Porque, que os quede claro, soy pobre, pero decente. No caliento el lecho de nadie y tened por seguro que aunque seáis el poderosísimo Halcón, y las mujeres se peleen por estar con vos, a mí no me impresionáis. Por lo tanto, os agradecería que no volváis a insistir,
laird
McRae.

Cuando Megan cerró la boca fue consciente de cómo le había hablado. Por ello blasfemó para sí y cerró los ojos arrepentida de su rápida lengua, mientras Duncan sonreía entre asombrado, incrédulo y divertido.

—¡Allí está el abuelo! —gritó Zac en aquel momento saludando con la mano.

Los caballos, a paso lento, se acercaron a Angus, que los recibió con una sonrisa y el desconcierto en la cara. Era raro que sus nietas volvieran acompañadas.

—¡Por san Ninian! ¿Qué os ha ocurrido? —preguntó al ver las pintas que traían.

—Hola, abuelo —saludó Zac mientras Niall le bajaba—. ¿Has visto? Nos acompañan unos guerreros, y el que lleva a Megan es El Halcón.

—¡Zac! —le reprendió Megan con rapidez.

Una vez que el caballo de Duncan paró, la muchacha, sin previo aviso se zafó de las manos del jinete y de un salto descabalgó sin su ayuda, dejándole de nuevo sorprendido. Las mujeres que conocía necesitaban ayuda tanto para subir como para bajar de los caballos, y más si tenían la altura de Dark. Al ver que Shelma hacía lo mismo, sonrió ante la cara de asombro de Lolach.

—Abuelo… —Megan le besó—. Ellos son
laird
Duncan McRae, su hermano Niall McRae y
laird
Lolach McKenna, y nos han traído porque tuvimos un percance en la feria, pero no te preocupes, no ha pasado nada.

—¿Percance? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó el anciano de pelo canoso tocándose la barbilla.

—Pues mira… —comenzó a decir Shelma.

—Fue algo muy tonto, señor —sonrió con complicidad Niall intentando ayudarlas a fabricar una mentira—. Ellos estaban subidos en un carromato y uno de nuestros hombres sin querer les embistió.

Todos quedaron callados a la espera de la reacción del anciano, que tras mirarles con ojos sabios murmuró levantando un dedo:

—Ésa ha sido una buena mentira, muchacho, pero conociendo a mi meto Zac estoy seguro de que él ha tenido algo que ver, ¿verdad?

—Yo, abuelo…

—Abuelo, no tiene importancia. Zac se metió con un feriante —informó Megan omitiendo ciertos detalles— y bueno…

—¿Tus hermanas han tenido que volver a pelearse por ti? —regañó el viejo al niño, que esta vez se escondía tras Shelma.

—¿Os peleáis muy a menudo por vuestro hermano? —preguntó muerto de risa Niall. Aquello era cómico.

—Uf… —gesticuló Megan poniendo los ojos en blanco, comprobando Niall su sentido del humor—. Si os contara la cantidad de veces, no os lo creeríais.

Verla sonreír y bromear con su hermano hizo que Duncan disfrutara del momento. En poco tiempo, y sin ella ser consciente, había disfrutado de su sonrisa, su bravura y su belleza. Incluso su extraño acento al hablar le cautivó.

—Ese pequeño diablillo… —Otro anciano canoso, Mauled, se unió al grupo—. Acabará con sus hermanas antes de convertirse en hombre.

—¡Mauled, no exageres! —sonrió Megan, asombrando de nuevo a Duncan por aquella dulzura en su cara al mirar a aquel hombre y a su abuelo.

—Soy Duncan McRae —se presentó acercándose a los ancianos para tenderles la mano—. No os preocupéis, ya le hemos regañado nosotros y, mañana, Axel quiere verlo para imponerle un castigo.

—Encantado,
laird
McRae —saludó Mauled cogiendo con fuerza su mano. Tenía ante él al temible Halcón, y eso era todo un honor.

—¡Por todos los santos! —bramó el viejo Angus mirando a Mauled—. ¿Has oído? Otra vez mis niñas defendiendo a este gusano. ¿Esto nunca va a cambiar? ¿Qué quieres? ¿Matar a tus hermanas?

—Venga, venga, abuelo —rio Shelma mirando a Lolach—. No ha sido para tanto.

Intentando calmarse, Angus invitó a los guerreros a tomar cerveza para refrescarse la garganta mientras sus nietas se cambiaban y lavaban.

—¿Dónde están los padres de vuestros nietos? —preguntó Lolach al recordar que el niño les había revelado que no tenían padres.

—Murieron hace años —respondió secamente Angus. No quería dar más explicaciones—. Yo me ocupo de ellos.

Instantes después, los tres guerreros se sentaron en un tronco frente a la cabaña de madera dejando que los ancianos, emocionados por tener a gente importante en su hogar, les hicieran miles de preguntas sobre la batalla de Bannockburn. Zac, tras lavarse, se unió a ellos. Poco tiempo después, Duncan vio salir a Megan cargada con ropa para dejarla en un apartado y volver a entrar en la casa, aunque antes sus ojos volvieron a cruzarse con los de él.

—¡Qué guapo es! —rio excitada Shelma mirando disimuladamente por la ventana—. ¿Has visto qué ojos tan bonitos tiene?

—¿Quién? —preguntó Megan, inquieta.

—Lolach. Oh, Dios. ¡Cómo me ha gustado cabalgar con él! Me miraba de una manera que… que…

—Un consejo, hermanita —dijo señalándola con el dedo—. No sueñes con cosas que no podrán ser. Él es Lolach, el
laird
del clan McKenna.

Shelma, segura de sus encantos, miró a su hermana y con gesto despectivo dijo:

—¿Y?

«Ésta es tonta», pensó Megan antes de responder.

—Recuerda quiénes somos para ellos. En el momento en que sepan que papá era inglés, se burlarán de nosotras como casi todo el mundo y nos llamarán apestosas
sassenachs
. Además, ¿no has oído la fama que tienen esos guerreros?

Sin querer escuchar más tiempo a su hermana, Shelma abrió la arcada de la cabaña y se unió al grupo. Desconcertada y escondida en el interior de su hogar, Megan pudo ver a través de la ventana cómo Duncan miraba con curiosidad hacia la casa. ¿Esperaría verla a ella?

Más tarde, Shelma entró en la cabaña para coger más cerveza. Duncan, extrañado por que Megan no volviera a salir, la acompañó con la excusa de ayudarla a sacar las jarras. Al entrar, se encontró con una casa humilde, ordenada y limpia, y a Megan cocinando.

—Venimos por más cerveza —indicó Shelma con alegría.

—Muy bien —asintió sin mirarles.

Notaba cómo todo su cuerpo temblaba de emoción por tener a aquel fornido guerrero tras ella. Presentía cómo él la miraba y aquello la estaba matando.

—Esas flores —dijo Shelma al ver un ramo encima de la mesa— ¿son del pesado de Sean?

—Eso dijo el abuelo —asintió Megan torciendo el gesto al oír aquel nombre.

—¡Qué pesado, por Dios! —sonrió Shelma mirando a Duncan—. ¿Cuándo se dará cuenta de que no quieres nada con él?

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