Deseo concedido (3 page)

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Authors: Megan Maxwell

El castillo de Dunstaffnage comenzaba a llenarse de guerreros venidos de otros clanes. Axel, desde las almenas de su castillo, observaba cómo un grupo de unos treinta hombres se acercaba a caballo. Sonrió al reconocer a su buen amigo Duncan McRae, un temible e inigualable guerrero, al que apodaban El Halcón por su intimidatoria mirada verde y su rictus de seriedad. Se decía que cuando El Halcón fijaba su mirada en ti, sólo era por dos razones: o porque ibas a morir, o para sonsacarte información.

A su paso, las mujeres más osadas le miraban con deseo y ardor. Toda Escocia conocía su fama de mujeriego, compartida junto a su hermano Niall y su íntimo amigo Lolach. Duncan era un
highlander
de casi dos metros, de cabello castaño con reflejos dorados, cutis bronceado y ojos verdes como los prados de su amada Escocia. A sus treinta y un años poseía una envergadura musculosa e impresionante, gracias al entrenamiento diario y a las luchas vividas.

Con Duncan cabalgaba su hermano Niall, un joven valiente, aunque de carácter distinto. Mientras que el primero era serio y reservado, el segundo frecuentaba la broma y lucía una perpetua sonrisa en la boca.

Lolach McKenna, amigo de la infancia de los hermanos McRae, residía en el castillo de Urquhart, junto al lago Ness. El temperamento de Lolach resultaba agradable y conciliador, y, al igual que el resto, era un hombre de aspecto imponente, poseedor de unos ojos de un azul tan intenso que las mujeres caían rendidas a sus pies.

—¿Quiénes son? —preguntó Gillian, una preciosidad rubia, mientras fruncía los ojos para distinguirles.

—Duncan y Niall McRae, Lolach McKenna y sus guerreros. Les invité a mi boda —respondió Axel mirando con adoración a su hermana.

—Oh… Nial McRae —suspiró mirando hacia los guerreros que entraban en ese momento por la arcada externa del castillo—. Deberías habernos avisado de que El Halcón y su hermano venían.

—Tranquila, hermanita —sonrió al escucharla—. Son tan peligrosos para ti como lo soy yo.

—Si tú lo dices… —sonrió al escuchar a su hermano.

Gillian estaba encantada de volver a tener a Axel a su lado. Atrás quedaron los tiempos en los que temía que cualquiera de su clan quisiera matarlo por no seguir al rey Eduardo II.

—Axel, ¿crees que este vestido es lo suficientemente elegante para tu boda? —preguntó girando ante la mirada divertida de él.

—Tu belleza lo eclipsa, Gillian. Creo que conseguirás que los hombres se desplomen a tu paso; por lo tanto, ten cuidado, no quiero tener que usar mi espada el día de mi boda.

Desde que había cumplido dieciocho años, Gillian era consciente de la reacción que despertaba en los hombres y eso le producía un enorme placer.

En ese instante, los cascos de los caballos retumbaron contra las piedras del suelo a la entrada del castillo. El poderío y la fuerza de esos guerreros hicieron que todos los allí presentes dejaran sus labores para mirarlos con admiración y temor.

—Voy a recibir a mis invitados. Avisa a Alana, le gustará saludarles —dijo Axel besando a su hermana.

En pocos instantes llegó hasta la gran arcada de entrada. Allí pudo ver una vez más cómo la gente bajaba la mirada al paso de Duncan, cosa que le provocó risa.

Al ver a su amigo Axel, Duncan levantó la mano a modo de saludo y, dando un salto, bajó de su semental Dark y estrechó a su amigo en un fuerte y emotivo abrazo.

—¡McDougall! —bramó Lolach McKenna con una amplia sonrisa—. Tus gentes parecen asustadas a nuestro paso.

—En cuanto os tengan aquí un par de días, os perderán el miedo —respondió Axel.

—Aquí nos tienes. Dispuestos a asistir a tu boda —sonrió Duncan al pelirrojo Axel—. ¿Dónde está esa futura señora de tu hogar?

—Aquí —respondió Alana, que desde su ventana había visto llegar a los guerreros polvorientos, y corrió para saludarles.

—¿Vos,
milady
? —observó Duncan a la extraordinaria mujer de ojos verdes, pelo claro y sonrisa tranquilizadora que se erguía ante él.

—Te lo dije, Alana —murmuró Lolach besándole la mano—. Indiqué hace años que tu belleza sería un peligro para algún incauto.

—Encantada de volver a verte, primo —saludó a Lolach.

—¿Sois la pequeña Alana? —preguntó Niall acercándose al grupo.

—Sí —sonrió la muchacha mirando a Axel, su prometido.

—¿Ahora entiendes por qué quería formalizar rápidamente este enlace? —musitó asiéndola por la cintura.

—¿No tendríais una hermana o una prima para presentarme? —se mofó Niall tras saludarla, mientras las criadas que se arremolinaban en la arcada les miraban con ojos libidinosos y risas atontadas.

—¡Buenas tardes, caballeros! —saludó Gillian situándose junto a su hermano.

Gillian era menuda comparada con Alana y otras mujeres, pero sus ojos azules, su cara de ángel y el vestido marrón que se ajustaba a su cuerpo lozano hicieron que todas las miradas se posaran en ella.

—¿Ella es vuestra hermana? —preguntó Niall al ver aparecer a esa encantadora jovencita.

—No, pero pronto lo será —respondió Alana cogiéndola de la mano, mientras tras ellas se oía un poco de revuelo. Alguien discutía.

—Es mi pequeña hermana Gillian —advirtió Axel—. Recuérdalo.

Mientras Niall continuaba con los ojos fijos en Gillian, Axel se percató de que Duncan observaba algo tras ellos. ¿Qué miraba?

—Encantado de volver a veros. —Niall se acercó a la joven Gillian, quien se sonrojó—. Ahora os recuerdo, aunque habéis cambiado mucho. La última vez que os vi llevabais largas trenzas infantiles.

—Si mal no recuerdo —respondió Gillian reponiéndose del sonrojo—, la última vez que nos vimos, vos os tirasteis al lago a rescatarme.

—¿En serio? —rio Alana al ver los ojos resplandecientes de Gillian. Tendría que hablar con ella.

—Tenía dos opciones —respondió Niall recobrando la compostura—. Salvaros o dejar que os ahogarais. Y, tras echarlo a suertes, no tuve más remedio que tirarme al agua.

—¡¿Echarlo a suertes?! —espetó Gillian cambiando su expresión sonriente por una amenazadora.

—Yo que tú, callaría —masculló Duncan viendo cómo aquella joven le miraba.

—Pienso como tu hermano. ¡Cállate! —advirtió Lolach echándose hacia un lado.

Pero la juventud de Niall hizo que, tras guiñarle el ojo a una de las criadas y ésta sonreír, volviera a dirigirse a la joven hermana de Axel.

—Gillian… Gillian… Os recuerdo como una mocosa pesada. Os daba igual subir a un árbol que embadurnaros de barro junto a los demás chicos. Y lo peor: tuve que soportar vuestro pringoso beso lleno de barro cuando os salvé en el lago. —Al ver la rabia en ella, finalizó—: Aunque ahora tengo que admitir que os habéis convertido en una auténtica belleza, y que cualquier hombre estaría dispuesto a soportar vuestros besos con barro.

—¡Niall! —advirtió Axel—. Aparta tus ojos y tus embaucadoras palabras de mi hermana si no quieres tener problemas.

—Tranquilo, Axel —rugió muy enfadada Gillian demostrando su carácter—. No está hecha la miel para la boca del asno. Ni en mis más oscuros pensamientos consentiría que un imbécil como éste se acercara a mí, y menos aún que me besara.

—¡¿Gillian?! —la regañó Axel, sorprendido por aquella contestación.

Haciendo caso omiso a su hermano, se volvió furiosa y desapareció por la arcada del castillo, dejándoles a todos muertos de risa, incluidos los guerreros que seguían montados en sus caballos a la espera de que sus jefes Duncan y Lolach les indicaran que desmontaran y buscaran un sitio donde descansar.

—¡Niall! —gritó Myles—. Te dejó sin palabras la dama.

—Myles, ¡¿quieres morir?! —bramó Niall, molesto—. Mide tus palabras si no quieres probar el acero de mi espada.

—Será mejor que calles —rio uno de sus hombres de confianza—, a Niall no le gusta que se mofen de él cuando una dama le ha pisado el cuello.

Su hermano Duncan y Lolach se miraron y sonrieron.

—Te dijimos que callaras, muchacho. Sólo tenías que haber mirado sus ojos para saber que lo que estabas diciendo no era de su agrado —murmuró Lolach tocando con su mano el hombro derecho del muchacho.

Mientras en el patio todos los ojos seguían pendientes de la conversación entre Niall, Lolach y Axel, Duncan fijó su mirada en una mujer que acababa de salir y se había situado tras Axel y Alana. En un principio, cuando salió Alana, escuchó voces dentro del castillo, pero tras marcharse Gillian, malhumorada, su corazón se paralizó cuando vio aparecer a la mujer con los ojos negros más espectaculares que había visto nunca.

Axel, con disimulo, miró hacia atrás y sonrió al entender la cara de su amigo Duncan. Mientras, la moza en cuestión no se percataba de nada.

—Duncan —intervino Axel tomándole por sorpresa—. Te presento a Megan de Atholl McDougall.

Megan, desconcertada, no sabía dónde mirar.

—Perdonad —se disculpó atragantándose con la saliva, mientras situaba a su hermano tras ella y se alisaba la falda—. No estaba atenta a vuestras conversaciones.

—Tranquila, Megan —dijo Alana tomándole la mano para darle un par de palmaditas—. Entendemos que Zac estaba llamando tu atención; por lo tanto, solucionemos primero una cosa y luego otra.

Duncan, que no había podido apartar la mirada de aquella mujer, deseaba más que nada en el mundo conocer su sonrisa. ¡Debía de ser espectacular!

Con fingida indiferencia, Duncan la miró. Era tan alta y estilizada como Alana. Su espectacular cabello rizado era tan negro que casi parecía azul. Sus retadores ojos le cautivaron en pocos instantes, pero su boca… «¡Por todos los santos, su boca!», pensó sintiendo un escalofrío. Cómo deseaba tomar aquellos labios y beberlos hasta hacerlos desaparecer.

Por su parte, Megan no se había dado cuenta de cómo aquel guerrero la miraba. Estaba tan obsesionada con proteger a su hermano que no podía pensar en nada más.

—Veamos —prosiguió Alana haciendo salir a Zac de las faldas de Megan—. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué has montado tanto jaleo?

—Quiero ir a ver a los feriantes —respondió el niño—. Pero ella, como siempre, no me deja.

—¿Por qué no le dejas? —preguntó Axel.

Distraídamente, Megan se retiró el pelo de la cara, un gesto que encantó a Duncan, tanto como saber que aquel pillastre rubio no era hijo de la mujer.

—Mi señor —comenzó a decir Megan olvidándose del resto de las personas—, le he dicho que no sea impaciente. Más tarde, le llevaré yo.

—¡No es justo! Yo quiero ir con los otros chicos. No con una gruñona —gritó Zac intentando alejarse de su hermana, cosa que ella no le permitió.

El crío le pisó el pie.

«Zac, te voy a machacar», le indicó Megan con la mirada, aguantando el dolor del pisotón, mientras Duncan les observaba divertido.

—Megan… —sonrió Axel—, algún día deberás
empezar
a confiar en él.

—Deberías prometer a tu hermana que te portarás bien —señaló Alana mirando al niño.

—Este pillo —respondió Megan dándole una colleja que hizo sonreír a los hombres— es capaz de meterse en más de un problema a la vez. Recordadlo,
lady
Alana.

—La verdad, Zac, es que tu hermana tiene razón —dijo Axel, que conocía bien al niño—. Por lo tanto, vas a esperar en tu casa hasta que alguno de tus familiares te pueda acompañar, y esto es una orden —ordenó levantando la voz para intimidarle.

—Ve ahora mismo con Shelma —indicó Megan—, y no te muevas de allí hasta que yo llegue.

El niño, tras sacarle la lengua a su hermana y ver cómo ésta apretaba los puños para no cogerle por el pescuezo, se alejó cabizbajo.

—Está bien —sonrió Alana al ver la reacción del niño—. Pasemos dentro. Estoy convencida de que estos guerreros estarán muertos de sed y hambre. —Luego, volviéndose hacia Megan que veía alejarse a su hermano, dijo—: Dile a Frida y Marsha que necesitamos asado y cerveza en abundancia.

—Ahora mismo —asintió Megan desapareciendo tras la arcada, seguida por Alana y Axel.

—¡Halcón! —exclamó Lolach—. Lo que oigo es tu corazón desenfrenado por esa bonita muchacha.

—¿Qué dices? —disimuló volviéndose hacia su amigo con seriedad—. Mi corazón sólo late desenfrenado cuando estoy combatiendo. No lo olvides.

—Disculpa mi equivocación —palmeó reprimiendo una sonrisa, mientras se les unía Niall—. Sólo digo, y esto va por ambos, que veis a una bonita mujer y babeáis como bebés.

—Déjate de tonterías —bufó Duncan sin querer escucharle más.

—¡Eres un bocazas! —se carcajeó Niall dando un empujón a Lolach, al tiempo que todos entraban en el castillo.

Capítulo 3

Aquella tarde, Duncan, Axel y algunos de los hombres salieron con sus caballos a recorrer la zona. Axel quería enseñarles varias cosas que estaba haciendo. Mientras, las criadas atendían al resto de los guerreros encantadas, soltando risotadas escandalosas cuando alguno de ellos les decía alguna dulzura e intentaba meter sus manos bajo sus faldas.

En las habitaciones superiores del castillo, Alana se probaba su vestido de novia, junto a Gillian y Megan, que se habían hecho grandes amigas.

—Gillian —preguntó Alana—, ¿se puede saber por qué has insultado a Niall?

—Sencillamente, porque se lo merecía —soltó Gillian mirando a Alana con altivez.

—¿Has insultado a uno de los guerreros? —preguntó Megan—. Y yo, ¿me lo he perdido?

Gillian y Megan se carcajearon.

—Por el bien de tu hermano y de tu clan, deberías tener más cuidado con tus palabras y tus actos —apostilló Alana.

—Tienes razón —asintió Gillian mordiéndose el labio—. Procuraré tener más cuidado.

—El Halcón no podía apartar sus ojos de ti —señaló Alana mirando a Megan—. ¿Acaso no te diste cuenta?

—No,
lady
Alana. —Sonriendo, se corrigió al recordar cómo la llamaba cuando estaban solas—. No, Alana. Tengo cosas más importantes en que pensar.

—Duncan es un hombre muy guapo —comentó Gillian asomándose a la ventana oval para mirar el paisaje verde de los campos.

—Y las doncellas se pelean por compartir su lecho —siguió Alana—. Es un guerrero muy deseado por las mujeres.

—No seré yo la que me pegue con nadie por un hombre —rio Megan—. Y menos por ese que tiene donde elegir.

—Deberías buscar un marido, Megan —indicó Gillian mientras observaba a algunos
highlanders
cepillar a sus caballos—. Toda mujer debe tener a su lado un hombre que la proteja.

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