Deseo concedido (8 page)

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Authors: Megan Maxwell

—Zac, deberías habérselo devuelto al
laird
McRae —regañó Megan con cariño a su hermano, que encogiendo los hombros sonrió.

—Lo intenté, pero me obligó a guardarlos para vosotras.

—¡Vamos! —bromeó Alana cogiendo aquel colgante de la manita de Zac para ponérselo a Megan en el cuello—. Ponte esto ahora mismo y deja de buscar tres pies al gato. Duncan lo compró para vosotras. Es un bonito detalle, por lo que deberíais darle las gracias cuando tengáis ocasión.

—De acuerdo —murmuró Megan cogiendo a su hermano para besarle antes de que éste escapara por la puerta muerto de risa.

En ese momento sonaron unos golpecitos en la arcada. Era Hilda, que indicó que todo estaba preparado. Instantes después Alana salió de su habitación sonriendo, seguida por las demás mujeres.

Al llegar al salón, las esperaba un guapísimo Duncan, que ejercía de padrino. Se le paró el corazón al ver a Megan y comprobar lo bellísima que estaba con aquel vestido marrón. Su oscuro y rizado pelo negro lucía un entrelazado de flores que flotaba a su alrededor convirtiéndola en una reina. Aturdido ante su belleza, fijó sus ojos en su redondo escote, que revelaba una piel suave y sedosa y unos pechos llenos y turgentes, donde descansaba el colgante que le había dado a Zac. Avergonzado por haber quedado atontado, miró a Alana, que con una agradable sonrisa le agarró del brazo. Y juntos caminaron hacia la capilla donde un nervioso Axel, junto a un emocionado Magnus, la esperaba con una grata y encantadora sonrisa.

Durante el intercambio de votos, Megan se mantuvo junto a Gillian y Shelma, frente a Duncan, Niall y Lolach. El remolino de sentimientos y miraditas que había en aquella capilla era electrizante y Magnus se lo estaba pasando en grande.

Duncan no podía apartar su penetrante mirada de la mujer del pelo azulado, que en un par de ocasiones había rozado con sus dedos el colgante que reposaba sobre su pecho, haciendo que al guerrero se le secara la boca.

«No debo prendarme de ninguna mujer, y menos de una como ella», pensó Duncan regañándose. En el pasado, Marian le había roto el corazón y no estaba dispuesto a darle una nueva oportunidad a ninguna otra.

Niall, inquieto, procuraba no mirar a Gillian. Estaba bellísima con aquella tiara de flores alrededor de su rubio cabello y con aquel vestido azul. Lolach sonreía anonadado a una chispeante Shelma, que cada vez le parecía más fresca y radiante.

Tras la ceremonia, comenzó un opíparo banquete preparado por las mujeres del castillo. No faltaron platos típicos como el
haggis
, las gachas, el jabalí, estofado de venado, salmón ahumado y caldos aromatizados con romero. Las
shortbread
, o tortas de harina dulce, y un fino bollo recubierto con arándanos fueron la culminación del maravilloso banquete.

En el salón, en las largas y pesadas mesas de madera, abundaban los manjares en cuidadas bandejas, y al lado, en otra mesa, barriles con agua de vida y abundante cerveza. A lo largo del banquete y en repetidas ocasiones, los invitados, animados por Magnus, brindaban incitando a los novios a que se besaran, haciendo que el anciano disfrutara como un chiquillo.

Durante el banquete, Niall se fijó en cómo Gillian bromeaba con algunos hombres que él no conocía, y una extraña punzada de celos se apoderó de él. ¿Por qué les sonreía a aquéllos y a él sólo le decía impertinencias?

Por su parte, Megan y Duncan mantenían las distancias. Pero a pesar de su reticencia a mirarla, se incomodó como su hermano al ver que Megan hablaba y sonreía a personas que él no conocía.

Pasado un rato, observó cómo un muchacho algo más joven que él se sentaba junto a ella, y tuvo que agarrarse a la mesa al ver que intentaba abrazarla. Aunque se relajó y se sorprendió cuando contempló cómo aquella mujercita, con un rápido movimiento, le retorció el brazo haciéndole gesticular de dolor. Poco después, el muchacho, enfadado, cruzó unas palabras con ella, se levantó y marchó, y fue Mauled quien ocupó su lugar para comenzar a charlar.

«¿De qué hablarán con tanta pasión?», se preguntó Duncan al ver cómo ella gesticulaba con las manos y el viejo Mauled se carcajeaba.

Shelma, en un par de ocasiones, hizo por cruzarse en el salón con Lolach. Sin poder contener más sus instintos, con una arrebatadora sonrisa, éste la agarró por la muñeca y la llevó hasta el pasillo del primer piso, donde la arrinconó y la besó. Llevaba días luchando contra sí mismo. Pensar en la sangre inglesa de aquella graciosa muchacha, en un principio, le desconcertó, pero sus instintos más primitivos florecieron nuevamente y sólo existió ella, Shelma.

Para Shelma, aquel beso tan íntimo fue el primero de su vida. Se asustó al notar las manos de Lolach subiendo hacia su escote, pero, tras reaccionar y agarrárselas con una desconcertante mirada, se alejó hacia donde estaba todo el mundo, dejándole si cabe todavía más acalorado.

Con los sones de las primeras bandurrias y gaitas, los presentes comenzaron a bailar. Las gentes del castillo y la aldea estaban reunidas en el patio y los alrededores de la fortaleza. Angus, junto a Mauled y los más ancianos del lugar, al caer la noche, decidieron regresar a sus cabañas, agotados de tanta fiesta. El anciano intentó llevarse a Zac, pero, ante la negativa y vitalidad de éste, lo dejó con sus hermanas haciéndole prometer portarse con cordura.

La gente bailaba con alegría, y tanto Megan como Gillian y Shelma danzaban y bebían con las personas que conocían de casi toda la vida. Sean, el mozo que rondaba a Megan, intentó estar a su lado, pero ella en cuanto podía se lo quitaba de encima, algo que él no aceptaba de buen grado.

Los hombres de la aldea y algunos guerreros aprovecharon y se acercaron a las jóvenes para bailar. Las primas Gerta y Landra reían acaloradas junto a unos guerreros de McRae, quienes les sacaban continuamente los colores con sus palabras. Magnus, orgulloso y feliz, disfrutaba de la velada y bebía cerveza junto a Alana y Axel, que reían y charlaban con Duncan, Niall y Lolach.

—¿A qué esperáis para bailar con las muchachas? —preguntó Alana mirando a aquellos tres ceñudos guerreros—. En estas tierras, como habréis podido comprobar, viven mujeres preciosas que estarían encantadas de recibir vuestra invitación.

—Somos guerreros, no danzarines —señaló Niall con el entrecejo fruncido mientras observaba bailar a una alegre Gillian.

—Niall —sonrió Magnus con picardía—. Acepta el consejo que te da un viejo guerrero. La vida es muy corta y lo mejor que se puede hacer es disfrutarla. Si te digo esto es porque yo, al igual que tú, pensaba que los guerreros eran sólo eso, guerreros curtidos únicamente para pelear. Pero mi amada Elizabeth me enseñó a disfrutar de los momentos que la vida te regala. Comprendí y aprendí a ser un terrible guerrero en el campo de batalla y un buen marido y padre cuando estaba en el hogar.

—El que bailes no te restará gallardía —añadió Axel, que desde hacía tiempo observaba a su hermana y a Niall, y veía cómo ambos se buscaban con la mirada, lo que no le gustaba nada.

—Creo que Niall no baila porque no sabe bailar —rio Lolach dándole un empujón.

—Sé bailar, bocazas —aseguró Niall.

—Es un excelente bailarín —acudió en su ayuda su hermano.

Duncan no paraba de observar a Megan y al mozo que intentaba asirla del brazo. Aquella muchacha le atraía como ninguna desde que pasara lo de Marian. La veía sonreír y bailar, y se regañaba a sí mismo por no ser capaz de ser él quien la hiciera sonreír de aquella manera.

—Mamá nos enseñó a los dos —afirmó Niall intentando sonreír a Gerta y Landra, que llegaban en ese momento y se ponían a su lado. Pero desvió su mirada hacia Gillian para verla acercarse a una de las mesas para tomar cerveza. Tras disculparse, desapareció seguido por Magnus, que había visto llegar a su amigo Murdock.

Axel, Duncan y compañía observaban a los bailarines desde un altillo, mientras más de doscientas personas bailaban y daban palmas alrededor del fuego. Entre ellas se encontraban las muchachas, quienes danzaban con sus vecinos, y con los guerreros McRae y McKenna.

—¡Qué descaradas son! —siseó Landra señalando hacia donde Megan y Shelma bailaban.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Alana.

—Intentan buscar un marido entre esos pobres —añadió Landra mientras Gerta le tiraba de la manga del vestido para que callara—. Pero, claro, es lógico. ¿Quién querría casarse con ellas?

—¿Por qué creéis que buscan marido? —preguntó Lolach levantando una ceja.

—Nadie quiere casarse con ellas —escupió Landra creyéndose superior, cuando era más fea que un árbol torcido—. ¿Por qué creéis que Megan no se ha casado? Tiene ya veintiséis años.

—No lo sé —respondió Duncan acercándose—. Me gustaría que vos me lo aclararais.

Aquellas dos, al sentirse el centro de atención de aquellos valerosos guerreros, se envalentonaron y Landra prosiguió:

—Está claro,
laird
McRae. Tanto Megan como su hermana saben que sus destinos son muy confusos. Nadie quiere casarse con ellas por su sangre
sassenach
.

—¡Landra! —ladró Axel levantándose acalorado—. No consiento que nadie diga semejante cosa de mi gente en mi presencia.

—Se comenta eso, Axel. —Se encogió asustada al verlo tan enfadado.

—Por comentarse —se acaloró Axel—, se dicen muchas cosas, ellas son de mi clan y no consentiré que nadie ponga en duda su sangre escocesa. Por lo tanto, no quiero escuchar más de vuestra boca ningún comentario respecto a ellas. ¡¿Entendido?!

Tras aquel desagradable incidente, todos quedaron callados mirando hacia donde las muchachas bailaban sonrientes acompañadas por el resto de los aldeanos. En ese momento, Megan se volvió hacia ellos y al verlos tan serios le susurró a su hermana:

—Oh, oh —dijo atrayendo la atención de ésta—. Creo que acaban de enterarse de nuestro pequeño secreto.

—¿Tú crees? —se mortificó Shelma, que con una grandiosa sonrisa miró a Lolach. Pero en vez de devolverle la sonrisa como había ocurrido durante toda la noche, él se la quedó mirando muy serio. Al ver aquella reacción, Shelma sintió que se le caía el alma a los pies.

—Sí, se acabó mi sueño —asintió encolerizada.

—No seas tonta, Shelma —la regañó Megan cruzando una mirada con Duncan—. Nosotras ya sabíamos que esto podía ocurrir. Por eso te dije que no te hicieras ilusiones.

—Tienes razón —asintió con la decepción en los ojos—, pero estoy harta. Cuando vivíamos en Inglaterra, éramos las salvajes escocesas. Y aquí, en Escocia, somos las inglesas o las
sassenachs
. ¿Nunca seremos de ningún lado?

Ambas se miraron y Megan, tras acariciar la mejilla de su hermana, le susurró:

—Quizá deberíamos marcharnos de aquí, de este pueblo, y comenzar de nuevo en otro sitio donde nadie nos conozca, ni sepa de nuestro pasado —insinuó.

—¿Bailas conmigo, preciosa? —preguntó Sean agarrándola por la cintura con fuerza haciendo que Megan se cansara de aquel acoso.

—¡Sean! —vociferó dándole un empujón—. Si vuelves a tocarme o a cogerme una vez más, te prometo que no responderé de mis actos. Te he dicho que me dejes en paz más de veinte veces.

—Al final —le advirtió Shelma—, conseguirás que se enfade.

Pero él pareció no escucharla.

—¡Preciosa! —exigió apestando a cerveza—. Sólo quiero que bailes conmigo.

—Pero yo no quiero. ¡Déjame en paz!

—Dame un beso —demandó intentando agarrar a Megan, que al notar sus manos sobre ella le soltó un puñetazo en la nariz haciéndole caer hacia atrás.

—¿Ocurre algo aquí? —preguntó Myles, que tras una orden de Duncan se acercó a ellas.

—¡Ya no! —rio Shelma al ver a Sean tumbado en el suelo mientras su hermana se frotaba la mano.

—¿Podríais llevároslo fuera de mi vista? —preguntó Megan.

—Será un placer,
milady
. Nos llevaremos a este muchacho para que duerma la mona en otro lugar —rio Mael cogiendo al muchacho con la ayuda de Myles.

Ajena a lo ocurrido, Gillian reía con Gedorf, un amigo de su difunto padre, mientras bebía cerveza.

—Estás muy sonriente esta noche —señaló Niall sentándose junto a ella dejándola desconcertada.

—Hasta este momento, así era —asintió Gillian dando un trago a su cerveza.

Niall, haciéndose el sorprendido, levantó las cejas y preguntó:

—¿Te incomodo?

—No te preocupes, puedes continuar aquí sentado —respondió Gillian al recordar las palabras de Alana.

Tras un silencio entre los dos, Niall volvió a hablar.

—Bailas muy bien.

Gillian, con el corazón desbocado por la cercanía de él, respondió, levantando el mentón como si no pasara nada:

—Gracias. Axel fue mi maestro.

Al escucharla, el
highlander
sonrió, pero volvió a preguntar:

—Te protege mucho tu hermano, ¿verdad?

—Lo normal —musitó mirándole atontada—. Creo que como cualquier hermano. ¿Acaso no protegíais vosotros a vuestra hermana? —Pero, al decir aquello, rápidamente se arrepintió.

—Nosotros protegimos todo lo que pudimos a Johanna, pero… —murmuró el joven con la mirada oscura al pensar en su fallecida hermana.

Consciente de su metedura de pata, Gillian dijo buscando su mirada:

—Lo siento…, lo siento, perdóname —rogó al ver la tristeza en sus ojos—. No pretendía recordar algo tan triste. He sido una inconsciente. Discúlpame, por favor, Niall.

—Estás disculpada —sonrió sumergiéndose en sus celestes ojos que le invitaban a nadar en su cálido azul.

En ese momento, Gillian se fijó en Zac. Estaba detrás de Niall. Se había subido a un carro y de ahí a unas grandes piedras. Al agarrarse a las piedras, el carro se movió asustando a los caballos.

—¡Zac! Pero ¿cómo te has subido ahí? —le regañó la muchacha mientras buscaba con la mirada a Megan, que al escuchar el relincho de los caballos vio a su hermano y junto a Shelma corrió hacia él.

—Es un pequeño diablo este muchacho —sonrió Niall mientras lo observaba.

—Es un gran diablo —afirmó Gillian viéndole trepar por la piedra hasta lanzarse contra la rama de un árbol—. ¡Por todos los santos, Zac! ¿Qué diablos intentas hacer ahora?

Duncan y Lolach miraron hacia donde las jóvenes corrían y descubrieron con sorpresa cómo Zac se había encaramado a unas ramas de las que colgaba peligrosamente.

—Yo subiré,
lady
Megan —se ofreció Ewen, uno de los soldados McRae.

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