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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (14 page)

—Megan, creo que lo que vas a hacer es lo más acertado —comentó Magnus—. Sabes que si tu abuelo y Mauled estuvieran entre nosotros, aceptarían este enlace tanto o más que yo. A partir de ahora, disfrutarás de la libertad que siempre se te ha negado.

—¡¿Libertad?! —repitió viendo a Duncan llegar a grandes zancadas—. ¿A esto llamas libertad? ¿A no poder elegir con quién quiero pasar el resto de mi vida? Él no me quiere, ni yo a él. Por eso estamos realizando un matrimonio de un año y un día. ¡Maldita sea, Magnus! Tú ya sabes cómo soy. No soy fácil y no tengo paciencia —eso le hizo sonreír al recordar cómo la llamaban su abuelo y Mauled—, pero ¿y él? Tengo entendido que es exigente y poco piadoso. ¡Por san Ninian, Magnus! Yo no soy como Alana —gritó desesperada dando un golpe a un árbol con las flores que llevaba en la mano—. ¿Qué va a ser de mí cuando comience a desesperarle con mis actos?

—Yo mejor me preguntaría qué va a ser de ti —rugió Duncan— como no comencemos la ceremonia inmediatamente.

—¿Lo ves? ¿Ves a lo que me refiero? Y lo peor está por llegar —gritó cómicamente abriendo los brazos y mirando a Magnus, que tuvo que contener la risa.

—¿Qué le ocurre ahora? —preguntó desesperado Duncan al tiempo que admiraba lo preciosa que estaba con aquel vestido, y su cara
realzada
, por aquella seda verde que dejaba flotar su precioso pelo.

—Tiene dudas —susurró Magnus poniendo los ojos en blanco.

—Yo también tengo dudas —reveló Duncan dejándola sin habla.

—¡Maldita sea,
laird
McRae! —gritó Megan tirando las flores contra el árbol—. ¿Y por qué os empeñáis en desposaros conmigo?

—Llámame Duncan. Voy a ser tu esposo.

—No.

—Sí —asintió éste.

—Pero… pero… ¿tú eres tonto o qué?

Al decir aquello, Megan cerró los ojos. Su lengua, unida a su desesperación, la había traicionado. Aquella falta de respeto le podría traer consecuencias.

—Muchacha, contén esa lengua y recuerda con quién hablas —la regañó Magnus agachándose con paciencia para recoger el maltrecho ramo de flores.

—¿Nos disculpas un momento, Magnus? —pidió Duncan cogiendo a Megan de la mano. De un tirón, se la llevó hacia un lado. Cuando estuvieron solos y tras mirarla comentó—: No vuelvas a insultarme y menos en público. ¿Entendido?

—Sí —asintió mirándole asustada.

—Escucha, claro que tengo dudas. Apenas te conozco y mi anterior relación con una mujer casi acabó conmigo —se sinceró atrayendo su atención—. Desde que tengo uso de razón, me he dedicado a luchar, a ir de guerra en guerra, y si he decidido desposarme contigo es porque le di a tu abuelo y a Mauled la palabra de que te protegería y cuidaría.

—Laird
McRae. ¡Una promesa! ¿Soy acaso un trozo de cuero que se pueda ofrecer? —repitió zapateando con un pie en una piedra.

—Duncan…, mujer, mi nombre es Duncan.

Al ver cómo ella le miraba, prosiguió intentando no alzar la voz:

—Escúchame, mujer. Desde que te vi por primera vez, he notado en ti algo diferente que nunca había observado en ninguna mujer. No me temes y eres capaz de llamarme «tonto» sin ponerte a llorar ante la más dura de mis miradas. —Al decir aquello la hizo sonreír—. Si tengo que elegir a la madre de mis hijos, te elijo a ti porque creo que la manera en que cuidas a Zac es maravillosa. Me encanta el color de tu pelo —declaró divertido—, me gustan tus ojos, tu sonrisa, e incluso tu cara cuando blasfemas. Además —susurró levantando una mano para acariciar su mejilla—, no estoy dispuesto a que nadie que no sea yo bese esos labios que únicamente son míos.

El corazón de Megan al escuchar aquello parecía querer explotar.

—¡Estáis loco! ¿Lo sabíais? —sonrió mirándole.

—Tan loco como tú —respondió y, señalando hacia el grupo, dijo—: He ordenado hacer un círculo de flores y piedras allí. Es un cruce de caminos. Mi madre siempre decía que daba buena suerte porque simbolizaba la unión de dos corazones.


Laird
McRae y…

—Duncan —corrigió de nuevo éste.

Ella, tras mirarle, claudicó y dijo:

—Duncan. Si pasado el año y el día comprobamos que no podemos seguir unidos y no tenemos hijos, ¿podré recuperar mi libertad?

Tras mirarla durante unos instantes, clavando sus verdes ojos sobre ella, contestó:

—Dejemos pasar el tiempo, no me gusta adelantar acontecimientos —sonrió incrédulo por la impaciencia que sentía por casarse con aquella preciosa muchacha.

—Pero si apenas me conoces. ¿Por qué?

—Di mi palabra y, para nosotros, nuestra palabra es ley. Además, una vez, hace muchos años, pregunté a mi sabio abuelo cómo distinguiría, entre todas las mujeres, la mejor para mí. Él sólo me dijo que cuando yo encontrara a esa mujer, lo sentiría y lo sabría.

—Puedo llegar a ser muy desesperante —le advirtió hipnotizada e incrédula por las cosas bonitas que escuchaba—. No me gustan las órdenes.

—Yo soy exigente con la lealtad y me encanta dar órdenes —sonrió al responderla.

—En casa me llaman la Impaciente.

—Entonces, ya sé quién es la Mandona —dijo haciéndola sonreír y, sin dar tregua, la agarró con fuerza de la mano para preguntarle con voz ronca—: Impaciente, ¿quieres desposarte conmigo?

Tras mirarle durante unos instantes, asintió lentamente con una encantadora sonrisa. Él le regaló un rápido y pequeño beso en la punta de la nariz, se volvió hacia Magnus y, con un gesto de triunfo, volvió junto al resto del grupo.

—Tus dudas se disiparon, muchacha —sonrió Magnus subiendo la colina.

—Oh, sí…, Magnus —sonrió llenándole de felicidad—. De momento, creo que sí.

Una vez que llegaron junto al grupo, todos se metieron dentro del gran círculo de piedras y flores. Magnus se puso frente a los novios. Tras unas palabras por parte del anciano, y mirándose a los ojos como mandaba la tradición, los futuros esposos juntaron sus manos formando el símbolo del infinito. Magnus colocó alrededor de aquellas manos una cuerda y, tras hacer un nudo, explicó en voz alta y clara los términos de aquel acuerdo temporal. Una vez que aceptaron ambos, Magnus quitó el nudo y retiró la cuerda. Duncan sacó de su
sporran
un bonito anillo que había pertenecido a su madre y, tomando la temblorosa mano de Megan, se lo puso, momento en el que Magnus les declaró marido y mujer por un año y un día.

Acabada la ceremonia, regresaron al castillo, donde entraron en el salón y se sorprendieron al ver que Hilda, la cocinera, se había encargado de poner los manteles de lino de las ceremonias. Junto a los guerreros McRae, McKenna y McDougall estaban algunos de los aldeanos que adoraban a las muchachas, y se emocionaron al sentir su cariño.

Con la llegada de la noche, Niall, junto a Ewen, Mael y Myles, guerreros McRae y McKenna, raptaron a los novios, que reían y bebían. Tras bailar con casi todos los hombres del castillo, las mujeres decidieron retirarse a sus habitaciones, mientras los hombres continuaban bebiendo. Aunque, antes de salir por la arcada y encaminarse escaleras arriba, una mano detuvo a Megan. Era Duncan.

—Intentaré reunirme contigo lo antes posible —sonrió haciéndola temblar—. Aunque creo que será difícil quitarme a todos esos brutos de encima.

—No te preocupes —asintió nerviosa—. Tarda todo lo que tengas que tardar.

—La acompañaré hasta vuestra habitación, Duncan. No te preocupes —señaló Alana viendo a Axel reír con sus hombres.

—¡Aquí está Duncan! —gritó el anciano Magnus—. Te estábamos buscando, muchacho.

Horrorizada por lo que aquella noche debía pasar entre ellos, Megan llegó a su nueva habitación. Alana le dejó una camisa de fino hilo encima de la cama y, tras susurrarle al oído «no te preocupes por nada», se marchó.

Megan, con la cabeza algo dolorida, se dirigió hacia un espejo, donde con cuidado se quitó la seda y el vendaje que recubría su cabeza hasta que vio ante ella su feo golpe.

En ese momento se abrió la puerta. Era Shelma.

—¡Dios mío, qué nerviosa estoy! —gritó acercándose. Al observar la herida de su hermana, preguntó—: ¿Estás bien? ¿Te duele?

—No, tranquila —sonrió mirando lo bonita que estaba con aquella camisa de hilo—. Tienes que estar tranquila y feliz. Hoy es la noche de tu boda.

—Por eso estoy nerviosa. —Bajando la voz, preguntó—: Me ha dicho Alana que me relaje, que todo será más fácil, pero tengo miedo. Hilda me comentó hace tiempo que la primera vez que se está con un hombre no es placentera, es dolorosa.

Escuchar aquello tensó más a Megan.

—¿Recuerdas las cosas que Felda nos contaba? —preguntó y Shelma asintió—. Ella lo comparaba a cocinar. La primera vez que hizo asado, no le salió tan bueno como la segunda, que ya sabía qué condimentos echar y en qué cantidad. Además, según ella, un hombre experimentado es lo mejor que le puede pasar a una virgen. Y creo, hermanita, que tanto tu marido como el mío experimentados son.

—Pero ¿y si no sé hacerlo tampoco la segunda vez? —preguntó nerviosa Shelma.

—Estoy segura de que Lolach y tú os entenderéis a la perfección. Mañana, cuando recuerdes estos miedos, te reirás. —Dándole un cariñoso beso la despidió; necesitaba estar sola—. Venga, ve a tu habitación. No quisiera que Lolach llegara, viera su cama vacía y revolucionara el castillo.

Al marchar su hermana, sus propios miedos le retorcieron el estómago, doblándola en dos. Se asomó a la ventana para que el aire refrescara su cara. Desde allí podía ver su aldea e incluso los restos de su hogar quemado.

Recordar a su abuelo y a Mauled le llenó los ojos de lágrimas. Necesitaba visitarlos aunque fuera un momento. Sin pensárselo, se cambió de ropa, poniéndose sus pantalones de cuero, las botas y la camisa que Sean había rescatado del incendio. Tras coger su bonito y maltrecho ramo de novia, lo escondió dentro de la capa de su abuelo y con sigilo salió del castillo por una arcada trasera.

Una vez que llegó al cementerio, un lugar sombrío, oscuro y triste, se sentó abatida entre las tumbas colocando en medio su ramo de novia.

—Hola, abuelo. Hola, Mauled —susurró triste—. ¿Por qué nunca nos dijisteis que habíais propuesto a Duncan y Lolach que se casaran con nosotras? Ellos han vuelto y, como bien sabréis, se tomaron muy en serio su promesa. Nos hemos casado con ellos. Shelma, como era de esperar en ella, ante Dios y para toda la vida. Y yo, mediante la ceremonia del
Handfasting
. Lo peor de todo es tener que separarme de Shelma. ¿Qué voy a hacer sin ella? —susurró comenzando a llorar—. Por otro lado, tengo que intentar ser positiva por ella; es muy feliz, aunque compadezco a Lolach cuando compruebe lo mandona que suele ser… —Sonrió con melancolía mientras tocaba la fría arena del suelo—. Lolach parece un buen hombre. Espero que la cuide tanto como vosotros nos cuidasteis.

Los sollozos interrumpieron sus palabras. Echaba de menos el caluroso abrazo de su abuelo y la risa de Mauled.

—En cuanto a mí, pues no sé qué deciros. Sabéis que nunca quise desposarme, pero ahora estoy casada y pronto me despediré de todos, menos de Zac. La verdad, abuelo, tengo que agradecer a Duncan que no le importe que Zac venga conmigo. No sé si hubiera podido resistir separarme también de él. ¡Maldito sea todo, abuelo! ¿Por qué nos ha tenido que ocurrir esto? —Sollozó hasta que de nuevo pudo hablar—. El Halcón, bueno, Duncan me dijo hoy cosas muy bonitas, pero es un guerrero y no sé qué espera de mí. Bueno, sí lo sé. Espera que le llene su hogar de hijos y eso me hace sentir como nuestra vieja vaca Blondie, aquella que nos daba unos terneros preciosos. —Sonrió al recordarla—. De pronto soy una mujer casada, con una persona que dudo que alguna vez me quiera. Además, cuando descubra mi carácter y cómo soy, no sé si me va a soportar. —Tras un suspiro susurró—: Lo dudo, por eso he preferido una boda a prueba. ¿Sabéis? Antes de la ceremonia me dijo que quizá podría ser yo la mujer que buscaba. ¡Está loco ese
highlander
! Se ha empeñado en protegerme, cuando bien sabéis vosotros que sé protegerme yo sola. —En ese momento sonó algo a su espalda, pero la oscuridad de la noche no la dejó ver—. Por cierto, Mauled, no te preocupes por Klon, estará bien cuidado y protegido por nosotros, y te juro que lucharé con Duncan para que permita que Klon viaje con nosotros a su nuevo hogar.

—Deseo concedido —susurró una voz ronca tras ella.

Megan, al escuchar aquello, se levantó rápidamente y, llevando su mano derecha a la cintura, empuñó su espada sorprendiendo a Duncan, que, al haber visto una silueta escabullirse por la puerta trasera del castillo y reconocer las ropas, la había seguido creyendo que trataba de huir.


Laird
McRae, ¿me estáis espiando? —preguntó enfadada mientras se alejaba de las tumbas.

—Duncan —corrigió mirándola—. Megan, eres mi mujer, y me encantaría que me llamaras por mi nombre. ¿Podrías intentarlo, por favor?

—De acuerdo.

La luna iluminó su rostro, y Duncan admiró la belleza salvaje de su mujer.

—Tienes un feo golpe en la cabeza —dijo al ver la herida—. Debe de dolerte. ¿Por qué te has quitado el vendaje?

Megan, sin ser consciente de su belleza, encogió los hombros y respondió:

—No lo podía soportar más. Necesitaba que el aire me diera en la cabeza.

—Te entiendo. —Tras mirarla, añadió—: Y ahora, respondiendo a tu primera pregunta, te aclararé que no te espío. Te vi salir y quise saber dónde iba mi mujer la noche de su boda vestida de hombre. ¿Qué haces con eso colgado a la cintura?

—Es mi espada —afirmó caminando junto a él.

—¡Tu espada! —exclamó boquiabierto—. ¿Conoces su manejo?

—Tanto Shelma como yo manejamos la espada —respondió sonriendo al ver su cara de incredulidad—. El abuelo y Mauled nos instruyeron en muchas artes, y ésta fue una de ellas.

—¿Me dejas verla? —dijo extendiendo la mano para tomar el acero que Megan le entregó—. Es más pequeña que la mía y más ligera. ¿Quién la hizo?

—Mauled —susurró mirando la espada con cariño—. Él hizo una para cada una. Incluso para Gillian. A Zac le pensaba hacer otra, pero ahora… —musitó bajito. Pero reponiéndose prosiguió—: Tanto él como el abuelo pensaron que nuestras espadas no podían ser tan grandes como las de los hombres. El peso nos vencería. Por ello nos hizo unas más pequeñas que las normales, que siempre nos han permitido defendernos perfectamente.

—Eres increíble —reconoció Duncan por las cosas que descubría de ella—. ¿Algo más que deba conocer de ti?

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