Dinero fácil (10 page)

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Authors: Jens Lapidus

Sergio, el salvador, había seguido las instrucciones. Había conducido lo más cerca posible, había dejado el coche donde acababa el bosque y donde la zona talada era más pequeña. Había corrido los últimos metros, había colocado la escalera apoyada contra la parte exterior del muro en el punto que habían acordado. En el sitio correcto. A la hora correcta. En el segundo correcto. Estupendo.

Jorge cogió la cuerda. La llevaba enrollada en el pantalón. Fijó el gancho, recién fabricado con uno de los aros de la canasta de baloncesto que había pagado caro para conseguir que se lo bajaran. Lo había curvado una hora antes con la ayuda de Rolando.

Se colocó frente al extremo de la escalera. Miró hacia arriba. Había contado con eso.

Sintió el peso del gancho. Lo sopesó. Ese momento era el único que no había podido ensayar. Todo dependía de que consiguiera enganchar la cuerda en la parte superior de la escalera y tirar de ella sobre el muro hasta su lado.

La lanzó. La cuerda blanca describió un arco en el aire. Pasó por encima de la parte superior y redondeada del muro. No acertó con el extremo de la escalera. Tiró de la cuerda hacia un lado. Esperaba que el gancho se fijara en la escalera en alguna otra parte más abajo. Notó resistencia. Mierda. Dio otro tirón. Nada lo retenía. Tiró de la cuerda. El gancho cayó de nuevo en el interior del muro. Puta mierda. Se aproximó con rapidez. Lo recogió y se puso en la posición correcta. La escalera seguía en el otro lado, el extremo superior se veía claramente. La salida. Tenía que acertar esta vez. Volvió a lanzar. Venga. Sonido metálico. ¿Habría acertado? Tiró de la cuerda. Ahí. Resistencia. El gancho se había atascado en algo; era la escalera. Probó a dar un tirón. Funcionaba. Empezó a tirar. Tiró más fuerte. La escalera chirrió. Se veía sobre el muro más de la mitad. Hizo grandes esfuerzos; aunque era de aluminio, pesaba. Al final, cayó hacia el interior. Se oyeron gritos en el fondo. Se giró. Vio que el mono se levantaba. Intentaba dar con el
walkie-talkie.
Jorge se movió con rapidez. Colocó la escalera contra el muro. Un vistazo por encima del hombro. El mono corría hacia él. Jorge trepó tan rápidamente como pudo. Buen agarre. No pesaba demasiado. Brazos fuertes. Encima de la parte superior. Miró hacia abajo, hacia atrás; más monos en plena acción. Tiró la escalera de una patada. Cayó en la hierba. Se descolgó por la parte exterior del muro. Se soltó. Esperó. Cinco metros de caída. Una caída difícil. Asics 2080 Duomax con gel en los talones; sin embargo no cayó bien sobre el pie.
Mierda*
.

Salió corriendo. Pesar sesenta y siete kilos era bueno en ese día. La adrenalina disparada. El sendero del bosque le llamaba.

La imagen del mapa en la cabeza. Le dolía el pie. Sus miras puestas en el punto dos. Sentía el sudor por la espalda. Oía su resuello. Pesado. Joder, ¿no estaba en mejor forma? Relájate. Baja los hombros. Concéntrate en la zancada. Piensa en la respiración.

Recuerda: garantizado que estás en la mejor forma física que has tenido nunca. Garantizado que es la mejor forma física de todos los internos. Garantizado, el tío más listo. De verdad. A la mierda el pie jodido.

Más deprisa.

A través de la zona de bosque. Seguir el sendero de gravilla.

Sergio debería haberse marchado hacía un buen rato.

La espalda totalmente mojada. En medio de la agitación un pensamiento para el sudor. Su olor ahora: penetrante, intenso, estresado.

Siguiendo por el sendero de gravilla.

No te pares por nada.

Y ahí estaba el coche. Sergio lo había aparcado justo donde habían acordado. Punto número dos. Un mundo feliz. Jorge oía sirenas en la distancia. Se metió en él. La llave en el contacto. Arrancó a toda velocidad.

Dios existía.

Las sirenas del fondo se acercaban.

Capítulo 8

La cola se veía desde Sturecompagniet. JW iba andando con los chicos, calle Sturegatan arriba. Iban de subidón, acelerados, increíblemente lanzados. JW lo sentía en todo el cuerpo: iban a tope.

Esa noche, más temprano, habían cenado en Nox. Habían pedido un vino estupendo para cenar. Llevaban tres semanas sin salir. Sus necesidades reprimidas bullían por salir: Putte quería darse el lote, Fredrik emborracharse, Nippe perseguir chicas. JW iba de subidón, quería probar su nuevo trabajo extra y marcar el territorio.

Treinta gramos de farlopa que eran suyos, adelantados por el árabe, envasados en diez bolsas para sellos con cierre, Red Line, del tres. Llevaba en los bolsillos seis gramos. El resto estaba escondido detrás del radiador de la entrada del portal de la señora Reuterskiöld.

Los chicos avanzaban a ritmo de paseo. JW caminaba dando largas zancadas laterales. Pensaba en la banda sonora de la película
Men in Black.

La cola no era una cola; era un organismo formado por cuerpos humanos. La gente gritaba, hacía señas con la mano, se apretujaban, se empujaban, vomitaban, lloraban, ligaban. Los guardias intentaban contenerlos. Los paraban a todos y los dirigían a las diferentes colas por detrás de las cintas. La cola para los que tenéis tarjeta de Kharma. La cola para los que tenéis tarjeta VIP de Kharma. La cola para los que tenéis tarjeta VIP-VIP. El resto ni os molestéis. Estamos llenos. Esta noche sólo dejamos pasar a clientes fijos. ¿No lo pilláis? Que estamos LLENOS.

Unos macarrillas creciditos amenazaron con montar pelea. Los chicos de la Bolsa daban disimuladamente billetes estrujados de quinientos. Las chicas ofrecían mamadas. Recibían un no de un portero tras otro. En el aire flotaba una palabra que nadie expresaba pero que conocían todos a los que no dejaban pasar a través de la cinta de terciopelo: humillación.

Necesitaron cinco minutos para abrirse paso hasta los porteros. Algunos entendían la señal y dejaban pasar a los chicos. Otros pensaban que el mundo era justo, intentaban retenerlos. Afilaban los codos y apretaban.

Nippe le hizo una seña a uno de los porteros.

La infalible confianza en sí mismo, que JW hacía esfuerzos por copiar, funcionó como se esperaba. Pasaron con facilidad. La humillación era para que la procesaran otros. La sensación era mejor que el sexo.

En la taquilla les recibió un chico alto y rubio de rasgos limpios, Carl. El tío era de la jet-set, de la de verdad. Por eso le llamaban Jet-set Carl. Él y un socio eran los dueños. Kharma, el local de los pijos por encima de todos los demás.

Nippe abrió los brazos.

—¿Qué tal, Carl? Veo que esto va muy bien, como siempre. Hay una pasada de gente fuera esta noche. Qué genial.

—Sí, estamos contentos. Drangler pincha esta noche, es una pasada la de gente que hay. ¿Tenéis mesa?

—Claro, como siempre.

—Genial. Luego hablamos. Que os lo paséis muy bien, chicos.

Jet-set Carl entró en el local.

Nippe se quedó descolocado un momento. Le dan la espalda después de tanto lamer el culo. JW pensó: Ha funcionado, ¿qué más da?

La chica de la taquilla reconoció a Nippe. Le hizo una señal para que pasaran.

Una vez dentro, el sitio estaba medio vacío.

Nippe y JW se miraron. Se partieron de la risa. Los gritos de
los
porteros se oían en el interior:

—Está lleno, esta noche sólo gente con tarjeta de cliente.

Una hora más tarde Nippe estaba arrodillado en los aseos. Inclinado sobre la tapa del inodoro, con servilletas de papel dispuestas por el suelo.

Putte aprovechó para disfrutar de un Marlboro Light, canturreando la canción eurotecno de la pista.

—¿Por qué es tan popular en Kharma justo este tipo de música? ¿Por qué no música con algo más de parte cantada? Quizá RnB o hip-hop. ¿O por qué no algo de pop antiguo del bueno, tipo Melody Club? Pero no, en teoría ponen sólo eurotecno de fiesta comercial, descafeinado y jodidamente aburrido. O sea, una porquería.

JW se cansaba a veces de los aires sabelotodo sobre música de Putte. El tío almacenaba más de ocho mil canciones en mp3 en casa en su disco duro y siempre tenía que quejarse del gusto de los demás. JW dijo:

—¿Tienes que quejarte? Esto está de puta madre esta noche.

Nippe puso un espejo en la tapa bajada del inodoro. Se notaba el desgaste, marcas marrones en la tapa y en la parte superior del inodoro de los cigarrillos que la gente se había fumado a escondidas y luego los habían puesto ahí mientras se dedicaba a otras cosas. Por ejemplo, hacerse unas rayitas como ellos mismos en ese momento, hablar por el móvil, mear, que les hicieran una mamada. Si JW entornaba los ojos parecía como si hubiera pasas dispuestas sobre la tapa.

JW sacó una bolsa de sellos y vertió cuidadosamente sobre el espejo alrededor de un tercio del contenido en tres montones.

Nippe pareció sorprendido.

—¿Has vuelto a comprar tú esta semana?

—Claro. Pero a otro tío.

—Vale, ¿mejor precio que el del turco?

JW mintió:

—No demasiado, pero el tío es más agradable. El inmigrata ese me parecía de lo más molesto. Esta noche he traído mucho. Si sabéis de alguien que quiera, avisadme —sonrió—. Preferentemente nenas, claro.

Nippe hizo tres rayas con el polvo.

—Esto va a estar bien. Me coloco sólo de ver las rayas. Joder, voy a batir mi récord esta noche. Por lo menos tres tías.

JW le miró.

—Si lo consigues eres increíble. Ya me pareció una pasada cuando conseguiste que te la chuparan dos chicas en una noche.

—Sí, pero esta noche juego en la división máxima. Lo siento en los huevos. Después de esta pequeña poción mágica estoy a tope de forma. Por lo menos tres chicas van a comer carne.

—Eres demasiado. ¿Vienes o qué?

Putte apagó su pitillo contra el inodoro. Otra pasa más.

—Yes, amigo, aquí o en el baño de chicas. Y ahora que se acerca el verano, Humlan
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, es lo más.

JW quería ser como él, Nippe, el príncipe sin corona de las mamadas de Stureplan. Con una elaborada confianza en sí mismo que siempre se notaba; en cualquier entorno en el que estuviera, irradiaba seguridad. Pero a veces JW se preguntaba hasta qué punto era real. Por ejemplo, ¿pensaba Nippe de verdad que él era un regalo de Dios para las chicas o era sólo que actuaba tan bien que se lo creía él mismo? Independientemente de lo que fuera, lo convertía en alguien que causaba impresión, ese tío del que hablaban todos. Alguien que JW quería ser. Y sin embargo no quería ser como él. El tío era tan tonto...

Nippe se sacó un billete de cien del bolsillo trasero. Lo enrolló al estilo Hollywood, se inclinó y aspiró sobre el espejo.

JW y Putte fueron los siguientes.

El polvo hizo efecto en el acto.

Dinamita blanca.

La vida sonreía.

Perdió a los chicos en la pista de baile. La música retumbaba. Bob Sinclair con voz distorsionada:
Love Generation.
La máquina de humo funcionando en una esquina. El estroboscopio centelleaba. El mundo en fotogramas. Fotograma uno: las tías de primera. Fotograma dos: la tía mueve los brazos por encima de la cabeza. Fotograma tres: el escote de la misma tía delante de la cara de JW.

Kharma era un verdadero ligódromo; para pijos.

Estaba mareado, excitado. Era como si funcionara con gasolina de noventa y ocho octanos. JW quería bailar, magrear, meter mano, restregarse. Sobre todo, quería explotar. Quería tener una erección tan intensa que un gato pudiera afilarse las uñas en ella.

Movía las piernas diez veces más lejos de lo que solía.

La sensación era clara: era el mejor, el más salido, el más inteligente. El más genial. Ya lo iban a ver.

Se le acercó otra chica. Le besó en la mejilla. Le gritó al oído:

—Hola, JW. ¿Qué tal? ¿Cómo lo pasasteis el fin de semana antepasado?

JW echó la cabeza hacia atrás. La miró con fijeza.

—Sophie, qué guapa estás esta noche. ¿Estáis aquí todas?

—Sí, pero Louise no, está en Dinamarca. Ven a nuestra mesa a saludar.

Se cogieron de la mano. Él se dejó llevar.

Pasó la mirada por las personas de la mesa. Cuatro chicas increíblemente guapas sentadas, vestidas con tops que enseñaban más de lo que escondían. Los colores rosa, malva y turquesa dominaban. Todas con sujetadores
push-up
o tetas de silicona, vaqueros ajustados o minifaldas.

Ponte recto, joder; concéntrate.

Nippe ya estaba sentado a la mesa, abrazaba a una de las chicas. Estaba zalamero, bromeaba, la miraba fijamente a los ojos. JW pensó: ¿Qué número hace en la lista? Joder, aún no le podía haber dado tiempo con la primera.

JW se sentó. En la mesa había una bandeja para combinados: una cubitera con una botella de vodka y botellas de veinticinco centilitros de tónica Schweppes, ginger ale, soda y russian. JW vio confirmada una norma básica: hay que beber combinados o champán, pero no cerveza.

Era difícil hablar con la música. Sophie le sirvió un vodka con soda. JW dio un sorbo, removió la bebida y cogió un cubito de hielo con los dedos y se lo metió en la boca. Lo chupó con fuerza. Sophie le miró y dio un sorbo a su bebida.

Repasó mentalmente los consejos de Abdulkarim. Empieza invitando gratis. Haz amigos siendo generoso, amigos a los que les guste la coca. Amigos que tengan dinero o que tengan amigos con dinero. Asegúrate de que la gente se meta lo menos posible en el propio garito; es un sitio poco seguro. Mejor ir a tomar la última a casa. Organiza reuniones en casas para tomar la última. Dásela a medio conocidos en la casa, después de salir. Métete en casa. Al principio no vendas grandes cantidades, no te interesa crear un mercado de reventa.

Nippe se inclinó hacia delante y empezó a hablar con Sophie. JW no oía lo que decían. En cambio se dedicó a disfrutar del subidón, se desabrochó un botón de la camisa y dio varios tragos a la bebida. Sentía que sus pensamientos eran tan afilados como una hoja de afeitar Mach 3.

JW tenía ideas propias. No llevaría mucho encima de una vez, si le pillaban podía decir que era para consumo propio. El resto lo escondería en distintos sitios bien pensados. Cuando hubiera vendido todo: a casa a coger más. Sin problemas, Stureplan estaba lo suficientemente cerca del parque Tessin. Aún más importante: tener contentos a los amigos para que no cuestionaran demasiado por qué siempre iba a ser él quien se encargara de pillar de ahí en adelante.

Sophie se inclinó hacia delante y rozó la oreja de JW con sus labios. Él se estremeció.

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