Authors: Jens Lapidus
—En realidad no. Pero entiendo lo que quieres decir. ¿Qué deberíamos hacer?
—De momento nada, pero si intenta algo tenemos que pararle. Enseñarle quién manda. Agarrarle con firmeza. ¿No, Mrado? De la manera en que tratamos a los broncas.
Mrado miró su copa de vino. ¿Era eso una indicación sobre cómo Radovan pensaba tratarle a él si seguía planteando exigencias? Daba igual. Ese Jorge debía probar jarabe de palo inmediatamente. El latino era un peligro para los yugoslavos.
Mrado tenía otras cosas en las que pensar. Organizar los guardarropas tras el fiasco del Kvarnen, buscar un testaferro para crear las empresas de blanqueo de dinero, luchar por su hija. El latino podía esperar.
Además: la situación no estaba como para adelantarse a las órdenes de Radovan. El ambiente ya estaba enrarecido.
Esperaría el visto bueno antes de lanzarse sobre el cabrón de Jorge.
Y el ambiente estaba enrarecido. Tenía que meditar sobre eso.
Jorge
the Man,
el rey de los canallas, se la había pegado a la pasma. La bofia ya podía buscarle. Pero, olvídate, no van a encontrar a Jorge-boy.
Estaba fuera. Estaba libre. Era el tío más total de la ciudad.
Pensaba en lo que se habría dicho. El hombre que corría más rápido que Ben Johnson. El hombre que les había dado por culo a los monos con su habilidad. El hombre que había huido de Österåker con la ayuda de un par de sábanas y un gancho hecho con un aro de baloncesto.
Slam dunk
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. Le dio las gracias al Estado por la velada y dijo adiós.
El hombre. El mito. La leyenda.
Y no tenían ni puta idea.
Los planes de Jorge puestos a punto para la fuga. Su plan actual: mantenerse con vida en libertad. Conseguir pasta. Largarse del país. En otras palabras: poca cosa como plan.
San Sergio había llevado la escalera al lugar correcto. Había salido pitando de allí y se había llevado su coche del bosque antes de que Jorge siquiera hubiera llegado a la mitad de la zona talada. El otro coche lo había aparcado perfectamente
Un visionario de las fugas. Un latino con huevos.
Jorge había ido a ciento diez por un sendero forestal. Rally, como en los bosques de Värmland. Los monos no se enteraron de nada, no le vieron entrar en el coche. Creyeron que había seguido corriendo. Todo planificado. El camino se ramificaba tres veces. Cuando los monos se coscaron de que había desaparecido en coche, seguro que les hizo falta una hora para averiguar qué ruta había tomado. A la autopista. Pasar de largo por Akersberga. Desvío. Entrar en el bosque. Ahí se reunió con su primo. El coche que había esperado a J-boy lo había robado Sergio tres días antes. Ahí se quedó. En el maletero, un bidón con gasolina. Le prendieron fuego. No merecía la pena quedarse a mirar las llamas.
En el territorio de los gnomos se perdían todos los rastros.
Si es que la pasma llegaba tan lejos.
Llegó al piso a las dos y media de la madrugada. Hasta entonces había estado esperando en el coche toda la noche, hasta que la situación fuera segura. Para evitar que algún vecino viera llegar a Jorge. Comieron falafel, bebieron refrescos de cola y café. Escucharon Power Hit Radio. Charlaron. Se mantuvieron despiertos. Jorge se relajó después del subidón de adrenalina.
Los días siguientes: Jorge se alojó en el piso vacío. Era de la tía de Sergio. La vieja llevaba siete semanas viviendo en la residencia para ancianos de Norrviken.
Lo acordado: Jorge podría estar ahí diez días como máximo. Jorge no podía poner un pie en la calle. Jorge no debía hacerse notar. Después podría hacer todo lo que quisiera pero pagaría a Sergio por todo. Palabra.
Jorge, agradecido. Sergio era un ángel. Ya había hecho más que nadie. Se había sacrificado. Se había arriesgado. Había corrido riesgos. Como hacen los familiares, pero algo que nunca nadie había hecho por él.
No pensaba quedarse más de una semana.
Encerrado en el piso. Qué fuerte. Era libre. Y estar así, de nuevo encerrado. La única diferencia era que había más metros cuadrados que en la celda de Österåker. Tenía que prepararse para su nueva vida de fugitivo.
Jorge se dejó crecer la barba. Se cambió el corte de pelo. Se tiñó el pelo de negro.
Le pidió a Sergio que le comprara bigudíes y líquido de permanente. Thio Balance Permanent, quinientos mililitros. Se leyó a fondo las instrucciones. Se colocó sobre el borde de la bañera. Se mojó el pelo con el teléfono de la ducha. Enrolló cuidadosamente los mechones de pelo alrededor de los pequeños rulos. Menos mal que nadie le podía ver. Se sentía como un verdadero sarasa.
Ensayó una nueva forma de caminar. Intentó disimular su voz todo lo posible.
Jorge lo sabía: la gente te reconoce instintivamente por tus pautas de movimiento, tu manera de caminar, de hablar, de pasarte la mano por el pelo y sonreír. Tus tics inconscientes y el uso de expresiones especiales. Según Jorge, la única buena acción de Rodríguez: el tío les había grabado en vídeo a él y a Paola cuando eran pequeños. Dos personas totalmente diferentes: chico y chica; fibroso y grácil; anguloso y redondeada. Sin embargo sus pautas de movimiento eran casi idénticas. Jorge se acordaba. Los códigos de identificación, más peligrosos que el aspecto.
Cambia eso, Jorge-boy. A toda leche.
Lo del piso fue duro. Quería salir. Quitó el espejo del recibidor y lo puso contra la pared del salón. El primer día caminó desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, el pelo como Marge de
Los Simpson,
y practicó nuevas pautas de movimiento. Ensayó nuevos tics. Ensayó una nueva forma de hablar.
El nuevo peinado después de doce horas: pelo rizado. No resulto tan ensortijado como se había imaginado, aunque se había dejado los bigudíes el doble de tiempo del que decía el envase.
Se aplicó crema de bronceado sin sol Piz Buin, la más oscura. Según las instrucciones de la parte de atrás del tubo, el color duraría tres días. Debería funcionar.
Al final el efecto total: parecía un mestizo, el mestizo
macanudo*
. Con cirugía de labios y nariz ni su madre le reconocería.
Fantástico.
Las persianas bajadas. En la habitación, la luz permanentemente medio gris. El piso era pequeño. Un dormitorio, salón y cocina. En la habitación había una cama estrecha sin sábanas. Jorge imaginaba que en la residencia tendrían de eso. Pero parecía que a pesar de ello habían vaciado todo cuando se llevaron a la señora. En el salón había un sofá, un televisor, una alfombra y una mesa de centro baja de madera oscura. Del techo colgaba una lámpara amarilla de cristal. Las librerías estaban llenas de fotos de la familia, postales de Chile y libros. La mayoría en español. Se preguntó si tendría familia. Intentó mirar las postales. Leyó algunas. Se cansó después de un rato. Las zapatillas Asics no habían estado a la altura. El pie le seguía doliendo. Quizá se le había torcido.
A mitad del día llamó al timbre de los vecinos de arriba, de abajo y de al lado. Se escondió en la escalera por si abrían. Nadie en casa. Podía ver la tele.
De todas formas bajó el volumen. No había canales de cable. Puso la carta de ajuste y escuchó las noticias. Nada sobre él. Vio repeticiones de programas, películas matutinas y la teletienda. Se puso nervioso.
Intentó ensayar el estilo de andar. Modificar el ritmo. Mover el brazo. La pierna derecha se le iba un poco al dar el paso.
Nigga with attitude
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. Estilo de andar con alma. Movimientos fluidos. No fingirlo sino que pareciera auténtico. Dar la sensación de que se había movido así toda la vida. Que lo llevaba en la sangre. Innato.
Leyó los periódicos vespertinos que le llevó Sergio. No decían mucho de la fuga. Sólo un artículo corto en el
Expressen
al día siguiente y una reseña en el
Aftonbladet.
Según el
Expressen:
Un hombre condenado por delito grave relacionado con la droga se fugó de la prisión de Österåker en la tarde del jueves de forma espectacular. Uno de los guardias de la prisión declaró para el Expressen que el fugado, Jorge Salinas Barrio, era un interno modélico y que el personal no sospechó que planeara fugarse. Según una fuente del interior de la prisión, Jorge Salinas Barrio huyó saltando por encima del muro con cierta ayuda desde el exterior. Después se habría dirigido hacia el bosque, donde probablemente le esperaba un vehículo. La misma fuente declara que en los meses anteriores al suceso el fugitivo estuvo entrenándose corriendo de una manera que dicha fuente califica como «obsesiva». La dirección de la prisión ha expresado su autocrítica por lo sucedido al mismo tiempo que su satisfacción por que la fuga haya tenido lugar sin mayor violencia.
Tras la ola de fugas en 2004, cuando, entre otros, Tony Olsson, condenado por el asesinato de un policía en Malexander, consiguió fugarse en dos ocasiones en el mismo año, se mejoró la vigilancia y la seguridad de las penitenciarías del país. Tras el suceso de ayer, el departamento de prisiones ha comunicado que es posible que se realice una investigación para aumentar aún más el nivel de seguridad en prisiones de esa categoría.
Jorge sonrió. Así que les había parecido que se había entrenado con exageración. Se preguntó ¿qué pensarían de sus estudios en la Biblioteca de la Ciudad. ¿Habían llegado a coscarse de lo que había hecho allí?
Al segundo día no vino nada en los periódicos. Se sintió decepcionado. Al mismo tiempo fue un alivio: cuanta menos atención, mejor. Echaba de menos correr. No le gustaba el silencio. Le daba miedo que su cuerpo en forma y entrenado se deteriorara.
El tiempo pasaba tan lento como una motocicleta sin trucar. Intentaba planificar. Se hacía pajas. Miraba por entre las persianas. Se notaba nervioso. Ensayaba el nuevo Jorge una y otra vez. Buscaba sonidos sospechosos en la calle o en la escalera. Fantaseaba con su éxito en el extranjero.
La tristeza: diez veces peor que en la cárcel.
Durmió mal. Se despertó. Escuchó. Levantó las persianas. Observó por la mirilla de la puerta.
Paseó de un lado para otro. Se vio en el espejo. ¿En quién iba a convertirse?
El dilema de Jorge: lo único que sabía hacer era traficar con cocaína. ¿Pero cómo introducirse en la actividad sin descubrirse? Le respetaban por ser Jorge. No por ser como-sea-que-se-fuera-a-llamar. Era un sector difícil para introducirse uno solo. No se podía sin apoyos.
Necesitaba un nuevo número de identidad y una dirección para poder ocultarse tras una personalidad falsa. Además: quería poder colarse en el cercanías y el metro. Si le pillaban a uno, siempre se podía dar el número de identidad y la dirección de otra persona y los vigilantes se quedaban satisfechos.
Además: necesitaba darse rayos UVA para evitar la crema de bronceado sin sol. Necesitaba lentillas marrones más oscuras que su color natural. Necesitaba otra ropa en lugar del chándal mugriento que le había dejado Sergio. Necesitaba un móvil. Necesitaba ponerse en contacto con ciertas personas. Sobre todo: J-boy necesitaba dinero al contado.
Echaba de menos a Paola. Quería llamarla pero sabía que no debía. Había que esperar.
Después de cinco días se le fue la pinza. Se imaginaba que cada coche que paraba en la calle era de la pasma. Sergio llegó por la noche, comentaron la situación. Los maderos aún no habían hablado con Sergio. Todo parecía tranquilo. Sin embargo, Jorge estaba nervioso. Quería largarse.
Sergio le recogió el día siguiente a las seis de la mañana. Jorge estaba hecho polvo. No había dormido ni un minuto. A cuatro patas, con una bayeta en la mano, había limpiado del suelo pelos y cualquier posible huella suya.
Fueron hasta Kallhäll. Jorge le pidió a Sergio que diera unas vueltas más para confundir a posibles perseguidores.
Sergio sacudió la cabeza.
—Estás demasiado nervioso.
El siguiente sitio donde dormiría Jorge: una habitación en casa del mejor amigo del hermano de Sergio, Eddie. La ventaja: si la poli iba detrás de él, ahí perderían la pista definitivamente. El inconveniente: se ampliaba el círculo de los que sabían dónde se encontraba.
En realidad lo idóneo era vivir con gente que no supiera quién era ni le reconociera. A Eddie no se le podía engañar. Se partió de risa cuando vio a Jorge.
El Negrito*
. Le presentaron a la mujer de Eddie y dos críos. Ella no tenía ni idea de la historia de Jorge. No era el mejor arreglo, pero valía.
Jorge se pasó días enteros tumbado en la cama. Oía gritos de niños. Estudiaba la estructura del techo. Pensaba en cómo lo habría pasado su madre cuando llegó a Suecia embarazada de él. Huyendo de la dictadura. Sola con sus recuerdos. Se avergonzaba de saber demasiado poco. De no haber preguntado las veces suficientes.
La habitación, pequeña. En realidad era de uno de los niños. Piezas de Lego tiradas por el suelo. Pósteres de DJ Méndez y de los personajes de
El señor de los anillos.
Cortinas de flores colgadas de las ventanas.
Leía cómics. Deseaba poder jugar en la X-box de Eddie, pero no se atrevía a salir de la habitación. Añoraba el piso de la vieja, al mismo tiempo que reconocía que estaba más seguro en éste. Añoraba la libertad. Añoraba poder salir.
Unos días más tarde, Eddie llamó a la puerta en mitad del día, a las dos. En realidad debería estar trabajando. Jorge lo pilló a la primera: algo iba mal. Eddie, sudoroso. Los zapatos aún puestos. Sus niños gritaban por detrás.
—Jorge, tienes que largarte. Han llamado a Sergio para interrogarle.
—¿Cuándo ha sido eso? ¿Cómo te has enterado?
—Le han llamado por la mañana y le han dicho que tenía que comparecer antes de la una. Me ha llamado inmediatamente y me ha dicho que te lo comunicara pero que no te llamara.
—Estupendo. Como yo le dije, nada de llamadas. Pueden pincharlas y a saber qué coño más podrán hacer. ¿No te han seguido?
Eddie: no era el latino más espabilado del mundo. Pero ya se las había visto en otras así. Sabía que había que vigilar si tenía a alguien detrás.
Jorge empezó a vestirse. Además del chándal, Sergio le había prestado una cazadora. No eran muchas las pertenencias que había que empaquetar: un tubo de crema autobronceadora Piz Buin para ponerse moreno sin necesidad de exponerse al sol, los bigudíes, un cepillo de dientes, dos pares de calzoncillos y un par de calcetines extra. Todo era de Sergio, más cinco mil coronas que le había dejado.