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Authors: Jens Lapidus

Dinero fácil (47 page)

No presentó a Jorge. Quizá era esperar demasiado. No obstante, le dolió.

Los pijos desaparecieron en el interior de Obaren, la zona de fiesta de Sturehof.

Él preguntó:

—¿Quiénes eran?

—Nadie en especial. Sólo unos conocidos. —Sophie parecía cohibida. Jorge pensó: Se avergüenza de no haberme presentado.

—¿Amigos de JW?

—Algunos le conocen.

—¿Quiénes?

—El de la chaqueta de rayas es Nippe. El del abrigo negro se llama Fredrik. También es amigo de Jet-set Carl. ¿Le conoces?

En la cabeza de Jorge: ¿Jet-set Carl? Le sonaba familiar.

Volvió a pensar. Jet-set Carl.

Buscó en su memoria. Yate Karl.

—Jet-set Carl. ¿Quién es?

Sophie le habló de los clubes
y
las fiestas.

—Jet-set Carl es el organizador de fiestas más grande de Stureplan. Aunque, sinceramente, es bastante baboso con las chicas.

Esto último requería su atención.

El grito en la cabeza de Jorge, el que se decían entre sí los toreros de los dibujos animados del toro Ferdinand en Nochebuena: «Vamos a por él»
{68}

Capítulo 41

JW se levantó temprano. Sentía su propia tensión interna. Conocía la agenda, iba a ser ese día. Si todo funcionaba, conocerían a los tipos importantes. Los que tenían contacto directo con los cárteles de Suramérica. Los que podían conseguir entregas grandes. Los que le darían a JW una carrera meteórica dentro del sector de la farlopa.

Se sentó solo en la zona de desayunos del restaurante del hotel y esperó a que Abdulkarim y Fahdi bajaran, leyó un periódico británico y tomó café. Se sentía inusualmente inquieto.

Había gastado más de sesenta mil coronas el día anterior. Ropa, cartera, zapatos, comida, club de
striptease
en el Soho. Por la noche fueron a Chinawhite, donde una mesa costaba al menos quinientas libras; valía lo suyo. Y, por una vez, la farla no la podían proporcionar ellos. Lo fuerte no era que se hubiera gastado ese dinero. Lo era el pensar lo que dirían sus padres si se enteraran.

Mandó un SMS a Sophie. La notaba distante, y al mismo tiempo ella quizá fuera la persona que mejor le conocía. La única a la que él había revelado su doble vida. Pero no le había revelado todo, no se atrevía a hablarle de sus orígenes. Se avergonzaba de su familia simple de suecos medios y no quería sacar el asunto de Camilla. Le hacía dudar. Si no podía contárselo a su novia, ¿qué seguridad tenía en ella?

JW dejó el periódico. En su cabeza cristalizaron dos pensamientos claros. Uno, que tenía que estar más con Sophie. El otro era más difícil, contarle sus orígenes. Pero quizá ella incluso podría ayudarle a averiguar algo más.

Fahdi bajó a eso de las diez y media. Desayunaron juntos y esperaron a Abdulkarim.

No bajaba.

Dieron las once.

Pasaron quince minutos más.

Fahdi parecía preocupado. Sin embargo no querían despertar a Abdul innecesariamente. ¿Había algo que JW no sabía? ¿Había algo desconocido para él a lo que Fahdi le tenía miedo?

Dieron las doce.

Al final subió JW. Llamó a la puerta de la habitación de Abdulkarim.

No se oía nada.

Volvió a llamar.

Nada.

Alternativa: o bien Abdulkarim se había quedado sopa después de la juerga de la noche o le había pasado algo. De ahí el estrés de Fahdi. JW pensó: en realidad, ¿a quiénes iban a ver en ese día?

Golpeó fuerte. Puso la oreja en la puerta.

No se oía nada.

Volvió a golpear.

Al final oyó la voz de Abdulkarim desde el interior.

JW abrió la puerta.

El árabe estaba sentado en el suelo.

Abdulkarim dijo:


Sorry.
Me he retrasado con la oración de la mañana.

—¿Rezas?

—Lo intento. Pero soy mala persona. No siempre tengo fuerzas para levantarme.

—Pero ¿por qué?

—¿Por qué qué?

—Sí, que por qué rezas.

—Tú no entiendes, JW, porque tú eres vikingo. Yo me inclino ante Alá. Mi cuerpo hacia la tierra con que está hecho. Él habla para mí y todas las personas, negros o blancos, vikingos o pateros, ricos o pobres; Alá, el verdadero, él es su creador y señor.

Abdulkarim iba en serio.

A JW le sonaba a chorradas de alto nivel, palabras vacías ensayadas. Pero no había tiempo ni ganas para discutir la elección vital de Abdulkarim. Pensó: Ya descubrirá por sí mismo lo que cuenta, pasta o Alá.

Ahora tenían prisa.

Abdul se saltó el desayuno.

JW, Abdulkarim y Fahdi de camino al norte, hacia Birmingham. Tardarían dos horas y media en taxi, una limusina con sitio para las piernas. Abdulkarim no quería que fueran apretados en un día tan importante.

Estaban de camino; hacia los tíos grandes.

Podrían haber ido en tren, autobús, avión. Pero esto era mejor, más seguro, más tranquilo. Sobre todo, más al estilo
gangsta.
¿Quién coño va traqueteando en un autobús cuando hay limusinas?

Abdul se rió ante la planificación del asunto para ese día. Había recibido una llamada de un desconocido. Se había acordado el sitio y el lugar: estación central.
Don't be late
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.

Iban de camino; hacia el campo.

El conductor tenía puesta la radio.
Drum'n'bass
retumbando en los altavoces de las puertas traseras del coche. Ultrabritánico.

Era un indio joven. Abdulkarim se había aprendido una nueva palabra inglesa:
Pakis
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. JW pensaba: Por favor, Abdulkarim, date cuenta de que ahora no es momento para usar esa palabra.

En el exterior se desplegaba un hermoso paisaje. Ondulado, fecundas comunidades de cultivo con campos sembrados. Más abajo de la carretera, ríos serenamente serpenteantes.

El paraíso inglés.

La primavera había llegado. Comparado con Estocolmo, hacía calor.

Abdulkarim estaba cansado y se adormiló apoyado contra la ventana. Fahdi y JW intercambiaron comentarios cortos y evaluaron la vida nocturna de Londres.

—¿Alguna vez has estado con una
stripper
?

JW pensó en las películas porno que solían estar puestas en casa de Fahdi.

—No, ¿y tú?

—¿Crees que soy maricón o qué? Claro que sí.

—¿Aquí, en Inglaterra?

—No, joder. Son demasiado caras. La libra se cotiza demasiado alta.

JW se rió.

Pensó en su relación. En el exterior era meramente profesional, pero proporcionaba una agradable charla intrascendente. JW veía que Fahdi era verdaderamente cariñoso. No juzgaba nunca, no despreciaba, no se burlaba de nadie. Fahdi era humilde. Satisfecho con dos cosas en la vida: hacer músculo y echar un polvo de vez en cuando. El negocio de la droga: más porque estaba unido a Abdulkarim por algún motivo que porque buscara subidones, pasta o poder.

El conductor empezó a hablar. Mencionó Stratford-upon-Avon y a Shakespeare. JW miró y vio un cartel con el nombre de una población y debajo:
The home of William
Shakespeare
{71}
.

Pasaron por las afueras de Birmingham. Urbanizaciones con jardines bien cuidados. Edificios de viviendas apiñados con cuerdas para tender la ropa atadas en líneas paralelas en pequeños patios. Las zonas industriales parecían lo más británico que JW podía imaginarse.

Entraron en la ciudad. Las casas eran más bajas que en Londres; por lo demás, se parecía. Casas de ladrillos rojos, casas unifamiliares estrechas con escalera de acceso a la entrada y ventanas largas y estrechas, Starbucks Café, McDonald's, librerías, sitios
halal.
Nada de árboles, nada de bicicletas.

El taxi se detuvo en un puente junto a la estación de tren. Por debajo pasaban los trenes a alta velocidad. El ruido era ensordecedor.

Se bajaron. Pagaron al taxista y cogieron su número. Acordaron llamarle en cuatro horas si necesitaban coche para volver a Londres.

Bajaron las escaleras que daban a la zona de la estación.

El lugar de encuentro que se había acordado era delante de la librería y tienda de prensa del vestíbulo de la estación.

No hubo problema en ver quiénes eran los que les esperaban; delante de la tienda, inmóviles, había dos hombres grandes con chaquetas oscuras de piel, vaqueros de Valentino negros y grandes zapatos negros de piel. ¿Es que llevaban uniforme o qué? Ambos de aspecto británico, pelo grisáceo, piel gris. Uno llevaba el flequillo hacia abajo cortado recto. JW pensó que parecía un peinado romano. El otro llevaba un corte con raya al lado perfectamente peinado.

Abdulkarim fue directamente hacia ellos y se presentó con su mezcla de inglés y sueco de patero.

Ninguna sorpresa. Ninguna sonrisa.

Siguieron a los hombres a un minibús. Les indicaron los asientos traseros y subieron.

El hombre de la raya al lado, según JW de extrema derecha, aspecto severo, preguntó cómo había ido el viaje. JW pensó: Está clarísimo que es británico a juzgar por el acento.

Abdulkarim charló un rato. Cuando llegaron a una zona industrial el ultra sacó tres tiras de tela y pidió a Abdulkarim, JW y Fahdi que se taparan los ojos. Luego les dijo que se sentaran en el suelo del minibus.

Obedecieron.

Tumbados en el suelo en silencio, con los ojos vendados.

Los británicos pusieron la música a todo volumen.

La sensación de JW: una de las primeras veces en su vida que tenía miedo de verdad. ¿En realidad a quién iban a ver? ¿Adónde los llevaban? ¿Qué podría pasar si Abdulkarim empezaba a montarla? Todo parecía mucho más grande y peligroso que cuando había planificado el viaje en la segura Estocolmo.

Una cosa era indudable; iban a reunirse con tíos importantes que no se dejaban ver.

Tras veinte minutos Abdulkarim preguntó:

—¿Cuánto tiempo más vamos a estar como sardinas?

Los británicos se partieron. Le informaron: sólo unos minutos más.

Tras unos diez minutos, JW notó que iban por otra superficie. Quizá fuera grava, quizá piedra.

El ultra les pidió que se quitaran las vendas y se sentaran. JW miró al exterior. El paisaje primaveral que había visto por el camino les rodeaba. Iban por un camino de grava estrecho hacia unos edificios.

Fahdi parecía no comprender. Miró de reojo a Abdulkarim, que irradiaba emoción y curiosidad, sobre todo por la posibilidad de hacer negocios gordos.

El minibus se paró. Les pidieron que bajaran.

Ante ellos había un gran granero construido en piedra y madera con un bonito diseño, a su lado una vivienda y una serie de invernaderos alrededor. JW no terminaba de entender; eso era un paraíso campestre. ¿Dónde estaba la mercancía?

Salieron dos hombres del granero. Uno de ellos era enorme, no sólo alto sino también gordo. Sin embargo, tenía presencia, como un boxeador de pesos pesados. Llevaba su peso como un arma, no como un lastre. El otro era más bajo y de constitución más enjuta. Vestido con un abrigo de cuero hasta los pies y zapatos de punta.

Los fetiches de los reyes de la droga suelen ser los coches rápidos, relojes caros y tías buenas. Pero sobre todo adoran los diamantes. En la oreja del hombre del abrigo de piel: un brillante enorme. Su lenguaje corporal era claro, era él quien mandaba.

Abdulkarim tomó el control de la situación y alargó la mano.

El tío del abrigo de cuero dijo en un dialecto difícil:

—Bienvenidos a Warrick County. A este sitio le llamamos la fábrica. Yo soy Chris. —Señaló al hombre enorme que había a su lado—. Y éste es John, quizá más conocido como
the doorman
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. Durante mucho tiempo trabajó echando a gente. Ahora ha encontrado un sector más lucrativo. Ya sabéis, antes echaba a las mismas personas a las que hoy proporcionamos sustancias. Por cierto, disculpad la incomodidad de tener que tumbaros en el suelo. Seguro que entendéis nuestra exigencia.

Abdulkarim se esforzó por hablar inglés. Sonaba, conscientemente o no, como un rapero americano.

—Entendemos. Sin problemas. Nos alegramos de estar aquí y creo que conoceros va a ser muy rentable.

Chris y Abdulkarim hablaron algunos minutos. Intercambiaron frases de cortesía; los grandes negocios requieren largos rituales.

—Yo creo de verdad que nuestros no-sé-cómo-se-dice-en-inglés van a estar satisfechos.

Chris completó:


Principals,
se dice así, o sea tu jefe.

JW miró a su alrededor. Más allá, tras uno de los invernaderos se veían otras dos personas. Llevaban armas colgadas de los hombros, visibles a la clara luz del día. Más lejos, en el camino, dos personas más. El lugar estaba estrechamente vigilado. Empezó a captar la idea: después de todo quizá no fuera ninguna tontería estar en el campo.

JW contó al menos seis invernaderos en fila. Aproximadamente de treinta metros de largo, dos metros de alto. La vivienda era grande y todas las ventanas tenían las persianas echadas. Del granero salían ladridos.

Chris les invitó a pasar a la casa.

En el interior olía a pis de gato. En la entrada había monos de trabajo y guantes colgados en ganchos fijados a la pared. Chris se quitó el abrigo. Les condujo a una cocina grande de aire rústico. Era un contraste extraño. Chris con el pedrusco en la oreja y lo que JW pensaba que era un traje hecho a medida en esa cutrez de casa.

Les invitó a sentarse. Preguntó qué querían beber. Tras pedirlo, les sirvió a los tres whiskis generosos. La bebida era buena: Single Malt, Isle of Jura, dieciocho años. Se sentaron. John se quedó de pie apoyado contra la pared; no les quitaba el ojo de encima.

Chris parecía contento.

—De nuevo, bienvenidos. Antes de que empecemos debo pediros que dejéis aquí vuestras armas. —En medio de su cara sonriente, JW lo vio con claridad, dirigió los ojos hacia Fahdi—. Y que paséis un pequeño control de seguridad.

Fahdi miró a Abdulkarim.

Una encrucijada; o bien se relajaban de una vez con la seguridad o se iban a casa. Podría ser una trampa, los que tenían ante ellos podrían ser agentes de estupefacientes de alto nivel. El factor decisivo para Abdul fue que el pedrusco de la oreja de Chris era auténtico, se notaba. Ningún inspector de narcóticos llevaría uno así; no sólo porque fuera caro, también por la historia de no parecer amariconado.

Abdul dijo en sueco:

—Está bien, hoy jugamos con sus condiciones.

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