Dinero fácil (65 page)

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Authors: Jens Lapidus

Jorge dijo en voz baja:

—En todo caso no es Fahdi el que se ha ido de la lengua. ¿Por qué iba a dejar entrar a alguien para que le saltara la tapa de los sesos? ¿Abdulkarim? No, él nunca traería hasta aquí a alguien que disparara a su mejor amigo. Entonces, ¿quién puede ser? Petter o tú; porque no soy yo. Y tú soltaste algo hace media hora que ahora me da en qué pensar. Me dijiste: «Tranqui, tronco». Yo nunca te había oído usar esas palabras antes. En realidad ¿por qué lo has dicho? ¿Cómo querías influirme? Eres un gilipollas total, JW.

—Cierra el pico.

JW miraba hacia delante. Apartó la mirada de Jorge. El chileno era más listo de lo que había pensado. Pero ¿qué importaba ahora? En unos minutos Nenad y su hombre se habrían ido. JW se soltaría y quizá ayudaría a Jorge con la cinta y luego desaparecería. Jorge, Abdulkarim y Fahdi, si es que sobrevivía, tendrían que apañárselas por su cuenta;
sorry,
chicos, así es la vida.

Quedaba un palé con repollos. Los yugoslavos trabajaban rápido. JW cerró los ojos y esperó a que se largaran.

Jorge volvió a hablar entre dientes:

—Escúchame, JW.

JW no hizo caso.

—Escúchame, coño. ¿Colaboras con esos tíos? ¿Sabes quiénes son? ¿Sabes lo que le han hecho a tu hermana?

Capítulo 60

Eficaces, execrables, experimentados. Le habían levantado el cargamento al árabe. Y lo mejor era: por extensión humillaban a Radovan.

Mrado y Nenad, el tándem invencible, no tragaban con mierdas. Se levantaron el montonazo de coca e hicieron polvo al viejo.

Abdulkarim había trabajado antes para Nenad, en la actualidad dependía directamente de R. Nunca se había podido imaginar que Nenad supiera una mierda sobre el negocio de la farla después de que el jefe yugoslavo le defenestrara. Imbécil.

Pese a la planificación y la información de JW hubo sorpresas para Mrado: uno de los ayudantes del árabe era el latino al que Mrado había pegado una paliza seis meses antes en el bosque al norte de Akersberga. ¿Qué hacía en una nave de almacenamiento refrigerada? JW había mencionado a un latino que trabajaba con él de forma paralela en este asunto, pero no había llegado a decir su nombre.

Era una coincidencia extraña. Mrado pensó: O bien han contratado a Jorge para este asunto o bien ha estado trabajando a las órdenes de Abdulkarim todo el tiempo. En ese caso también ha estado trabajando indirectamente a las órdenes de Nenad todo el tiempo; y aún más indirectamente, a las órdenes de Rado.

Irónico, pero no imposible. El latino sabía mucho sobre la farla. No era de extrañar que Abdulkarim hubiera querido reclutar al tío. Tampoco era de extrañar si Nenad no había controlado a todos los que trabajaban bajo las órdenes del árabe. Y si Nenad lo hubiera sabido, no era de extrañar que no se lo hubiera mencionado a Mrado. Nenad no podía saber que Mrado le había dado su merecido al latino.

Mrado constató: el latino se lo había buscado. Humillado por Mrado una vez más. Esta vez, estando sentado y atado y viendo a su patrón árabe moqueando en el suelo.

Parecía un chiste.

Les quedaba menos de un palé por descargar. Mrado estaba de pie junto a las maletas. Nenad junto a los palés. Sacaba los repollos. Los abría con la cuchilla, cuidadoso con la precisión. Era innecesario romper nada. Mrado recogía las bolsas. Llenó la última maleta.

El pasamontañas era incómodo.

Abdulkarim escupía en el suelo. Se negaba a calmarse. Gritaba tacos en árabe. Mrado adivinó, aproximadamente: Me voy a follar a tu madre/hermana/hija. El charco de sangre alrededor del gorila se había hecho grande. JW y Jorge, sentados con las manos a la espalda, cada uno con la espalda contra una caja. Estaban tranquilos.

Todo había salido según lo planeado. JW había hecho un buen trabajo. Se podía confiar en el chaval. Como había dicho Nenad: el tío quería subir. Había hecho de todo por la pasta. Había informado a Nenad y Mrado exactamente de dónde, cuándo y cómo iban a recibir la farla el árabe y su gente. No había más que ir allí, encargarse de su único vigilante en el exterior y entrar.

Casi demasiado fácil.

En tres o cuatro minutos acabarían. Mrado y Nenad en un coche. Bobban en el otro. Si había problemas tenían un coche extra para huir aparcado en un sitio seguro, en el otro lado de las naves. Accesible para cogerlo en lugar de los otros coches si se jodia algo.

Dentro de medio año, cuando se hubiera vendido la mierda, serían cien kilos más ricos.

Una pasada.

Entonces llegó la segunda sorpresa del día. JW se levantó. Evidentemente tenía las manos libres. Mrado había rasgado la cinta del chaval para que se pudiera soltar. Veía que no era necesario.

¿Por qué se levantaba? Abdulkarim podría deducir que había algo raro. Que JW había colaborado con Nenad.

Dijo algo.

Mrado miró en su dirección. Nenad levantó la mirada, se detuvo. Sujetaba un repollo en una mano, la cuchilla en la otra.

JW sujetaba una Glock con ambas manos. Apuntada hacia Nenad a una distancia de cuatro metros.

Los dientes, apretados. Los ojos, rendijas estrechas.

El chaval gritaba un balbuceo incomprensible.

¿Qué coño estaba haciendo el pijo?

Mrado escuchó más atentamente.

—Nenad, cerdo. Si te mueves, te disparo. A la cabeza. Te lo prometo. También va por ti. Si te mueves, Nenad muere.

Nenad soltó el repollo. Intentó mantenerse relajado. El repollo rodó por el suelo. Contestó a JW:

—¿Qué pasa? Siéntate.

JW se quedó en la misma postura.

Mrado evaluó a toda velocidad: ¿JW estaba desbarrando o el muy desgraciado era más listo de lo que habían calculado? ¿Se pensaba llevar todo el cargamento él? En ese caso, ¿cómo de seguro era con el arma? ¿Le daría tiempo a Mrado a sacar su S & W antes de que ese loco le pegara a Nenad un tiro en la cabeza o en el pecho? Conclusión: fuera lo que fuera lo que estaba haciendo JW, la situación era difícil; no era buena idea hacer movimientos bruscos. La distancia era demasiado corta. JW parecía estable con el arma.

Mrado se quedó quieto.

—Contéstame una pregunta, Nenad. Muy fácil.

Nenad asintió. Se le veían los ojos por los agujeros del pasamontañas. No apartaba la mirada del cañón.

—¿De qué color es tu Ferrari?

Nenad se quedó callado.

Mrado metió lentamente la mano en el interior de la chaqueta para sacar su arma.

JW volvió a preguntar:

—Si no me dices de qué color es tu Ferrari, disparo.

Nenad estaba inmóvil. Parecía pensar.

La pistola en la mano de JW, su dedo en el gatillo. No había tiempo con el que jugar.

Nenad contestó:

—Antes tenía un Ferrari. ¿Qué más te da? En realidad no era mío. Era de
leasing.

JW levantó un poco la cabeza.

—Era amarillo, por si te interesa.

Los ojos de JW cambiaron. Locos. Salvajes. Impredecibles.

—Dime qué le hiciste a mi hermana.

Nenad se rió.

—Eres un retrasado.

JW quitó el seguro a la pistola.

—Cuento hasta tres, luego hablas. De lo contrario, mueres. Uno.

Mrado agarró su revólver dentro de la chaqueta.

Nenad dijo:

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

JW contó:

—Dos.

Mrado no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Nenad empezara a hablar.

—Ah, ya sé a quién pensé que te parecías la primera vez que nos vimos en Londres. Entonces no caí. No podía imaginarme que fueras hermano de una puta.

Mrado pensó: ¿Por qué ha empezado a hablar con el chaval?

Una locura.

—Estaba muy bien tu hermana. Generaba mucha pasta. Incluso estuve liado con ella unos meses. Era la
call girl
más guapa que teníamos. Te lo juro.

Una pausa retórica.

Silencio en la nave de almacenamiento refrigerado. Incluso el árabe estaba totalmente quieto y callado.

—Sólo que era un poco bravucona. Cuando empezó con nosotros aún estudiaba y no se pasaba de la raya. Aparentemente fue su profesor, un viejo y fiel cliente nuestro, quien le recomendó nuestra manera de ganar pasta. Pero después de una temporada se subió a la parra. Intentó jugárnosla. No podíamos permitirlo. Tienes que entenderlo.

JW inmóvil. Los brazos extendidos. La pistola firmemente sujeta.

—Por cierto, ¿cómo lo has sabido?

—No es asunto tuyo, cerdo.

Mrado sacó su revólver. Lo dirigió hacia JW.

Le daba igual si Nenad hacía una especie de confesión ante JW. La situación tenía que acabar. Era el momento de que él gritara un poco.

—¡JW, baja el arma!

Apuntó su arma hacia el pijo.

JW no le miraba directamente. Probablemente, veía a Mrado por el rabillo del ojo.

Situación mortal. Drama de triángulo. Campo de tiro al blanco.

Si JW disparaba a Nenad, caería él también.

¿El chaval era consciente de la situación?

—JW, no es buena idea. Si haces daño a Nenad te vuelo la cabeza. Soy mejor tirador que tú. Quizá me dé tiempo a despacharte antes incluso de que te dé tiempo de disparar contra Nenad.

JW siguió de pie.

Mrado sentía que el poliéster del pasamontañas le picaba.

Nenad entendió la situación, mantuvo el pico cerrado. Dejó que Mrado se encargase de la charla.

Mrado dijo:

—Vuelve a guardar el arma y nos olvidamos de esto.

No pasó nada.

Abdulkarim empezó a aullar. Jorge se levantó y se alejó de su caja.

Entonces llegó la tercera sorpresa del día para Mrado. La peor.

Se volvió a abrir el acceso a los muelles de carga.

La pasma entró en tromba.

Hubo dos disparos.

Capítulo 61

Jorge en el caos.

JW había disparado. Mrado había disparado.

Nenad en el suelo. Un hervidero de policías. Pese a ello, el disparo contra Nenad les había asustado. Les había confundido. Mrado falló el disparo contra JW.

JW de pie. Indemne. La pasma había entrado justo a tiempo para distraer al yugoslavo.

Gas lacrimógeno en la nave refrigerada.

Mrado disparó salvajemente contra la pasma.

Se pusieron a cubierto. Se interferían. Gritaban órdenes. Amenazaban.

Jorge detrás de la caja.

JW junto a Jorge con un cúter en la mano. Cortó la cinta de sus manos.

Jorge se levantó. Se miraron.

Los ojos les escocían un huevo.

Corrieron hacia la puerta posterior.

Los maderos se dieron cuenta demasiado tarde de lo que pasaba. Se centraron en Mrado, que aún tenía el arma en la manos.

Jorge abrió la puerta.

Él y JW salieron corriendo a un pasillo.

Ni un madero.

Más adelante parpadeaba un tubo fluorescente.

No tenían dirección.

Hacia una escalera a lo largo de una pared.

Hacia arriba.

Treparon hacia el techo, una trampilla.

Subieron los escalones de tres en tres.

Oían a los maderos acercarse por el pasillo.

Jorge miró hacia abajo. Abrió la trampilla. Gritaron desde abajo: ¡Alto, policía! Jorge pensó: Idos a la mierda. J-boy ya conoce esto y tiene reglas inviolables: nunca te pares, a por todas, la pasma pierde.

Subieron al tejado. La chapa era lisa y grisácea, como si hubiera sido blanca. El cielo, claro.

JW parecía estar sin aliento. Aún sujetaba la Glock en la mano. Aparentemente, ya no le quedaba munición. Jorge, en mejor forma pese al poco entrenamiento de los últimos tiempos.

Corrieron por el tejado.

JW parecía saber adonde ir. Se puso en cabeza.

Jorge gritó:

—¿Adónde vamos?

JW contestó:

—Tiene que haber un coche, un Volskwagen, aparcado en la parte delantera, junto a las banderolas.

Los cabrones de los maderos surgían en tropel por la trampilla; tomaban posiciones. Corrían tras ellos.

Voz de megáfono distorsionada:

—Deteneos donde estáis. Poned las manos en la cabeza.

JW apuntó su pistola contra ellos. Una gilipollez.

Jorge oyó los gritos de los policías:

—¡Está armado!

Corrió más rápido.

Respiraba por la nariz.

Sentía el olor de su sudor.

Estrés no. Sólo esfuerzo.

Ningún estrés.

Siguió por el tejado.

El megáfono volvió a sonar.

JW sujetaba la Glock en la mano. Se volvió hacia los maderos. Se oyó un sonido estridente. ¿Era él quien había disparado?

Mierda; Jorge creía que no le quedaban balas.

Otro disparo más.

JW cayó. Se agarró el muslo.

¿Qué coño estaban haciendo los maderos?

No tenía tiempo de pensar.

Iba a toda velocidad.

Armonía en las zancadas.

Jorge jadeante. Jorge con ritmo.

En trance: sabía hacia dónde correr.

Recordó los entrenamientos en el interior de Österåker. Recordó su cuerda confeccionada con retazos de sábanas tensa sobre el muro de la prisión.

Corrió muy rápido.

Hacia el borde del tejado.

Ni siquiera miró abajo.

Saltó directamente. Fiel a sus costumbres.

Una caída más grande que en Österåker y el Västerbron.

Un pie crujió.

Vio el Volkswagen.

Pasó del dolor.

Avanzó cojeando.

Rompió la ventanilla. Abrió la puerta.

El asiento del conductor lleno de esquirlas de cristal.

Arrancó los cables del arranque de debajo del volante.

Si alguien sabía hacerle un puente a un coche, ése era él.

El rey.

El coche arrancó.

Adiós
*, pringados.

Epilogo

A esas alturas Paola ya habría dado a luz. Jorge encendió un pito, se inclinó hacia atrás. Una tumbona desvencijada. Una sombrilla con publicidad de Pepsi.

El pie iba muchísimo mejor.

Ko Samet: no era una de las islas más populares. Más arriba en la bahía que Ko Tao y Ko Samui. No había vuelos chárter suecos, no había turismo de masas de alemanes, no había familias con niños. Por el contrario: bungalós baratos, playas solitarias y mochileros de pelo lacio. Además: hombres de mediana edad solos y putas tailandesas.

La mitad de la guita cambiada a dólares en la bolsa de bandolera junto a la tumbona. El resto, en una cuenta en el HSBC. El banco con oficinas por todo el mundo. Le venía bien.

La playa, casi sin gente. Comprobó con la mano que la bolsa seguía ahí.

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