Dinero fácil (66 page)

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Authors: Jens Lapidus

Recordó.

Había salido adelante. Jorge Bernadotte
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. Había conducido como un loco pese al tobillo torcido. La comparación era evidente: como la fuga de Österåker pero sin ruta de huida planificada. Iban tras él con medio minuto de retraso. Entró en Midsommarkransen. Muchas casas y callejuelas. La pasma no podía tenerle a la vista como en la autopista. Abandonó el coche junto al instituto de bachillerato de Brännkyrka. Se levantó uno nuevo en menos de treinta segundos. No se enteraban de nada. El hombre milagro volvía a atacar. Se quitó a la pasma de encima. Era más listo que la bofia.

Lo primero que hizo a continuación: fue al piso de Fahdi. Tenía las llaves. Entró cojeando en el dormitorio. Al armario. Sacó la escopeta que había usado en Hallonbergen. La metió en una bolsa de papel del supermercado Vivo. Salió cojeando.

Se arrepintió. Volvió a entrar en la habitación. Se llevó también la carabina automática y las otras armas de Fahdi. Las envolvió en su sábana.

Fahdi era un amigo. Si sobrevivía, no tenía que caerle más de lo necesario.

Entró en la cocina. En la mesa había, como siempre, balanzas, bolsas con cierre, papelinas, espejos y cuchillas de afeitar. Trescientos gramos de coca en varias bolsas de sellos.

Jorge metió las bolsas en la bolsa de papel.

Revolvió todo. Puso el sitio patas arriba sin montar escándalo. Con los guantes puestos. Sin dejar huellas. Encontró lo que buscaba: las llaves de los almacenes.

A la calle. Abrió otro coche.

Tiró la sábana con las armas en la ensenada de Edsviken.

Pasó el resto del día dando vueltas en el coche. Shurgard Self-Storage en Kungenskurva, Högdalen, Danderyd. Vació los almacenes.

Al día siguiente: los almacenes en Rissne, Solna y Vällingby. El total de la captura: 1,2 kilos de farla.

Los tres días siguientes fueron agitadísimos. Vendió todo a un precio tan tirado que era de locos. Setecientas coronas el gramo.

Se vendió como la cerveza en una terraza un día caluroso de primavera.

Se consiguió un pasaporte un poco cutre; pagó demasiado pero no había tiempo para jugar al tío duro.

Reservó plaza en un vuelo chárter a Bangkok. Se arriesgó.

Funcionó. No se fijaban mucho en los pasaportes en los vuelos de salida del país.

Abandonó Suecia cuatro días después del fiasco de las naves refrigeradas.

No se había imaginado que fuera a resultar así.

Si era niño, Paola le había prometido que se llamaría Jorge. Un Jorgelito de verdad. Aunque él jamás tendría una vida de vikingo, al menos Paola sí podría conseguirlo. Hacer que Jorgelito creciera en paz. Sin asistentes sociales, profesores racistas, maderos capullos ni Rodríguez. Jorge organizaría la estructura, mandaría cada corona que pudiera a su sobrino.

Por la playa caminaba un europeo pálido cogido de la mano de una tailandesa joven.

Jorge cerró los ojos. Ya había tenido suficiente con los puteros, pero aún le quedaban algunos por quitar de en medio.

Pensó en JW en las naves refrigeradas, él al principio no había querido entender. Jorge le había presionado.

—He visto en una película que violaban y le pegaban una paliza a tu hermana. Eran esos tíos. Tienes que creerme.

JW miraba al frente fijamente. Murmuró:

—Cierra el pico, Jorge. Ciérralo ya.

Jorge continuó, susurrando a suficiente volumen como para que JW le oyera con claridad:

—Créeme. Has elegido el bando equivocado. Entiendo que no puedas replanteártelo. Has invertido en esos tíos. Pero tu hermana era una especie de prostituta. Esos tíos de la mafia yugoslava la han matado.

Entonces JW pareció reaccionar. Se volvió hacia jorge. Recalcó:

—Cierra el pico antes de que te parta la cara.

Nenad y Mrado seguían sin preocuparse de JW y Jorge; abrían repollos, guardaban bolsas de coca. Abdulkarim seguía gritando. Pero Jorge vio que JW le estaba escuchando.

—JW, he vigilado a esos tíos durante varios meses. Sé a lo que se dedican.

Jorge le contó rápidamente lo del burdel de Hallonbergen. No mencionó los disparos al chulo y a la madame. Pero sí le describió la fiesta de las putas en Smådalarö. Cómo se comportaban los puteros, el aspecto de las tías, quiénes estaban allí. Destacó esto último describiéndole el aparcamiento en el exterior de la mansión. Coches de lujo en fila. Y fue entonces cuando a JW le entraron unas prisas de la hostia.

Jorge apagó el cigarrillo en la arena. Disfrutaba del calor. El sol le daba un bronceado auténtico. Era estupendo evitar el olor asqueroso de la crema autobronceadora. Además había vuelto a su aspecto normal. Pelo liso, cuerpo delgado, sin barba. Sólo la nariz rota recordaba el nuevo Jorge.

Se sentía seguro.

Sin embargo, tenía que seguir moviéndose.

La pasta no duraría para siempre.

Quizá mereciera la pena volver a casa pronto. Conseguir más coronas.

Conocer a Jorgelito.

* * *

El sonido de la llave arañando la cerradura. Se abrieron las puertas dobles.

Margareta se echó a llorar. Bengt parecía entero, miraba al suelo.

El mono cerró las puertas tras ellos.

La cara de Margareta tenía el mismo color que las paredes de Österåker, blanco hueso.

Al otro lado de la mesa estaba sentado JW. Margareta y Bengt se sentaron. Las manos de Margareta se extendieron por encima del tablero de la mesa y encontró las de JW. Las apretó con fuerza.

—¿Qué tal, Johan?

—Todo bien. Mucho mejor que en prisión preventiva. Aquí al menos se puede estudiar.

Bengt seguía mirando el tablero de la mesa.

—¿Y qué trabajo tienes en mente?

JW pensó: jamás perdonaría. Bengt: la esencia del sueco honrado. Sin embargo había venido. Quizá mamá le había obligado.

—Encontraré trabajo.

Bengt no contestó.

Siguieron hablando de otras cosas: la comida de la cárcel, la visita del abogado y los estudios de JW.

Comentaron los últimos días del juicio. El fiscal había intentado que condenaran a JW por intento de homicidio. Lo de las drogas se lo admitió a sus padres. Pero el disparo contra Nenad, jamás. Deseaba haber sido más hábil en el manejo del arma; a Nenad sólo le había dado en el hombro. El tribunal había creído su explicación, que se había asustado al entrar la policía, las amenazas de Mrado, la muerte de Fahdi, se le había escapado el disparo. Sin intención de matar, ni siquiera de hacer daño.

El tribunal se tragó esa parte. JW admitió su implicación en el tráfico de cocaína. Su explicación recurrente era que él sólo había ido a ayudar a sacar la mierda. Le rebajaron la pena algunos años por eso y por su edad. De todas formas, le daría tiempo a pudrirse, a consumirse diez veces antes de salir.

Los chicos le habían dado la espalda. Hicieron como si jamás le hubieran conocido. Se lo esperaba. Los que estaban metidos en la mierda preferían no mirar hacia abajo; resultaba asqueroso. Pero había albergado esperanzas con Sophie. Sin éxito.

Sólo había una cosa que hacer: conseguirse una buena vida en el trullo. Podría vender su estructura de blanqueo de dinero a otros presos. Hacer
business as usual
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.

Sus padres no mencionaron a Camilla y JW no les había contado nada. La pasma no iba a sacar mucho de Jan Brunéus. No había hecho nada ilegal. JW cargó solo con la mierda. Les ahorró la verdad a Margareta y a Bengt. Le permitía dormir un poco mejor.

Margareta dijo:

—La semana pasada nos llegó una postal que me pareció desagradable.

A JW se le despertó el interés.

—¿De quién?

—No lo ponía. Pero estaba firmada algo así como
El Negrito
*.

—¿Qué ponía?

—No mucho; que esa persona se lo estaba pasando muy bien en el Sureste Asiático, que las playas eran bonitas y que había corales. Luego te mandaba trescientos mil abrazos de su isla a la tuya.

JW parecía indiferente.

—Ah.

—Johan, ¿es algún asunto raro?

—No, es un colega mío que se lo está pasando bien. Ni siquiera sabe que estoy en la cárcel. Cuando salga de aquí, yo también quiero viajar a un sitio soleado.

Bengt abrió la boca.

La volvió a cerrar.

Margareta se volvió hacia él.

—¿Qué pasa, papá? ¿Ibas a decir algo?

Bengt miró a JW por primera vez en ese día. JW le devolvió la mirada y pensó: quizá ésa era la primera vez que su padre le miraba de verdad.

—Cuando salgas de aquí no te vas a ir a un sitio soleado. Vas a buscarte un trabajo de verdad. Lejos de Estocolmo.

Bengt volvió a bajar la mirada hacia la mesa. No dijo nada más.

El silencio en la sala era denso.

—Johan, ¿no podrías contarnos cómo es un día aquí dentro?

JW dejó que la boca hablara sola. En su mente soltó a Bengt. Agradecido a Jorge para siempre. Trescientas mil coronas ingresadas en su cuenta de la Isla de Man. El chileno era una buena persona. No se había olvidado de quién le había recogido en el bosque pese a que JW los había traicionado a todos, había actuado a espaldas de Abdulkarim, había vendido su alma a los yugoslavos. Jorge tenía que haberse dado cuenta de que JW había jugado a dos bandas, pero también se había dado cuenta de que JW no sabía con quién estaba tratando. De que había sido un ingenuo.

Se acabó la hora de visita.

El mono acompañó a los padres para que salieran.

Margareta volvió a llorar.

JW se quedó en la mesa de la sala de visitas.

Sabía lo que iba a hacer con el dinero.

No sabía lo que iba hacer con la relación con su padre.

* * *

El patio de la prisión de Kumla: césped corto, sin árboles. Bloques de cemento con la superficie pulida y barras de metal relativamente nuevas; gimnasio en el exterior. Mrado y otros tres serbios levantaban pesas.

Había un pacto no escrito. Por la mañana entrenaban los serbios. Después del almuerzo les tocaba a los árabes.

La vida entre rejas era mejor para él que para muchos otros. En el trullo era alguien. La reputación le protegía. Sin embargo, el clima era más duro de lo que recordaba de la vez anterior. Comprendió en la práctica las lecciones de Stefanovic y las suyas propias. Las bandas reaccionaban. Los grupos mandaban. O eras parte o estabas jodido.

Lo que hacía polvo todo: iba a perder a Lovisa. Annika había interpuesto una demanda directamente tras la condena por drogas de Mrado. Había solicitado la patria potestad en exclusiva y un régimen de visitas para Mrado de una visita al mes en una sala de visitas de mierda con otra persona presente. Eso estrangulaba mentalmente. Le mataba lentamente.

La suerte de Mrado era que Bobban había ido al mismo sitio. Alguien con quien hablar. Alguien que le cubría las espaldas.

¿Cómo podía haber sido tan tonto el cabrón de Nenad como para no ver el parecido entre JW y esa puta a la que se había tirado hacía unos años? Todo había sido perfecto. Habrían reaccionado. Habrían escupido a Rado a la cara. Habrían vendido farla por valor de millones.

Y ahora: Radovan seguía dirigiendo la red más poderosa de Estocolmo, controlando los guardarropas de la ciudad, vendiendo farlopa, colocando alcohol, sentándose en su sillón de piel desgastado en Näsbypark, bebiendo whisky y sonriendo.

Mierda.

No era la justicia serbia. Algún día, Mrado se tomaría su tiempo con Rado. Le borraría la sonrisa. Lentamente.

Quedaba media hora para la comida. Los otros yugoslavos entraron. Mrado y Bobban se quedaron fuera.

Bobban se sentó en el bloque de cemento que hacía de banco de pectorales.

—Mrado, esta mañana he oído que han puesto precio a tu cabeza.

Mrado sabía que pasaría. Rado no olvidaba. Debía mantener el código.

—¿Por quién te has enterado?

—Un tío de mi corredor. Vikingo. Condena por robo a mano armada y agresión. Se ha enterado por unos tíos latinos.

Mrado se sentó al lado de Bobban.

—¿Latinos?

—Sí, es raro. Y un precio alto. Trescientas mil.

Gracias a:

Hedda, por haber aguantado, por toda la ayuda e inspiración. Amor.

Elis, por todas las lecturas, ideas y discusiones provechosas.

Sören, por la ayuda y la orientación. Sven, Helena, Göte, Yvonne y Lars por los puntos de vista y la crítica.

Mi padre, por las opiniones, y mi madre, por la esperanza.

Todos vosotros, que habéis leído y comentado: Jacob, Johanna, David, Anna, Birnik, Dennis, Bosse, Daniel, Hanna, Jaél, Mirjam, Lars, Jesper, Jenny, Johan, Pawel, etcétera.

Wahlström & Widstrand: Pontus, Annika, Gustaf y todos los demás.

Sanks.

* * *

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Jens Lapidus es un abogado y escritor sueco nacido en 1974. Gracias a su experiencia profesional, como abogado criminalista, representando a algunos de los más conocidos criminales de Suecia tiene una visión única de un mundo al que la mayoría de la gente prefiere no mirar. Lapidus se sirve del tiempo que ha pasado en los juzgados y cuenta las cosas como son, sin que nadie se vea libre.

En agosto de 2006 publicó su primera obra Snabba Cash (
Dinero fácil
), la primera de una trilogía, Trilogía Negra de Estocolmo, que ha sido recibida por la crítica como la novela policiaca sueca más original aparecida en la última década y «el relato más documentado de los bajos fondos de Estocolmo jamás escrito». Se ha comparado su novela debut, con la obra de James Ellroy. Un éxito comercial desde el principio,
Dinero fácil
ha vendido más de 400.000 copias sólo en Suecia y se mantiene con firmeza entre los primeros puestos de la lista de los más vendidos del país; además va a ser publicada en veinticinco países.

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