El alienista (36 page)

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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

— Entiendo— dijo Kreizler al fin—. ¿Debo suponer que has observado personalmente este proceso, Sara?

— Esporádicamente— contestó—. Y he oído historias… Las chicas sabemos escuchar. Siempre se da por sentado que alguna vez necesitarás el conocimiento. Y el tema puede ser en conjunto sorprendentemente difícil… Turbador, frustrante e incluso violento. No lo habría sacado a relucir pero las referencias son muy insistentes. ¿No sugiere esto algo fuera de lo habitual?

Laszlo irguió la cabeza.

— Es posible, pero me temo que no puedo considerar concluyentes tales observaciones.

— ¿No consideraría siquiera la posibilidad de que una mujer hubiera desempeñado un papel más oscuro del que usted le otorga? ¿Tal vez la madre, aunque no forzosamente?

— Deseo no cerrar oídos a cualquier posibilidad— dijo Kreizler, volviéndose a la pizarra, pero sin escribir nada— De todas formas me da la impresión de nos hemos desviado demasiado de la órbita de lo puramente razonable.

Sara se recostó en el respaldo, nuevamente decepcionada ante el resultado de sus intentos para que Kreizler viera otra dimensión en la imaginaria historia de nuestro asesino. Debo confesar que yo también me sentía algo confuso: al fin y al cabo había sido Kreizler quien pidiera a Sara que desarrollara tales teorías, consciente de que ninguno de nosotros habría podido hacerlo. Rechazar de tal modo sus ideas parecía como mínimo arbitrario, sobre todo cuando tales ideas sonaban (al menos para un oído entrenado) tan bien razonadas como las hipótesis de él.

— El resentimiento hacia los inmigrantes se repite en el tercer párrafo— prosiguió Kreizler, abriendo nuevos cauces—. Y luego aparece esta referencia a piel roja. Aparte de otro intento para hacernos creer que se trata de un iletrado, ¿qué conclusión sacamos de ello?

— La frase en su conjunto parece importante— observó Lucius— Más asqueroso que un piel roja. Está buscando una comparación superlativa, y lo único que se le ocurre es esto.

Marcus estudió la cuestión.

— Si damos por sentado que el resentimiento por los inmigrantes se basa en la familia, entonces él no es un indio. Aunque es posible que haya tenido algún tipo de contacto con ellos.

— ¿Por que?— preguntó Kreizler—. El odio hacia otras razas no requiere familiaridad.

— No, pero por lo general una cosa va relacionada con la otra– insistió Marcus— Y considere la frase en sí misma: es bastante espontánea, como si asociara la asquerosidad con los indios y supiera que todo el mundo piensa lo mismo.

Asentí, captando su intención.

— Entonces tiene que ser del Oeste. Por lo general en el Este no se hacen este tipo de comparaciones… No es que seamos más cultos aquí, en absoluto, pero muy poca gente compartiría el punto de referencia. Lo que quiero decir es que si hubiese escrito más asqueroso que un negro, podríamos suponer que se trataba de alguien del Sur, ¿no?

— O de Mulberry Street— sugirió Lucius en voz baja.

— Cierto— reconocí—. No quiero decir que esta actitud esté confinada. A fin de cuentas, podría ser alguien que hubiera leído demasiadas historias sobre el Salvaje Oeste…

— O alguien con exceso de imaginación— añadió Sara.

— Pero podría servir como orientación general— insistí.

— Bueno, es la deducción más obvia— suspiró Kreizler, irritándome un poco—. Pero alguien dijo alguna vez que no debemos desestimar lo obvio. ¿Qué dice a esto, Marcus? ¿Resulta interesante la idea de haberse criado en la frontera?

Marcus reflexionó antes de responder.

— Tiene sus alicientes. En primer lugar explicaría lo del cuchillo, que es una típica arma de frontera. También nos proporciona la caza, el deporte y lo demás, sin la necesidad de un ambiente de riqueza. Y si bien hay mucho terreno para practicar el montañismo en el Oeste, se halla concentrado en unas zonas muy específicas, lo cual puede sernos de ayuda. Además, por allí también existen gran cantidad de comunidades alemanas y suizas.

— Entonces debemos marcarlo como una posibilidad preferente.— dijo Kreizler, anotándolo en la pizarra—. Aunque por el momento no podemos ir más lejos. Esto nos conduce al siguiente párrafo, donde nuestro hombre va por fin a lo que le interesa.— Kreizler volvió a coger la nota, y empezó a rascarse la nuca lentamente—. El dieciocho de febrero ve al chico Santorelli por primera vez. Después de haber pasado más tiempo del que quisiera admitir revisando calendarios y almanaques, puedo informarles que este año el dieciocho de febrero era el Miércoles de Ceniza.

— Él menciona las cenizas en la cara— intervino Lucius—. Esto significa que el muchacho se dirigía a la iglesia.

— Los Santorelli son católicos— añadió Marcus—. No hay muchas iglesias cerca del Salón Paresis, ni católicas ni de otra religión, pero podemos intentar comprobar la zona fronteriza. Es posible que alguien recuerde haber visto a Georgio. Difícilmente habría pasado desapercibido, sobre todo en una iglesia.

— Y siempre es posible que el asesino le viera por primera vez cerca de una iglesia— dije—. O incluso dentro. Con un poco de suerte, puede que alguien presenciara el encuentro.

— Parece que los dos habéis planeado bastante bien el fin de semana— intervino Kreizler, ante lo que Marcus y yo, conscientes de que habíamos propuesto largas jornadas de trabajo sobre el terreno, nos miramos con expresión ceñuda—. Sin embargo, el término pavoneándose me hace dudar de que se encontraran muy cerca de un centro de oración…, sobre todo de uno en donde Georgio acabara de asistir al servicio religioso.

— Sí, más bien sugiere que el muchacho anunciaba su mercancía.

— Sugiere muchas cosas.— Laszlo reflexionó un momento murmurando la palabra—: Pavoneándose… Tal vez esto encaje con tu idea de que el hombre sufre alguna incapacidad o deformidad, Moore Hay un matiz de envidia en el término, como si él estuviera excluido de semejante comportamiento.

— Yo sigo sin verlo— replicó Sara—. A mí me suena más a desdén. Esto podría deberse sencillamente a la profesión de Georgio, sin duda, aunque no lo creo así. No hay compasión ni simpatía en el tono, solo aspereza. Y una cierta sensación de familiaridad, como con las mentiras.

— En efecto— admití—. Es ese tono como de sermón que utilizaría un maestro de escuela, que sabe lo que te propones simplemente porque en el pasado él también fue un muchacho.

— ¿Queréis decir entonces que si desdeña la exhibición descarada de un comportamiento sexual no es porque le esté vedado entregarse a semejantes actividades sino precisamente porque se entrega a ellas?— Laszlo irguió la cabeza y pareció desconcertado ante la idea—. Es posible. Pero ¿no habrían reprimido tales excentricidades los adultos que han gobernado su vida? ¿Y no nos conduciría esto nuevamente a la idea de la envidia, aunque no existiera deformidad física?

— Aun así— intervino Sara—, al menos en una ocasión el tema tuvo que provocar escándalo para que tales represiones se fijaran.

Laszlo guardó silencio un momento, y luego asintió.

— Si. Sí. Tienes razón, Sara.— Esto provocó una sonrisa breve aunque satisfecha en el rostro de ella—. Y luego— prosiguió Kreizler— tanto si desafió esa prohibición como si se sometió a ella, sin duda quedaría sembrada la semilla de futuras dificultades… Eso está bien.— Kreizler efectuó algunas anotaciones apresuradas al respecto en el lado derecho de la pizarra—. Sigamos pues con las cenizas y la pintura.

— Anota los dos términos con excesiva desenvoltura– comentó Lucius—, de modo que para el observador corriente parezca haber cierta incongruencia… Apostaría a que el cura del servicio también lo vería asi.

— Como si la ceniza no fuera mejor que la pintura— comentó Marcus—. Además, el tono sigue siendo bastante despreciativo.

— Y esto presenta un problema.— Kreizler se acercó a su escritorio y saco un calendario encuadernado con una cruz en la tapa—. El dieciocho de febrero vio a Georgio Santorelli por primera vez, y dudo mucho que el encuentro fuera accidental. La especificación sugiere que estaba buscando precisamente a ese tipo de muchacho ese dia en particular. Debemos suponer por tanto que el hecho de que fuera Miércoles de Ceniza es significativo. Además, las cenizas en combinación con la pintura parecen potenciar su reacción, la cual esencialmente es de ira. Esto puede sugerir que le ofende que un muchacho que se prostituye presuma de participar en un rito cristiano… Aunque, tal como han observado los sargentos detectives, en su lenguaje no hay indicios de veneración por estos ritos. Todo lo contrario. A estas alturas ya no creo que nos enfrentemos a un hombre que padece de manía religiosa. Las cualidades evangélicas y mesiánicas que tienden a diferenciar tales patologías no aparecen aquí, ni siquiera en su nota. Y si bien debo admitir que mi convicción al respecto se ha visto algo debilitada por el calendario de los asesinatos, los indicios siguen siendo contradictorios.— Kreizler examinó detenidamente el calendario—. Si al menos hubiera algún significado en el día que mató a Georgio…

Todos sabíamos a qué se refería. La reciente investigación que Laszlo había hecho de las fechas de los asesinatos había revelado que todos ellos, menos uno, estaban relacionados con el calendario cristiano: el 1 de enero marcaba la Circuncisión del Señor; el 2 de febrero era la Purificación de la Virgen María o La Candelaria; y Alí ibn-Ghazi había muerto el Viernes Santo. En algunas festividades religiosas no se había producido ningún asesinato, como es lógico. La Epifanía, por ejemplo, había transcurrido sin ningún incidente, lo mismo que la festividad de las Cinco Llagas de Cristo, el 20 de febrero. Pero si el 3 de marzo, la fecha del asesinato de Santorelli, hubiese tenido alguna connotación cristiana habríamos tenido la relativa certeza de que en el calendario de nuestro hombre se hallaba implicado algún elemento de tipo religioso. Sin embargo, tal connotación no existía.

— Entonces tal vez debamos regresar a la teoría del ciclo lunar— insinuó Marcus, recuperando una antigua parte de la sabiduría popular sobre la que habíamos estado debatiendo durante mucho tiempo, la cual pretendía que las conductas como la de nuestro asesino se hallaban en cierto modo relacionadas con el crecimiento y la mengua de la luna, convirtiéndolos en auténticos lunáticos.

— Sigue sin convencerme— dijo Kreizler, rechazándolo con un gesto de la mano y sin apartar la vista del calendario.

— A menudo se ha relacionado a la luna con otros cambios, tanto físicos como de comportamiento— comentó Sara—. Por ejemplo, hay un montón de mujeres que creen que ésta controla el ciclo menstrual.

— Y los impulsos de nuestro hombre parecen surgir de acuerdo con algún tipo de ciclo— convino Lucius.

— Y así es— admitió Kreizler—. Pero la suposición de esta improbable influencia astrológica en la psicobiología nos apartaría de la naturaleza ritual de los asesinatos. La declaración de canibalismo es un elemento nuevo y sin duda independiente de aquellos rituales, lo admito. Pero la brutalidad ha aumentado considerablemente, de modo que era predecible que llegáramos a esta especie de escalada; aunque la ausencia de esta característica especial en el asesinato de Ibn-Ghazi sugiere que puede haberse aventurado en un ámbito que en realidad no le satisface, sean cuales fuesen las repugnantes afirmaciones de la nota.

La conversación se interrumpió un momento, y durante la interrupción fue tomando cuerpo en mi mente una idea.

— Kreizler— dije, sopesando cuidadosamente mis palabras—, supongamos por un momento que tenemos razón en todo esto. Tú mismo has asegurado que esto parece reforzar todavía más la idea de que hay un elemento religioso en los asesinatos.

Kreizler se volvió hacia mí, con una expresión de cansancio en los ojos.

— Podría interpretarse así.

— Bien, ¿qué me dices de los dos curas, entonces? Ya hemos comentado que la actitud de éstos podría interpretarse como el intento de proteger a alguien. ¿Crees que podría ser uno de ellos?

— ¡Aja!— exclamó Lucius, en voz baja—. ¿Acaso estás pensando en alguien como el reverendo de Salt Lake City?

— En efecto. Un hombre santo que está muy equivocado. Un hombre con una doble vida secreta. Supongamos que sus superiores se han enterado de lo que está haciendo, pero que por algún motivo no logran encontrarlo. Quizá porque se ha escondido… Las posibilidades de escándalo serían enormes. Y teniendo en cuenta el papel que tanto la Iglesia católica como la episcopaliana desempeñan en la vida de la ciudad, los respectivos líderes podrían recurrir fácilmente no sólo al alcalde sino a los hombres más influyentes de la ciudad para que les ayudaran a mantenerlo en secreto; hasta que pudieran solucionarlo en privado, me refiero.— Me recosté en el respaldo, bastante orgulloso de mi razonamiento, pero a la espera de la reacción de Kreizler. Su pertinaz silencio no parecía una buena señal, así que añadí bastante incómodo—: Es sólo una idea.

— ¡Una idea condenadamente buena!— juzgó Marcus, dando un entusiástico golpe de lápiz sobre el escritorio.

— Podría conectar un montón de cosas entre sí— admitió Sara.

Por fin, Kreizler empezó a reaccionar: un lento gesto de asentimiento.

— Podría ser, en efecto— musitó, y anotó ¿cura incógnito? en el centro de la pizarra—. Los rasgos de los antecedentes y del carácter que ya hemos descrito podrían encajar en un hombre de la Iglesia como en cualquier otro, y el hecho de que fuera un cura proporcionaría una atractiva alternativa a la manía religiosa. Éstos podrían ser conflictos personales que habría desarrollado de acuerdo con un plan que para el resultaría natural e incluso conveniente. Una investigación más a fondo de estos dos curas sin duda aportaría una mayor claridad al respecto.— Kreizler se volvió hacia nosotros—. Y esto…

— Ya sé, ya sé— dije, alzando una mano—. Los sargentos detectives y yo.

— Qué maravilloso ver que se te anticipan correctamente— comentó Kreizler, riendo.

Mientras Marcus y yo discutíamos el aumento de trabajo de investigación para los días siguientes, Lucius volvió a echar un vistazo a la nota.

— La frase que sigue a continuación— anunció— parece volver a la idea del sadismo… Decide esperar y ver al muchacho varias veces antes de matarlo. Una vez más está jugando con él cuando todo el tiempo es consciente de lo que va a hacer. Es el sádico cazador jugando con su presa.

— Sí, me temo que no hay nada nuevo en la frase, al menos hasta que llegamos al final.— Kreizler golpeó la pizarra con la tiza—. Aquel lugar… La única expresión que, aparte de mentiras, escribe con mayúsculas.

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