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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (32 page)

Denth la miró, y luego al restaurante de Grable, del que no se habían alejado demasiado todavía. Le hizo una seña a Tonk Fah.

—Regístralo, y ya hablaremos en otra parte.

* * *

Otra parte resultó un edificio desvencijado en un barrio pobre de la ciudad, a unos quince minutos del restaurante.

A Vivenna los suburbios de T'Telir le resultaban interesantes, al menos a nivel intelectual. Incluso allí había color. La gente llevaba ropa desgastada. Brillantes tiras de tela colgaban de las ventanas, tendidas sobre cordeles, y ondeaban sobre los charcos de la calle. Colores apagados o sucios. Como un carnaval que hubiera sido arrollado por un corrimiento de tierras.

Vivenna esperó fuera del edificio con Joyas, Parlin y el idriano, mientras Denth y Tonk Fah se aseguraban de que no hubiera ninguna trampa oculta. Se abrazó, experimentando una extraña sensación de desesperación. Los ajados colores del callejón le parecían feos. Eran cosas muertas. Como pájaros hermosos que hubieran caído inmóviles al suelo, su forma intacta, pero desaparecida la magia.

Rojos estropeados, amarillos manchados, verdes rotos. En T'Telir incluso las cosas sencillas, como las patas de las sillas y los sacos, estaban teñidas de colores brillantes. ¿Cuánto debían gastar los habitantes de la ciudad en teñidos y tintes? Si no hubiera sido por las Lágrimas de Edgli, las vibrantes flores que sólo crecían en el clima de T'Telir, habría sido imposible. Hallandren había creado una economía entera basada en el cultivo, la recolección y la producción de tintes a partir de esas flores especiales.

Vivenna arrugó la nariz ante el tufo de los residuos. Los olores eran ahora más fuertes para ella, igual que los colores. No es que su sentido del olfato fuera mejor, pero las cosas que olía parecían más fuertes. Se estremeció. Incluso ahora, semanas después de la infusión de aliento, no se sentía normal. Notaba a la gente en la ciudad, podía sentir a Parlin a su lado, observando con recelo los callejones cercanos. Podía sentir a Denth y Tonk Fah dentro de la casa. Uno de ellos parecía estar inspeccionando el sótano.

Podía…

Se detuvo. No podía sentir a Joyas. Miró a su lado, pero la mujer bajita estaba allí, las manos en las caderas, murmurando para sí. Su abominación sinvida la acompañaba; Vivenna no esperaba poder sentir a la criatura. Pero ¿por qué no podía sentir a Joyas? Tuvo un súbito momento de pánico, al pensar que Joyas podía ser algún tipo de retorcida creación sinvida. Entonces advirtió que había una explicación sencilla.

Joyas no tenía ningún aliento. Era una apagada.

Incluso sin su riqueza de aliento, Vivenna habría acabado por darse cuenta. En los ojos de Joyas había menos chispa. Era más gruñona, menos agradable. Y parecía poner nerviosos a los otros.

Además, Joyas nunca se daba cuenta de que Vivenna la miraba. Fuera cual fuese el sentido que los otros tenían y los hacía volverse si los miraba demasiado tiempo, Joyas no lo tenía. Vivenna se volvió y notó que se ruborizaba. Ver a una persona sin aliento era como espiar a alguien que se cambiaba de ropa. Como verlo desnudo.

«Pobre mujer —pensó—. ¿Cómo le habrá ocurrido?» ¿Lo había vendido? ¿O se lo habían quitado? De pronto, Vivenna se sintió incómoda. «¿Por qué debo yo tener tanto, cuando ella no tiene nada?» Era la peor clase de ostentación.

Sintió a Denth acercarse antes de que abriera la puerta, que parecía a punto de desprenderse de sus goznes.

—Es seguro —anunció. Miró a Vivenna—. No tienes que implicarte en esto si no quieres perder el tiempo, princesa. Joyas puede llevarte de regreso a la casa. Nosotros interrogaremos a este hombre y luego te informaremos.

Ella negó con la cabeza.

—No. Quiero oír lo que tenga que decir.

—Eso pensaba —dijo Denth—. Pero tendremos que cancelar nuestra próxima cita. Joyas, tú…

—Yo lo haré —se ofreció Parlin.

Denth vaciló y miró a Vivenna.

—Mirad, puede que no entienda todo lo que sucede en esta ciudad —dijo Parlin—, pero puedo entregar un mensaje sencillo. No soy idiota.

—Déjalo ir. Confío en él —repuso Vivenna.

Denth se encogió de hombros.

—Muy bien. Sigue recto por este callejón hasta que encuentres la plaza con la estatua rota de un jinete, luego gira al este y sigue esa calle hasta el final. Eso te llevará fuera del suburbio. La siguiente cita iba a ser en un restaurante llamado El Camino del Guerrero. Lo encontrarás en el mercado de la zona oeste.

Parlin asintió y se marchó. Denth le indicó a Vivenna y los demás que entraran. El nervioso idriano, llamado Thame, entró primero. Vivenna lo siguió, y se sorprendió al descubrir que el interior del edificio parecía más sólido de lo que indicaba el exterior. Tonk Fah encontró un taburete y lo colocó en el centro de la habitación.

—Siéntate, amigo —señaló Denth.

Nervioso, Thame ocupó el taburete.

—Bien, ahora cuéntanos cómo has sabido que la princesa iba a estar en ese restaurante hoy.

Thame miró de un lado a otro.

—Yo paseaba por la zona y…

Tonk Fah hizo crujir sus nudillos. Vivenna lo miró, advirtiendo de pronto que el grandullón parecía más peligroso. El ocioso hombretón al que gustaba adormilarse había desaparecido. En su lugar había un matón con las mangas recogidas, mostrando unos músculos que abultaban de forma impresionante.

Thame sudaba. Clod el sinvida entró en la habitación, sus ojos inhumanos en sombras, su rostro como moldeado en cera. Un simulacro de humano.

—Yo… pues hago trabajitos para los jefes de la ciudad —dijo Thame—. Cosas pequeñas. Nada importante. Los idrianos hemos de aceptar cualquier clase de trabajo.

—He visto a idrianos en buenas posiciones en la ciudad, amigo —repuso Denth—. Mercaderes. Prestamistas.

—Ésos son los afortunados, señor —dijo Thame, tragando saliva—. Tienen su propio dinero. La gente trabaja con cualquiera que tenga dinero. Si eres un hombre corriente, las cosas son distintas. La gente te mira la ropa, escucha tu acento, y buscan a otros que hagan el trabajo. Dicen que no somos de fiar. O que somos aburridos. O que robamos.

—¿Y lo hacéis? —preguntó Vivenna, casi sin darse cuenta.

Thame la miró, y luego al sucio suelo.

—A veces. Pero no al principio. Ahora sólo lo hago cuando me lo pide mi jefe.

—Eso sigue sin responder a cómo supiste dónde encontrarnos, amigo —le recordó Denth tranquilamente. Su uso de la palabra «amigo», contrastado con Tonk Fah a un lado y el sinvida al otro, hizo que Vivenna se estremeciera.

—Mi jefe habla demasiado —explicó Thame—. Sabía lo que iba a pasar en el restaurante… y vendió la información a un par de personas. Yo me enteré por casualidad.

Denth miró a Tonk Fah.

—Todo el mundo sabe que ella está en la ciudad —añadió Thame rápidamente—. Todos hemos oído los rumores. No es ninguna coincidencia. Las cosas van mal para nosotros. Peor que nunca. La princesa ha venido a ayudarnos, ¿verdad?

—Amigo, creo que será mejor que olvides este encuentro. Comprendo que sentirás la tentación de vender información. Pero te encontraremos si lo haces. Y entonces…

—Denth, ya es suficiente —ordenó Vivenna—. Deja de asustar a este hombre.

El mercenario la miró, haciendo que Thame diera un respingo.

—Oh, por el amor de los Colores —dijo ella, avanzando y agachándose junto al taburete de su compatriota—. No te pasará nada, Thame. Has hecho bien al buscarme, y confío en que mantengas en secreto nuestro encuentro. Pero dime, si las cosas van tan mal en T'Telir, ¿por qué no regresas a Idris?

—Viajar cuesta dinero, alteza. No puedo permitírmelo… la mayoría de nosotros no puede.

—¿Hay muchos de vosotros aquí?

—Sí, alteza.

Vivenna asintió.

—Quiero reunirme con los otros.

—Princesa… —intervino Denth, pero ella lo silenció con una mirada.

—Puedo reunir a algunos —dijo Thame, asintiendo ansiosamente—. Lo prometo. Conozco a un montón de idrianos.

—Bien. Porque he venido a ayudar. ¿Cómo contactaremos contigo?

—Pregunta por Rira. Es mi jefe.

Vivenna se levantó y señaló la puerta. Thame se marchó rápidamente sin que hiciera falta decir nada. Joyas, que vigilaba la puerta, le dejó paso reacia y permitió que el hombre escapara.

La habitación quedó en silencio un momento.

—Joyas —dijo Denth—. Síguelo.

Ella asintió y se fue.

Vivenna miró a los dos mercenarios, esperando que estuvieran enfadados con ella.

—¿Tenías que dejarlo ir tan rápido? —comentó Tonk Fah, sentándose en el suelo, como apesadumbrado. Lo que había hecho para parecer peligroso, fuera lo que fuese, había desaparecido, evaporándose más rápido que el agua sobre metal al sol.

—Ahora la has liado —dijo Denth—. Estará enfadado el resto del día.

—Ya nunca tengo ocasión de hacer el papel del malo —dijo Tonk Fah, echándose hacia atrás y mirando el techo. Su mono se acercó y se sentó encima de su prominente barriga.

—Lo superarás —contestó Vivenna, haciendo un gesto de exasperación—. ¿Por qué fuisteis tan duros con él?

Denth se encogió de hombros.

—¿Sabes qué es lo menos agradable de ser mercenario?

—Sospecho que me lo vas a decir —respondió Vivenna, cruzándose de brazos.

—Pues que la gente siempre intenta engañarte —dijo Denth, sentándose en el suelo junto a Tonk Fah—. Todos piensan que porque eres un cachas a sueldo, eres un idiota.

Hizo una pausa, como esperando a que su compañero diera su habitual contrapunto. Sin embargo, el grueso mercenario continuó mirando el techo.

—Arsteel siempre podía ejercer de malo —dijo.

Denth suspiró, dirigiendo a Vivenna una mirada acusadora.

—Sea como sea —continuó—, no podía estar seguro de que nuestro amigo no fuera un infiltrado enviado por Grable. Podría haber fingido ser un súbdito leal, para penetrar nuestras defensas y poder apuñalarte por la espalda. Es mejor asegurarse.

Ella se sentó en el taburete, tentada de decir que exageraba, pero… bueno, acababa de verlo matar a dos hombres en su defensa. «Les pago para esto —pensó—. Probablemente debería dejarlos hacer su trabajo.»

—Tonk Fah, podrás hacer de malo la próxima vez.

El grandullón se volvió a mirarla.

—¿Lo prometes?

—Sí.

—¿Podré gritarle a quien estemos interrogando?

—Claro.

—¿Y gruñirle?

—Supongo.

—¿Y romperle los dedos?

Ella frunció el ceño.

—Eso no.

—¿Ni siquiera los menos importantes? Quiero decir, la gente tiene cinco dedos. Los pequeños no sirven de mucho.

Vivenna vaciló, y entonces Tonk Fah y Denth se echaron a reír.

—Oh, de verdad —dijo, volviéndose—. Nunca sé cuándo pasáis de hablar en serio a ser bromistas.

—Por eso es tan divertido —contestó Tonk Fah, todavía riendo.

—¿Nos marchamos, pues? —preguntó ella, poniéndose en pie.

—Aún no —dijo Denth—. Esperemos un poco. No estoy seguro de que Grable no nos esté buscando. Es mejor no llamar la atención durante unas horas.

Ella frunció el ceño y lo miró. Tonk Fah, sorprendentemente, ya estaba roncando.

—Creí que habías dicho que Grable nos dejaría en paz. Que sólo nos estaba poniendo a prueba, que quería ver lo bueno que eras.

—Es probable. Pero también me equivoco a veces. Puede que nos haya dejado ir porque le preocupaba tener mi espada demasiado cerca. Podría estar pensándoselo mejor. Le daremos un lapso prudencial, y luego volveremos y le preguntaremos a mis vigilantes si alguien ha estado husmeando alrededor de la casa.

—¿Vigilantes? ¿Tienes a gente vigilando nuestra casa?

—Por supuesto. Los chicos trabajan barato en la ciudad. Se ganan sus monedas, incluso cuando no protegen a una princesa de un reino rival.

Ella se cruzó de brazos. No le apetecía estar sentada, así que paseó por la habitación.

—Yo no me preocuparía demasiado por Grable —dijo Denth, los ojos cerrados mientras se echaba hacia atrás para apoyarse contra la pared—. Es sólo una precaución.

Ella negó con la cabeza.

—Es razonable que quiera vengarse, Denth. Mataste a dos de sus hombres.

—Los hombres también son baratos en esta ciudad, princesa.

—Dices que te estaba poniendo a prueba. Pero ¿con qué propósito? ¿Provocarte para que entraras en acción y luego dejarte marchar?

—Para ver hasta qué punto soy una amenaza —contestó Denth encogiéndose de hombros, los ojos todavía cerrados—. O, más probable, para ver si merezco la paga que suelo pedir. Pero yo no me preocuparía demasiado.

Ella suspiró y se acercó a la ventana para contemplar la calle.

—Deberías apartarte de la ventana —dijo Denth—. Sólo para asegurarnos.

«Primero me dice que no me preocupe, y ahora que no me deje ver», pensó ella con frustración, y se dirigió a la puerta del sótano.

—Yo tampoco haría eso —advirtió Denth—. Las escaleras están rotas en un par de sitios. No hay mucho que ver, de todas formas. Suelo sucio. Paredes sucias. Techo sucio.

Ella volvió a suspirar y se apartó de la puerta.

—¿Qué te pasa? —preguntó él, sin abrir los ojos—. No sueles estar tan nerviosa.

—No lo sé. Estar encerrada me provoca ansiedad.

—Creí que enseñaban a las princesas a ser pacientes.

«Tiene razón —pensó ella—. Eso mismo habría dicho Siri. ¿Qué me ocurre últimamente?» Se obligó a sentarse en el taburete, cruzó las manos sobre el regazo y volvió a controlar su pelo, que había empezado a rebelarse y volverse castaño claro.

—Por favor —dijo, obligándose a ser paciente—, háblame de este sitio. ¿Por qué escogisteis este edificio?

Denth abrió un ojo.

—Lo alquilamos. Está bien tener escondites seguros por toda la ciudad. Como no los usamos muy a menudo, cogemos los más baratos.

«Ya me he dado cuenta», pensó Vivenna, pero guardó silencio, reconociendo lo forzado que parecía su intento de conversación. Permaneció allí sentada, sin decir nada más, mirándose las manos y tratando de comprender qué la había puesto tan nerviosa.

No era sólo la pelea. La verdad era que le preocupaba cuánto tiempo tardaban las cosas en T'Telir. Su padre habría recibido su carta hacía dos semanas, y sabría que dos de sus hijas estaban en Hallandren. Sólo podía esperar que la lógica de su carta, mezclada con amenazas, le impidiera hacer ninguna locura.

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