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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Aliento de los Dioses (27 page)

—Princesa —repuso Denth, más serio—. Esta gente quiere atacar a tu patria. Consideran que tu familia es la mayor amenaza existente para su poder… y van a asegurarse de que nadie de linaje real viva para desafiarlos.

—Tu hermana les proporcionará un hijo que será el próximo rey-dios —dijo Tonk Fah—, y entonces matarán a todas las demás personas de sangre real. Nunca tendrán que volver a preocuparse por vosotros.

Denth asintió.

—Tu padre y Lemex tenían razón. Los hallandrenses tienen todo que perder si no os atacan. Y, por lo que puedo ver, tu pueblo va a necesitar toda la ayuda que podamos ofrecerle. Eso significa esforzarnos al máximo: asustar a los sacerdotes, socavar sus reservas de suministros, debilitar sus tropas.

—No podemos detener la guerra —añadió Tonk Fah—. Sólo podemos hacer que la lucha sea un poco más justa.

Vivenna tomó aire, y luego asintió.

—Muy bien, entonces vamos a…

En ese momento la puerta se abrió de par en par, chocando contra la pared. Vivenna alzó la cabeza. En el umbral se alzaba una figura, un hombre alto y fornido de rasgos imprecisos. Ella tardó un momento en captar la otra rareza que presentaba: su piel y sus ojos eran grises. No había color en él, y sus sentidos exacerbados le dijeron a Vivenna que tampoco tenía un solo aliento. Un soldado sinvida.

Vivenna se puso en pie de un salto, reprimiendo apenas un grito. Retrocedió. El gran soldado se quedó allí plantado, inmóvil, sin respirar siquiera. Sus ojos la siguieron: no miraban sólo al frente como los de un muerto.

Por algún motivo, a Vivenna eso le pareció espantoso.

—¡Denth! —dijo—. ¿A qué esperáis? ¡Atacad!

Los mercenarios se quedaron donde estaban, tumbados en el suelo. Tonk Fah apenas abrió un ojo.

—Ah, bueno —dijo Denth—. Parece que la guardia nos ha descubierto.

—Lástima —comentó el otro—. Parecía que esto iba a ser un trabajo divertido.

—Ahora sólo nos espera la ejecución —dijo Denth.

—¡Atacad! —gritó Vivenna—. Sois mis guardaespaldas, sois… —Se calló cuando los dos hombres empezaron a reírse. «Oh, Colores, otra vez no»—. ¿Qué pasa? —dijo—. ¿Es algún tipo de broma? ¿Habéis pintado de gris a este hombre? ¿Qué es lo que pasa?

—Muévete, roca con piernas —dijo una voz detrás del sinvida.

La criatura entró en la habitación, cargando con un par de sacos de lona sobre los hombros. Lo seguía una mujer más baja. Ancha de caderas y de busto, el pelo castaño claro le caía hasta los hombros. Se quedó allí plantada con las manos en las caderas, con aspecto irritado.

—Denth —dijo—, él está aquí. En la ciudad.

—Bien —respondió Denth, acomodándose de nuevo—. Le debo a ese hombre una espada en la barriga.

La mujer bufó.

—Mató a Arsteel. ¿Qué te hace pensar que podrás vencerlo?

—Siempre he sido mejor espadachín —repuso Denth tranquilamente.

—Arsteel también era bueno. Ahora está muerto. ¿Quién es esa mujer?

—La nueva jefa.

—Espero que viva más que el último —gruñó ella—. Clod, suelta eso y trae el otro saco.

El sinvida depositó los sacos en el suelo y salió. Vivenna se quedó observando, pues ya había comprendido que la mujer bajita era Joyas, el tercer miembro del equipo. ¿Qué estaba haciendo con un sinvida? ¿Y cómo había encontrado la nueva casa? Denth debía de haberle enviado un mensaje.

—¿Qué pasa contigo? —dijo Joyas, mirando a Vivenna—. ¿Vino un despertador y te robó tus colores?

Vivenna vaciló.

—¿Qué?

—Quiere decir que por qué pareces tan sorprendida —tradujo Denth.

—Eso, y que su pelo es blanco —precisó Joyas, acercándose a los sacos.

Vivenna se ruborizó, advirtiendo que la sorpresa la había traicionado. Devolvió su pelo a su adecuado color oscuro. El sinvida regresó cargando con otro saco.

—¿De dónde ha salido esa criatura? —preguntó Vivenna.

—¿Quién? —replicó Joyas—. ¿Clod? Lo creé a partir de un cuerpo muerto, obviamente. No lo hice en persona: le pagué a alguien para que lo hiciera.

—Demasiado dinero —añadió Tonk Fah.

La criatura volvió a entrar en la casa. No era extraordinariamente alto, como los Retornados. Podría haber sido un hombre normal, aunque musculoso. Sólo el color de la piel, mezclado con el rostro inexpresivo, era diferente.

—¿Lo ha comprado? —preguntó Vivenna—. ¿Cuándo? ¿Ahora mismo?

—No —contestó Tonk Fah—, hace meses que tenemos a Clod.

—Es útil tener un sinvida cerca —dijo Denth.

—No me habíais hablado de esto —repuso Vivenna, tratando de no parecer histérica. Primero había tenido que tratar con la ciudad y todos sus colores y su gente. Luego había recibido una dosis no deseada de aliento. Ahora se enfrentaba con la más abyecta de las abominaciones.

—No salió el tema —contestó Denth, encogiéndose de hombros—. Son bastante corrientes en T'Telir.

—¡Estábamos hablando de derrotar a estos seres, no de ampararlos!

—Hablamos de derrotar a algunos de ellos —dijo Denth—. Princesa, los sinvida son como las espadas. Son herramientas. No podemos destruirlos a todos, ni aunque quisiéramos. Sólo a los que son utilizados por tus enemigos.

Vivenna se deslizó por la pared y se sentó en el suelo de madera. El sinvida soltó su último saco, y luego Joyas señaló el rincón. La criatura se alejó y se quedó allí de pie, esperando nuevas órdenes.

—Tomad —dijo Joyas a los otros dos, desatando el último saco, más grande—. Queríais esto.

Lo volcó de lado, revelando el brillante metal que tintineaba en su interior.

Denth sonrió y se puso en pie. Despertó de una patada a Tonk Fah (el hombretón tenía una sorprendente habilidad para quedarse dormido en un momento) y se acercó al saco. Sacó varias espadas, brillantes y de aspecto flamante, con hojas largas y finas. Denth dio unos cuantos mandobles mientras Tonk Fah se acercaba y sacaba dagas de mortífero aspecto, algunas espadas más cortas, y luego unos chalecos de cuero.

Vivenna se quedó sentada, la espalda apoyada en la pared, controlando la respiración para calmarse. Trató de no sentirse amenazada por el sinvida del rincón. ¿Cómo podían comportarse de esa forma, ignorándolo así? Era tan innatural que le daban ganas de chillar. Al cabo de un rato, Denth reparó en ella. Le dijo a Tonk Fah que engrasara las espadas, y luego se sentó delante de Vivenna, apoyando las manos en el suelo tras él.

—¿Ese sinvida va a ser un problema, princesa?

—Sí —respondió ella, cortante.

—Entonces tendremos que resolverlo —dijo él, mirándola a los ojos—. Mi equipo no puede funcionar si le atas las manos. Joyas ha dedicado mucho esfuerzo a aprender cómo usar a un sinvida, por no mencionar aprender a mantenerlo.

—No lo necesitamos.

—Sí, sí que lo necesitamos. Princesa, has traído un montón de prejuicios a esta ciudad. No es cosa mía decirte qué hacer con ellos. Sólo soy tu empleado. Pero te diré que no sabes la mitad de las cosas que crees saber.

—No es lo que «creo saber», Denth. Es lo que creo. No se debe abusar del cuerpo de una persona haciéndolo que vuelva a la vida para servirte.

—¿Por qué no? Vuestra propia teología dice que el alma se marcha cuando muere el cuerpo. El cadáver es sólo tierra reciclada. ¿Por qué no utilizarlo?

—Está mal.

—La familia del cadáver recibió un buen dinero por el cuerpo.

—No importa.

Denth se inclinó hacia delante.

—Muy bien, pues. Pero si le ordenas a Joyas que se marche, nos lo ordenas a todos. Te devolveré tu dinero, y luego te conseguiremos otro equipo de guardaespaldas. Podrás usarlos a ellos.

—Creí que eras mi empleado —replicó Vivenna.

—Lo soy. Pero puedo renunciar cuando quiera.

Ella continuó sentada, inquieta.

—Tu padre estaba dispuesto a usar medios que no le gustaban —añadió Denth—. Júzgalo si debes, pero dime una cosa: si utilizar un sinvida pudiera salvar tu reino, ¿quién eres tú para decir que no?

—¿Por qué te importa?

—No me gusta dejar las cosas a medias.

Vivenna apartó la mirada.

—Interprétalo de esta forma, princesa —dijo él—. Puedes trabajar con nosotros, cosa que te dará oportunidades para explicar tus puntos de vista y tal vez cambiar nuestra forma de pensar sobre temas como los sinvida o la biocroma. O puedes despedirnos. Pero si nos rechazas por nuestros pecados, ¿no será una actitud arrogante? ¿No dicen algo al respecto las Cinco Visiones?

Vivenna frunció el ceño. «¿Cómo sabe tanto sobre el austrismo?»

—Me lo pensaré —dijo—. ¿Para qué ha traído Joyas todas esas espadas?

—Necesitaremos armas —dijo Denth—. Ya sabes, tiene que ver con toda esa violencia que mencionamos antes.

—¿No las tenéis ya?

Él se encogió de hombros.

—Tonk suele llevar una porra o un cuchillo; las espadas llaman la atención en T'Telir. Es mejor no destacar, a veces. Tu pueblo tiene una visión interesante sobre este tema.

—Pero ahora…

—Ahora no tenemos más remedio. Si continuamos adelante con los planes de Lemex, las cosas se van a poner peligrosas. —La miró—. Lo cual me recuerda que tengo otra cosa en la que quiero que pienses.

—¿Qué cosa?

—Esos alientos que tienes. Son una herramienta. Igual que los sinvida. Sé que no estás de acuerdo en cómo se obtuvieron. Pero el hecho es que los tienes. Si una docena de esclavos muere por forjar una espada, ¿sirve de algo fundir la espada y negarse a utilizarla? ¿O es mejor usar esa espada y tratar de detener a los hombres que causaron el mal en primer lugar?

—¿Qué estás sugiriendo? —preguntó Vivenna, pero probablemente ya lo sabía.

—Deberías aprender a utilizar los alientos. A Tonk y a mí nos vendría bien una despertadora que nos respaldase.

La princesa cerró los ojos. ¿Tenía que agobiarla con eso ahora, justo después de darle la vuelta a sus preocupaciones sobre los sinvida? Esperaba encontrar incertidumbres y obstáculos en T'Telir, pero no tantas decisiones difíciles. Y no había previsto que pusieran en peligro su alma.

—No voy a convertirme en despertadora, Denth —dijo con voz tranquila—. Puede que haga la vista gorda respecto a ese sinvida, por ahora. Pero espero llevarme estos alientos al lecho de muerte para que nadie más pueda beneficiarse de ellos. No importa lo que digas, si compras esa espada forjada por esclavos explotados, tan sólo animarás a los mercaderes malvados.

Denth guardó silencio. Entonces asintió y se puso en pie.

—Tú eres la jefa, y es tu reino. Si fracasamos, lo único que yo pierdo será un patrón.

—Denth —dijo Joyas, acercándose. Apenas dirigió una mirada a Vivenna—. No me gusta esto. No me gusta el hecho de que él llegara aquí primero. Tiene aliento… los informes dicen que parecía haber llegado al menos a la Cuarta Elevación. Tal vez la Quinta. Apuesto a que lo consiguió de ese rebelde, Vahr.

—¿Cómo sabes siquiera que se trata de él? —preguntó Denth.

Joyas hizo una mueca.

—La noticia está en la calle. Gente hallada muerta en los callejones, las heridas corrompidas y negras. Avistamientos de un nuevo y poderoso despertador que recorre la ciudad con una espada de empuñadura negra en una vaina de plata. Es Tax, desde luego. Aunque ahora usa un nombre distinto.

Denth asintió.

—Vasher. Lo usó antes ya. Es un chiste por su parte.

Vivenna frunció el ceño. «Espada de empuñadura negra. Vaina de plata. ¿El hombre del anfiteatro?»

—¿De quién estamos hablando?

Joyas le dirigió una mirada molesta, pero Denth sólo se encogió de hombros.

—De un… viejo amigo nuestro.

—Es problemático —dijo Tonk Fah, acercándose—. Tax tiende a dejar un montón de cadáveres a su paso. Tiene extrañas motivaciones… no le gusta pensar como los demás.

—Está interesado en la guerra por algún motivo, Denth —dijo Joyas.

—Pues que siga así. Eso acabará por cruzarlo antes en mi camino.

Se dio media vuelta, agitando una mano con indiferencia. Vivenna lo vio marcharse, notando la frustración en su paso, lo cortante de sus movimientos.

—¿Qué tiene de peculiar? —le preguntó a Tonk Fah.

—Tax… o Vasher, supongo, mató a un buen amigo nuestro en Yarn Dred hace un par de meses. Denth tenía a cuatro miembros en su equipo.

—No debería haber sucedido —terció Joyas—. Arsteel era un duelista brillante, casi tan bueno como Denth. Vasher nunca ha podido derrotar a ninguno de ellos.

—Utilizó esa… espada suya —murmuró Tonk Fah.

—No había ninguna negrura en torno a la herida —dijo Joyas.

—Entonces se ocupó de quitar la negrura —replicó Tonk Fah, viendo cómo Denth se ataba una espada al cinto—. Es imposible que Vasher derrotara a Arsteel en un duelo justo. Imposible.

—Ese Vasher… —dijo Vivenna, casi sin querer—. Lo vi.

Joyas y Tonk Fah se volvieron bruscamente.

—Estaba en la corte ayer. Un hombre alto, con espada, cuando nadie más lo hacía. Empuñadura negra y vaina plateada. Sólo una cuerda por cinturón. Me miraba desde atrás. Parecía… peligroso.

Tonk Fah maldijo en voz baja.

—Es él—dijo Joyas—. ¡Denth!

—¿Qué?

Joyas señaló a Vivenna.

—Va un paso por delante de nosotros. Ha estado siguiendo a tu princesa.

—¡Colores! —maldijo Denth, guardando una espada de duelo en la vaina de su cintura—. ¡Colores, Colores y Colores!

—¿Qué pasa? —preguntó Vivenna, palideciendo—. Tal vez fuera sólo una coincidencia. Puede que fuera sólo a ver los debates.

Denth negó con la cabeza.

—No hay coincidencias cuando se trata de ese hombre, princesa. Si te estaba observando, entonces puedes apostar por los Colores a que sabe exactamente quién eres y de dónde vienes. —La miró a los ojos—. Y probablemente planea matarte.

Vivenna guardó silencio.

Tonk Fah le puso una mano en el hombro.

—No te preocupes, niña. También quiere matarnos a nosotros. Al menos estás en buena compañía.

Capítulo 20

Por primera vez en las varias semanas que llevaba en palacio, Siri esperaba ante la puerta del rey-dios sin sentirse preocupada ni cansada.

Dedos Azules, extrañamente, no escribía en su libreta. La observaba en silencio, con expresión indescifrable.

Siri casi sonrió para sí. Atrás habían quedado los días en que yacía en el suelo, intentando incómodamente permanecer arrodillada mientras su espalda se quejaba. Atrás habían quedado los días en que dormitaba sobre el mármol, el vestido como único colchón. Desde que tuvo valor suficiente para meterse en la cama la semana anterior, había dormido bien cada noche, cómoda y cálida. Y ni una sola vez la había tocado el rey-dios.

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