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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (12 page)

—¿Ellie? No me hagas esto.

Con el corazón en la garganta, extrajo la figura de talla exquisita con muchísimo cuidado.

—Me ha enviado una rosa.

Un resoplido desilusionado llegó desde el otro lado de la línea telefónica.

—Sé que no quedas mucho con los tíos, cielo, pero puedes conseguir cinco cajas llenas de rosas en la tienda de la esquina.

—Está hecha de cristal. —Mientras hablaba, la rosa reflejó la luz de una manera tan increíble que la dejó boquiabierta—. Madre mía...

—¿Cómo que «Madre mía»? Madre mía... ¿qué?

Atónita, Elena abrió un cajón que tenía al lado para sacar una daga de alta resistencia, capaz de cortarlo todo, que no utilizaba mucho debido a su excesivo peso. Con mucho cuidado, intentó realizar un pequeño arañazo en el tallo de cristal. No tuvo ningún éxito. Sin embargo, cuando lo intentó a la inversa, la rosa dejó un arañazo en la superficie «a prueba de ralladuras» de la daga.

—Joder...

—Ellie, te juro que te haré picadillo si no me dices lo que está pasando. ¿Qué es? ¿Una rosa mutante chupasangre?

Tras contener una carcajada, Elena contempló el increíble y precioso objeto que tenía en la mano.

—No es de cristal.

—¿Es de circonita? —preguntó Sara con sequedad—. No, espera: seguro que es de plástico.

—Es de diamante.

Silencio absoluto.

Una tos.

—¿Puedes repetir lo que has dicho, por favor?

Elena sostuvo la rosa en alto para que le diera la luz.

—Está hecha de diamante. De una pieza. Impecable.

—Eso es imposible. ¿Sabes lo grande que tendría que ser el diamante para tallar una rosa? ¿O acaso es una rosa microscópica?

—Tiene el tamaño de mi palma.

—Lo que he dicho: imposible. Los diamantes no se esculpen. En realidad, es imposible. —Pero Sara parecía un poco ahogada—. ¿Ese hombre te ha mandado una rosa de diamante?

—No es un hombre —dijo Elena, que intentaba evitar que su parte femenina reaccionara con absoluto deleite ante aquel maravilloso obsequio—. Es un arcángel. Un arcángel muy peligroso.

—O bien está encaprichado contigo o bien les da propinas muy buenas a sus empleados.

Elena se echó a reír de nuevo.

—No, solo quiere colarse en mis bragas. —Esperó a que Sara dejara de toser al otro lado antes de continuar—. Anoche le dije que no. Me parece que a los arcángeles no les gusta que les digan que no.

—Ellie, cariño, dime que me estás tomando el pelo, por favor. —El tono de Sara era de súplica—. Si el arcángel te desea, te tendrá. Y... —Se quedó callada.

—No pasa nada, Sara —dijo Elena con voz suave—. Dilo: y si me tiene, me destrozará. —Los arcángeles no eran humanos; ni siquiera se parecían a los humanos. Cuando saciaban sus necesidades, perdían el interés por sus juguetes—. Razón por la cual no me tendrá nunca.

—¿Y cómo piensas asegurarte de que no se encargue de ti más tarde?

—Voy a conseguir que me haga un juramento.

Sara emitió un ruidito dubitativo.

—Vale, dejemos las cosas claras. Los ángeles se toman los juramentos muy en serio. Con una seriedad mortal, de hecho. Pero tienes que expresarlo con mucha exactitud. Y es un toma y daca. Él querrá su libra de carne... y en tu caso, lo más probable es que sea literal.

Elena se estremeció. La idea ya no le parecía tan desagradable. Y no era por el diamante. Se debía a la sensualidad que había experimentado la noche anterior. Había sido un coqueteo sexual siniestro y con tintes de crueldad, pero también el más intenso que había vivido nunca. ¿Qué ocurriría si él se introducía en su interior, caliente y duro... una y otra vez?

De pronto se le sonrojaron las mejillas, apretó los muslos y sintió los latidos del corazón en la garganta.

—Le devolveré la rosa. —Era una creación extraordinaria y maravillosa, pero no podía quedársela.

Sara malinterpretó su comentario.

—Eso no bastará. Tendrás que tener algo con lo que regatear.

—Déjame eso a mí. —Elena intentó parecer segura de sí misma, pero lo cierto era que no tenía ni la menor idea de cómo iba a regatear con un arcángel.

«Él querrá su libra de carne.»

Su mente empezó a funcionar sin previo aviso y las palabras de Sara se mezclaron con el recuerdo del cuerpo profanado de Mirabelle. Se le quedó el alma helada. ¿Y si el precio de Rafael era algo peor que la muerte?

11

D
ejó el tubo de mensajería sobre el escritorio de Rafael.

—No puedo aceptar esto.

Él levantó un dedo y siguió de espaldas a ella mientras miraba por la ventana con el teléfono junto a la oreja. A Elena le resultó bastante extraño ver a un arcángel con un artilugio tan moderno, pero aquella reacción no era muy lógica: eran expertos en tecnología, aunque parecieran salidos de un cuento de hadas.

No obstante, nadie sabía cuánto de verdad había en aquellos cuentos de hadas. Aunque los ángeles habían formado parte de la historia de la humanidad desde las primeras pinturas rupestres, permanecían envueltos en el misterio. Puesto que los hombres habían odiado los misterios desde siempre, se habían tejido miles de mitos para explicar la existencia de los ángeles. Algunos los consideraban descendientes de los dioses; otros los veían sencillamente como una especie más avanzada. Solo una cosa era cierta: eran los gobernantes del mundo, y lo sabían muy bien.

En aquellos momentos, Su Alteza hablaba entre murmullos. Irritada, Elena empezó a pasearse por la estancia. Las grandes estanterías que había en una de las paredes laterales llamaron su atención. Estaban hechas de una madera que o bien era ébano, o había sido tratada para que lo pareciera, y contenían un tesoro tras otro.

Una antigua máscara japonesa de un
oni
, un demonio. Sin embargo, esta tenía un toque pícaro, ya que había sido creada para una fiesta infantil. El trabajo era meticuloso y los colores, brillantes, aunque Elena percibía su antigüedad con claridad. En el estante de al lado no había más que una pluma.

Una pluma con un color extraordinario: un azul oscuro y perfecto. Ella había oído rumores sobre un ángel de alas azules que volaba sobre la ciudad durante los dos últimos meses, pero estaba claro que aquellos rumores no podían ser ciertos... ¿O sí?

—¿Será natural o sintética? —susurró para sí.

—Oh, es totalmente natural —aseguró la voz suave de Rafael—. A Illium le preocupaba muchísimo perder sus preciadas plumas.

Elena se dio la vuelta con la frente arrugada.

—¿Por qué dañaste algo tan hermoso? ¿Por celos?

Algo brilló en los ojos del arcángel, algo caliente y letal.

—Illium no te interesaría nada. Le gustan las mujeres sumisas.

—¿Y? ¿Por qué le arrancaste las plumas?

—Había que castigarlo. —Rafael se encogió de hombros y se acercó a menos de un paso de ella—. Y lo que más le duele es que lo amarren al suelo. Recuperó sus plumas en menos de un año.

—En un suspiro...

El nivel de peligro pareció disminuir después del comentario sarcástico.

—Para un ángel, sí.

—¿Y sus plumas nuevas son como las antiguas? —Se dijo a sí misma que debía dejar de mirarlo a los ojos, que, sin importar lo que él dijera, aquel contacto hacía que le resultase más fácil invadir su mente. Sin embargo, no pudo hacerlo; ni siquiera cuando aquellas llamas azules se transformaron en algo muy parecido a diminutos torbellinos afilados—. ¿Son como las de antes? —repitió con una voz que de pronto pareció hambrienta.

—No —respondió él mientras recorría con los dedos su oreja—. Son incluso más hermosas. Azules con un ribete plateado.

Elena se echó a reír ante el tono de reproche que detectó en su voz.

—Esos son los colores de mi dormitorio.

Una tensión indescriptible estalló entre ellos. Poderosa. Vibrante. Sin apartar los ojos de ella, Rafael deslizó el dedo por su mandíbula hasta la garganta.

—¿Seguro que no quieres invitarme a entrar?

Era tan increíblemente hermoso...

Aunque masculino. Muy masculino.

Pruébala solo una vez
.

Era la oscuridad que había en ella, el pequeño núcleo concebido el día que perdió su inocencia en una cocina cubierta de sangre.

Plaf.

Plaf.

Plaf.

Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.

—No. —Se apartó de él. Tenía las palmas de las manos húmedas a causa del miedo—. Solo he venido a devolverte la rosa y a pedirte cualquier tipo de información que tengas sobre el paradero de Uram.

Rafael bajó la mano. Su rostro solo mostraba una expresión pensativa, aunque ella había esperado ver furia después de su rechazo.

—Se me da bien acabar con las pesadillas.

Elena se puso rígida.

—Y crearlas. Dejaste a ese vampiro en Times Square durante horas. —Basta ya, Elena, le ordenó su mente. ¡Basta, por el amor de Dios! Tienes que conseguir que te haga un juramento... pero su boca no escuchó—. ¡Lo torturaste!

—Sí. —Su tono no tenía ni una pizca de remordimientos.

Elena esperó.

—¿Eso es todo? ¿Es lo único que tienes que decir?

—¿Esperabas que me sintiera culpable? —Su expresión se tensó, se volvió fría como el hielo—. No soy humano, Elena. Aquellos que están bajo mi gobierno no son humanos. Vuestras leyes no sirven.

Elena apretó las manos con muchísima fuerza.

—¿Te refieres a las sencillas leyes de la decencia y la conciencia?

—Di lo que quieras, pero recuerda una cosa... —Se inclinó hacia delante y habló con un gélido susurro que le atravesó la piel con la fuerza de un latigazo—: si yo caigo, si fracaso, los vampiros serán libres y Nueva York se ahogará con la sangre de los inocentes.

Plaf.

Plaf.

Plaf.

Elena se tambaleó bajo el impacto de aquellas imágenes brutales. Un recuerdo. Un posible futuro.

—Los vampiros no son tan malos. Solo un pequeño porcentaje de ellos pierde el control, igual que ocurre con los humanos.

Rafael le cubrió la mejilla con la mano.

—Pero ellos no son humanos, ¿verdad?

Elena permaneció en silencio.

Su mano estaba caliente, pero su voz era glacial.

—Respóndeme, Elena. —La arrogancia que demostraba resultaba abrumadora, pero lo peor era que tenía todo el derecho a mostrarse arrogante. Su poder... era más que asombroso.

—No —admitió al final—. Los vampiros sedientos de sangre matan con una crueldad sin parangón... y jamás se detienen. El número de víctimas podría alcanzar el millar.

—Así que ya lo ves, es necesario actuar con mano de hierro. —Se acercó aún más, hasta que sus cuerpos se tocaron. Bajó la mano hasta su cintura.

Elena ya no podía verle la cara sin echar la cabeza hacia atrás. Y en aquel momento, ese sencillo movimiento le parecía un esfuerzo titánico. Lo único que quería era derretirse. Derretirse y llevárselo con ella, para que pudiera hacerle cosas eróticas y lascivas a su necesitado cuerpo.

—Ya basta de hablar de vampiros —dijo Rafael, que tenía los labios pegados a su oreja.

—Sí —susurró ella mientras le acariciaba los brazos con las manos—. Sí.

Rafael le besó la oreja antes de trasladarse a la mandíbula. Luego respondió:

—Sí.

El éxtasis inundó el torrente sanguíneo de Elena, un intenso placer que ya no deseaba resistir. Quería quitarle la ropa y descubrir si los arcángeles eran como los hombres. Quería lamer su piel, marcarlo con las uñas, cabalgar sobre sus caderas, poseerlo... y que él la poseyera. Todo lo demás carecía de importancia.

Los labios de Rafael tocaron los suyos y Elena no pudo contener un gemido. Las manos que se apoyaban contra sus caderas se tensaron cuando él la levantó sin el menor esfuerzo y empezó a besarla con fervor. El fuego se trasladó desde la sensualidad de su beso hasta la punta de sus pies antes de acumularse entre sus piernas.

—Calor —susurró cuando él le permitió respirar—. Demasiado calor.

El hielo relampagueó en el aire y una neblina fresca la rodeó antes de introducirse por sus poros en una caricia posesiva.

—¿Mejor? —La besó de nuevo antes de que pudiera responder.

Tenía su lengua dentro de la boca, aquel cuerpo duro y perfecto junto...

«Todo lo demás carecía de importancia.»

Aquellas palabras no eran ciertas. Era una idea equivocada.

Sara importaba.

Beth importaba.

Ella misma importaba.

Los labios de Rafael se deslizaron hacia abajo por su cuello, en dirección a la zona de piel expuesta por los botones abiertos de su camisa.

—Hermosa...

«Hace eones que no tengo una amante humana. Pero tu sabor me resulta... intrigante.»

Era un juguete para él.

Algo que podía usar y tirar.

Rafael podía controlar su mente.

Con un grito de pura rabia, le dio una patada con todas sus fuerzas, aunque fue ella quien acabó estrellándose a causa del golpe. La oleada de dolor que sintió cuando su trasero golpeó contra el suelo desvaneció los últimos vestigios de aquel deseo tan visceral y tan adictivo que la había convertido en una estúpida.

—¡Cabrón! ¿Es que te ponen las violaciones o qué?

Durante un efímero instante, le pareció ver la sombra de la sorpresa en la expresión del arcángel, pero luego regresó su acostumbrada arrogancia.

—Merecía la pena intentarlo. —Se encogió de hombros—. No puedes decir que no lo has disfrutado.

Estaba tan cabreada que no se paró a pensar, a considerar por qué había ido allí. Dio otro grito y se abalanzó sobre él. Para su sorpresa, apenas pudo asestar unos cuantos golpes antes de que él le sujetara los brazos y la inmovilizara contra la pared.

Extendió las alas para impedirle que viera el resto de la habitación y solo cuando gritó «¡Déjanos a solas!», Elena comprendió que alguien había entrado en la estancia.

—Sí, sire.

El vampiro. Dmitri.

Estaba tan desorientada, tan cargada de aquella maldita lujuria transformada en ira, que ni siquiera lo había oído entrar.

—¡Voy a matarte! —Se sentía violada y se le llenaron los ojos de lágrimas. Debería haber esperado ese tipo de tácticas por parte de Rafael, pero no lo había hecho. Y aquello la cabreaba aún más—. ¡Suéltame!

Él bajó la vista para mirarla. Sus ojos azules se habían vuelto oscuros de repente, como si presagiaran una tormenta.

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