El año que trafiqué con mujeres

 

Cuerpos sin alma, seres humanos que se compran y se venden como ganado: nigerianas, keniatas, mujeres de países del Este, la mayoría emigrantes ilegales. Mujeres que huyen de la miseria creyendo que en Occidente el dinero crece en los árboles y que podrán pagar la deuda contraída con los proxenetas en pocas semanas. Voluntades sometidas por la violencia, esclavas del siglo XXI retenidas mediante coacciones o amenazas que las ligan a sus captores sirviéndose de un pánico insalvable. Y junto a ellas prostitutas de alto standmg, algunas, rostros famosos que asoman un día sí y otro también por las pantallas de nuestros televisores. Tras el rentable negocio, mafias del narcotráfico, falsificadores de tarjetas de crédito, gentes sin escrúpulos a quienes no les importa lo más mínimo subastar la virginidad de niñas de trece años y que no dudan en recurrir a la violencia extrema o al asesinato. Mientras que la cara más amable la componen grupos de ultraderecha relacionados con movimientos neonazis y skinheads que pretenden pasar por honrados empresarios. Éste es el submundo en el que vivió Antonio Salas cerca de un año, embrutecido, asqueado y con riesgo de su propia vida, ejerciendo una profesión, la de periodista de investigación, que es, además de digna, imprescindible para desvelar de primera mano la sórdida verdad que convive con lo cotidiano.

Antonio Salas

El año que trafiqué con mujeres.

ePUB v1.0

Indicosur
15.11.11

Colección: En Primera Persona

Antonio Salas

2004

Ediciones Tenias de Hoy, S. A. (T-H.)

A Andrea, Cinthya, Clara, Dalila, Danna, Diana, Grace, Lara, Loveth, Mi Carmen, Mercedes, Mery, Nadia, Priscila, Ruth, Susan, Valeria, Yola y a todas y cada una del medio millón de mujeres que ejercen la prostitución en España.

A Malena Gracia, lamento resucitar un pasado oscuro.

Creo que esta vez el fin justifica el medio.

A Carmen, Rosalía y especialmente a Valérie, que sobrevivieron a la tentación, y ahora pueden contarlo.

A las nigerianas Hellen y Edith, que fueron asesinadas en Madrid, Hellen lapidada y Edith descuartizada. Para que sus muertes no pasen inadvertidas. Y a todos los demás cadáveres anónimos de mujeres prostituidas, convertidos en frías estadísticas policiales.

Sobre todo y fundamentalmente a Vir, gracias por todo lo que me has enseñado y por tu comprensión. Intento cada día ser merecedor del privilegio de haberte conocido.

Y a mi compañero Xosé Couso, por dejarse la vida en el oficio. Que tu nombre no se olvide, por muchos titulares que se apiñen en los informativos. Y que se haga justicia.

Nota del autor

Se han alterado los nombres, ubicación y cronología de algunos hechos para evitar la identificación de las prostitutas que, sin saberlo, me pusieron en contacto con los responsables de las mafias que las trajeron a España. Y cuyas declaraciones han contribuido a la detención o la apertura de diligencias policiales contra los traficantes y proxenetas de Rumania, Nigeria o México, cuyos delitos son desvelados en este libro. Todo lo demás es una trascripción literal y veraz de los hechos y de las grabaciones de cámara oculta que demuestran tales delitos. Además el autor ha expresado su opinión personal sobre los personajes que ha ido conociendo durante esta investigación.

Prefacio

Me ajusté la cámara oculta al cuerpo, ocultándola con la camisa, me puse las gafas de sol y me calé la gorra. Instintivamente acaricié la bala que llevaba colgada al cuello, cual supersticioso talismán, y que semanas antes había pasado rozándome, mientras negociaba con el traficante de armas y mujeres amigo de Andrea. Respiré profundamente un par de veces, y repasé por enésima vez el papel que tenía que interpretar. Recordaba perfectamente todos los matices de mi personaje, pero eso no me tranquilizaba. Sólo unos minutos después iba a reunirme con uno de los presuntos proxenetas, entre otras actividades delictivas, más veterano y escurridizo de España, puesto que en varias ocasiones había sido interrogado por la Policía española, sobre su supuesta participación en el tráfico de drogas, falsificación de documentos y «trata de blancas», pero siempre había conseguido librarse de todo. Si mi plan salía bien, esta vez nadie podría salvarlo de ingresar en prisión.

Sunny es un tipo muy corpulento. Un negrazo que podría arrancarme la cabeza con una sola mano si se lo propusiese. En su Nigeria natal había sido boxeador, y según me habían explicado otros proxenetas, prostitutas y chulos con los que llevaba meses conviviendo, «sabía utilizar los puños».

Volví a respirar profundamente y conecté por fin la cámara. Después, salí del coche y me encaminé hacia el punto de reunión que habíamos estipulado: una terracita en la plaza de la Catedral de Murcia. Yo había decidido como punto de encuentro un lugar muy concurrido, con la esperanza de que si Sunny descubría mi cámara oculta, la abundancia de testigos le intimidase lo suficiente como para desestimar la idea de agredirme —o algo peor— allí mismo. A una prudente distancia Alfonso, compañero de aventuras en algunos momentos de esta investigación, grabaría un plano de mi encuentro con el presunto traficante. Habíamos pactado que si algo salía mal, y el teleobjetivo de su cámara registraba el inicio de una agresión, llamaría inmediatamente a la Policía. Pero eso sólo me otorgaba un consuelo relativo. Era consciente de que si Sunny sospechaba por un momento que yo era un periodista infiltrado que pretendía grabar cómo me vendía a una muchacha y a su hijo, su furia sería incontenible, y la Policía de ninguna manera llegaría a tiempo.

Y es que, después de vivir durante meses como topo en el sórdido, terrible, cruel, despiadado y atroz submundo del tráfico de mujeres, me encontraba ante el momento más delicado de la investigación. Durante un año había recorrido todos los estratos de la prostitución en España: desde las desvalidas rameras callejeras que venden su honra por treinta euros, hasta las presentadoras, actrices y modelos famosas que ejercen en secreto la profesión más antigua del mundo; sin olvidar a las estudiantes universitarias que se costeaban los caprichos alquilando sus cuerpos incluso había negociado con un proxeneta la compra de una joven rumana de diecinueve años y la de media docena de niñas mexicanas, vírgenes de trece años, para mis ficticios prostíbulos, a un importante narcotraficante internacional...

Pero ahora aspiraba a algo más complicado. Pretendía demostrar que en pleno siglo XXI en España, el tráfico de esclavos continúa siendo una realidad. Si conseguía burlar la desconfianza del boxeador nigeriano —los negros no suelen hacer negocios con los blancos en este gremio del crimen organizado— podría grabar cómo compraba a una de sus chicas, de veintitrés años, y a su hijo, de dos.

Si Sunny me vendía a la joven y a su niño, éstos pasarían a ser de mi propiedad y yo podría hacer con ellos lo que me diese la gana. Desde obligar a la muchacha a que continuase ejerciendo la prostitución, pero ahora trabajando para mi; hasta revenderla a otro comprador de mujeres, ganando una buena suma de dinero en la transacción; o incluso, si se me antojase, podría disponer de su vida. En los terribles contratos de compra de esclavas que circulan entre las mafias queda muy clara la situación del revendido: «... Si yo fallo las normas, tiene el derecho de matarme a mí y a mi familia en Nigeria. Mi vida es equivalente a la suma que debo...». Así funciona el negocio del tráfico de mujeres en la civilizada Europa del siglo XXI.

Pero si por alguna razón Sunny intuía que yo estaba intentando grabar con una cámara oculta cómo cometía ese delito, su furia sería incontrolable y sus actos impredecibles. Creo que no pasaba tanto miedo desde mis primeros encuentros con los skinheads bajo la identidad de Tiger88...

El boxeador fue puntual. Aprieta muy fuerte —casi estruja— al estrechar la mano, y puedo observar con detalle sus enormes nudillos, curtidos en el ring, golpeando sin piedad a sus contrincantes. No puedo evitar el complejo de punching-ball. Sunny es mucho más alto y corpulento que yo, y sé que en un enfrentamiento directo no tendría ninguna posibilidad contra él. Pero había llegado muy lejos, y en esta ocasión había cometido el error de implicarme emocionalmente en la historia que estaba investigando.

Había llegado a plantearme seriamente casarme con aquella chica para conseguirle la nacionalidad española, y con ella arrancarla de las garras de las mafias. E incluso había pasado por mi imaginación la posibilidad de liquidar personalmente al traficante. Supongo que son pensamientos inevitables cuando llevas meses conviviendo con uno de los aspectos más despiadados del crimen organizado: la nueva trata de esclavos, los esclavos sexuales.

—¿Qué tal, Antonio?

—Hola Sunny. Tenemos que hablar...

Nos sentamos en una mesa, intencionadamente céntrica, y pedimos dos ginebras solas, a palo seco. Sunny siempre tomaba ginebra Larios, sin refresco ni hielo, y yo, naturalmente, le acompañaba.

Tomé un par de tragos intentando envalentonarme con el alcohol, o acaso anestesiarme en caso de recibir una inminente paliza. Sabía que no le iba a hacer gracia que un blanco le propusiese un negocio que habitualmente es cosa de negros y además, un delito grave. Después, ataqué de frente la negociación para comprar allí mismo a una muchacha y a su hijo...

—Ok, Sunny. No quiero que te enfades, ¿vale? No te enfades con Susy. Si te enfadas, que sea conmigo...

Capítulo 1

Nazis versus proxenetas

Son punibles las asociaciones ilícitas, teniendo tal consideración: las que promuevan la discriminación, el odio o la violencia contra personas, grupos o asociaciones por razón de su ideología, religión o creencias, la pertenencia de sus miembros o de alguno de ellos a una etnia, raza o nación, su sexo, orientación sexual, situación familiar, enfermedad o minusvalía, o inciten a ello.

Código Penal, art. 515, 5.

Llegué a Valencia siguiendo la pista de un insólito colectivo empresarial. Los propietarios de burdeles, lupanares y prostíbulos de toda España se habían asociado en tomo a la iniciativa de un abogado valenciano con el fin de dignificar y sacar de la marginación social al «oficio» más antiguo del mundo. Porque así consideran los propietarios de ramerías a la prostitución: un trabajo como otro cualquiera. Yo disiento.

Pero mi visita a la patria de las fallas y la paella no podía ser menos oportuna. Mientras aguardaba a que el recepcionista del hotel completase mi registro, me entretenía hojeando el ejemplar de El Mundo que se encontraba a disposición de los huéspedes sobre el mostrador, y un elocuente titular acaparó toda mi atención: «El acto de España2000 contra la inmigración reúne a un centenar de skins en Russafa». Se me congeló la sangre en las venas.

Inmediatamente reclamé al recepcionista algún periódico local que pudiese ampliarme la información de El Mundo. Me entregó un ejemplar de Las Provincias, y en la página 26 de dicho diario me encontré con una inquietante fotografía, ilustrando otra noticia sobre la manifestación fascista de que hablaba El Mundo. Un numeroso grupo de ultraderechistas, entre los que destacaban algunos de mis viejos camaradas skinheads, protagonizaba una manifestación en contra de la inmigración, convocada por el partido político de extrema derecha España2000. En la imagen, y bajo una pancarta con la elocuente leyenda de «Los españoles primero», varios jóvenes lucían cruces célticas y cazadoras bomber, mientras exigían la expulsión inmediata de todos los inmigrantes ¡legales. Los folletos impresos por España2000 lucían las mismas consignas que todos los grupos neonazis con los que yo había convivido durante un año:

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